El pasado está ahí, aún cercano, doblando apenas la esquina. ¿Cómo podríamos olvidarlo?
Un joven polaco, prisionero en un campo nazi, caminaba en la fila de los condenados. Murmuraba el Ave María como un rezo desesperado, como si ya no estuviera en este mundo. Su mirada, fija en el polvo, perdida en sus zapatos. Un soldado lo oyó. Lo apartó. Le dijo, sin voz ni alma: “Morirás hoy”.
Al amanecer lo amarraron a un poste. El paredón lo aguardaba. Pero otro carcelero —no menos cruel— concibió una idea más sádica: “¿Tienes hambre?”, le preguntó. El muchacho no respondió. Al mediodía regresó con un caldero de sopa —la ración de 30 prisioneros— y le lanzó una promesa infernal: “Si te la comes toda, te salvas”.
Cucharada a cucharada, el joven intentó obedecer. Luchó contra su estómago vacío y su dignidad humillada. La tortura duró dos horas. No pudo terminar. Entonces, sin una palabra más, le soltaron las ataduras y le ordenaron:
“Sube la colina”.
La muerte lo aguardaba arriba. Iba caminando —cantando el Ave María— hacia el final, tranquilo, como si Dios lo acompañara.
Una explosión sacudió el montículo.
Murió con la Virgen en los labios.
Ese horror no fue un episodio aislado. Es la esencia del totalitarismo, del poder que se endiosa, del Estado que devora al hombre. El nazismo lo mostró con brutalidad quirúrgica, y el comunismo lo ha repetido con frialdad sostenida. No son contrarios. Son hermanos siameses del crimen ideológico.
Y Cuba, hoy, es espejo de esa otra cara de la moneda maldita.
En nombre de una revolución “por el pueblo”, se han cometido atrocidades que incluso superan en vileza las del fascismo. Bajo el régimen castrista también se ha torturado, fusilado y humillado. También se ha matado por pensar distinto, por intentar huir, por no querer ser cómplice.
Ahí está el testimonio del Remolcador 13 de Marzo: en 1994, mientras intentaban escapar de la isla, 41 cubanos —incluidos 10 niños— fueron hundidos deliberadamente por embarcaciones oficiales. Los sobrevivientes fueron golpeados. Nadie fue procesado. El crimen sigue impune.
Ahí están las UMAP, creadas en 1965. Campos de trabajo forzado disfrazados de “unidades militares”, donde fueron enviados homosexuales, religiosos, artistas, y cualquier “desviado ideológico”. Allí, al igual que en los gulags soviéticos, se pretendía “reeducar” al hombre por la fuerza. Golpes, trabajo esclavo, humillación. Cuba tuvo su propio Auschwitz del alma.
Y ahí está el presente.
Cuba se arrastra bajo el peso de una dictadura senil, empobrecida, feroz. La represión de julio de 2021 lo confirmó: niños detenidos, madres golpeadas, condenas de hasta 20 años por marchar con una flor en la mano. No hay cámara de gas, pero sí hay hambre institucionalizada. No hay hornos, pero sí colas de 12 horas por un pan. La muerte en cuotas.
“Yo soy Fidel”, gritan algunos, como si la consigna exorcizara el crimen.
Pero yo sé lo que eso encierra.
Yo he visto su esencia.
Y sé, sin margen de error: harían lo mismo.
He escuchado en sus calles frases monstruosas:
“Si los gusanos sacan un pie, se lo cortamos”.
No hay dudas. Están podridos.
Es el mismo odio. Es el mismo infierno.
El comunismo, como el fascismo, es una enfermedad del alma. Ambos destruyen la compasión, matan la individualidad, satanizan la diferencia. Ambos convierten al ciudadano en súbdito, y al disidente en enemigo de exterminio.
La Revolución cubana ha fusilado jóvenes como aquel polaco:
no con pólvora solamente, sino con hambre, miedo y silencio.
Y todo lo ha hecho invocando la palabra patria.
Pero la patria no tortura.
La patria no ahoga ni encierra.
La patria no exige comer de un caldero para luego empujar al paredón.
El pasado está aquí. Presente.
Y hay cubanos con uniforme, con cargos, con discursos inflamados de odio, que hoy mismo harían lo mismo.Y quizás…
ya lo estén haciendo.
🖋️Jorge Luis León
📰 Artículos por Jorge L. León
Jorge Luis León. Graduado de Lic. en Historia y Ciencias Sociales en el Instituto Superior pedagógico Enrique Jose Varona, es ensayista y escritor y autor de varias publicaciones en Periódico Cubano, 14Ymedio y Patria de Martí. Trabajó como profesor de historia en nivel medio-superior por 30 años. Al romper sus relaciones, con el Ministerio de Educación fue a dirigir una Academia de Ajedrez en Guanabacoa, donde residía, participó en múltiples torneos y escribió su libro Breviario Ajedrecístico, publicado en Cuba en el 2002. En 2002 viajó a Estados Unidos, fundó una Academia... dio clases en varias escuelas hasta que se trasladó a Houston donde reside actualmente.