- Julio M. Shiling
La prisa de Biden por rescatar el castrismo.
El comunismo cubano (sí, una cleptocracia también puede ser comunista) sigue ejerciendo fielmente el pragmatismo dictatorial, una política institucionalizada en 1959. El espionaje agudo y la promoción de la desinformación estratégica, el terror implacable en casa y una amplia gama de colaboradores, a nivel estatal, institucional e individual de élite, han sido componentes básicos del modus operandi del régimen de sesenta y cuatro años. El castrismo ha aumentado la presión sobre Estados Unidos en busca de alivio. Joe Biden se apresura a complacerles.
Barack Obama, un verdadero creyente del socialismo fabiano, dio a la dictadura cubana lo que había estado persiguiendo activamente durante décadas: la coexistencia incondicional con prebendas estadounidenses. La estratocracia cleptocrática gobernante en La Habana, revisionistas constantes de las directrices marxistas-leninistas, pretendía que se ignorara su robo al por mayor de propiedades estadounidenses, su refugio para terroristas, sus crímenes contra la humanidad y su implicación en el tráfico de drogas. Por decreto ejecutivo, Obama obligó al castrocomunismo tanto como pudo. Se esperaba que Hillary Clinton profundizara este camino inmoral en 2016. Donald Trump y los votantes estadounidenses frustraron esos planes.
La victoria de Trump, no solo puso fin a la iniciativa de distensión entre la democracia más exitosa del mundo y el tercer régimen totalitario más antiguo del globo (después de China y Corea del Norte), sino que revirtió aspectos clave del pacto Obama-Castro. El sueño de la dictadura marxista de una capitulación moral incondicional por parte de Estados Unidos acompañada de dólares quedó castrado, al menos por el momento. El ascenso de Biden a la Casa Blanca prometía días mejores para el comunismo cubano.
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