- Jorge Luis León
Que la familia cubana ha caído en la trampa de una sociedad corroída por eslóganes, dogmas y vicios, es tristemente una verdad. La propaganda ha sustituido al afecto, el miedo ha ocupado el lugar del diálogo, y el pan escasea tanto como la esperanza. Cuando se quiebra el vínculo familiar por razones políticas, se muestra lo peor de los principios y la dignidad humana. Los problemas políticos deben resolverse en un marco; la familia, en otro. Pero en Cuba, ambos planos han sido violentamente mezclados.
Desde los años 60, el régimen revolucionario diseñó una estrategia de control que no se detenía en las calles ni en las escuelas. Penetró los hogares. El comité de defensa de la revolución (CDR) no solo vigilaba a los vecinos: también alimentaba la sospecha entre hermanos, padres e hijos. La consigna "la patria es primero" se convirtió en una coartada para la delación dentro del hogar.
Numerosos testimonios recogen el dolor de quienes fueron rechazados por sus propios familiares por pensar diferente. El escritor cubano Reinaldo Arenas narró cómo su madre —condicionada por el adoctrinamiento— no comprendía su necesidad de libertad. En muchos casos, hijos que deciden emigrar son tildados de “traidores”, y ancianos que defienden el sistema son despreciados por sus nietos que han perdido toda fe.
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