- Julio M. Shiling
Poniendo en contexto las protestas de Caimanera
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Mantener el poder político por la fuerza es un arte. No es una práctica ética ni el ejercicio de una tarea moral. Sin embargo, es un quehacer que requiere forma estricta, aplicación constante e ingenio pragmático y en este sentido adquiere formato de artista. Los regímenes que adoptan la variante totalitaria pueden incluso considerarla una ciencia. La dictadura cubana domina el oficio de gobierno no democrático, a juzgar por su capacidad para conservar el poder. Han sido capaces de conseguirlo durante buena parte de seis décadas. Explicado filosóficamente, esta preservación de la tiranía se ha logrado aplicando dogmáticamente principios maquiavélicos, aprovechando el modelo hobbesiano de leviatán de dominación total, y presentándolo con éxito en verborrea rousseauniana-marxista para apelar a lo emocional. La descomposición, sin embargo, es un fenómeno natural en los esquemas políticos controlados artificialmente. Esto es lo que ha estado ocurriendo en Cuba. Somos testigos de sus síntomas.
El régimen comunista de La Habana debe su capacidad para mantener ilegítimamente el poder, a seguir celosamente estrategias clave. El terrorismo de Estado duro ha sido una de ellas. Esto se ha manifestado en una combinación de enfoques como las penas de prisión de mano dura, los asesinatos políticos, históricamente por medio de pelotones de fusilamiento, la tortura, la división familiar, la limitación del acceso a la sanidad, la educación, la vivienda y el empleo. La válvula de escape de la inmigración también ha demostrado su eficacia. La infiltración de grupos opositores y disidentes reales o potenciales, tanto dentro como fuera de la isla, ha sido un pilar fundamental y constituye el tercer método principal. Sin embargo, a pesar de los éxitos pasados, el comunismo cubano parece haber perdido su firme control social, pieza crucial del gobierno totalitario.
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