Trump, el toro enamorado de la luna

Trump el toro enamorado de la luna

Trump, el toro enamorado de la luna, para explotar minerales escasos que hoy tenemos que importar de China comunista, con todo el riesgo estratégico que esto conlleva. 

Un adjetivo que muchas veces no se aplica al Presidente Trump es enamorado, pues se piensa más en el como enamoradizo, pero Trump está enamorado de la luna, quiere plantar la bandera allí de nuevo y no sólo poner una pica en Flandes sino quedarse permanentemente para explotar minerales escasos que hoy tenemos que importar de China comunista, con todo el riesgo estratégico que esto conlleva.

Pero el verdadero amor de Trump es su país, él irrumpió en la política electoral de manos de su bella esposa pues consideró necesario sacudir el tablero político de la capital con la increíble fuerza de un toro enamorado de su patria.

Parte importante del Establecimiento político de Washington es el cabildeo chino, verdaderos lobistas vestidos de dragón. Cuando el Presidente Nixon fue a China en 1972, lo hizo bajo la tesis de David Rockefeller, Presidente del Council on Foreign Relations y del Chase Bank y descendiente del mayor magnate monolopista en la Historia de EE.UU. El mismo David Rockefeller que organizó una recepción en su casa en Manhattan para Fidel Castro durante el 150 Aniversario de la ONU (el único visitante a quien Rockefeller le hizo una fiesta entre más de 200 jefes de estado).

Esa organización realizó un estudio (1964-1968) cuya conclusión fue que era hora de hacer negocios con el tren de lavado chino. De ese estudio salió Henry Kissinger empujado por Rockefeller, primero como Asesor de Seguridad Nacional y luego como Secretario de Estado, abriéndole el camino a Nixon para su arroz frito en Pekín. La foto del apretón de manos Nixon-Mao hizo trizas del nombre China Roja, mientras que la bandera de la República de China descendía de las astas en San Francisco, mientras se izaba la de la República Popular. Taipei fue reemplazada por Pekín, ahora llamado Beijing para complacer a los ahora capitalistas camaradas.

Yo comencé mi vida corporativa en 1972, pudiendo observar la gradual disminución de riqueza en las corporaciones que no operaban en China, como un salidero en el fregadero. Al principio imperceptible, la merma en los sueldos de los obreros en EE.UU. estaba en marcha mientras que Hecho en China reemplazaba el clásico Made in the USA, y así a los magnates les fue muy bien, un cuento chino.

A medida que las elecciones iban y venían, literalmente nadie tenía la valentía de mencionar esto, y mucho menos de meterle mano. España había sido el país más rico en oro y plata cuando dejó de fabricar, mientras que Inglaterra, pequeña isla fue la primera en restringir el absolutismo con su Magna Carta, finalmente estableciendo un Estado de Derecho que posibilitó la Revolución Industrial.

Providencialmente, un candidato de trabajador de a pie apareció en EE.UU. Brevemente había sido parte del Partido Reformista, y traería a la palestra la necesidad de imponer aranceles a China para salvar empleos en EE.UU. facilitando el regreso de puestos industriales. El Presidente Obama se mofó de su idea, declarando que sería necesario tener “una varita mágica” para que éstos retornaran, agregando que estos empleos se habían ido por siempre, literalmente así presidiendo sobre la reducción no sólo de las compañías americanas pero de la influencia de EE.UU. en el mundo.

Obama, globalista por excelencia a la Rockefeller, había salido por el mundo disculpándose de la riqueza de EE.UU. con su filosofía de primero culpar a su país antes que todo. Pero un observador de la ascendencia de Inglaterra explica en su libro La riqueza de las naciones, que la riqueza de una nación proviene de las acciones individuales de la gente en busca de su propio bienestar, y que de esta manera, mediante su acciones egoístas, si así se quiere ver, se crea “una mano invisible” que consigue la prosperidad colectiva de la comunidad.

Se trata de un argumento antiintuitivo, por ejemplo, el candidato Biden enfatiza en su Manifiesto Biden-Bernie la necesidad de distribuir o redistribuir las riquezas como si fuese un pastel que nadie tiene que hornear, está ya hecho. Repartir tajadas del pastel suena perfectamente normal o intuitivo; pero molestarse en hornear el pastel toma demasiado trabajo y poder intelectual. El candidato Biden le comunicó a los mineros de Pensilvania que éstos poseen la capacidad intelectual para aprender a codificar para así acceder a buenos empleos verdes de buen sueldo en la Economía de la Información. Pero estos trabajos verdes significan que usted pierde sus billetes verdes en impuestos mientras que las compañías buscan de nuevo prados más verdes fuera de EE.UU. A veces es necesario tener un toro enamorado de la luna y de su país, no de China.

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