- Fuente/Autor: Julio M. Shiling
"Ich bin ein Kubaner".
En la conmemoración del decimoquinto aniversario del bloqueo de Berlín por parte de la Unión Soviética y menos de dos años de la imposición del infame muro, John F. Kennedy ofreció uno de los mejores discursos de un presidente moderno. Ich bin ein Berliner (“Soy berlinés" o "Soy ciudadano de Berlín") fue como se llegó a conocer esta alocución estupenda que ofreció en el Rathaus Schöneberg, el ayuntamiento de Berlín libre (Occidental). Para una nación dividida por la fuerza por los ocupadores comunistas que nunca quisieron dejar de ocupar, la denuncia de Kennedy ese 26 de junio de 1963, fue como música a los oídos de los amantes de la libertad. Quedaron como sólo palabras hermosas e inspiradoras, carentes de un resultado concreto.
La historia está llena de muestras magníficas de oratoria exquisita por líderes de naciones que decoran los libros de la historia, pero son huérfanos en cuanto a producir consecuencias fructíferas. No es que la buena intención no haya estado. El problema es que la maquinaria brutal de determinados regímenes absolutistas y sus visiones particulares de cómo debe de regir los destinos de sus súbditos, rara vez escuchan sermones que no vengan acompañados por voluntad y acción proactiva.
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