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OEA expulsa democracia

Fuente/Autor: Julio M. Shiling
Publicado: 06 Julio 2009

Julio92x93OEA expulsa democracia por Julio M. Shiling

Ya es oficial. Con mayoría unánime, la Organización de Estados Americanos (OEA) revocó la suspensión al gobierno cubano dictada en 1962. Como miembro aceptado, Cuba puede volver cuando quiera sin ningún condicionamiento en concreto. La dispositiva de ejercer ese cautivador concepto de "dialogar", no le causará ningún inconveniente a la dictadura castrista. Inconsecuente con el romanticismo revolucionario, los regímenes y movimientos marxistas-leninistas han ganado siempre más sentados en la mesa de negociación, que bregando en los campos de batalla. El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, lideró esta campaña. El "panzer" (como le dicen los que lo conocen), la calculó bien para gestar su ataque. Con el mismo éxito que tuvieron los tanques panzers alemanes sobre la democracia europea, así Insulza arrasó en el seno del foro hemisférico, con el principio político que Churchill llamó “el peor, exceptuando todos los otros".

Según los expertos, en la guerra el "timing" es muy relevate. Insulza, con cuatro años ya de jefatura del organismo continental, tuvo la ensombrecida astucia política para saber esperar el momento propicio. La responsabilidad de escarnecer los principios democráticos que había incorporado la OEA en sus estatutos por enmienda, cae, sin embargo, sobre muchos. Las consecuencias de esta lamentable ocurrencia destapa, no sólo la complicidad (explícita o tácita) de supuestos líderes democráticos, sino que hace más lúcida la agenda que buscan cumplir los obvios conspiradores. Lo peor es a lo que se expone todo el hemisferio por la irresponsabilidad histórica de algunos ilusos (en el mejor caso).

Cuando ganó la presidencia estadounidense Barack Obama, contó no sólo con el 52% del electorado norteamericano, sino también con el 100% del beneplácito de las dictaduras de La Habana, Pyongyang, Teherán, Caracas, et al; y con los aspirantes a lo mismo en Quito, Managua, Buenos Aires, etc. Más allá de que el mensaje de "cambio" que estas dictaduras y tentativas dictaduras enarbolan, sea idéntico o no al que sostiene Obama, lo cierto es que la clara y amplia admiración del actual presidente norteamericano hacia individuos, principios y corrientes de la izquierda radical, a través de su vida, hace comprensible esa euforia.

En eso radica gran parte del problema. Tienen razón para estar optimistas con Obama. Ya no hay en la Casa Blanca un individuo con el fervor de enfrentar la expansión socialista. Menos, si viene con el vestuario de "demócrata" (tan preferida últimamente por la izquierda radical latinoamericana) o prosiguen itinerarios dependientes de fijaciones de conflicto de clases. La ultraja a la Carta Democrática de la OEA, Insulza no lo hubiera logrado con Bush. Por eso esperó.

El deseó que regrese Cuba comunista a la OEA obedece a intereses mucho más integradores de que un sumiso a los hermanos Castro ocupe una silla.

Hasta ahora, la OEA, a pesar de su esterilidad en tantos asuntos hemisférico, no era la ONU. Un ejemplo de esta decadencia ética es tener en la ONU a los violadores más grotescos de los derechos humanos del mundo, liderando, increíblemente, las comisiones monitoras de los derechos humanos. Ahora ese relativismo moral marcará su pauta descaradamente con el sello aprobatorio del máximo foro multilateral en este hemisferio. De hecho, la OEA ha certificado procesos electorales fraudulentos y los ha llamado "democráticos" (i.e., Venezuela). Violaciones a constituciones, libertades civiles, Estado de derecho, separaciones de poderes y autonomía institucional (requisitos para una auténtica democracia) han pasado inadvertidos. Ya la brújula moral de la OEA no las capta. En su agenda está la fundamentalización del izquierdismo en las Américas.

La de-construcción del concepto democrático ya hace tiempo que está en marcha. La izquierda radical, obligatoriamente, lo tiene que hacer. No sólo por requerimientos del léxico ideológico, sino por la facilidad que le prestaría un concepto bastardo en la práctica del absolutismo. Esta fabricación de una "democracia" (popular, directa, participativa, etc.) pretende justificar ejercicios socio-políticos extremistas. El asentimiento de la OEA sería una fuerza de legitimidad impresionante en la campaña para esta nueva configuración de la democracia.

Cuba juega un conveniente papel en todo esto. No sólo por la desesperación de darle al castrocomunismo, imaginativamente, un rostro de civilidad hacia el mundo no-socialista (particularmente los EEUU) que, en definitiva, es quien le pudiera resolver el agudo problema económico a largo plazo. En esta ola de frenesí marxista-leninista latinoamericano, el castrismo busca intentar prolongar su comunismo criollo sin los Castro. Lo patético de esto no ha sido ver a los conocidos aliados y aduladores de la tiranía cubana (Chávez, Correa, Ortega, Kirchner, Lula, Insulza, etc.) en acción. Lo más vergonzoso ha sido contemplar a líderes democráticos no-socialistas como Uribe, García, y Calderón (y sus cancilleres), tratar de racionalizar la desvergüenza. Y, naturalmente, en este grupo no puede ser omitida la representante del gobierno de Obama, Hillary Clinton y su comitiva.

La delegación norteamericana lideró este cantinflesco grupo. Los argumentos que han ofrecidos ellos y los cabilderos académicos del castrismo (Diálogo Interamericano, et al.) van, desde mitigar moralmente el problema como uno sin relevancia para la época ("fin de la Guerra Fría"), que se le quite el "pretexto" al régimen castrocomunista de ser como es o de convencerlos, por medio del "diálogo", a abandonar 50 años de prácticas de barbarie y civilizarse. Interesantes pero absurdas observaciones que apuntan a enfrentar una audiencia aprobatoria sólo si es separada del conocimiento de la historia, los hechos y de la dictadura cubana.

La Guerra Fría es un eufemismo para explicar un periodo donde hubo un intento bestial del comunismo internacional de subvertir el mundo no-totalitario y la resistencia que este último le dio (particularmente los EEUU). Que la metodología haya cambiado no significa que los objetivos de los marxistas-leninistas hayan mermado. Violentar el orden constitucional y social, no desde las selvas o las calles con bombas furtivas, sino desde los pasillos de parlamentos, no provoca la resistencia de los años de la "Guerra Fría". Al contrario. No sólo obliga a una rigorosa aplicación en numerosos campos, sino también a una cautelosa revisión para combatir el nuevo modus operendi de la izquierda radical.

Quien a estas alturas tenga dudas de que el castrocomunismo sea una dictadura par excelance y que medidas de inclusión como estas servirán para crear "pretextos" explicativos de su despotismo inhumano, carece de un raciocinio coherente. Si somos adultos, esto es inadmisible. “Dialogar" es otra de las ingenuidades más populares. Sin entrar en el bagaje emocional y mixto que dicha palabra carga (particularmente en la comunidad exiliada cubana), la esencia del término radica en su potencialidad para discutir puntos de vistas y lograr un acuerdo común.

Dialogar en el entorno político usado por los emisarios de la OEA, presupone una condición preliminar de igualdad entre los interlocutores. Por eso es una falacia elemental. Su argumento reposa sobre falsas suposiciones del problema (falacia causal). La validez de su aplicación es relativa sólo con respecto a una argumentación retórica y la satisfacción emocional de las partes involucradas. En otras palabras, no resuelve nada. Los comunistas cubanos (y su "máximo líder") han demostrado una gran capacidad para la mono-tertulia. Desde ahora, la OEA padecerá de ser receptora de las lecciones (o reflexiones) de la oficialidad castrista. El poder político, sin embargo, es un tema no-negociable para el régimen castrista. Por el momento, nada que ponga ese monopolio en juego estará sobre el tapete.

La entrada de Cuba comunista a la OEA fue por una puerta giratoria por la que la democracia salió a la misma vez con una patada en el trasero. La oportunidad de redimirse de sus pasadas negligencias con el pueblo cubano, fue desaprovechada. El clima político parece haberse acomodado con la inmoralidad. De ahora en adelante, la lucha contra la subversión socialista se llevará desde otras trincheras. La OEA se alió con los enemigos de la libertad y del sistema socio-político que mejor la complementó, la democracia.

 

OEA y Cuba

Fuente/Autor: Julio M. Shiling
Publicado: 30 May 2009

Julio92x93OEA y Cuba por Julio M. Shiling

Se le acredita al Libertador la idea de un panamericanismo funcional planteada en el Congreso de Panamá de 1826. La historia, la política y la experiencia le fueron dando forma concreta a ese concepto. Para bien o mal, hoy, lo más aproximado institucionalmente a la noción de una unión hemisférica, ha sido la Organización de Estados Americanos (OEA). Su actual Secretario General, José Miguel Insulza, en la próxima sesión de la Asamblea General quisiera anular la prohibición participativa a un régimen que este año cumplió medio siglo de ininterrumpida dictadura. El antiguo asesor de Salvador Allende (un "demócrata" que intentó instaurar otra dictadura del proletariado), ofrece la argumentación de que la resolución expulsanado del foro multilateral al gobierno castrocomunista, adoptada por la OEA en Punta del Este en 1962, está "obsoleta".

Esta consideración de Insulza no tiene ningún sentido jurídico, ni mucho menos moral. Cuba sigue siendo miembro de la OEA. Nunca lo dejó de ser. La patria de José Martí, su Estado y sus ciudadanos nunca fueron expulsado del organismo hemisférico al cual los representantes democráticamente elegidos en las naciones dela región, se subscribieron en 1948. Tiene que quedar claro que a quien arrojaron de la OEA fue el régimen castrista. Ese mismo que sigue aún en el poder.

La naturaleza existencial de la OEA, originada en las conferencias panamericanas que comenzaron en Washington en 1899 (Primer Conferencia Internacional de los Estados Americanos), donde se instituyó el precursor del actual organismo, la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas (que cambio su nombre en 1910 a Unión de Repúblicas Americanas y en 1948 al actual), demostró una consistente proclividad al mantenimiento de los principios que propiciaban una armonía hemisférica. Si bien la historia continental no siempre desglosó constante modelos puramente democráticos entre las repúblicas americanas, jamás se materializó una degradación tan abismal como la ejercitada en Cuba comunista con su marxismo-leninismo conceptual y el totalitarismo operativo. El esquema de una imperfección tolerable, de las imperfectas repúblicas americanas, ya no admitía aceptación. La excepción practicada en Cuba desde 1959, rompió el molde de tolerable imperfección.

La Carta Democrática Interamericana (adoptada el 11 de septiembre, 2001 en Lima, Perú), fue incorporada con el fin de enfatizar y esclarecer la primacía de dos prerrequisitos y principios intrínsecos para participar en la OEA: uniformidad democrática (como modo operativo político) y libertades civiles (como derechos indispensables para tener la primera). La "indispensabilidad" y "esencialidad" de la democracia queda lúcida y repetidamente plasmada en el documento oficial. También lo es la libertad como "ejercicio" fundamental y su incondicional vínculo con derechos humanos básicos. Y la Carta no es tímida en explicar lo que define.

Falsas imitaciones no se aceptan. Sólo la democracia "representativa" es la auténtica, válida y aceptada definición y modelo de la OEA. El despiadado abuso del término por atroces dictaduras inhumanas y antidemocráticas, como las de la República Democrática Popular de Corea (Corea del Norte), la República Democrática Alemana (Alemania Oriental), etc., ha obligado a su aclaración obvia. La burda farsa de apellidos variantes como "directa", "popular", "participativa" u otras versiones exóticas que enmascaran formas viles de practicar el despotismo, no pueden tener lugar en organismos serios y comprometidos con la democracia. La sensatez también guió el foro hemisférico. Pero no se quedó ahí.

El documento nos dice que la "esencialidad" de una democracia representativa obliga "el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos" (Sección I, Artículo 3). Lo descrito en la Carta imposibilita, indubitablemente, el retorno del régimen castrocomunista a la OEA. Cuba comunista no reconoce, en praxis, libertades civiles, castiga su ejercicio y por ende, no se rige por un Estado de derecho. Consecuentemente, derechos civiles y humanos son espejismos. La consistente prohibición a que partidos o movimientos tomen parte del proceso político y puedan competir por el poder con la oficialidad dictatorial, excluye toda eventualidad de que el pluripartidismo se practica o se puede percibir en Cuba actualmente. Y sobre la premisa de Montesquieu, no ha existido jamás en el Hemisferio Occidental, un régimen con un sistema que haya ultrajado más la noción de separación de poderes con instituciones autónomas, como el comunismo cubano.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en su Informe Anual más reciente (2008), expuso con 12,250 palabras en 101 artículos, el razonamiento contundente de por qué el régimen de los hermanos Castro sigue siendo un peligroso estorbo hemisférico y meritoriamente excluible de la OEA. El Informe de la CIDH acentúo, entre sus muchos reproches a la dictadura de La Habana, la inexistencia de palpables derechos políticos, jurídicos, espacios y medios de libre expresión y garantías que protejan al ciudadano de arbitrariedades oficialistas. Es más, le recalca al gobierno castrista que "es responsable jurídicamente ante la Comisión Interamericana en lo concerniente a los derechos humanos" y que dicha obligación no concluyó con su expulsión (Resolución IV Octava Reunión de ministros de Relaciones Exteriores OEA, Enero 1962, P. 17-19. Citado en Informe 2008 Capítulo IV, Sección I, Artículo 147).

Adicionalmente, este último reporte subraya en su contenido, que la CIDH "siempre ha considerado que el propósito de la Organización de los Estados Americanos al excluir a Cuba del sistema interamericano no fue dejar sin protección al pueblo cubano. La exclusión de este Gobierno del sistema regional no implica de modo alguno que pueda dejar de cumplir con sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos" (CIDH, Informe Anual 2002, Capítulo IV, Párrafos 7A). Insiste también en recordarle a la cúpula gubernamental cubana, que su expulsión de la OEA "excluyó al gobierno de Cuba, y no al Estado, de su participación en el sistema interamericano" (CIDH, Informe 2002, Capítulo IV, Párrafos 3-7). Esto se traduce en que los crímenes cometidos por el castrocomunismo, aunque sean cometidos en territorio nacional cubano, no escapan a la jurisdicción de la CIDH.

Conociendo todo esto, lo lógico (moral y jurídicamente) sería que el Secretario General del organismo hemisférico se empeñara en reforzar los estatutos, declaraciones e informes del organismo el cual él preside. La deuda de la OEA con el pueblo cubano es larga y verdadera. Ha habido (y sigue habiendo) una lamentable injusticia incurrida contra Cuba. Eso es certísimo. Las barbaries cometidos por el despotismo comunista cubano contra sus propios ciudadanos y los de vecinos países, son extremadamente vastas y connotadas. El esfuerzo de Insulza debería estar en reparar este grotesco fallo. Es un penoso acontecimiento estos 50 años de atrocidades en Cuba frente a una OEA inerte que durante 47 de ellos, a contado con la autoridad legal para actuar contra el gobierno que arremete contra un Estado miembro. Algunos llamarían a esto cobardía o complicidad. Bien podría Insulza remediar esta esterilidad moral y liderar el bienvenido empeño de traer el tema cubano a la palestra. Pero no para contemplar el vergonzoso retorno al seno de donde fue botada cuando las razones para aquella digna acción, siguen estando en pie y la dictadura continúa más desafiante y menos arrepentida que nunca.

La democracia y la libertad complementan derechos inviolables que Dios le otorgó al hombre. La OEA, desde su comienzo, ha tenido un compromiso ético, teóricamente, con estos dos mencionados conceptos. Su Carta originaria, las enmiendas, declaraciones y postulaciones públicas lo recalcan así. La Carta Democrática define y condiciona estrictamente lo que es una democracia y la total adherencia a la misma. Para admitir la dictadura castrocomunista en su seno nuevamente, tendrían que de-construir el organismo completo. O sea, dejaría de ser lo que es. Si Insulza está serio sobre el apoyo que dice darle a preceptos democráticos, una acción más apropiada (aparte de enfrentar al castrismo) sería iniciar la expulsión del régimen chavista. Venezuela bajo Chávez es un híbrido modelo de despotismo electivo que dejó de ser una legítima democracia. Sin embargo, eso no parece estar en la agenda del foro ni de su Secretario General.

Chávez, su ALBA, los adherentes del Foro de Sao Paulo y los otros pseudo-demócratas como Correa, Morales, Ortega, Lugo y los Kirchner´s deberían considerar extender la carpeta roja (de sangre) a la dictadura cubana en otro nuevo foro y dejar a las democracias quietas en la OEA. Tal vez hasta Insulza se podría ir con ellos. Pero el asiento cubano en el actual organismo hemisférico, mientras tanto, debería de seguir estando vació como representación de la democracia ausente en la Isla. Cuando la democracia regrese a Cuba, entonces la OEA tendrá su representación cubana.

 

La Iglesia y el castrismo: La paradoja explicable

Fuente/Autor: Julio M. Shiling
Publicado: 21 Marzo 2008

Julio92x93La Iglesia y el castrismo: La paradoja explicable por Julio M. Shiling

Mucho se ha escrito sobre la recién visita a Cuba comunista del Cardenal Tarcisio Bertone. Los legítimos demócratas, en su mayoría, han sido críticos. Casi todas las reprobaciones, sin embargo, han apuntado al Vaticano, diferenciándolo de la Iglesia Católica, representada por su liderazgo titular. Esto es un error. Omite graves relevancias que diluciden la genuina explicación para esta aparente incongruencia. Primero, una recapitulación de lo ocurrido y varias aclaratorias seminales.

Pretender desligar al Vaticano de la Santa Sede y la Iglesia es una bofetada a la inteligencia. El Vaticano existe como Estado al servicio de la Iglesia. Su paralelismo no se puede ignorar. Menos cuando, por la delicadeza de no ofender a buenas personas, se elude la responsabilidad de altas figuras que cometen grotescos actos de complicidad inmoral. Adicionalmente, la Iglesia, institución de inspiración divina pero humana, no ha sido monolítica tampoco en cuanto a la ideología socio-política-económica que ha recetado para la humanidad. Particularmente en los últimos cien años. Esto es de una envergadura imponente, cuando se toma en cuenta que algunas de estas propuestas y posturas, pisotean los principios más elementales que el Ser Supremo nos enseño.

El Cardenal Bertone fue a Cuba, no como un sacerdote particular. No lo es. Pero sí es el segundo en mando de la Iglesia Católica. Para ser preciso, la mano derecha del Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI. Fue para "celebrar" el décimo aniversario de la visita de Juan Pablo II a la Isla esclavizada, estadía que aún diez años después, pese a las exaltadas esperanzas de los que aplaudieron dicho viaje, todavía brilla por su ausencia la esperada "apertura al mundo" de Cuba socialista. Lo lamentable de la visita a Cuba del Secretario de Estado de la Santa Sede, no sólo fue lo de "festejar" aquel fracasado viaje que rindió poca cosecha cristiana, sino con quienes fue a "festejar" y a quienes le dio la espalda.

Ante tanta desvergüenza, por dónde empezar. "Quiero ahora, con motivo de esta cena", exclamó el Cardenal, "dirigir un particular saludo a los Representantes del pueblo cubano aquí presentes..." No, no se dirigía el Secretario Bertone a Marta Beatriz Roque, Oscar Elías Biscét o Antunez. Los que compartieron la cena oficial con él y a quien le hablaba, era la cúpula dictatorial cubana. Si pensaron que iba a aprovechar la ocasión para, al menos, regañar a algunos de los responsables de la barbarie, se quedaron pasmados esperando. Más bien sus palabras reflejaron un afán de entrelazar fuerzas con la dictadura. "En este espíritu de concordia", delineó el asesor principal de Benedicto XVI a la tiranía, "estoy seguro de que pronto se podrá llegar a establecer un instrumento de trabajo que facilitará nuestras relaciones recíprocas". Y los "votos" y "saludos" al criminal de lesa humanidad, Fidel Castro, eran de esperarse. Su admiración por lo morboso no se detuvo con el asesino en jefe. En nombre de la Santa Sede, le deseó "aciertos" a la nueva junta gobernante, algo llamado "Consejo de Estado" y compuesto por algunos de los más connotados criminales de las Américas. ¿Cómo se puede explicar que la Iglesia Católica, entidad tan centralizada, haya enviado al segundo en su jerarquía, a comulgar con una sangrienta dictadura comunista? La respuesta es fácil.

Perfecto sólo es Dios. Todo lo humano es falible. Así nos los reveló Platón y San Agustín. Pero un día vinieron algunos que rompiendo con la noción del Pecado Original, promulgaron ideas que excitaron los sentidos de esos que se creyeron capaces de establecer un nuevo orden. Estos pseudos-ilustres (Rousseau, et al), dijeron que el hombre es perfecto y lo malo es su entorno. De ahí ha construir, por medio de la ingeniería social, el "cielo en la tierra". Todo esto haciendo caso omiso a lo articulado por San Agustín, un Doctor de la Iglesia, que demarcó claramente la diferenciación de vivir dando la primacía al alma o al cuerpo. De las filas que comenzaron a formarse para impregnar al mundo con estas absurdas nociones, estaban religiosos que sustituyeron lo sobrenatural con lo natural. Y nos han querido convencer, a partir de ahí, de que así pensaba Jesús.

Debe quedar claro que ha habido dirigentes de la Iglesia que vieron venir la obscura tempestad. Pío X fue uno de ellos. "En estos últimos tiempos", alertó el Pontífice en su encíclica Pascendi Dominici Gregis (1907), "ha crecido extrañamente el número de los enemigos de la Cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente nuevas y llenos de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia y hasta por destruir de alto a abajo, si les fuera posible, el imperio de Jesucristo". "Hablamos"..., continua la encíclica, "de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta sacerdotes, a los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología e impregnados, por el contrario, hasta la medula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se jactan, a despecho de todo sentimiento de modestia, como restauradores de la Iglesia". Análisis profético el de Pío X. Resume la clarividente premisa en una oración, "Traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro...".

Giuseppe Melchiorre Sarto, el nombre con que nació el Papa Pío X, dos años después en la encíclica "Communium Rerum" arremetió contra los conspiradores anticristos que enarbolaban (en nombre sólo) la fe católica. Los llamó..."Hijos desnaturalizados que pretenden que el cristianismo sólo conserve el nombre...Entre Cristo y Belial (genio del mal) no hay posibilidad de composición o acuerdo". Oídos sordos ha prestado el actual Sumo Pontífice, igual que su predecesor, a la postura digna que planteó Pío X. Colocación moral y práctica, que genuinamente capta la esencia del ejemplo de Jesús, en sus diferentes enfrentamientos con el mal y sus representantes: no concertar con el no-arrepentido y esencial enemigo (arrepentimiento recuerden que requiere del total abandono de actividades pecaminosas).

Pío X, campeón de la pureza de la fe desligada de añadiduras "modernistas" que con sus nuevas metodologías de análisis la deformaban transcendentalmente, sospechoso de la politización de la Iglesia y enemigo del socialismo, no fue el único en alertar sobre el peligro venidero. Antes que él lo hicieron los Pontífices, Pío IX y León XIII. Después, su sucesor, Benedicto XV, siguiéndolo Pío XI y Pío XII. Merece destacar la muy conocida encíclica "Divinis Redemptoris" (1937) de Pío XI, declarando al comunismo "intrínsecamente perverso" y prohibiendo oficialmente la cooperación entre la Iglesia y los católicos que se adhirieran a la doctrina marxista, conociendo este la capacidad insidiosa de los movimientos comunistas. También, la exclamación del Papa Pío XII (1956) de que dialogar con el comunismo no era factible, dada la inexistencia de una misma moral idiomática. Y la reiteración de Pío XI de que “la oposición entre el comunismo y el cristianismo es radical" merita asimismo mención. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de los citados dirigentes de la Iglesia Católica, buenos y malos tildaron la balanza a favor de un revisionismo drástico dentro del catolicismo. Las desastrosas repercusiones, hasta este día, lo están padeciendo el mundo y la Iglesia.

El suceso histórico que atinó las posibilidades para que las facciones más radicales del izquierdismo católico se apoderaran de la agenda eclesiástica, fue el Concilio Vaticano II. Esta asamblea ecuménica convocada por el Papa Juan XXIII en 1959 (sólo meses después del fallecimiento del anticomunista Pío XII y su ascensión al liderazgo de la Iglesia) y concluida por Pablo VI, tenía el propósito expreso y abstracto de "modernizar" y "renovar" la Iglesia, su Liturgia, los feligreses, las relaciones y cuestiones "sociales", etc. Las "reformas" que se adaptaron en esa asamblea que congregó a 2450 obispos entre 1962 y 1965, y el producto final, galvanizó las fuerzas proclives a la ingeniería social que por medio de instrumentos políticos totalitarios e ideologías que veían retratada una lucha de clases, cristalizaron "soluciones" a "problemas" percibidos.

Algunas anécdotas interesantes del Concilio Vaticano II incluyen la coordinación del Cardenal Tisserant (muy popular en círculos de la izquierda radical) en 1962, de la "asistencia" al Concilio de observadores soviéticos. La reunión en Francia entre el Cardenal y los soviéticos fue llamada por la prensa, el "Pacto de Metz" (confirmado por Monseñor George Roche, secretario por 30 años del Cardenal Tisserant, a Itineraires, No. 285, página 153). A cambio de asistir al Concilio II, los soviéticos exigieron que no se redactara, en la misma, ninguna condena al marxismo, según la fuente citada y otras, entre ellas la de Monseñor Schitt, obispo de Metz, quien en rueda de prensa confirmó que la URSS obtuvo lo que quiso (Le Lorrain, 9 de febrero, 1963). El hecho de que, entre lo producido por el Concilio II se encontraron críticas al capitalismo y al colonialismo, pero nada referente al comunismo, afianza lo sospechado. Sería interesante anotar que varios intentos para condenar el marxismo por medio de proclamas, fueron hechos (similar a previas ocasiones) por agrupaciones de obispos. Estos esfuerzos fueron frustrados por la interferencia de las pertinentes comisiones.

Dentro del contexto del Concilio Vaticano II, los años venideros produjeron una Iglesia mucho más ocupada en las cuestiones temporales del mundo contemporáneo que en las de su propósito original: enfatizar lo sobrenatural y salvar almas. Los "reformadores", laicos y clero abrazaron conceptos de "guerras sociales", identificando la misma con la religión y todo su fervor. La Revolución Castrocomunista, con su diatriba oficial de igualitarismo, su utopía, anticapitalismo y antinorteamericanismo, jugó dentro de ese entorno histórico, un papel inspirador para esta corriente. La palabra "revolucionario" pasó a ser, para los más extremistas, casi sinónimo con cristiano. En América Latina la aplicación paralela del Concilio II se materializó en Medellín en 1968.

El Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM: asamblea que agrupa a los obispos católicos de América Latina y el Caribe), incorporó la licencia que el ideario del Concilio II le extendió, radicalizada aún más con la añadidura de "Populorum Progressio" (1967), encíclica anticapitalista de Pablo VI. El documento redactado comprometió a la Iglesia latinoamericana a lanzarse a la "acción social" para remediar la miseria que ellos consideraban originada por el sistema capitalista. Tan fundamentalista fue dicha declaración que hasta formuló la "justificación" para que sacerdotes abrazaran acciones políticas de índole insurreccional contra el orden existente. El brinco de cura a guerrillero fue fácil para algunos. Para otros, la permanencia dentro de la Iglesia inculcó una concientización que, al aceptar ideológicamente la recetada versión del "compromiso con lo social", al marxismo se le dio por alto su contenido materialista y ateo. El enfoque fue en su percibido "humanismo". Con responsabilidad y evidencia innegable se puede atestiguar que ahí se inspiraron (y salieron) algunos de los movimientos terroristas más connotados de América Latina.

Los Bertones de la Iglesia (y el que los autoriza) representan a una facción trasnochada, pero activa y poderosa dentro de la Santa Sede. Vienen de la extirpe que produjo el Concilio Vaticano II, sus apéndices ecuménicos, las encíclicas y las ideas políticas que infundió todo eso. Endosan recetas económicas, como la llamada "Doctrina Social", que puestas en ejercicio, sólo profundizarían y proliferarían la miseria material, el clientelismo y con su estatismo predador, debilitaría la sociedad civil a expensas de una élite gobernante. El actual liderazgo de la Iglesia (como el anterior con respecto a Cuba) no se siente muy incómodo con la dictadura cubana. Pienso que ciertos aspectos inherentes del despotismo castrista les deben chocar i.e., falta de libertades civiles, fusilamientos, etc. Pero la incomodidad no se contrapone a lo que admira del castrocomunismo. La letanía oficial la cree (educación, salud, embargo, etc.). No considera a la tiranía su enemigo, ni siquiera adversario. Simplemente disienten. No se oponen. Valoran más como concepto el igualitarismo, aunque sea sólo como capricho metafísico, que la libertad.

Los principios de la "guerra justa" contra el mal de San Agustín, el "tiranicidio" de Santo Tomás de Aquino, la intransigencia del Padre Félix Varela, el desbordamiento por lo sobrenatural y la fe que nos ilustró Santa Teresita del Niño Jesús ¿dónde figuran en la esquema de la Iglesia de hoy? Sólo en el léxico de un sermón vació. En la práctica, el revisionismo las desterró. Pero están vivas como el Verbo del Santísimo Padre que se enfrentó a la brutal tiranía romana y los hipócritas Sumo Sacerdotes. Las palabras de un arrepentido Pablo VI, años después, declarando que el mal y su "humo" habían "entrado en el santuario y... envuelto el altar", mantienen tanta relevancia hoy como en 1972 cuando lo dijo. Lo ocurrido en Cuba es un ejemplo de eso.

La Iglesia necesita de otro San Francisco de Asís, con una misión similar. En San Damián, una capilla humilde y hermosa, desde un crucifijo bizantino, Jesús por primera vez le habló al joven San Francisco. El Gran Maestro le dijo, "Francisco, arregla mi casa". Ahí se le señaló el camino al Hermano de Asís. Ahora más que nunca, necesitamos otro San Francisco para, nuevamente, arreglar la Santa Iglesia.

 

 

Martí y el monstruo

Fuente/Autor: Julio M. Shiling
Publicado: 19 Marzo 2008

Marti y el monstruo

Martí y el Monstruo

Tan antiguo como la historia es el concepto de “monstruo”. Esta palabra derivada del latín (monstrum) ha operado como compendio dentro de la mitología, las leyendas, la ciencia ficción y más comúnmente, como una expresión figurativa literaria y oral. Artífices, adeptos, amigos y apologistas del comunismo cubano han expendido un monumental esfuerzo, con el mencionado concepto. Construyendo su mitología revolucionaria, la dictadura cubana no perdió tiempo en enlistar una intelectualidad sumisa para ayudar, a no sólo construir el “hombre nuevo”, sino también de-construir la verdad. La metodología, en esta ocasión, sería la descontextualización.

El haber residido en la casa al lado de la que habitaba Mariano Martí en México, sirvió para que Manuel Antonio Mercado y de la Paz conociera al Apóstol de Cuba. El eximio mexicano llegó a ser Oficial Mayor de la Secretaria de Gobierno del Estado (Michoacán), Diputado al Congreso, Subsecretario de Gobernación, Vicepresidente de la Academia Mexicana de Jurisprudencia, Secretario del Colegio Nacional de Abogados y Secretario del Gobierno del Distrito Federal. Para José Martí fue un amigo entrañable. Duda no me cabe, que por el recíproco efecto que Mercado le tenía al Maestro, y en honor a la verdad, con su propia licencia para ejercer la ley, demandaría al régimen castrocomunista (si en Cuba hubiera un Estado de derecho), en nombre de Martí, por difamación y desvirtuación de carácter.

Presentaría como evidencia una exposición muy allegada a él: una carta que el insigne cubano le escribió, un día antes de su traslado a la Vida Eterna y consagrada en Dos Ríos, ese espacio de tierra para siempre (Carta a Manuel A. Mercado, Campamento de Dos Ríos, Mayo 18, 1895). Con la oración, “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas…”, han intentado los castristas y sus simpatizantes, de elevarla a connotación internacional, ofreciéndole riendas amplias para que circule el mundo, desacompañada de un serio análisis y por supuesto, con una coreografiada interpretación. Mucho hubieran dado por poder anexarle un acompañamiento musical, como gozan ciertas estrofas de los Versos Sencillos, insertada a la canción la “Guantanamera”. Sin embargo, como todo lo que sostiene moral e intelectualmente al régimen sanguinario en Cuba, éste empeño carece de sustancia y no resistiría un escrutinio objetivo.  

Los papagayos y propagandistas del castrocomunismo han pretendido reducir el testamento político de Martí a esa oración específica y la citada carta a Mercado, en general. En el intento de alistar al Maestro en las filas del fundamentalismo antinorteamericano, factor inherente en todo movimiento totalitario (comunista, fascista, nazista o islamista radical), éste acto de imbecilidad sublime han cometido. Usando el hacha más que el pincel, extirparon unas palabras selectas y la descontextualizaron del pensamiento e ideario martiano íntegro. Cabalmente, lo han contradicho y tergiversado.

Martí le cuenta (en la carta) a su amigo mexicano de su entrevista en la manigua con Eugenio Bryson, corresponsal de un diario norteamericano. Este (Bryson) le relata al Apóstol lo conocido por muchos. La metrópoli española, frustrada y amargada por su incapacidad de dominar el movimiento independista cubano, prefería lidiar en la derrota con una potencia extranjera, que un victorioso ejército mambí. La crónica verbal de Bryson exponía su conversación con Arsenio Martínez Campos, arquitecto del Pacto de Zanjón y gobernador español en Cuba, y la articulación del mismo sobre la preferencia española de “entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos”. Nuevamente, eso era una conclusión sospechada y nada nuevo. La reseña adicional del corresponsal norteamericano, sobre la corriente anexionista y el pulso antiindependentista del momento, no aportó tampoco ninguna revelación novedosa. Sin embargo, esta carta inconclusa ha sido el banderín predilecto y angular del despotismo cubano, para timarnos de que el autor intelectual de la independencia de Cuba, podría también ser el progenitor transcendental de la barbarie revolucionaria, en marcha desde 1959, y su fastidio odioso con el vecino al norte.   

La coincidencia de la fecha de la carta (el día antes de fallecer en combate Martí), indudablemente, le ha prestado un servicio a las pretensiones del régimen. Pero sólo la desfachatez o la ignorancia pueden servir de excusa, para el que engulle la postulación castrista. El sacar esencialmente de su completitud contextual, posturas tan claras como abisal, solamente se atreve un sistema que cuenta con el absoluto control del poder y una intelectualidad borrega y cómplice. La objeción de los cubanos (y algunos españoles también) de permanecer una colonia de la corona española, se personificada en tres corrientes: el autonomismo, el anexionismo (a EE. UU.), e el independentismo. Para el Maestro, independentista par excellance, ningún camino que no fuera el de la emancipación absoluta de la tierra de sus padres, era factible. Cuba para los cubanos (y todo el que la amara), no aislada ni exportadora de ideologías “extranjerizas”, sino partícipe de una comunidad de naciones libres, era la colocación de, no sólo Martí, sino de la gama de próceres, antes y después, que anhelaron la independencia de Cuba. Rechazo a inclinaciones anexionistas, constituía una base firme, en el planteamiento independentista, fuera quién fuera la nación deseosa de apoderarse de Cuba. Pero eso sí, sin rencor o cólera hacia nadie. Si no hubo malquerencia o bilis, hacia los españoles, en el corazón del Apóstol, sería incompatible que del pecho de Martí brotara, hacia la democracia practicante más antigua del mundo (y no es Grecia), sentimientos paralelos a los que los propiciadores de luchas de clases han divulgado.

Cuba, desde su descubrimiento por una potencia europea, ha sido codiciada por diferentes poderes. Los EE UU no han sido la excepción. Tampoco ha sido una postura, dentro del entorno político norteamericano, monolítica. Si bien presidentes como Jefferson y Polk, expresaron interés en adquirir la isla caribeña, hubo otros, Lincoln y Teodoro Roosevelt (para citar dos), que no compartían esa inclinación. Adicionalmente, existe en los EE UU, una práctica activa del concepto de la “separación de poderes”. De manera que un mecanismo, centralizado, arbitrario y absoluto, para llevar a cabo dicha transacción, no existía. Parte del problema con la premisa castrocomunista es la óptica que el prisma totalitario ofrece. La facilidad de ejecutar decisiones unilaterales, sin un procedimiento lícito ni prejuicios democráticos, es ejercicio cotidiano en dictaduras totalitarias. El mundo libre nunca ha operado así.

La historia está colmada de ejemplos de regímenes, buenos y malos, que explican su expansión territorial a través del tiempo, tanto con legitimidad, como con lo absurdo. Sin relativizar el asunto, el hecho es que cada caso obliga un análisis considerable y balanceado, previo a la emisión de juicio. Con respecto a los EE UU, los enemigos modernos de la democracia, que ven en la libertad un impedimento, han concretado todo lo alcanzable por, demagógicamente, falsear la historia ocurrida y presentar otra distorsionada.   

La Doctrina del Destino Manifiesto, la argumentación teórica de extender la nación norteamericana del Atlántico al Pacífico, no fue un planteamiento ideológico doctrinal y menos con pretensiones “científicas”. Fue un precepto. Se considera que el concepto surgió de un sermón verbal de John Cotton, un ministro puritano, en 1630. No fue hasta 1845 que un columnista llamado John O’Sullivan retomó el tema. Cierto es que en los 1890’s, entre sectores de políticos y la intelectualidad estadounidense, cobró nueva vida. Pero una distinción urge que se haga diferenciando dicha postura no-escrita de expansión y el “norteamericanismo” como fenómeno socio-político excepcional.

El hecho de que los EE UU la fundaron individuos que vinieron buscando la libertad religiosa y fomentaron los documentos políticos más audaces, con respecto a la protección de libertades civiles y las limitaciones al poderío estatal (First Virginia Charter de 1606, Fundamental Orders of Connecticut de 1639, First Continental Congress: Declaration of Colonial Rights de 1774, Virginia Declaration of Rights de 1776), sin duda contribuyó a la percepción de muchos de sus ciudadanos (y otros no-ciudadanos), que la mencionada nación, ex colonia inglesa, tenía un sitio importante dentro de un esquema Providencial. Al menos nunca antes había existido un experimento político, donde tanto se enfatizó la libertad como derecho natural y la búsqueda convencional para su preservación. Las complejidades de una sociedad plural como la norteamericana, forjada de amalgamas de culturas, idiosincrasias, pero suficientemente fuerte para no sólo no perder su identidad, sino extender la civilidad de su cultura socio-política a todos sus residentes (naturales o recién llegados) y a la vez establecer la potencia económica más rica del planeta, no escapó la admiración de Martí. Este fenómeno era relevante aún en la época del Maestro.

Para Martí, la libertad era una consagración. Sería inconsecuente que el insigne cubano desplegara animosidad hacia el esquema político cuya primacía era la libertad de cada individuo. Gran contraste a la bárbara experimentación que se cometía al otro lado del Atlántico, donde la guillotina resultó ser el bisturí de los ingenieros sociales jacobinos. Martí gozaba del mágico don del poderío de palabras. Pero su poética alma, exponiendo siempre con un vocablo galán y exquisito, jamás se desprendió de la consistencia. Por eso muy temprano en su vida expresó su admiración por el excepcionalismo norteamericano. De particular elogio fueron su dinamismo, pluralismo y, valga la redundancia, el cultivo a la libertad que encontró en el país donde más tiempo, terrenalmente, habitó. La estimación del Apóstol por la tierra de Washington, y su amor por Abraham Lincoln, Ralph Waldo Emerson y Wendell Phillips (cuya fotografía colgaba en la oficina de Martí: ver Carta a Gonzalo de Quesada, Abril 1, 1895. Nota: no había retrato de Marx), no le impedía, simultáneamente, criticar y objetar ciertos procedimientos, corrientes políticas y costumbres culturales de la misma.

El absolutismo socialista en Cuba ofende la inteligencia humana, al pretender encasquillar al Maestro en un simplismo inaplicable. Martí era lo suficientemente sofisticado para segregar lo deseado de lo indeseado, sin destruir el panorama generalizado. El exilio extendido del Apóstol en los EE UU y partes de América, le ofreció una apreciación sociológica, donde veía ciertas aventajas en la aplicación de modelos culturales que tomaran más en cuenta factores idiosincrásicos. El paradigma anglo sajón protestante (EE UU) o el europeo, aplicado estrictamente en América Latina, consideraba Martí que se encontraría con problemas de inadaptabilidad, sin añadiduras autóctonas. Su análisis partía de consideraciones sociológicas y antropológicas, no ideológicas. El palpar las inclinaciones euro céntricas en los EE UU,  fue otra observación del Apóstol, no distante de la realidad. Dicha inclinación, reflejaba una muestra de la bajeza humana, relevante a toda la humanidad y anotada por Martí, ciertamente, de lo que consideró latente en los EE UU. Pero no es menos cierto, que plasmó en sus escritos también la movilidad con que la sociedad norteamericana navegaba. Fenómeno hecho posible sólo en un lugar de oportunidades. Esa otra parte contenía los elementos admirables hacia el país norteño. La búsqueda en exceso de riqueza material fue otra detracción.

La crítica del Maestro hacia el consumismo y el ritmo de vida en los EE UU reflejaba una inquietud legítima compartida, incluso, por numerosos norteamericanos también. Sin duda, la época que le tocó Martí vivir fue una de gran expansión económica, llena de invenciones, de innovaciones y del uso de la tecnología como nunca antes (para esa época). El desplazo poblacional hacia la urbanización, el influjo de masas de nuevos residentes provenientes de países diferentes, vislumbraba la llegada de la modernidad y todos sus costos de adaptabilidad. El planteamiento del Maestro preserva su relevancia aún hoy y es una cuestión que toda sociedad que descubre el progreso económico y tecnológico tiene que enfrentar: el mantener un equilibrio entre lo material y lo espiritual. Pero en ningún momento, abogó Martí por una intervención convencional coercitiva. Mucho menos prescribió un plan de “acción revolucionaria” para implantar la utopía. La reverencia martiana por la libertad se lo impedía. Su crítica era una apelación a un más enaltecido modo de vivir, pero uno sin sacrificar el libre espacio de los ciudadanos.

Nociones como la desigualdad, fueron atendidas por el Apóstol desde el prisma del liberalismo. Nunca comulgó con las recetas radicales del socialismo para lidiar con ese problema. De manera que sus anotaciones de como se desenvolvía el nuevo orden económico en su día y los ajustes al capitalismo y la tecnología que trajo y el peaje del reajuste social, fueron siempre uno de trabajar para su mejoría, dentro del sistema social existente. Nunca reemplazándole y mucho menos violentamente y sostenido por coerción.

Los EE UU, ya para la época del Maestro, encabezaba el mundo en capacidad productiva. Había, incluso, sobrepasado los países europeos. Su deseo de extender su influencia en el continente donde es encuentra, era de esperar. Eso ha sido el caso, con toda potencia, a través del tiempo. En eso, tampoco, los norteamericanos han sido exclusivos. Aquí no se está emitiendo un juicio de si es una conducta benigna, o no, la temática de hegemonías. Pero si se fuera intentar, abría una largísimo lista de naciones e imperios sobre el cual habría que emitir un veredicto. Se puede comprender, también, que en un mundo globalizado, hoy, la mayoría lo ve con menos sospecha. Martí, político capacitado, actuó correctamente alertando, desde la óptica de su tiempo y lugar, sobre la potencialidad del vecino norteño. Como patriota y con toda una vida ungida por la independencia de su patria, era  natural que combatiera cualquier pisco anexionista. Su cautela, en nada lo convierte en un antinorteamericano. La inquietud del Maestro con los EE UU, legitima en ese momento, jamás en la práctica alcanzó la proporción de injerencia que los comunistas cubanos, nos han querido convencer.

Para el analista objetivo, en el pre castrocomunismo las relaciones entre Cuba y EE UU, nunca alcanzaron dimensiones categóricas, de un imperio y su súbdito. Pese a  situaciones específicas e inoportunas y de “enmiendas” que todos lamentamos (y luego fue derogada), el entrometimiento de los EE UU, en los asuntos de la República de Cuba, conocía límites que quedaba demostrado, cada vez que el Estado republicano cubano así lo decidía (presidencia de Alfredo Zayas, para nombrar sólo un instante). Un análisis de  las relaciones cubananorteamericanas, previas a la dictadura castrista, compelería una reconsideración histórica ardua, donde protagonistas criollos tendrían que asumir su responsabilidad por las intromisiones, concretadas o tentativas, ya que muchas veces obedecían intereses mezquinos, partidistas o sectarios. Si se fuera a categorizar, el vínculo cubanonorteamericano como uno de imperialista-súbdito, habría que redefinir la terminología de palabras y de conceptos. Nuevamente, la patraña castrocomunista, no resistiría un escrutinio mínimo, superada ya de su descarga fatigada, emocional pero vacía.

Curiosamente, Cuba sí llegó alcanzar niveles descriptivamente paralelos o en aproximación, a lo que preocupaba a Martí. Pero no fue la nación de Lincoln la que propició el alcance imperial. Sino sucedió con el régimen que instauró Lenin, el mismo “revolucionario” que enmendó el marxismo, con nada menos, que su tesis sobre el imperialismo (un experto en la materia de violar la soberanía de otros). Pronto y fácil, el que se documenta descubre, que la palabra “imperialismo” ha sido una más en el vagón grande de términos y expresiones, mancillados y deformados. Martí equiparaba el imperialismo con el ejercicio autocrático del poder político por una fuerza foránea. Punto. La misma carta a Mercado demuestra al Maestro usando la palabra, en su referencia a los EE UU, estrictamente bajo condiciones de una acción anexionista. La otra referencia es con la metrópoli española, y la obvia monarquía absolutista.

La tediosa extensión que Lenin (particularmente), Rosa Luxumberg y otros marxistas le dieron al concepto original de “imperialismo”, desembocó en su desnaturalización total. Hoy pudiera querer decir todo lo que un comunista quiere que sea. Siempre y cuando, por supuesto, esté denigrando o insultando. Cuando se lee a marxistas, uno se lleva la impresión de que escriban para que nadie los lea, pero que todos los sigan. Martí, sin embargo, sí leyó a Marx y los socialistas que lo precedieron. Ninguno lo convenció. Desde 1959, el despotismo cubano y sus cacatúas, quieren convencernos a todos del sentir de animosidad del Apóstol, hacía los EE UU, su sistema (económico y político) y un imperialismo percibido que, naturalmente, ellos mismos, con exclusivismo, insisten en definir. 

Martí era, enfáticamente, antiimperialista. La renuncia voluntaria a la soberanía cubana que la dictadura castrista ejerció con la Unión Soviética, jamás el Maestro hubiera aplaudido. Más aún, su desprecio por toda esquema convencional que privara al hombre de la variable necesaria para vivir la vida con decoro: la libertad; encontraría en Martí un enemigo acérrimo e intransigente de dicho sistema. El problema del castrocomunismo en particular y el socialismo en general, con los EE UU, no es su diatriba pesada de acusaciones huecas de “imperialismo”, que ni ellos exactamente pueden precisar. El léxico propagandista es pura letanía ideológica. La lucha por influenciar el rumbo del mundo está siempre latente. Y ellos no son meros espectadores. Luchan por monopolizar el reguero de la hegemonía. Pero claro la marxista-leninista. El verdadero problema que tienen con la nación norteamericana es la preponderancia que ésta le concede a la libertad en todas sus facetas y el impedimento que esto les resulta a sus objetivos subversivos.

El testamento político fidedigno del Maestro, para el que lo quiera buscar, lo escribió en un pedazo de Cuba en Quisqueya, llamado Montecristi. Ahí con Máximo Gómez en la proximidad, redactó un Manifiesto para la eternidad. La ausencia en el mismo del concepto del odio, ha privado a los comunistas de esa arma inherente (y necesaria) en el arsenal ideológico de la lucha de clases: el odio; como bien lo narró el buen marxista-leninista Ernesto (Che) Guevara. El verdadero “monstruo” está aún en el poder en Cuba. La verdadera monstruosidad es la barbarie cometida por un movimiento político psicópata y su sistema engendrado, que ha afligido la patria de Martí. Pero todo llega. El Maestro espera concluir su obra.

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