Jose Martí y el exilio
El sentido del deber patrio, en el genial hombre que evocamos este 28 de enero, adquirió un significado sacramental.
Santa Cruz de Tenerife. España.- Fueron muchos los exiliados políticos cubanos durante la segunda mitad del siglo XIX. El fracaso de la guerra de los diez años (1868-1878), con la consiguiente persecución de los cubanos con ideas independentistas, fue un elemento clave que determinó ese éxodo necesario que obligó a cientos de luchadores independentistas a establecerse en otros territorios, destacándose en este sentido la diáspora en los Estados Unidos de América.
Dentro de este numeroso grupo de cubanos exiliados se sobresalió sobremanera José Martí, cuya permanencia en territorio estadounidense fue decisiva para lograr la unidad de los cubanos, tanto de los que se encontraban en dicha condición de exiliados, como los que permanecieron en Cuba.
Por estos días, cercanos a la conmemoración del aniversario 171 de su natalicio, el destacado politólogo Julio M. Shiling, director de Patria de Martí, convocó a un simposio con el título que he utilizado para este escrito. Esta nueva propuesta, además de evocar a la figura cimera de la independencia de Cuba, pretende ser una reafirmación a la idea de Shiling, con la que me uno a la propuesta de Patria de Martí, tratando de seguir la misma idea de abordar el significado del prolongado exilio del más extraordinario de los cubanos de todos los tiempos.
José Martí solo vivió cuarenta y dos años. Su prematura muerte en el campo de batalla, aquel infausto 19 de mayo de 1895, puso fin a una prometedora carrera política e intelectual – mucho más extensa, intensa y prolífica, toda vez que en el momento de su partida ya se había consolidado su labor política y nos dejaba una obra literaria perfecta–. De esos cuarenta y dos años solo vivió en Cuba, su patria, los primeros dieciocho, exceptuando su breve estancia en Valencia entre los cuatro y los seis años, así como su permanencia durante algo más de un año, entre 1878 y 1879 en La Habana. El resto de su vida permaneció en condición de exiliado político. Naciones como España, Guatemala, México, Venezuela y principalmente Estados Unidos, donde pasó la mayor parte de su corta vida, lo acogieron.
Recordemos que con solo dieciocho años sufre su primera deportación hacia España, en 1871, permaneciendo en este país hasta 1874. Su segunda deportación tuvo lugar en 1879 luego de una estancia de solo un año en La Habana. Esto nos permite afirmar que, si alguien sufrió como nadie el exilio político, ese fue, sin duda, José Martí; pero lo más significativo no es su extensa permanencia en dicha condición, sino su notable labor en pos de la independencia de Cuba desde el exilio, algo que no se limitó a su misión de reunificar a los diversos grupos de cubanos para el inicio de guerra de 1895, sino a su extensa, y a la vez profunda, labor intelectual a través de más de un centenar de discursos patrióticos, ensayos políticos, publicaciones en numerosos medios de prensa de varias naciones de América, así como la formulación de las Bases del Partido Revolucionario Cubano, el documento clave para el fundamento teórico de la necesaria gesta independentista del final del siglo XIX.
Estando en España, durante su primera deportación, publicó sus primeros ensayos: El presidio político en Cuba y La República española ante la revolución cubana, ambos de contenido político, lo que asumió con una profundidad poco habitual para un joven menor de veinte años. El veintisiete de noviembre de 1872, José Martí, con solo diecinueve años habló para un grupo de personas reunidas en la casa de Carlos Sauvalle, en Madrid, después de haber participado en las honras fúnebres a los estudiantes de medicina, fusilados en Cuba un año atrás por el gobierno español, en la iglesia Caballero de Gracia.
Estos hechos demuestran la lealtad y firmeza de José Martí desde los primeros años de su vida. En territorio español fue capaz de continuar su labor política, independientemente de sus obligaciones como estudiante de dos carreras universitarias que cursó al unísono.* Estas primeras publicaciones políticas dentro del género ensayo, así como varios discursos y alocuciones que, lamentablemente, no se conservan en su totalidad, lo demuestran.
No obstante, es durante su larga permanencia en los Estados Unidos de América que su labor política adquiere dimensiones colosales. Sus discursos revolucionarios, entre los que se destacan los dedicados al diez de octubre, entre 1887 y 1892, en Masonic Temple y Hardman Hall, en Nueva York, así como los famosos Con todos y para el bien de todos y Los pinos nuevos, pronunciados en Tampa, amén de su memorable escrito ensayístico – no es un discurso propiamente dicho como algunos creen y afirman– Lectura en Steck Hall.
El autor de Versos Libres con su sabia palabra y su visión profética protagonizó las grandes reuniones, devenidas en sagrado culto para la evocación de aquellos que emprendieron el camino liberador, y al propio tiempo, para incentivar en los cientos de cubanos exiliados el espíritu de rebeldía para retomar la gesta independentista.
Un 10 de octubre de 1888, a solo veinte años del heroico gesto de Carlos Manuel de Céspedes, José Martí se dirigió a los cubanos emigrados en Nueva York y se refirió al “ardor inevitable del corazón” y a “las pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de nuestros héroes”. Para José Martí, la gesta independentista de 1868, a pesar de su fracasado fin, tuvo una connotación trascendente, y el gesto inicial de la contienda que protagonizara Céspedes, un significado real y a la vez simbólico. Esas “pasiones evocadas por el recuerdo y la presencia de nuestros héroes” adquirieron un trascendental sentido, no solo cada 10 de octubre en las reuniones convocadas, sino para siempre.
Las múltiples tenidas protagonizadas por el héroe de Dos Ríos no solo eran motivo para la evocación del histórico día que marcó el inicio de la lucha revolucionaria de 1868 protagonizada por Céspedes, sino para ese coloquial llamado – como solo pudo hacerlo Martí con su sapiencia, su sentido visionario, su elocuencia y ese carisma envidiable que atraía a las multitudes y lo comprendían a pesar de su difícil prosa, muchas veces solo para eruditos– que sirvió para la reunificación de todos los cubanos con ansias libertadoras, algo que se concretó con el reinicio de la guerra necesaria de 1895.
José Martí, en el citado discurso, es capaz de convocar a los cubanos de su tiempo al expresar: “Miente a sabiendas, o yerra por ignorancia o por poco conocimiento en la ciencia de los pueblos, o por flaqueza de la voluntad incapaz de las resoluciones que imponen a los ánimos viriles los casos extremos, el que propale que la revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hostilidad esencial, para que en el choque súbito se depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se desenvuelven en común”, lo que demuestra ese sentido del deber patrio, que en el genial hombre que evocamos este 28 de enero, adquirió un significado sacramental. Sus reiteradas intervenciones durante varios años en los Estados Unidos de América para recordar el 10 de octubre, son una prueba irrefutable de lo que afirmo, y una demostración innegable de su gigantesca labor política desde el exilio.
Su histórico discurso de 1887, un año antes de la citada tenida, también evocando el 10 de octubre, en el Masonic Temple de Nueva York, constituye otro símbolo inspirador, no solo para la evocación del padre de la patria y el comienzo de la lucha emancipadora, sino para la reunificación de los cubanos en pos de reiniciar la lucha y alcanzar la independencia. Con elocuente palabra el Apóstol realza el gesto de Céspedes al afirmar: “Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odios a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: ¡Ya sois libres!”
Un análisis detenido de este discurso, pronunciado por José Martí en el Masonic Temple de Nueva York, nos permitirá adentrarnos en su profundo pensamiento político, amén de comprender a plenitud el significado que para el héroe de Dos Ríos tuvo la necesidad de retomar la lucha emancipadora en aras de alcanzar la libertad. Las siguientes palabras, también pertenecientes a este discurso así lo demuestran:
“¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos alienta, a más de nuestra gratitud, para reunirnos a conmemorar a nuestros padres? ¿Qué pasa en nuestras huestes que el dolor las aumenta y se robustecen con los años? ¿Será que, equivocando los deseos con la realidad, desconociendo por la fuerza de la ilusión o de nuestra propia virtud las leyes de naturaleza que alejan al hombre de la muerte y el sacrificio, queramos infundir con este acto nuestro, con este ímpetu, con este anuncio esperanzas que sin culpas cuando puedan costar la vida al que las concibe, y el que las pregona no puede realizarlas?”
En estos citados discursos martianos resulta patente ese sacramental sentido del deber que en Martí adquiere inusitadas dimensiones, así como las concepciones filosóficas del sacrificio martiano, sacrificio asumido como ley: “queremos a aquellas criaturas que el decoro levantó de un rayo hasta la sublimidad, y cayeron, por la ley del sacrificio, para publicar al mundo indiferente aun a nuestro clamor”,** independientemente de su palabra, siempre sabia y elocuente, de la perfección en el estilo – que el propio Martí llamó esencia–, de sus mensajes de amplio contenido filosófico: “salieron a pelear, sin odios a nadie, por el decoro”, sin olvidar su capacidad para la reunificación definitiva de los emigrados dispersos.
Lamentablemente, los discursos de esta etapa son menos estudiados, citados y evocados; aunque no olvidados para los verdaderos investigadores del pensamiento político y de la oratoria martiana. En cambio, los pronunciados en el Liceo Cubano, en Tampa, los días 26 y 27 de noviembre de 1891, los cuales han pasado a la posteridad como Con todos y para el bien de todos y Los Pinos Nuevos, respectivamente, son mucho más conocidos y también motivo para las especulaciones y tergiversaciones de su ideario, toda vez que el régimen comunista de Cuba los utiliza como pretexto para sus estrafalarias comparaciones con la actual decadente política cubana. Encuentros, simposios, conferencias, tesis de maestrías y de grados, etc. en los que la idea martiana de “con todos y para el bien de todos”, sacada de su contexto, es utilizada de manera distorsionada y adaptada a los caprichos de los autoproclamados teóricos del pensamiento martiano.
Nada más distante de la verdadera pretensión del más universal de los cubanos. En ellos, José Martí, hace un especial llamado para lograr la unión definitiva de los diversos grupos de cubanos dispersos y con objetivos y líneas de trabajo muy diferentes entre sí, a pesar del común objetivo emancipador. El resultado concreto de esta notable labor de Martí fue la creación del Partido Revolucionario Cubano, el 10 de abril de 1892, organización política que serviría de basamento teórico para la gesta independentista de 1895. Dicho partido, no solo tenía como propósito la organización de la independencia cubana, sino auxiliar, además y en lo posible, la de Puerto Rico, dos de las últimas provincias españolas en ultramar en América.
Del discurso conocido como Con todos y para el bien de todos he tomado el siguiente fragmento, por su profundidad y por ser aplicable a la terrible situación política y social actual de Cuba. En el, Martí hace mención a la idea de “seguir a ciegas, en nombre de la libertad” y a aquellos despiadados que utilizan a las multitudes anhelantes de libertad “para desviarla en beneficio propio”. La siguiente cita martiana de dicho discurso nos da la medida de la grandeza del hombre de Dos Ríos, y no solo esa grandeza de su ideario político al que me he estado refiriendo en este escrito; sino de su altura como orador y de su sagrada elocuencia, elementos que fueron definitorios en su labor de reunificación de los emigrados cubanos.
“Se me hincha el pecho de orgullo, y amo aún más a mi patria desde ahora, y creo aún más desde ahora en su porvenir ordenado y sereno, en el porvenir, redimido del peligro grave de seguir a ciegas, en nombre de la libertad, a los que se valen del anhelo de ella para desviarla en beneficio propio; creo aún más en la república de ojos abiertos, ni insensata ni tímida, ni togada ni descuellada, ni sobreculta ni inculta, desde que veo, por los avisos sagrados del corazón, juntos en esta noche de fuerza y pensamiento, juntos para ahora y para después, juntos para mientras impere el patriotismo, a los cubanos que ponen su opinión franca y libre por sobre todas las cosas, -y a un cubano que se las respeta”.
Al siguiente día de haber pronunciado este monumental discurso, José Martí hace otra intervención en el Liceo Cubano de Tampa. Se trata del discurso que ha trascendido con el nombre de Los Pinos Nuevos. En esta ocasión Martí afirma que “los pueblos viven de la levadura heroica”, lo que constituye una evocación a la guerra de los diez años y a todos los que asumieron con valor su rol en esta lucha emancipadora. En este discurso, como en el anterior, demuestra, una vez más, la grandeza de su elocuencia y la profundidad de su conocimiento de la oratoria, amén de ser un canto inspirador al evocar ese definitivo triunfo de la vida, lo que resulta aplicable al triunfo inevitable de los cubanos en su fin de alcanzar la independencia: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida”. El siguiente fragmento merece ser leído y estudiado detenidamente para comprender la esencia de su pensamiento político:
“¡Ni es de cubanos, ni lo será jamás, meterse en la sangre hasta la cintura, y avivar con un haz de niños muertos, los crímenes del mundo: ni es de cubanos vivir, como el chacal en la jaula, dándole vueltas al odio! Lo que anhelamos es decir aquí con qué amor entrañable, un amor como purificado y angélico, queremos a aquellas criaturas que el decoro levantó de un rayo hasta la sublimidad, y cayeron, por la ley del sacrificio, para publicar al mundo indiferente aun a nuestro clamor, la justicia absoluta con que se irguió la tierra contra sus dueños: lo que queremos es saludar con inefable gratitud, como misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder del alma criolla, a los que, a la primer voz de la muerte, subieron sonriendo, del apego y cobardía de la vida común, al heroísmo ejemplar”.
Imposible concluir este trabajo sin hacer mención a su trascendental ensayo Asuntos cubanos. El 24 de enero de 1880, a solo veintiún días de su llegada a los Estados Unidos de América, Martí hace su primera intervención pública en este país. En esta ocasión no pronuncia un discurso, sino que realiza la lectura textual de su extraordinario ensayo político conocido como Lectura en Steck Hall, documento que días después apareció con el título Asuntos cubanos. Como ya expliqué al inicio de este escrito, no se trata de un discurso propiamente dicho, como muchas veces se cree, sino de un ensayo. Los biógrafos de Martí coinciden en declarar que esta es su primera intervención pública y por tanto la primera vez que se escuchó su voz en los Estados Unidos.
José Martí llegó “a animar con la buena nueva la fe de los creyentes”, pero no precisamente de los creyentes en el sentido religioso del término, ni fe cristiana, como se pudiera creer – independientemente que la religiosidad siempre estuvo presente en el ideario martiano y en los luchadores de las guerras independentistas cubanas–, sino a animar a los exiliados políticos desde esta, su primera intervención pública de los Estados Unidos. Martí se refiere a la fe en el triunfo definitivo, una vez retomada la lucha por la liberación de Cuba. Martí llegó “a exaltar con el seguro raciocinio la vacilante energía de los que dudan, a despertar con voces de amor a los que –perezosos o cansados– duermen, a llamar al honor severamente a los que han desertado su bandera”.
Este es el primer documento martiano de gran relevancia, toda vez que constituye un resumen colosal de la guerra de los diez años, a al propio tiempo, lo que se pudiera considerar como el proyecto de diseño teórico para la próxima guerra. Las causas y objetivos de guerra que se prepara quedan definidos en este escrito, lo que luego se sintetiza en las Bases del Partido Revolucionario Cubano, también de la autoría de José Martí. De la Lectura en Steck Hall es el siguiente fragmento con el que concluyo este trabajo dedicado a destacar la titánica labor de José Martí desde el exilio:
“Esta no es sólo la revolución de la cólera. Es la revolución de la reflexión. Es la conversión prudente a un objeto útil y honroso, de elementos inextinguibles, inquietos y activos que, de ser desatendidos, nos llevarían de seguro a grave desasosiego permanente, y a soluciones cuajadas de amenazas. Es la única vía por que podemos atender a tiempo a intereses que están a punto de morir, que son nuestro único elemento de prosperidad económica, y que nada tienen que esperar de intereses absolutamente contrarios. Y en este instante en que los mares amenazan de uno y otro lado del continente salirse de quicio, para llevar sobre su espalda corva y móvil a los pueblos amarillos la artística riqueza de los pueblos blancos; en este punto de la historia humana en que, por faena que pasma, parece que la tierra se va abriendo a una era de comunión y de mayor ventura, estamos en gravísimo riesgo los cubanos de perder para siempre el más cómodo, sencillo y provechoso medio de levantar la maltratada patria a inesperada altura de fuerza y de opulencia”.
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* José Martí inició sus estudios en Madrid; pero se graduó en Zaragoza. Estudió y se graduó de Licenciado en derecho civil y canónico y de Licenciado en Filosofía y Letras.
**Esta cita en realidad no corresponde a los discursos que analizamos en esta parte del escrito, esto es, los pronunciados en el Masonic Temple de Nueva York en 1887 y 1888. Se trata del discurso que ha trascendido con el nombre de Los Pinos Nuevos y que fuera pronunciado en el Liceo Cubano de Tampa, en 1891.