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Es muy común que se escuche tanto a políticos como a diferentes intelectuales afirmar que el mayor problema que enfrenta el país es la desigualdad, inclusive ya es el gran grueso de la sociedad el que inocentemente repite este garrafal error. Es moneda corriente que la gente se haga preguntas del estilo de ¿cómo puede ser que tal persona sea tan rica cuando hay tantas familias con hambre? O bien, ¿por qué son solo unos pocos los que concentran la mayor parte del capital?
Quiero imaginar que la inquietud real aquí es la pobreza de unos y no la riqueza de otros, y en ese sentido es correcto preguntarse cuál será la causa de la misma, pero aquellas interrogantes estaban muy mal encaminadas puesto que la existencia de un rico no solo no implica la existencia de un pobre sino que todo lo contrario, la riqueza de uno implica menos pobreza en otros por los empleos que crea y por los servicios que para obtenerla tuvo y tiene que brindar, los cuales si se está dispuesto a pagar por ellos de manera tal que el sujeto se volvió rico significa que le está facilitando la vida a la gente elevando su nivel de vida, ya que —en un marco de libertad económica— para que alguien ostente una gran fortuna no tiene otro camino para hacerlo más que el de satisfacer necesidades ajenas ya sea con la creación de bienes o con la prestación de servicios por los que el consumidor esté dispuesto a pagar.
Veamos el caso de Bill Gates, su patrimonio actual es de 76.000 millones de dólares siendo así el hombre más rico del mundo ¿pero fue a costa de los pobres que Bill Gates construyó su fortuna? Por supuesto que no, hay que dejar en claro que la economía no es un juego de suma cero, que uno tenga mucho no quiere decir que esa diferencia es lo que le falta a otro, la riqueza se genera, se crea, por ejemplo este astuto magnate creó riqueza en donde antes no la había cuando fundó Microsoft, saciando de esta manera una necesidad en los consumidores antes insatisfecha. No nos arrebató nuestro dinero ni nos obligó a comprar algo que no queríamos, sus productos son comprados solo por quienes quieren hacerlo haciendo así que ambas partes ganen, por un lado él una determinada suma de dinero por producto y nosotros un producto que valoramos más que esa determinada suma de dinero, ya que de lo contrario no hubiéramos realizado intercambio alguno.
Mediante su empresa nos facilita la vida todos los días a miles de millones de personas alrededor del mundo ayudándonos a hacer nuestros trabajos, dándonos una herramienta para que nosotros mismos creemos nuestra propia riqueza e inclusive hasta para que contemos con más tiempo libre debido a la manera en que nuestras vidas fueron simplificadas. Dicho sea de paso que para crear esta fuente de beneficios emplea a más de 93.000 personas en 102 diferentes países, ¿cómo puede ser esto malo para la sociedad?
Vuelvo a aclarar que estoy hablando de un sistema de libertad económica en donde el clientelismo político es fuertemente castigado, ya que la riqueza que los llamados “amigos del poder” amasan solo como consecuencia de favoritismos políticos, no solo que es injusta sino que además esta sí empobrece al resto de la comunidad debido a que, a diferencia de lo que veníamos hablando, sus productos suelen no ser comprados por la conveniencia de hacerlo sino porque no nos han dejado otra alternativa ya que mediante estrategias políticas —y no de mercado— han desplazado a la competencia con las gravísimas consecuencias que esto acarrea, pero este es un tema aparte.
El Dr. Alberto Benegas Lynch (h) solía decirnos en sus clases que todos los consumidores elegimos a quienes hacer ricos y a quienes no todos los días en las góndolas del supermercado al comprar determinado yogurt y no tal otro, determinado cereal y no tal otro o bien eligiendo carne de vaca en lugar de carne de pollo. Podemos ver que no existe democracia más directa y constante que la ofrecida por el mercado, en la cual todos los días se realizan elecciones poniendo en diferentes posiciones a los participantes de acuerdo a la calidad del servicio que nos brinden.
La desigualdad es natural al hombre y es muy importante que exista sobre todo en materia económica ya que en ella se reflejan las distintas valoraciones de los consumidores.
Lo que ha ocurrido con este asunto es que gran parte de la clase política corrió el eje del debate, ya prácticamente no se habla de pobreza sino que esta palabra fue reemplazada por desigualdad y de esta manera implícitamente se los hace responsable a los ricos de esta lamentable situación de miseria, quitándose ellos un gran peso de encima cuando en realidad la existencia de la misma es a causa de las distintas trabas al emprendedurismo y a la inversión impuestas por el aparato gubernamental.
Propongo que para evitar confusiones y poder distinguir a los responsables comencemos a hablar con claridad: el problema no es la desigualdad, el problema es la pobreza.
Los cristianos alrededor del mundo celebraron el domingo la resurrección de su salvador con servicios de alabanza y reuniones familiares. Sonia Garro, de 38 años, comparte la fe pero, por tercer año consecutivo, pasó el día en un calabozo cubano como prisionera de conciencia.
Garro es miembro de un grupo de cristianos disidentes llamado Las damas de blanco, creado en La Habana en 2003 por hermanas, esposas y madres de presos políticos para protestar de manera pacífica por el encarcelamiento injusto de sus seres queridos. Desde entonces, se ha extendido a otras partes del país y ha sumado muchas reclutas. La creciente popularidad del grupo preocupa a los Castro, que han respondido con una brutalidad cada vez mayor.
El gobierno militar de Cuba nos quiere hacer creer que los hermanos Fidel y Raúl Castro se están "reformando". Para creerlo usted tendría que hacerse a la idea de que Garro y sus hermanas en Cristo no existen. Por supuesto, esa es usualmente la impresión que uno se lleva de reporteros que trabajan en La Habana para medios extranjeros.
Estos han sido invitados al país no para hacerle justicia a la verdad, sino para servir a la dictadura. Por fortuna, hay periodistas cubanos independientes y valientes que siguen contando la historia de las Damas, a pesar de sus escasos recursos.
A principios de 2012, los cubanos aguardaban la visita del Papa Benedicto XVI y las Damas hacían lobby con el Vaticano para que el pontífice les diera una audiencia. Su ruego incansable fue bochornoso para la dictadura, que durante casi una década había golpeado a las mujeres en las calles cuando caminaban a la misa dominical. También hacía quedar mal a la Iglesia, que ya había llegado a un acuerdo con el régimen sobre los términos de la visita. El fin de semana del 17 de marzo, Castro hizo una advertencia a las Damas, colocando a alrededor de 70 de ellas en prisión.
La mayoría de las detenidas, incluida su líder Berta Soler, fue liberada para cuando el Papa llegó a Cuba nueve días después, pero no Garro. Benedicto celebró algunas misas, se tomó fotos con los déspotas y se fue.
Fue una estrategia astuta, que permitió que el mundo viera la liberación de muchas Damas, pero que escondió la continua detención de una de ellas. Garro —pobre, negra y no muy conocida internacionalmente— sirve hasta hoy como un recordatorio constante en los barrios de la furia de los Castro contra cualquiera que se salga del libreto.
Para 2012, Garro ya había experimentado la violencia de Estado. Su historial de actividades contrarrevolucionarias incluía dirigir en su casa un centro de recreación para jóvenes con problemas. Por ello fue golpeada dos veces por turbas del gobierno. En 2010, bajo detención policial, sufrió una fractura de nariz.
Cuando agentes de seguridad la llevaron a su casa para ponerla bajo arresto domiciliario en anticipo de la visita del Papa, fue recibida por una turba enviada para amedrentarla. Su esposo, Ramón Alejandro Muñoz, había trepado al techo de la casa y gritaba arengas contra la dictadura. Dos vecinos se solidarizaron con la pareja. Fuerzas especiales de la policía entraron en acción y asaltaron la casa, disparando a Garro en la pierna con balas de goma. La pareja y los dos vecinos fueron llevados a la cárcel.
Dieciocho meses después, fiscales acusaron a Garro de atentado, desorden público y asesinato en grado de tentativa. Su esposo y un vecino, Eugenio Hernández, fueron acusados de asesinato en grado de tentativa y desorden público. La fiscalía busca una sanción conjunta de prisión de 10 años para Garro, 14 años para Muñoz y 11 años para Hernández.
Cualquiera que alguna vez haya leído sobre los falsos juicios soviéticos reconocerá la intención del gobierno. Los fiscales argumentan que Muñoz y Hernández estaban en el techo y sabían que un policía podría haber muerto cuando le lanzaron objetos para impedir que subiera una escalera para alcanzarlos.
El régimen alega que la pareja había estado planeando disturbios callejeros. Las "pruebas" confiscadas de su casa incluían botellas, machetes, acero corrugado y letreros de protesta en cartulina. El gobierno sostiene que contenedores con combustible encontrados en la vivienda eran cocteles Molotov.
Cualquier artículo casero o chatarra encontrados en una casa pobre de Cuba es considerado un arma cuando el Estado quiere condenar a un prisionero. Según su lógica, también debieron citarse un sartén y una plancha. Con buena puntería, también serían mortales. En lo que se refiere a los combustibles dentro de la casa, la hermana de Garro, Yamilet Garro, le dijo al periodista independiente Augusto César San Martín Albistur, que "los mechones eran para alumbrarse en los apagones que son bastante frecuentes en la zona". Para Castro, los artículos más peligrosos eran los letreros contra el gobierno.
El verdadero crimen de Garro es su negativa a rendir su alma al Estado. Eso la convierte en una cristiana ejemplar pero una revolucionaria terrible. El peligro que ella representa (para la dictadura) es demostrarles a los cubanos cómo ser las dos cosas a la vez.
Cinco consecuencias de que la superpotencia deje de ser el policía global.
Con el lanzamiento en 1945 de sendas bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos pasó a convertirse en la potencia militar dura, capaz de matar a centenares de miles de personas en unas horas, y aniquilar a imperios agresores como el japonés apretando un botón. EE UU ocupó así el papel de potencia indispensable para el resto del siglo XX, como Imperio Británico lo había sido en el siglo anterior. A día de hoy, Washington dirige un sistema de defensa y agresión en el que invierte cada año más que todo el resto del mundo junto.
El país reaccionó con dos guerras directas y varias indirectas a su Pearl Harbour de este siglo, los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero ahora está de retirada. “Tras una década de guerra, la nación que tenemos que reconstruir son los Estados Unidos de América”, ha asegurado el presidente estadounidense Barack Obama, para poco después dar la orden de reducir el número de tropas hasta número más bajo desde 1940.
En el país hay hastío de guerra, y una preferencia cada vez más obvia de vez de dejar de gastar los recursos y las vidas estadounidenses en aventuras como la de Irak, o en guerras de dudosa efectividad como la de Afganistán. Salvo sorpresas de la Historia, vienen unos años de repliegue de la potencia global, como se ha visto recientemente en su inacción en la guerra de Siria o en la languidez de su respuesta ante la anexión rusa de Crimea. Estos son solo dos ejemplos de lo que puede pasar si Estados Unidos deja de ser el policía global. A cambio, aumentan las decisiones multilaterales y, eventualmente, los acuerdos en las grandes instituciones de gobernanza global.
Las tentaciones expansionistas pueden aumentar: el caso de Crimea
El presidente estadounidense ha tratado de cerrar el ajedrez geoestratégico de la anexión de Crimea con un mensaje para navegantes dirigido a Moscú. “Rusia es un poder regional”, declaró Barack Obama tras una cumbre con los líderes europeos dedicada casi de lleno a cómo reaccionar ante las ínfulas rusas.
La frase es poderosa: trata de situar a Vladímir Putin en un lugar en el que el ex KGB no quiere estar, el de un simple actor local, al mismo nivel que Alemania, Francia o China.
Pero es poco probable que el presidente de la Federación Rusa se amilane por las provocativas palabras del americano. El mismo Obama ha dejado claro desde el principio que no va a haber tropas en la Europa oriental para defender a Ucrania, para empezar porque esta no es miembro de la OTAN, ni se la espera.
Así que, sin la presión de la posibilidad de un enfrentamiento con fuerzas de la organización militar internacional liderada por Washington, Moscú ha sido capaz de lanzar una blitzkrieg de nueva generación, una guerra relámpago sin un solo disparo, en la que llevado a cabo quizá el mayor cambio de las fronteras europeas desde el fin de la Guerra Fría. Ha sido, dicho de otro modo, una guerra fácil, en parte porque al otro lado no le esperaba nadie.
La pregunta en el ambiente es si Crimea ha sido tan sólo el primer paso de un intento ruso de recuperar parte de la grandeza del imperio soviético. Por si acaso, los líderes occidentales, reunidos en el G7, se han apurado a dibujar la línea roja que Moscú no puede atravesar: ni un soldado en el lado ucranio de la frontera este con Rusia, o se verán obligados a aumentar las sanciones económicas. Unas sanciones que “harían pagar un precio” a la economía rusa.
Pero, de nuevo, la ausencia de Estados Unidos o de la OTAN como policía en la zona deja en mera reacción económica agresiones que, en otros años y en otras regiones, habrían causado una rápida intervención militar. Con EE UU retirada, Rusia tiene el terreno allanado para redibujar la zona con movimientos geoestratégicos magistrales como el aplicado en la península rusófona.
Colateralmente, la ausencia de presión militar por parte de Washington está obligando a Bruselas a repensar su política energética. El propio Barack Obama criticó directamente a los países europeos por cerrar puertas a ciertas fuentes de energía (como la energía nuclear o el gas obtenido por la polémica técnica del fracking). Aunque no las citó por su nombre, sí dejó claro que Estados Unidos ha tenido que tomar “decisiones duras” en ese sentido para poder vivir su boom energético actual, y pide a los europeos que sigan ese camino en vez de depender del gas de Moscú.
Las potencias regionales cubren el hueco dejado por el gigante americano: el caso sirio
Washington ha limitado de forma sorprendente su intervención en una de las peores guerras del momento, tanto por el número de muertes como por el impacto que puede tener en el polvorín de Oriente Medio y en la capacidad de influencia de su archienemigo Irán. Se trata de la guerra siria.
Lo que comenzó siendo un alzamiento de la población civil contra la represión del régimen de Bashar al Assad ha pasado a convertirse en una guerra abierta a tres bandas: el Ejército de Damasco, los insurgentes y los yihadistas oportunistas ligados al extremismo musulmán. En el medio, millones de civiles desplazados y unas cifras de muertos que rondan los 130.000, además de una incontable lista de violaciones de las leyes de la guerra y de crímenes contra la humanidad.
En un primer momento, Estados Unidos apostó tímidamente por el apoyo logístico. Al contrario que en otros casos, como el de Libia, imponer una zona de exclusión aérea podía suponer un cierto coste en vidas. Los sistemas antiaéreos del régimen sirio, de componentes rusos, no son los más avanzados del mundo, pero son razonablemente peligrosos.
Así que, con Washington mirando la guerra desde la barrera, el nicho geoestratégico lo están cubriendo terceros países. De un lado están, por supuesto, Irán y la milicia libanesa de Hezbolá, ambos apoyos tradicionales del régimen de de Al Assad, además de Rusia. La presencia de combatiente de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán ha quedado de manifiesto en diversos reportajes periodísticos. Tampoco Teherán se ha esforzado en disimular su intervención directa.
Del otro lado, Turquía y Arabia Saudí. Los turcomanos han dejado campar a sus anchas en la zona fronteriza a los insurgentes contra el régimen del molesto vecino, y han llegado a derribar un avión que presuntamente había violado su espacio aéreo persiguiéndolos. Por su parte, los dictadores saudíes y sus petrodólares han dotado de armamento y financiación a los levantados en armas.
Es, en el fondo, el mismo juego de siempre en la zona: el pulso entre el arco chií y los países suníes. La diferencia es que ahora Estados Unidos ha decidido mantenerse al margen (al contrario que durante la guerra entre Irán e Irak, por ejemplo), y eso permite a los actores pelear de forma más equilibrada, y por tanto con resultados más inciertos. No en vano la guerra siria parece mantenerse en unas sangrientas tablas, mientras el número de civiles muertos y desplazado aumenta cada día.
Las consecuencias geopolíticas son difíciles de prever, pero se teme un efecto dominó en la zona, una reacción en cadena que una vez desatada sea difícil de contener. Y que estas guerras se estén convirtiendo en un campo de entrenamiento de yihadistas a escala global. Los servicios de inteligencia europeos ya están alarmados por la vuelta a la vieja Europa de combatientes fogueados en la guerra Siria.
Regresa el multilateralismo
El repliegue internacional de Washington es numéricamente evidente. Tras terminar la batalla en Irak y Afganistán, la Administración Obama ha anunciado una importante reducción de tropas terrestres: desde los 520.000 soldados del Ejército de Tierra a los 440.000. Se jubilarían además diversos tipos de armamento y transporte, todo con una reducción del gasto de 34.000 millones de dólares (unos 25.000 millones de euros) con respecto a 2011.
Pero es que, además, esta vuelta a casa y reducción de tropas está siendo acompañada de un retorno al multilateralismo casi inconcebible hace no tanto. Recuérdese cómo estaba la situación de tensión internacional en 2003, el año en que comenzó la segunda invasión de Irak, y el repudio de la Administración George W. Bush a la presión internacional en contra de la guerra, y compárense con las estrategias de Barack Obama.
Europa Occidental toma un papel más activo en la guerra contra el islamismo radical
La intervención en Libia estuvo liderada por Francia y Reino Unido, no por Estados Unidos. En Washington se mantuvo en lo que eufemísticamente se llamó el “liderazgo desde la retaguardia” (leading from behind). Fue, además, una intervención aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que dio el visto bueno a la intervención internacional en apoyo de el Consejo Nacional de Transición.
Otro ejemplo en Malí: de nuevo ha sido Francia, y no Estados Unidos, la que ha liderado la guerra contra los islamistas ligados a la Internacional de Al Qaeda. París ha enviado casi 4.000 soldados en apoyo del gobierno de Bamako, que trata de recuperar el norte del país, controlado por rebeldes islamistas y tuareg. Así, con apoyo de la ONU, es Francia la que limpia el país de la sharia y de los campos de entrenamientos de islamistas, algunos de ellos relacionados con grupos terroristas como Al Qaeda en el Magreb.
Grupos marginales pueden aprovechar la apariencia de 'tigre de papel'
“La necesidad de Estados Unidos de salir de misiones humanitarias calamitosas [como el conflicto de Somalia en 1993], en la que 18 soldados murieron, estaba clara. Pero esa retirada vino acompañada de un error estratégico enorme: envalentonó la narrativa de la red emergente de Al Qaeda de que América era un tigre de papel, lo que preparó el escenario para los ataques terroristas de 1990 y del 11 de septiembre de 2001”. El que se expresa en estos término no es un belicista republicano, sino Stuart Gottlieb, ex consejero demócratas y profesor de Política Exterior estadounidense y Seguridad Internacional en la Universidad de Columbia, en un artículo titulado, ¿Qué pasaría si Estados Unidos deja de patrullar el mundo?
En él, Gottlieb asegura que la Historia demuestra que cuando Estados Unidos se repliega otros regímenes más violentos o grupos radicales aprovechan el vacío. Así, tras la I Guerra Mundial, EE UU se aisló, tras la II redujo radicalmente sus tropas y tras Vietnam limitó la capacidad de los presidentes de lanzar guerras. En cada caso, hubo pretendientes que se aprovecharon de la retirada: Alemania y Japón en 1930, y la Unión Soviética en la posguerra mundial y tras Vietnam. Las consecuencias de todo ello son bien sabidas.
En el fondo, los grupos insurgentes o radicales siempre han aprovechado los momentos de tigre de papel de las grandes potencias dominantes de cada época. Ocurrió tras la retirada francesa de Argelia en los 60 o tras la retirada soviética de Afganistán a finales de los 80. Pero en nuestra era es Estados Unidos el poder bisagra del siglo XX y XXI. EE UU es el Reino Unido del siglo XXI.
Truco favorito del capitalismo de amigos: Más regulación
Muchos de los que rechazan el capitalismo en favor de alguna "tercera vía" lo hacen porque a menudo lo confunden con el amiguismo corporativo gubernamental, que es una perversión del mercado libre. Sí, Washington y los grandes bancos están confabulados. Y sí, muchos países en desarrollo han cambiado al comunismo por oligarquías pseudo-capitalistas. Pero en los países que han comenzado a extender la verdadera libertad económica de las masas, la actividad capitalista ya ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza extrema.
Afortunadamente, una nueva pieza en la revista The Economist ofrece una medicina útil contra la confusión, insistiendo en la distinción entre el amiguismo y el capitalismo a la vez que apunta a algunas señales esperanzadoras de que una creciente clase media en todo el mundo está ganando el poder para luchar contra las estructuras de poder que todavía ponen a millones fuera del juego de la creación de riqueza. Mis reservas acerca del artículo es que se presta a una mala interpretación de la era progresista en Estados Unidos, y en el proceso, deja sin descubrir el truco favorito del capitalismo de amigos.
De acuerdo con lo escrito, el capitalismo de amigos en Estados Unidos "alcanzó su apogeo en el siglo 19, y produjo una larga y parcialmente exitosa lucha contra los robber barons. Las normas antimonopolio rompieron los monopolios, como la Standard Oil de John D. Rockefeller. El flujo de sobornos a senadores se contrajo”. Más tarde, se dice a los lectores que, si bien los países en desarrollo están haciendo progresos contra el capitalismo de amigos, “los gobiernos necesitan ser más diligentes en la regulación de los monopolios”.
Ciertamente, a los monopolios no se les debe permitir funcionar descontrolados. Si The Acme Global Meat Trust trata de usar amenazas y sobornos en Washington para operar por encima de la ley, si utiliza al Tío Julio como un ingrediente clave en su próximo lote de comidas felices congeladas al estilo de Upton Sinclair en The Jungle, ellos deben ser procesados, y no sólo a la corporación como una entidad legal también los jugadores corporativos particulares que realizaron los hechos.
Pero perderemos algo importante si la inquietante revelación de Upton Sinclair a principios del siglo 20 de la insuficientemente regulada industria empacadora de carne es todo lo que viene a la mente cuando pensamos en negocios y regulación. Tanto durante como después de la era progresiva, las grandes empresas —incluyendo la industria empacadora de carne— de hecho fomentaron y animaron un régimen de regulaciones federales complejas. ¿Por qué? En parte, para poner en desventaja a sus competidores más pequeños.
Los grandes monopolios de la época, así como los oligopolios que surgieron a raíz de la era de la ruptura de monopolios, se beneficiaron de la furia reguladora porque estaban mejor situados que los nuevos competidores de escala familiar para dominar el creciente conjunto de regulaciones federales y estatales. Políticos y burócratas se beneficiaron, por su parte, mediante la obtención de nuevas oportunidades de buscar sobornos y contribuciones de campaña en un proceso interminable de ajustes, vueltas a ajustar y la forma discrecional de aplicación del cada vez más complejo cuerpo de regulaciones.
Las siguientes generaciones de progresistas en Europa y Estados Unidos han estado aplicando la estrategia desde entonces, haciéndola ver a sí mismos y al público como una lucha por el pequeño emprendedor. Funciona muy bien como una retórica populista, pero no siempre ha funcionado igual de bien para el pequeño individuo real tratando de construir un nuevo negocio y crear puestos de trabajo. Los reglamentos hacen que sea más difícil para el empresario futuro el competir contra las grandes empresas, atrincheradas, porque no puede él permitirse el ejército de abogados, cabilderos y especialistas de readaptación necesarios para hacer frente a todas las regulaciones y los reguladores.
El juego reglamentario es un truco ingenioso para dejar afuera a competidores más pequeños, pero también es inmoral y culturalmente degradante, ya que fomenta el éxito económico parasitario buscador de rentas en lugar del éxito económico a través del trabajo duro, la innovación y el servicio al cliente.
Para un par de ejemplos contemporáneos, piense en los bancos y las granjas.
Los bancos primero. Libros recientes como el de Jay Richards Infiltrated, el de Peter Schiff The real crash, y el de Peter Wallison Bad history, worse policy exploran cómo una serie de intervenciones gubernamentales quisquillosas en el mercado privilegiaron a grandes instituciones financieras, precipitando la crisis financiera, y como la ley Dodd-Frank y las “reformas" que siguieron en realidad han empeorado las cosas, como lo demuestra el hecho de que el proceso de fusiones bancarias se ha mantenido a buen ritmo desde que las reformas entraron en vigor.
En cuanto a las granjas, el libro de Joel Salatin Everything I want to do is illegal es una buena primera parada para aprender acerca de cómo el gran gobierno y la gran agroindustria han trabajado a la par poniendo en desventaja a granjas más pequeñas e innovadoras. Salatin muestra en doloroso detalle a los burócratas bien intencionados pero a menudo despistados actuar como el brazo largo de un sistema amañado, por el que es difícil o imposible para la agricultura familiar el procesar y comercializar directamente a los clientes usando métodos que a menudo son más saludables que los tecnológicamente más remilgosos y caros métodos sancionados por el gobierno y favorecidos por las grandes granjas industriales.
El artículo de la revista The Economist pone fin a algunas de las confusiones acerca de la naturaleza de la libertad económica y siembra las semillas de la esperanza cuando se anuncia que "una revolución para salvar al capitalismo de los capitalistas está en marcha." Pero esa revolución resultará fallida si el truco favorito del capitalismo de amigos no se revela, derrota y pone en fuga.