Carta que, bajo el título La iglesia católica en Cuba: In partibus infidelium, escribiera a Mons Emilio Aranguren Echeverría, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC) , luego que este le hiciera constar su dolor al cardenal de Managua por los continuos crímenes del gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua, desconociendo los propios en nuestra Cuba.
La jerarquía Católica de Cuba: In partibus infidelium
Los intereses y acciones, junto a la doctrina social de la iglesia católica en Cuba, pueden explicarse mejor a partir del hecho de que las diócesis titulares continúan, como en tiempos de las cruzadas, bajo la denominación in partibus infidelium, es decir, in partibus porque no tiene Sede, e infidelium por corresponder a tierra de infieles. Sin embargo, cabría preguntarse hoy quiénes son en verdad los infieles en Cuba.
Se gana notoriedad al referirse a la gravedad de los hechos que sumen en el dolor a otros sin importar los propios, sino las prebendas y conquistas a salvar.
A profetizar en tierra extranjera: no es justo pero necesario.
Verbigracia, ahora Mons. Emilio Aranguren Echeverría, Obispo de Holguín y Presidente de la Conferencia de Obispos de Cuba, le escribe al Cardenal Leopoldo Brenes Solórzano, Arzobispo de Managua, sobre hechos de violencia y profanación, sobre los continuos crímenes y abusos de poder en Nicaragua, desatendiendo, ya sea por desinterés o miedo, similar situación en su propio pueblo. No se le ocurre a Mons Emilio, al menos públicamente, hablar de espíritu de fraterna solidaridad en Cuba, porque al parecer, no lo merecemos.
Ciertamente, no sabemos lo qué han dicho, ni cuánto han dicho a la cúpula del poder a favor del pueblo en las últimas dos décadas. Sin embargo, no importa cuán bueno sean los argumentos de hoy, nunca se dirá que fueron prudente; se dirá que tuvieron miedo, mucho miedo. Y sus acciones serán un mal borrador de la Historia.
Naturalmente, en las cuestiones de Patria, no cabe callar para otorgar. Si callara, entonces le otorgo al hipócrita el derecho de imponer su tesis. Hablo en estos términos porque me pertenece esa iglesia cubana, porque la sufrí en los tiempos en que era prohibido ser su amigo, porque iglesia soy, y porque la Iglesia también es Patria.
No olvido la cerrazón de los templos, los expedientes manchados, las piedras que rompían los vitrales, la persecución y encarcelamiento de cristianos, las burlas en la escuela, la expulsión de las universidades. Peor aún: los fusilamientos de la crema in nata de la juventud católica décadas atrás, comandadas por un asere, del cual Mons Carlos Manuel de Céspedes publica en Granma, el 12 de junio del 2008, un extenso artículo lleno de alabanzas para el asesino.
Se habla de desencuentros y malos entendidos como si fuera de un Napoleón boquiabierto frente a la Muralla China llena de soldados imperiales. Aquello hubiera podido ser un desencuentro y un malentendido, pero no lo que sucede en Cuba.
Tal parece que la iglesia se ha confabulado con el verdugo para despojar a la víctima de su memoria histórica al promover una falsa reconciliación por encima de las tribulaciones que ha sufrido y sigue sufriendo nuestro pueblo—: victima por partidas varias.
Asistimos a la triste realidad de ver a una jerarquía eclesial deambulando junto al tirano por los pasillos del poder al mejor estilo de las gemelas de Resplandor. Así vemos a un clero cebándose de dólares, de espacitos televisivos; a diáconos compitiendo por controlar este proyecto, aquella cuenta o aquel viajecito. Vemos también a una Institución que al hacerse rica en lo material, se ha ido haciendo cada vez más pobre en el espíritu, y a unos ministros que desencajan de las bienaventuranzas que prometen el reino de los cielos. Semejante actitud solo magnifica la condición de servidumbre en detrimento de la justicia.
Bancarrota moral: la iglesia en la Cuba de hoy encarna una contradicción que no se ajusta al Evangelio y a la premisa de que la verdad los hará libres (Jn 8.31). Ciertamente, se debate en medio del dilema entre moral cristiana y política de estado: antagoniza con sus fieles mientras corteja al opresor.
En el estéril ejercicio de hacer causa común con el dictador, hace uso de un lenguaje cuasi-contractual —sin obligación, claro está, de mostrar el contrato—, que la distancia de su labor pastoral y la hace olvidar de que ella misma es tolerada bajos términos muy estrictos del control gubernamental: permisibilidad junto a vigilancia. Este es el contrato—: prelados y laicos dispuestos a acompañar al tirano.
Ahora bien, según lo ve el pueblo, este es un clero desaprensivo que silencia a los sacerdotes Castor José Álvarez de Devesa, de Camagüey, a José Conrado, de Cienfuegos, y a Roque Nelvis Morales Fonseca, de Holguín, por alzar sus voces en defensa del prójimo.1 Y quien sabe a cuántos más le han ordenado silencio en virtud de la obediencia!
Ahí está el caso del arzobispo de La Habana, Mons Juan García de la Caridad, quien a círculo cerrado dice haberse equivocado al expresar su deseo de que el socialismo progrese en Cuba, pero, digo yo, no ha tenido el valor para decírselo a su pueblo: sigue entonces siendo un cobarde.
Ahí está el caso del cardenal Jaime Ortega Alamino que, entre tantos delirios, propició secretamente las negociaciones para que el asesino confeso Geraldo Hernández Nordelo preñara a su esposa, Adriana Pérez, desde la cárcel federal, Lompoc, en California, Estados Unidos. Se trata del mismo cardenal que ha denigrado a Damas de Blanco, a opositores, al fallecido Mons Agustín Román, al Exilio, y ha devenido en vocero del castrismo para deportar a los de la Primavera Negra del 2003.
Cómo sería el daño que este príncipe ha causado —a la iglesia y al pueblo Cuba—, que Papa Francisco no lo recibe en sus dos últimos viajes a Roma, antes bien lo silencia retirándolo a distancia.
La triste realidad de Cuba es archielocuente. Aunque para muchos dentro del seno de la Iglesia parece ser una cuestión de semántica o de retórica en el contexto de un gobierno monárquico. Otros, hacen gala de parresia cristiana con la absoluta apariencia del que habla audaz y libremente, al decir cosas. Pero convenimos que desde el púlpito, resulta fácil pedir denunciar los males sociales cuando la encomienda se le da al laicado y el prelado se mantiene al margen, cuidando posición y estatus.
Semejante manipulación legitima una especie de aporocracia, lo mismo material que espiritual, como fórmula de sumo juicio apodíctico mientras se intenta entrar, por el ojo de una aguja (Lc 18:25), a formar parte de los círculos del poder.
Es una cuestión de buitre y dogal, de cabilderos que no profesan lealtad a la Patria ni al pueblo, sino entre ellos, al dinero y a los concordatos de un político a otro.
Para hacernos una idea mejor, basta establecer el hecho de que una generación desgarrada, con más miedo que hambre, anhela vivir extramuros con los beneficios de cualquier democracia extranjera aunque, tristemente, sin asumir compromiso con ninguna. Entre ellos, no solo gente común u oficiales apostatas, sino laicos, sacerdotes y religiosos, se desgastan en luchar el viajecito fuera de la geografía cubana. En principio, muchos renuncian a su ciudanía para acogerse a otra que les permita huir de la isla. No importa si es española, haitiana o jamaicana, lo importante es asirse de un boleto que garantice el salto a cualquier confín del planeta. No se cuestionan que el deterioro moral, social, eclesial y económico, es resultado de las muchas décadas de tiranos y mentiras. Todos huyen de un entorno de re-existencia ya cansada donde no se vislumbra cómo detener la hemorragia de tanto dolor.
Pero el daño antropológico va más allá. Luego esas mismas personas se asfixian en el extranjero tratando de entrar de vuelta Cuba antes de los dos años para poder pagar la pacotilla que llevan en moneda nacional, o para no perder el cuartucho que antes tenían, o so pretexto de la repatriación—: concepto graciosísimo para quienes en realidad siempre se les ha negado la patria. Una patria descolocada por una ideología que la disminuye en los límites de su tierra y la expande por los confines del planeta.
La ignorancia del tema es tan de suyo evidente, que muchos no logran darse cuenta de que la tal repatriación no existe como concepto porque nunca ha existido la Patria bajo los Castros. El más elemental sentido del deber se mueve sobre el interés y amor común por esa Patria que sufre; no como el grito desde una guarida donde se pide a unos muchos sacrificar sus vidas para que unos pocos puedan consolidar su permanencia.
Ni hablar de los artistas que llegan al Imperio, revuelto y brutal que no nos odia, a llenarse de dólares para regresar Cuba y adular al caudillo; ni de la intelectualidad que permanece silenciosa y cobarde en busca solo de saliditas al extranjero para resolver su día a día: aristócratas de mondongos y gases que pronto enfatizan no querer saber de política, o, no se puede mezclar la cultura con la política cuando se les increpa sobre la realidad de la sociedad cubana. Escritores, artistas y poetas hacedores de un pragmatismo egoísta a los que la Historia juzgará con severidad.
¿Y qué hay de aquellos delincuentes que llegan a defraudar el sistema de servicios médicos y beneficios sociales en Estados Unidos y luego se refugian en la isla con los millones que robaron aquí?
¿Quiénes son y dónde están los mafiosos en realidad?
La corrupción de la persona humana provoca esta miseria que la Iglesia actual mira de soslayo cuando prefiere ignorar. Disidencia que miente, opositores oportunistas, oficiales corruptos, chivatos, militantes hipócritas, jineteras y pingueros, familias disfuncionales, etc.; de todo se ha cultivado en la sociedad cubana, cuya realidad no se parece a ninguna y donde cada cubano es un universo lleno de historia.
Las muchas décadas de miseria moral ha entrenado al cubano a no vivir ni aquí, ni allá, ni acullá.
Hablamos de un pueblo sin sentido de pertenencia que busca asimilarse a otras culturas si con ello resuelve vivir, sin iglesia, ni patria, ni tirano, aunque sea eventualmente.
De todo esto debería preocuparse y ocuparse la Iglesia en Cuba.
No dudo del ministerio de sacerdotes, laicos, seminaristas y religiosos que sirven a su pueblo desde la fe y el amor concurrente. No es a ellos que va dirigida estas líneas, sino a la jerarquía eclesial que una
vez entrenó a los feligreses en cuestiones de doctrina social para luego privarlos de la voz y los instrumentos propios de aplicación.
Si nada de esto constituyeran hechos de violencia y profanación o continuos crímenes y abusos de poder en Cuba, entonces me callaría.
Yo, también soy de allí, Católico. Apostólico y Cubano.
José Raúl
1 Carta de tres sacerdotes cubanos A Raúl Castro Ruz en el XX aniversario de la Misa por la Patria, 24 de enero del 2018