- Fuente/Autor: Julio M. Shiling
¿Qué es lo que a ese votante norteamericano le choca e inquieta y qué quiere cambiar o sustituir?
El ensayo democrático más exitoso en la historia, está experimentando un ajuste paradigmático reclamado por los que están abajo. El setenta y cinco por ciento del electorado norteamericano que ha expresado su sentir en las primarias, a través de este proceso de selección presidencial en los EE UU, ha alzado su voz contra el estatus quo. Ese ha sido el sector de la población votante estadounidense que ha visto en Donald Trump y Bernie Sanders, las vías más aceptables para canalizar, no sólo un descontento popular profundo, sino proponer ajustes y cambios de cursos a la política practicada. El cliché de estar contra “el establecimiento”, tiene una sustentación que es honda pero no insondable.
El denominador común aquí no es partidista, ni ideológico necesariamente. Trump y Sanders, pese a que este segundo sí posee un bagaje ideológico emocional, eran portadores de mensajes que tienen resonancia, porque tienen validez. Ni Trump, ni Sanders gozan del encanto de políticos dotados, e. g., buena oratoria, carismáticos, etc. La razón por la cual eso ha demostrado ser irrelevante en esta campaña, es atribuible al hecho de que la sociedad norteamericana les sigue por el mensaje que han estado proponiendo. Esto no ha tenido nada que ver con sus personalidades o cómo se proyecta estilísticamente. Por consecuencia, sus seguidores han sido muy condescendientes con ellos, porque lo que les interesa es el mensaje que emanan y la misión comprometedora de accionar esa visión y no quién lo está articulando.
¿Qué es lo que a ese votante norteamericano le choca e inquieta y qué quiere cambiar o sustituir? Hay un sector significante de la población estadounidense que considera que las reglas del juego están amañadas en su contra. Lo peor es que políticos profesionales vienen ya, desde hace tiempo, vendiéndoles espejismos que no se materializan. Hillary Clinton tipifica, emblemáticamente, ese político profesional que ha hecho una carrera de seducir a los pobres y las minorías, mientras simultáneamente se ha enriquecido crasamente, promoviendo políticas que favorecen a los intereses especiales y privilegiando a la clase económica de la élite y los pocos. Esta renovación ciudadana popular confronte a la clase política tradicional que ha sido incapaz de remediar los problemas que a la mayoría les infringe.
Podemos identificar algunos fenómenos que han sido parte de la causa de los efectos indeseados que ha tenido resonancia en las expresiones de descontento popular. La llamada globalización que en las últimas décadas se viene expresando en una división de labor internacional, donde se cambia bienes, servicios y capital y se sellan con acuerdos o entendimientos que se perciben ser “libres” y se vendieron como motores de producción democrática y riqueza para todos, es uno de los factores que merita examen. Los resultados de este orden económico global, no se ha producido como sus promotores pronosticaron.
Dictaduras se han beneficiado colosalmente con la globalización, tal como se ha estado practicando sin ética democrática o apego a derechos universales. China y Vietnam, son ejemplos de esto. La transferencia de riqueza hacia China, el país con el partido comunista más grande en el planeta y en el poder, ha sido sin precedente y sin moral. El precio de este experimento y el resultante “modelo chino”, desprendido de lo político y lo ético, habría que condenarlo por el precio que la clase media para abajo, ha estado (y está) pagando en los EE UU. Más de 7, 200, 000 empleos de manufactura han desaparecido desde 1979. El ingreso promedio del núcleo familiar, sin títulos universitarios, en ese mismo periodo hasta la fecha, ha descendido casi un 28% (ajustado para la inflación). De cada 5 personas que perdió un trabajo de manufactura, 3 se relocalizaron en otro que pagaba un sueldo inferior. Curiosamente, a pesar de que la productividad del obrero estadounidense se ha alzado un 80% desde 1973, su compensación medida como pago por hora, ha subido sólo un 11%. Aún cuando se toma en cuenta el abaratamiento de bienes y artículos de consumo que la globalización ha traído, las cifras no apuntan a una elevación en el estándar de vida de la clase media, la pobre o la obrera en general.
Los que tienen un título universitario y la clase alta empresarial, sin duda se ha beneficiado del globalismo. Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que el 63% de la fuerza laboral actual estadounidense no posee un título de formación académica superior. Aunque China comunista no es el culpable singular de este problema que Trump señala, éste ofrece alternativas que buscan remediar percibidas injusticias. La clase trabajadora norteamericana cree que sí lo puede hacer y concuerda con ese mensaje y proyecto.
Hillary Clinton es parte de la clase política que, en adición de ser un defensor arduo de los acuerdos y las facilitaciones políticas diseñadas para que estos intercambios comerciales y estructurales se puedan llevar a cabo, como primera dama, senadora y ministro de Estado, tiene un record visible e innegable, de responder a los intereses económicos corporativos y financieros de Wall Street que se han beneficiado, desproporcionalmente, de estas políticas y de ser retribuida monetariamente con generosidad. Como un dato anecdótico, en 1976 el ingreso promedio de los Oficiales Ejecutivos Principales (“CEO”) era 30 veces la remuneración del sueldo promedio de los trabajadores en la empresa. En 2014, esa cantidad fue de una disparidad de más de 372%.
El multiculturalismo y la “corrección política” (o lo políticamente correcto) representan otro rechazo de esa mayoría poblacional invisible en los EE UU. Esta programación que intenta impactar la cultura, el lenguaje y los conceptos políticos y éticos, es un retoño de la hegemonía cultural que formuló el marxista italiano, Antonio Gramsci. Esta estrategia busca definir falsamente una proyección de la realidad que sus promotores quieren que la sociedad perciba. La idea es penetrar las instituciones democráticas y subvertir el orden desde adentro. Equiparar culturales que respetan derechos fundamentales y promueven la práctica de la pluralidad, la libertad y la democracia, con otras que abrazan el genocidio, el infanticidio, el despotismo, la esclavitud u otras prácticas aborrecibles, medido desde un prisma ético, es un error y siembra la semilla de la autodestrucción. Los norteamericanos están hartos de la manipulación cultural por la élite que obedece a los intereses especiales. No es casualidad que Trump es anti político correcto y Hillary, casualmente, una admiradora práctica, medular e histórica de Saul Alinsky, el discípulo estadounidense de Gramsci.
El islamismo radical y cómo liderar con su amenaza, es otro foco que distancia a los candidatos para la presidencia estadounidense enormemente. La sociedad norteamericana podrá tener diferencias en cuanto a cómo derrotar, estratégicamente hablando, el yihadismo islámico. Sin embargo, existe un criterio mayoritario más unísono en cuanto a la idea de permitir la entrada de refugiados y de una inmigración musulmana abierta que las autoridades competentes en los EE UU han insistido que ellos no pueden distinguir entre refugiado genuino y terrorista disfrazado. Europa y el yihad silente (y no tan silente) que los jeques islámicos están financiando, es un presente que los estadounidenses no pierden de vista.
La candidata Clinton ha cometido perjurio, obstrucción de justicia, tráfico de influencia, uso ilegal de una institución sin fines de lucro, abuso de poder y negligencia en el mismo. Esto es un hecho, pese a lo que diga un FBI que está totalmente politizado y en el bolsillo del actual mandatario, Barack Obama. Si fuera a ganar, ni que Dios lo quiera, su presidencia enfrentaría audiencias especiales, investigaciones independientes, juicios políticos o imputaciones criminales. La evidencia en su contra es demasiado obvia. Hillary y su esposo Bill Clinton han formado una maquinaria de enriquecimiento personal, como ninguna otra vista en la historia norteamericana. La destrucción de más de 33,000 correos electrónicos y el uso de un servidor privado y múltiples mecanismos electrónicos para esquivar el escrutinio público, es una actividad completamente ilícita y ha puesto vidas e inteligencia estadounidense en grave peligro. Todo para que el pueblo norteamericano no sepa de sus actividades económicas/políticas ilícitas.
Son muchas las razones por la cual Donald Trump representa la voluntad popular de un sector de la población considerable que no encuentra en la clase política actual, ni receptividad, ni la voluntad para enfrentar y aliviar los problemas. El día de las elecciones puede dar muchas sorpresas. Algo sí se puede decir ahora mismo. ¡Trump ha ganado ya! Se ha enfrentado a la maquinaria cuasi mafiosa de los Clinton, a Obama, a Michelle, a Hollywood, a Wall Street, a la élite cultural, a los intereses creados, a las dictaduras del siglo XXI, a los Castro, a Irán, a los empresarios más poderosos del mundo y a los medios de difusión que han actuado en colusión con la actual administración de Obama y los Clinton, para proteger a Hillary, desactivando su capacitación investigativa. Todo esto lo ha logrado sin contar con una estructura política formal, ni siquiera un apoyo sustancial de su propio partido. Sólo él y el pueblo. Trump, el mensajero exitoso de la voluntad de la mayoría silente, le dio vida y cuerpo al mensaje de una renovación ciudadana popular. Esa revolución no se va a detener.