Cuando el terror se llamó Revolución
Abordar este trozo de historia que contempla la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista y su posterior desarrollo bajo el régimen revolucionario es también enfrentarse a una narrativa construida sobre mitos, silencios, distorsiones y glorificaciones sin base ética ni histórica.
Asombra —y duele— comprobar cómo figuras involucradas en actos de sabotaje, atentados, asesinatos y terrorismo urbano han sido convertidas en "héroes y heroínas" de la Revolución Cubana.
Nada ocurrió tal y como lo explican los textos escolares. En ellos, la historia ha sido manipulada, trastocada, violentada. La revolución no ha sido más que una fábrica de relatos útiles, no de verdades. Hoy, en medio de los avances del pensamiento crítico, la defensa de los derechos humanos y el apego a la verdad, tenemos el deber de desmontar esta ficción épica y construir una historia basada en los hechos, no en la propaganda.
La ideología no transita por los caminos de la verdad. Como bien advirtió Orwell, “quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado”. Las ideologías totalitarias, como la comunista, no relatan hechos: los fabrican. Manipulan la información hasta hacerla moldeable a sus intereses.
Guillermo Cabrera Infante, testigo y víctima del proceso revolucionario, lo expresó con dolorosa lucidez:
“No eran liberadores. Eran incendiarios disfrazados de redentores.”
¿Terroristas como héroes?
Uno de los casos más paradigmáticos es el de Ursellia Díaz Báez, exaltada como heroína por el régimen cubano. Su “gesta” consistió en intentar colocar una bomba en un cine de La Habana. El artefacto explotó antes de tiempo, matándola a ella misma. ¿Qué hay de heroico en sembrar el terror entre civiles indefensos en un lugar de ocio? ¿Qué dignidad puede haber en un acto tan brutal, aunque haya sido fallido?
La lista es larga. Frank País, presentado como símbolo de valores cristianos, fue coordinador del Movimiento 26 de Julio en el oriente cubano y jefe de sabotaje. Ordenó incendios, ataques armados, destrucción de bienes civiles.
Ramiro Valdés, jefe de la Seguridad del Estado, es el arquitecto del aparato represivo cubano. Sus métodos incluyeron detenciones arbitrarias, torturas y vigilancia sistemática.
Vilma Espín, convertida en icono feminista y madre de la “nueva mujer revolucionaria”, participó en actos de sabotaje y también estuvo vinculada al uso de explosivos.
Faure Chomón, Clodomira Acosta, René Ramos Latour, José Antonio Echeverría... todos formaron parte de una estrategia de lucha violenta, que incluyó atentados, secuestros y muerte.
A muchos de estos nombres se les han erigido bustos y mausoleos. Pero si aplicamos los estándares contemporáneos de ética y derechos humanos, sus actos no pueden ser justificados ni enaltecidos. Hoy serían juzgados, en muchos países, bajo la figura del terrorismo urbano.
Fidel Castro: arquitecto del terror
Fidel Castro fue no solo el líder indiscutible de la Revolución, sino el arquitecto central de una estrategia terrorista de poder. Desde los años de la Sierra Maestra, su visión no era la de una simple revuelta nacionalista, sino la instauración de un régimen totalitario sostenido por el miedo, la represión y la glorificación de la violencia como método político. Tras el triunfo de 1959, Castro no desmanteló los métodos subversivos: los institucionalizó. Bajo su mando, Cuba organizó entrenamientos militares y actos de sabotaje en América Latina y África, fomentando grupos armados que extendieron el caos en nombre de la “revolución internacional”. El vuelo 455 de Cubana de Aviación, destruido en 1976 con 73 personas a bordo, es uno de los muchos episodios que reflejan el clima de tensión y de retaliación creado por décadas de violencia política. Aunque este atentado fue cometido por enemigos del régimen, fue el contexto de guerra sucia, infiltraciones y espionaje impulsado desde La Habana el que incubó la lógica del terror como lenguaje común. Castro, en vez de desmontar esa espiral, la elevó a doctrina de Estado.
La violencia como método revolucionario
El régimen cubano construyó su legitimidad sobre la violencia: primero contra Batista, luego contra cualquier forma de disenso.
El Che Guevara lo resumió sin ambages: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano.”
Esta exaltación del odio justifica la brutalidad. Pero el terror, incluso cuando se reviste de ideales, no deja de ser terror. Puede cambiar de signo, pero no de naturaleza. La violencia no es ética por la causa que la impulsa, sino por los métodos y los fines que persigue. Y el fin no justifica los medios si los medios destruyen la dignidad humana.
En el caso cubano, la violencia fue sucia, clandestina, dirigida contra civiles, sin normas ni códigos. ¿Puede honrarse una causa que siembra el miedo, que convierte el crimen en epopeya?
El daño en la conciencia nacional
La manipulación de estos hechos ha dejado un daño profundo en la conciencia histórica del pueblo cubano. Las nuevas generaciones han crecido venerando como héroes a quienes practicaron el terror. Se les ha ocultado que el “hombre nuevo” fue moldeado entre el silencio, la delación y la violencia estatal.
El resultado: una ciudadanía fracturada, desinformada, sin referentes éticos claros, donde la dignidad ha sido suplantada por el miedo, y la historia por la propaganda.
Una historia que debe ser reescrita
El deber del historiador, del maestro, del ciudadano comprometido con la verdad, es denunciar estas falsedades. No para reemplazar una historia oficial con otra, sino para dejar constancia de que hubo otra Cuba, otra memoria, otros relatos.
Hay páginas de los libros de historia que deben ser arrancadas. O mejor: reescritas con la tinta indeleble de la verdad.
La lucha contra la dictadura de Batista pudo tener causas legítimas, pero su conducción violenta y su degeneración totalitaria posterior anulan toda redención. No se puede construir un futuro justo sobre cimientos de odio, muerte y mentira.
El terror nunca será justo. Ni honesto. Ni glorificable. Solo engendra más terror.
Incluso cuando la violencia parece inevitable, esta debe ser ética, proporcional, transparente y humana. La Cuba que soñamos necesita, más que mártires armados, ciudadanos libres.
🖋️Jorge Luis León
📰 Artículos por Jorge L. León
Jorge Luis León. Graduado de Lic. en Historia y Ciencias Sociales en el Instituto Superior pedagógico Enrique Jose Varona, es ensayista y escritor y autor de varias publicaciones en Periódico Cubano, 14Ymedio y Patria de Martí. Trabajó como profesor de historia en nivel medio-superior por 30 años. Al romper sus relaciones, con el Ministerio de Educación fue a dirigir una Academia de Ajedrez en Guanabacoa, donde residía, participó en múltiples torneos y escribió su libro Breviario Ajedrecístico, publicado en Cuba en el 2002. En 2002 viajó a Estados Unidos, fundó una Academia... dio clases en varias escuelas hasta que se trasladó a Houston donde reside actualmente.