El diálogo en Venezuela es un fraude

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Lenin se jactaba de que los "capitalistas" le iban a vender la soga con la que él los ahorcaría. Fidel Castro todavía está aprovechando al máximo ese consejo y, como muestra, basta con mirar a Venezuela.

Desde el 10 de abril, cuando el títere de Castro en Caracas, Nicolás Maduro, inició la llamada negociación con la oposición política, han sido detenidos más de 500 ciudadanos vinculados a las manifestaciones contra el gobierno. La Corte Suprema ha aprobado más restricciones al derecho de reunirse en público y el diario El Nacional anunció que tiene que dejar de publicar porque se le niegan los dólares que necesita para comprar papel periódico.

El Congreso, que es controlado por el gobierno, informó que ningún legislador opositor formará parte de una "Comisión de la Verdad" creada para investigar la violencia política que ha tenido lugar desde el 12 de febrero. Las milicias chavistas continúan aterrorizando a la población. En otras palabras, el diálogo con la oposición alentado por el Departamento de Estado de Estados Unidos no es más que un fraude.

Los estudiantes universitarios que siguen adelante con sus manifestaciones callejeras pese a ser abandonados por el liderazgo de la oposición lo saben. Atrapados en la pobreza, la delincuencia y la desesperación de la Revolución Bolivariana, saben que no hay futuro en un país sin libertad de expresión y sin acceso a una moneda fuerte, y donde tienen que ir a extremos para conseguir alimentos. Rechazan vivir en un mundo donde se les espía, se les lava el cerebro y se ven obligados a adaptarse.

Es mucho lo que han arriesgado desde febrero. Ahora, la oposición oficial, encabezada por el ex candidato presidencial Henrique Capriles, les dice que no apoya un cambio de régimen. En lugar de ello, habrá "un diálogo" con un estado policial que cuenta con el respaldo cubano.

El liderazgo opositor parece haber caído en esta trampa debido a su preocupación por el alto costo de la desobediencia civil, tanto en términos de sangre como monetario. Al Departamento de Estado estadounidense le fascina hablar sobre los derechos humanos, pero sus prioridades son la estabilidad y un flujo predecible de petróleo. Pero esta no es una época de paz. En lugar de ello, la pretensión de un diálogo le ha dado a la dictadura militar tiempo para reagruparse y la ha ayudado a obtener legitimidad internacional.

Las conversaciones orientadas a obtener concesiones de una organización criminal no tienen ningún sentido si no se cuenta con una palanca de negociación importante, que la oposición tenía en marzo cuando la gente estaba en las calles. Capriles, sin embargo, detuvo las grandes marchas y acudió a la mesa de negociaciones sin conseguir condiciones previas como la liberación de los prisioneros políticos, el desarme de las milicias y la restauración de la libertad de prensa. Maduro puso el lazo.

Tampoco se trató del primer costoso error de cálculo de Capriles. Después de una elección presidencial con muchas irregularidades en abril de 2013, cientos de miles de venezolanos estaban dispuestos a marchar hacia el tribunal electoral para exigir una auditoría. Capriles dijo que le preocupaba un derramamiento de sangre y le pidió a la gente que se quedara en casa.

El 4 de febrero, los alumnos en la ciudad de San Cristóbal salieron a la calle para protestar pacíficamente contra un ataque sexual en una universidad. La policía detuvo a algunos estudiantes y los encarceló lejos de sus hogares. Cuando fueron liberados dijeron que habían sido víctimas de abusos. Nuevas manifestaciones generaron nuevos arrestos. Corrió la voz. El 12 de febrero, los estudiantes a lo largo del país empezaron protestas locales contra "la tiranía". Grupos de la sociedad civil se fueron sumando.

Maduro bloqueó la señal de la única fuente independiente de noticias en la televisión (proveniente de Colombia) de manera que el público no se enterara por fuentes no censuradas de la velocidad con que se expandía el descontento. En los días siguientes, el gobierno cortó el servicio de Internet a miles de hogares. Decenas de miles de personas salieron a la calle a protestar en Caracas, donde fueron recibidos con gases lacrimógenos, garrotes y balas de goma. Cientos de estudiantes fueron arrestados mientras milicianos del gobierno, vestidos de civiles, golpeaban a los manifestantes. Cuando el líder opositor Leopoldo López fue llevado a la cárcel, los estudiantes redoblaron su apuesta por las manifestaciones.

El gobierno contaba con la artillería, pero perdía rápidamente el control de las calles. La escasez de alimentos se agudizaba y aunque las protestas se centraban en los barrios más acomodados de la ciudad, muchos manifestantes estaban llegando desde vecindarios más pobres.

Los chavistas ya habían infiltrado a los grupos de estudiantes. Maduro, no obstante, necesitaba más ayuda. En marzo, empezó a ofrecer concesiones a las empresas como un alivio limitado de los controles de precios. Lo que algunos interpretaron como una señal de esperanza no era más que manipulación. El régimen necesita a alguien que alimente la nación o, como recomendaba Lenin, alguien que venda la soga.

Mientras tanto, Capriles mordió el anzuelo del "diálogo" y prometió rechazar cualquier intento por derrocar a Maduro. El diálogo con los compinches de Castro no tiene un historial de grandes logros. El disidente cubano Oswaldo Payá desafió al castrismo siguiendo sus propias leyes. Terminó muerto, cuando el vehículo en el que viajaba fue sacado del camino por fuerzas de seguridad del Estado. En 2011, el presidente colombiano Juan Manuel Santos entabló inocentemente "conversaciones" con los narcoterroristas colombianos respaldados por Castro. En 2012 prometió que durarían meses, no años, pero los diálogos todavía continúan.

Miles de venezolanos han sido detenidos desde febrero y se estima que 41 han muerto. Algunos fueron asesinados por una bala de un francotirador en la cabeza. Un Estado que practica esta clase de crueldad no va a ceder el poder de forma voluntaria. Los patriotas dispuestos a pagar un precio se lo tendrán que quitar.

The Wall Street Journal

 

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