El 10 de octubre, un día olvidado para los cubanos

10 de octubre olvidado por estos cubanos

Santa Cruz de Tenerife. España.- Las dictaduras, independientemente de los efectos negativos que ejercen sobre las libertades de los hombres, ya sea en el orden individual o en el colectivo, son capaces –al menos cuando son verdaderas dictaduras y no simples gobiernos transitorios que ejercen cierto poderío más allá de lo asimilable y comprensible por el promedio de los hombres–  de degradar a aquellos que bajo sus órdenes estrictas han de pasar una parte de su vida.

De los regímenes dictatoriales de la actualidad, el de Cuba, sin duda, es uno de los más representativos, cuyos líderes han burlado las leyes, concepciones, y preceptos, amén de haber traspasado los límites de lo permisible desde cualquier ángulo que se pueda analizar.

Hay dictaduras de las que apenas tenemos conocimiento, principalmente las del continente africano, cuyos gobernantes han permanecido en el poder por muchos años, pero no más de los que estuvo Fidel Castro, quien pasó su trono al propio hermano sin que jamás se supiera acerca de posibles candidatos a la presidencia del país. De modo que el paradigma cubano – porque también lo nefasto y lo diabólico puede ser un paradigma, aunque en estos casos personificando la maldad– es un modelo único e irrepetible en la historia de los sistemas totalitarios y dictatoriales del hemisferio occidental en nuestros tiempos, y su modus operandi uno de los más siniestros de la historia. 

Para que las multitudes permanecieran en la ignorancia el régimen cubano aplicó un sistema de educación elemental y básico basado en la masificación de la enseñanza, es decir, ofrecer instrucción a todos por igual, lo que lleva implícito la gratuidad educacional. Siendo esta modalidad la instaurada para adoctrinar a los desposeídos, los menos instruidos, y los totalmente iletrados; aunque se pretenda mostrar al mundo una imagen diferente.

Esto condujo al fenómeno de la degradación de sus habitantes, algo que resulta patente como en pocas naciones del mundo. Los comunistas cubanos se encargaron de tergiversar de manera general la enseñanza; pero de modo muy particular la enseñanza de la historia patria, y de presentar determinados acontecimientos con un inmerecido protagonismo cuando se les comparara con otros sucesos de verdadero carácter trascendental. 

En este sentido, el 10 de octubre, el histórico día considerado como punto de partida para el inicio de la contienda de 1868, guerra que se extendió durante una década sin resultados favorecedores concretos, ha sido borrado de la historia nacional en estos duros tiempos. 

En su lugar el dictador Fidel Castro se encargó de sobredimensionar el 26 de julio, fecha, según el, considerada el día de la rebeldía nacional, con cuyo calificativo quedó desplazado el verdadero día de la rebeldía de los cubanos, en el que un valeroso hombre de posición acomodada y de profesión abogado, liberó a un grupo de esclavos africanos de sus propiedades en el ingenio La Demajagua, en el oriente de Cuba.
 
Me refiero a Carlos Manuel de Céspedes, el mayor general del Ejército Libertador de Cuba y primer presidente de la República de Cuba en Armas, a quien los cubanos antes de 1959 y durante los primeros años de la llamada revolución cubana consideraban como el Padre de la Patria, figura venerada por su sabiduría, su valentía y su elocuencia. 

Pero como ya dije antes, las dictaduras tienen ese poder para que aquellos que viven bajo su dominación se degraden desde todo punto de vista, tal y como expresó el colosal político y escritor cubano José Martí: “los pueblos que no creen en la perpetuación y universal sentido, en el sacerdocio y glorioso ascenso de la vida humana, se desmigajan como un mendrugo roído de ratones”. 

De ahí que a los cubanos actuales, al menos para la mayoría, la verdadera historia patria, carece de significado, y lo peor, no les interesa conocerla, ni tienen inclinaciones intelectuales y espirituales de ningún tipo, esto es, permanecen en un estado de estatismo mental inducido, condición generada de manera progresiva a partir del adoctrinamiento sostenido, lo que genera una incapacidad de tipo analítica que se mezcla con los sentimientos de sumisión y servilismo.
 
Esto ha ocasionado una marcada desmotivación por parte de las llamadas nuevas generaciones respecto a la necesidad de rescatar el conocimiento más genuino de la historia de Cuba, el que debe ser presentado libre de predisposiciones y conceptualizaciones comunistas, y narrando aquellos sucesos que marcaron y definieron nuestro verdadero nacionalismo y nuestra autenticidad emancipadora, aspectos bien distantes de la desfachatez actual, la inmoralidad y la incultura generalizada que predomina en el pueblo cubano.

El repique de la campana del ingenio La Demajagua hace 150 años significó, no solo el acto altruista protagonizado por Céspedes, sino el triunfo de las ideas independentistas, frente al integrismo hispano y las corrientes reformistas y anexionistas de la segunda mitad del siglo diecinueve en Cuba; por lo que el rescate del histórico día, no como una rutinaria evocación carente de sentido – como suele hacerse actualmente en la Cuba subyugada por un socialismo carente de sentido–, sino como algo viviente, cuyo significado al ser reasimilado deberá cobrar nueva vida e integrarse a las nuevas perspectivas que han de caracterizar a los cubanos de todo tiempo y lugar, ha de ser prioritario dentro de todo lo que hemos de hacer aquellos que estemos dispuestos a reconstruir nuestra adulterada historia. 

Recordemos que el hombre más trascendental de la nación cubana es el gran humanista José Martí y no el dictador Fidel Castro como se pretende mostrar al mundo, que el verdadero Padre de la Patria es Carlos Manuel de Céspedes y no el delirante autoproclamado comandante y presidente vitalicio de Cuba, y que el 10 de octubre es el verdadero día de la Rebeldía Nacional – el hecho fundacional de nuestras luchas independentistas– y jamás el 26 de julio, día de la sangrienta y fracasada acción terrorista protagonizada por el principal destructor de la verdadera historia de la nación cubana.

Para José Martí la gesta independentista de 1868, a pesar de su fracasado fin, tuvo una connotación trascendental, y el gesto inicial de la contienda que protagonizara Céspedes, un significado real y a la vez simbólico; tal vez el más genuino símbolo de la nación cubana. Sus reiteradas intervenciones durante varios años en los Estados Unidos de América para recordar el 10 de octubre son una prueba irrefutable de lo expreso.

El autor de Versos Libres en el discurso que pronunció en el Masonic Temple de la ciudad de New York, en 1888, a solo veinte años de la acción protagonizada por Céspedes, fue capaz de evocar el histórico día, al propio tiempo que convocaba a los cubanos de su tiempo: “Miente a sabiendas, o yerra por ignorancia o por poco conocimiento en la ciencia de los pueblos, o por flaqueza de la voluntad incapaz de las resoluciones que imponen a los ánimos viriles los casos extremos, el que propale que la revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hostilidad esencial, para que en el choque súbito se depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se desenvuelven en común”.

Y justamente a 150 años de la hazaña de Céspedes y a 130 años del discurso de José Martí en New York esas “horas de hostilidad esencial” adquieren un especial significado en nuestros tiempos, tiempos de necesidad de dejar a un lado la pasividad y la inercia para lanzarnos a la revalorización de nuestra autonomía y de nuestra independencia. 

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