La tragedia de ser un pueblo desmemoriado.
Por Cuba, su libertad y el restablecimiento de una república democrática, los cubanos todos tenemos prohibido olvidar.
Todo proceso de vida, la vida misma, nos exige inherentemente la inclusión de lo vivido. En otras palabras, la historia. Toda la historia, dentro de un balance sano. La psicología, particularmente el psicoanálisis, sostiene que los recuerdos nunca se olvidan y que cuando se intenta enterrarlos por alguna experiencia mala, solo se logra un traslado y su magnificación.
En otras palabras, lo que se alcanza es olvidar un recuerdo del consciente, pero sigue quedando registrado en el inconsciente y este acto de represión hace que adquiera más vida subyacentemente, y se puede manifestar con síntomas de histeria, neurosis y otros trastornos.
Este principio generalizado del psicoanálisis, tiende a aseverar que reprimir un recuerdo malo, solo prolonga y agudiza su existencia y que es mejor aceptarlos, superarlos y evitar las secuelas sintomáticas de pretender artificialmente que se “solucionó” el problema.
A nivel de sociedad, estas cicatrices se explican sociológica y antropológicamente. El impacto cualitativo que tiene este fenómeno en el modelo político es también significativo.
Los procesos de la desnazificación en Alemania, de la descomunización (o “lustración”) en algunos países del exbloque socialista europeo y el de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica (poniendo al lado sus diferencias estructurales), contenían la semilla de intentar alcanzar una justicia reparadora, liderando con un pasado tenebroso por un lado y la tarea de posicionar adecuadamente el curso de la democratización.
Estos modelos, pese a sus disimilitudes (teórico y concreto), lograron niveles meritorios al encarrilar el país hacia la democracia. Muchos de los miembros del exorbe del comunismo soviético, sin embargo, no pueden decir lo mismo. Incluyo en esta categoría a la Rusia de Putin.
Existen vínculos claros entre procesos de democratización exitosos y políticas de Estado para remediar males sistémicos preexistentes, dónde al menos un juicio moral es aplicado al ancien régime. Lugares que carecieron de mecanismos justicieros para enfrentar males del pasado, solo vieron el despotismo retornar o nunca desaparecer. En 1991, veintiocho Estados proclamaron su divorcio del modelo comunista soviético. Para el 2004, trece años más tarde, solo ocho se podían categorizar como regímenes democráticos (la República Checa, Polonia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Eslovenia y Croacia) y si se añade la anomalía de Alemania, pues serían nueve en ese caso. Eso excede solo un poco más de un tercio.
Confrontado con esas cifras tétricas, ¿qué puede esperar el pueblo cubano de cualquier procedimiento que proclama ajustes y cambios benignos, dejando intacto la esencia del mal? Esta realidad queda agravada cuando se toma en cuenta que el despotismo reaccionario en Cuba, ni siquiera tiene que enfrentar las presiones que tuvieron los otros diecinueve Estados del exbloque socialista que lograron exitosamente resistir y/o revertir las corrientes democráticas que se pronunciaron con el anunciado desplome del comunismo soviético. Desde la comodidad del poder político, los Castro y el Partido Comunista Cubano (PCC) están coreografiando habilidosamente su metamorfosis sin las extirpaciones que todo proceso de democratización requiere.
El castrocomunismo está desempeñando dos papeles críticos para afianzar su gesta de supervivencia, en estos momentos en que está negociando con EEUU su futuro (aunque no lo pronuncien así). Por un lado el de publicista empedernido que busca vender a los norteamericanos su versión de los hechos, sus cifras, su naturaleza y su historia. Para lograr eso, el segundo papel es fundamental: el de psiquiatra sádico y determinado. A los cubanos dispersos por el mundo libre, el alcance de la metodología habitual de la dictadura de los Castro y el PCC de controlar, reprimir y aterrorizar a la población, se complica algo. La cooptación y su mecanismo de poder suave es esencial para amansar a la diáspora cubana. Este es un paso ineludible en esta campaña publicitaria y estratégica necesaria del régimen dictatorial cubano, si ellos pretenden encontrar el éxito. Estamos presenciando una campaña desbordada y tóxica de terapia electroconvulsiva (o “electrochoque”) diseñada para intentar arrasar con la memoria colectiva de un pueblo que ha logrado, fuera de su territorio, construir su mejor santuario de preservación. Por Cuba, su libertad y el restablecimiento de una república democrática, los cubanos todos tenemos prohibido olvidar.
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🖋️Autor Julio M. Shiling
🖋️Autor Julio M. Shiling
Julio M. Shiling es politólogo, escritor, conferenciante, comentarista y director de los foros políticos y las publicaciones digitales, Patria de Martí y The CubanAmerican Voice y columnista. Tiene una Maestría en Ciencias Políticas de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) de Miami, Florida. Es miembro de The American Political Science Association (“La Asociación Estadounidense de Ciencias Políticas”), el PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio y la Academia de Historia de Cuba en el Exilio. Sigue a Julio en:
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