Los actos de repudio de aquellos tristes años de los 80

Los actos de repudio de aquellos tristes años de los 80Los actos de repudio de aquellos tristes años de los 80

¡Que se vaya la escoria!

Pocos recuerdos traen tanta amargura a mi memoria como los de aquellos años oscuros de la década de 1980 en Cuba, cuando los llamados actos de repudio se convirtieron en práctica cotidiana, organizada desde las estructuras del poder para castigar, humillar y quebrar la dignidad de quienes deseaban ejercer su derecho a emigrar. Fue una cacería vil, impregnada de ponzoñas, bajezas y un fanatismo que pocas veces ha hundido tanto a un pueblo entero.

El grito de guerra era simple, crudo y cruel: “¡Que se vaya la escoria!”. ¿La escoria? Eran tus vecinos, el maestro de tu hijo, los padres de tu mejor amigo, un familiar, incluso el ser más noble y solidario del barrio. Esa consigna infame convirtió a la ciudadanía en manada, y a la vergüenza en espectáculo público.

La trampa cruel contra un maestro

Recuerdo con dolor un hecho que me marcó profundamente. En una escuela se fraguaba una trampa infame: atraer a un profesor querido y respetado, Javier González, bajo el falso pretexto de entregarle su baja laboral. En realidad, estaban organizando un acto de repudio masivo en su contra. Su único "delito": querer salir del país.

Tuve conocimiento del plan y sentí asco… asco por la trama, por la vileza de los implicados, por la frialdad con que se manipulaba el odio. Advertí al maestro: “No vayas. Es una trampa.” Javier era un hombre estudioso, íntegro, de gran porte moral. Se salvó del escarnio, pero nunca de la tristeza que esa realidad le dejó en el alma.

Frente al Preuniversitario de Guanabacoa

Otro recuerdo imborrable fue frente al Pre de Guanabacoa. Una turba de estudiantes y profesores, encabezada por el director del centro —un miserable de nombre René— rodeaba y golpeaba a otro profesor que caminaba en silencio, con dignidad. Lo empujaban, le gritaban. Él, erguido, parecía enterrar con su paso recto la miseria humana de sus verdugos.

De pronto, ocurrió algo digno de una escena bíblica. Un chofer de la ruta 5, con un gesto de valiente humanidad, detuvo su ómnibus, abrió la puerta y el profesor subió, escapando así de la jauría. Nunca supe el nombre de ese chofer, pero en su acto anónimo se escondía la grandeza de quienes se resisten a hundirse en el lodo colectivo.

La crueldad cotidiana

Aquellos actos de repudio no eran espontáneos. Eran orquestados por un régimen podrido, totalitario, temeroso de la libertad. Pero esa planificación no exime al pueblo que participó. Porque muchos lo hicieron, y no por temor, sino por convicción ciega o por mezquindad. Hubo una pérdida total del decoro, de la nobleza, de los principios básicos de la convivencia.

Recuerdo a la profesora de Metodología de Español, madre de una niña pequeña. Decidida a marcharse del país, fue sitiada por vecinos y militantes: le cortaron la luz, el agua, le impedían salir de su hogar. Su delito: querer otro destino para su hija.

¿Cómo un pueblo de profundas raíces civilistas y valores familiares se dejó contagiar por tanta crueldad? ¿Dónde quedó la compasión, el respeto, la decencia?

La responsabilidad compartida

Hoy, con los años, sabemos que fue el desgobierno el principal responsable. Un régimen que instauró el odio como mecanismo de control. Pero también debemos mirar hacia adentro: una sociedad cómplice, cobarde, que muchas veces eligió callar o aplaudir para no ser la próxima víctima.

Y sin embargo…

La gran lección de los humillados

La historia, esa asignatura milagrosa que todo lo revela, también supo colocar las cosas en su lugar. Pasaron los años, y aquellos ciudadanos humillados, golpeados, vejados por su propio pueblo, partieron al exilio. Muchos pensaron que iban a desaparecer. Pero no. Se reinventaron, trabajaron, crecieron.

Y lo más extraordinario: hoy, esos cubanos de la diáspora —aquellos que fueron llamados escoria— son quienes sostienen al país que los despreció. Envían remesas, medicamentos, ropa, comida. No lo hacen por ideología, ni por odio. Lo hacen por amor, por compasión, por sentido humano.

Ellos, los exiliados, los despreciados, salvaron la honra de todo un pueblo. Demostraron que se puede responder al odio con dignidad, y a la miseria con generosidad.

Epílogo: el valor de la emigración cubana

Hoy, más del 70% de las familias cubanas sobreviven gracias a la ayuda de quienes un día fueron repudiados. Según datos del economista cubano Carmelo Mesa-Lago, las remesas representan más de 3.500 millones de dólares anuales, y se han convertido en el principal sustento de la economía nacional. Esa cifra no solo revela una realidad económica; revela también una lección ética y moral.

Aquellos que fueron escupidos, insultados, golpeados, no solo no se hundieron… se convirtieron en pilares de esperanza, en un nuevo rostro de Cuba. A ellos, eterno respeto y gratitud.

Que jamás se repitan actos de odio entre cubanos. Que la historia sirva, esta vez sí, como antídoto para el olvido.

🖋️Jorge Luis León

Autor Jorge L. León📰 Artículos por Jorge L. León  
Jorge Luis León. Graduado de Lic. en Historia y Ciencias Sociales en el Instituto Superior pedagógico Enrique Jose Varona, es ensayista y escritor y autor de varias publicaciones en Periódico Cubano, 14Ymedio y Patria de Martí. Trabajó como profesor de historia en nivel medio-superior por 30 años. Al romper sus relaciones, con el Ministerio de Educación fue a dirigir una Academia de Ajedrez en Guanabacoa, donde residía, participó en múltiples torneos y escribió su libro Breviario Ajedrecístico, publicado en Cuba en el 2002.  En 2002 viajó a Estados Unidos, fundó una Academia... dio clases en varias escuelas hasta que se trasladó a Houston donde reside actualmente.

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