- Fuente/Autor: Julio M. Shiling
Desaparecidos y Tácticas de Guerra por Julio M. Shiling
El tema de los "desaparecidos" ha resultado una genial componenda con una instrumentación muy bien elaborada para facilitar el camino al poder. En el léxico político, el acto de "desaparecer" a alguien consiste en la detención y ejecución, sin juicios y extraoficialmente, de un opositor real o imaginario. De este fenómeno, Argentina es un caso paradigmático.
Incuestionablemente hubo desapariciones en Argentina. Por supuesto que no los números bombásticos e hiperinflados ofrecidos. Cifras serias varían entre 4000 y 7706. Tarea complicada por la constante "reaparición" de personas consideradas "desaparecidas" y que, sin embargo, estaban viviendo y activos en Europa, América Latina y en los ex–países socialistas. Indemnizaciones posteriores a familiares, aseguran que los números nunca lograrán proporciones reales.
La práctica sistemática de detener y ajusticiar combatientes sin revisión jurídica, se llevó a cabo por gobiernos argentinos, democráticos y no-democráticos, durante la década del 70. Esta actividad se recrudeció con la intervención castrense de 1976, la que duró hasta 1979.
Argentina llevaba ya, desde 1955, una lucha para impedir la usurpación del poder por movimientos marxistas armados. Esta fuerza insurreccional, durante la mayor parte de los años 60, operó como guerrillas rurales. Al contener exitosamente las fuerzas públicas el avance comunista, los insurgentes llevaron la guerra a las ciudades. Ahí comenzó la intensificación de la contienda y la conversión de la misma, por sus síntomas, en una guerra civil.
Entre 1969 y 1979 los insurrectos comunistas cometieron 21,642 actos terroristas. Reducidos, por fusión o sobrevivencia, a dos grupos principales: el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) y los Montoneros, se convirtieron en formidables guerrillas urbanas sin renunciar a la campaña rural. En ese momento fueron la fuerza subversiva más potente en el continente. La premisa marxista insta, doctrinalmente, a asistir violentamente a la "lucha de clases", facilitando el exterminio de toda clase no-proletaria (léase no-marxista). Los revolucionarios argentinos resultaron adeptos magistrales ya que los asesinatos, secuestros, atentados dinamiteros y robos fueron desplegados indiscriminadamente contra sindicalistas, políticos, empresarios, gremialistas, obreros, ejecutivos, académicos, periodistas, religiosos, en adición a policías, soldados y oficiales, sus instituciones y cualquier familiar que estuviera cerca en el momento del crimen.
Las autoridades públicas argentinas empleando el mecanismo de capturar y matar extraoficialmente a los apresados de las fuerzas subversivas, pusieron fin a la guerra. La contraofensiva lanzada por el gobierno y el régimen militar en particular, neutralizó la búsqueda del poder de los marxistas por a vía armada. Sus integrantes y simpatizantes desertaron de este camino y buscaron rutas alternas hacia el poder.
El nuevo campo de batalla fue la opinión pública internacional. Nada más fácil que victimizar al que perdió la guerra. No importa si fueron los que la empezaron. La intensa campaña de victimización necesitaba de "víctimas" y "villanos". Los que escaparon al exterior gracias al comunismo internacional y sus cómplices de la izquierda, coreografiaron espectacularmente la embestida psicológica.
Como metodología, sería obligado descontextualizar la historia. De esa forma habría un claro "villano". Extirparon, del largo proceso de lucha antisubversiva, el periodo después del golpe militar de 1976, ignorando 21 años previos de constante enfrentamiento bélico contra las fuerzas antisistemas. Así se desarrollo el trauma de los "desaparecidos". El descarado arte de descontextualizar, de hacer un paréntesis de sólo un tramo de historia y pretender que no tiene vínculos orgánicos, de hacer creer que toda la violencia surgió a partir del golpe castrense y que ellos "respondían" a dicho acto, fue posible sólo por la desinformación, la aptitud hacia la ignorancia y el acondicionamiento ideológico. El efecto no se puede separar nunca de la causa.
Enjuiciar moralmente la practica de "desaparecer" es un tema sano para una sociedad pluralista, siempre y cuando no se desligue del contexto en que se vivió. Si las autoridades (incluyendo el régimen militar de 1976) utilizaron métodos no- convencionales para ganar la guerra, la realidad es que no fueron ellos los que los iniciaron. Las fuerzas comunistas, particularmente cuando enfocaron su guerra en las ciudades, operaban totalmente de modo no-convencional. Las normas establecidas de guerra, como la de vestir uniformes, atacar sólo a uniformados y a lugares alejados de la ciudadanía no-castrense, tenía el propósito de evitar bajas civiles e inocentes.
Las fuerzas subversivas, al elegir librar su guerra de modo no- convencional: escudándose bajo la ciudadanía civil, rehusando vestir uniformes y no operando desde territorios claramente marcados como zonas de guerra, prescribieron su futuro. Si es condenable detener y matar a un combatiente enemigo, tan condenable es llevar a cabo una guerra poniendo en riesgo la vida de personas inocentes y no interesadas en la "lucha de clases" u otras diatribas doctrínales que dan licencia para el asesinato. Las fuerzas marxistas ejercieron una criminal irresponsabilidad en el pleno de la sociedad desarmada al combatir el orden establecido, violentamente, convirtiendo cada calle en un campo de batalla.
La cuestión de que si todos los desaparecidos eran o no subversivos es otro punto válido para polemizar. En toda guerra hay bajas inocentes. Igual, ninguna guerra está eximida de excesos. Eso incluye a todos los que combaten de ambos lados. El jerarca montonero Mario Firmenich, sin embargo, hizo notorio su insistencia en que la mayor parte de los "desaparecidos" fueron "militantes", que "con conciencia, con pasión" desarrollaron sus acciones y no inocentes desligados del proceso conspirativo. Aparte, es una cobardía cambiarles a sus caídos el título de combatientes por el de víctimas inocentes.
¿Pudieron los militares de 1976 haber ejercido más prudencia al confrontar a los terroristas ya que representaban al estado argentino? ¿Hubiera parado la ofensiva comunista una simple acción policial, sin intervención pretoriana? Ahora es improbable, si se busca ser justo con precisión, hacer un análisis con hechos descontextualizados alejados del sangriento proceso que aspiraba al total derrocamiento del sistema social operante desde que se fundó la nación, contra un enemigo cuyos soldados se camuflaban de civil, financiado con un impresionante botín autóctono (más de $70 millones en aquel momento), más al respaldo económico y militar de Cuba comunista y la extinta URSS en plena Guerra Fría.
Lo cierto es que sobre los hombros de las autoridades argentinas de aquella época estaba la probabilidad, o no, de que los terroristas, empleando una guerra no-convencional, tomarán el poder. Tal vez la derogación de instrumentos democráticos, como la Cámara Federal de Penal, que juzgó y condenó a más de 2,000 subversivos, y la posterior amnistía que los liberó en pleno contienda bélica de 1973, influyó en la decisión. La inefectividad de los gobiernos Cámpora y Perones (1973-1976) y el hecho de que ni un solo terrorista en ese sangriento periodo de la guerra (52% de los actos terroristas fueron cometidos en esos años) fuera condenado, pudo haber sido persuasivo. Solo se podrá especular.
La cuestión más relevante en la temática de los "desaparecidos" es la de hacerle un juicio moral como táctica de guerra. Esto requiere, naturalmente, de la inclusión de la metodología de los subversivos. Sería injusto emitir juicio sobre la práctica de un bando y no del otro. Surge entonces la pregunta clave, ante un reclamo de "victimización", ¿Qué es más (o menos) ético, detener y matar a un combatiente opositor, o asesinar, poniendo una bomba en la cabecera de la cama de un enemigo. El juicio se hace más complicado y obliga a la inclusión de cuáles eran los propósitos que daban justificación a esos actos terribles.
Uno luchaba por la defensa de la continuidad con todas sus imperfecciones, pero perfectibles por vías evolutivas. El otro, obedecía a ideas que requería la destrucción de todo el orden existente, desde lo más elemental, para implantar un sistema esclavizador con un historial pésimo. El mundialmente emblemático escritor argentino del Siglo XX, Jorge Luís Borges, dijo "Prefiero la clara espada a la furtiva dinamita". Yo coincido con el maestro.