- Fuente/Autor: Julio M. Shiling
Ucrania acaba de declarar al partido comunista (tres de ellos) y al partido nacionalsocialista, ilegal. La misma corriente ha soplado en Alemania, Polonia, los Países Bálticos, Rumanía y unos cuantos más. En algunos de esos países, esto ocurrió hace más de medio siglo. Si tomamos en cuenta los partidos nazi/fascista en específico, su prohibición abarca, prácticamente, el continente europeo completo. ¿Por qué han prohibido estas democracias los partidos comunistas y nacionalsocialistas?
Fundamentalmente, ha sido por tres razones. Los partidos comunistas y nacionalsocialistas surgen de movimientos cuyo sostén epistemológico proviene de ideologías radicales, que una vez que llegan al poder, aniquilan la democracia (la incipiente o la fundamentada) o sus posibilidades de que la misma llegue a existir. Son partidos anti sistemas. El otro factor es que coaccionan una fusión forzada con el Estado. De modo que estos movimientos que aspiran a la dominación total de manera inherente, irremediable y necesariamente, anexionan al Estado y lo convierten en un monigote disfuncional, pero uno muy eficiente en su aplicación dictatorial. La última razón que justifica que algunas de estas democracias europeas hayan ilegalizado estos partidos anti sistemas, es porque los partidos comunistas y nacionalsocialistas que han alcanzado el poder, todos sin excepción, han cometido crímenes sistemáticos grosos. La absorción del Estado por parte de estos movimientos radicales, convertidos subsecuentemente en partidos, y luego el control absoluto que ejercen sobre el poder político y la sociedad en general, imposibilita que se pueda categorizar a estos “partidos” bajo el parámetro del raciocinio democrático.
En el caso del Partido Comunista de Cuba (“PCC”), el asunto se complica aún más. No sólo poseen las características lamentables explicadas previamente. En adición a eso, el liderazgo del régimen despótico que implantaron en la isla caribeña ha sido, desde su estado embrionario, un mecanismo arbitrario, caprichoso e irracionalmente dirigido por un personalismo extremo. En el caso cubano, este estilo de direccionar el despotismo ha llevado el sello de una persona exclusivamente. Después ha sido manejado por su hermano y algunos pocos allegados, pero a la sombra del momificado caudillo. El sociólogo alemán Max Weber encasillaría el liderazgo histórico del comunismo cubano como un caso híbrido sultánico-carismático. En palabras más sencillas, el principal órgano político institucional en Cuba comunista se ha conducido como le ha dado las mismísimas ganas a Fidel Castro.
Si esto no fuera suficiente para colocar al PCC en una categoría extraña y poco seria, institucionalmente hablando, su trayectoria histórica ha sido tornadiza y poco consecuente. Por los primeros dos años, la dictadura de los Castro, que en realidad nació y dependió del cañón de un fusil de un ejército (igual que hoy), se autocalificó como una especie de troika constituida por el Movimiento 26 de Julio, el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo. Dejando a un lado los méritos de la historiografía oficialista sobre esta etapa, para 1961 se forma las tituladas Organizaciones Revolucionarias Integradas. Unos meses después, se antojó el tirano Castro (Fidel) de permutar el órgano político y surgió el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba. Esta estructura particular duraría unos tres años más.
Paradójicamente, el PCC se oficializa el día que se leyó la misiva del desalojo de Cuba, de otra figura emblemática y sanguinaria del castrocomunismo, Ernesto Guevara. Desde ese 3 de octubre de 1965, el PCC ha sido el vehículo político, en un sentido de imagen y figurativo, del despotismo castrista. En 1975, 1980, 1985, 1991, 1997, 2011 y ahora en 2016, este invento macabro de Lenin, ha sido convocado. ¿Para qué? Esa sería la pregunta más lógica, considerando su incoherencia institucional y práctica. La respuesta es sencilla: para avalar, publicitariamente, lo que ya han acordado secundar los treinta y un individuos del Consejo de Estado, de lo que ya la familia de los Castro decidió.
El incumplimiento de doscientos cuarenta y seis de los proclamados lineamientos del último congreso hace cinco años, da una indicación a vista rápida que este organismo, en el mejor de los casos, es incompetente y estéril. En adición a su record de investir con “legitimidad” una burda dictadura que ha utilizado muy bien la represión y las relaciones públicas, pero muy mal el poder político, no ha sido capaz, ni mínimamente, de romper el bloqueo del centralismo democrático que los hermanos Castro le han impuesto fundacionalmente.
Muchos están especulando sobre lo que saldrá finalmente del Séptimo Congreso del PCC. Pudiera repetir que el enorme mar de la legalidad socialista acordada pero incumplida e irrelevante en la practicidad, le roba todo credibilidad al PCC. Eso, sin embargo, no es lo peor de esta mega institución, ni mínimamente. Hasta que no rompan el cerco del leninismo que los Castro le han impuesto, el PCC será sólo una cofradía de eunucos. Si quieren buscar posibilidades para emular, pudieran empezar por Boris Yeltsin (menos el vodka). El problema de partidos anti sistemas, sin embargo, va mucho más profundo. No es simplemente promover un cambio de gobierno o más audaz aún, un cambio de sistema.
La poeta rumana, Ana Blandiana, lo expuso claro: “Porque puedo entender, soy culpable por todo lo que entiendo”. ¿Entenderán los miembros y participantes del PCC lo que verdaderamente agrava a Cuba? ¿Entienden la responsabilidad que tienen de esa tragedia? La reconciliación auténtica pudiera empezar en el PCC. Romper con un pasado criminal, marcaría un buen punto de comienzo. Tal vez lo más seminal del Séptimo Congreso del PCC será, no las barrabasadas que se pronunciaran, sino la verdad silente. Lo innegable. Los hermanos Castro y sus allegados íntimos son el factor de cohesión del comunismo cubano. El criminal ejecutor de ese sistema, el PCC, separa a Cuba de un porvenir civilizado. Quiera Dios que esté sea el último congreso de un partido comunista en Cuba y que la democracia cubana, cuando llegué, tenga la sensatez de imitar los ejemplos de las democracias europeas en cuanto a partidos anti sistemas.