La teoría de que existía un complot para interferir en los asuntos del Congreso o entrar ilegalmente en el Capitolio fue falseada por el FBI.
La izquierda, que hoy incluye al Partido Demócrata, a los principales medios de comunicación y a las Big Tech, junto con unos pocos republicanos disidentes (nunca trumpistas), se refieren descaradamente a la brecha del 6 de enero en el Capitolio como una “insurrección”. Esto es engañoso y mezquino, socava la democracia americana; esto se hace, no por ignorancia, es una maniobra dirigida, escudada en la demolición del lenguaje, el significado y los conceptos por parte de los marxistas culturales y posmodernos, que se ajusta a los fines políticos.
Hay una precisión inequívoca de lo que es una “insurrección”, dada su ramificación legal. El incidente del 6 de enero, inequívocamente, no entra en su categorización. Ni siquiera remotamente. Tal y como concluyó el FBI en agosto de 2021, tras investigar durante más de siete meses, no hubo ningún plan centralizado dirigido por Donald Trump, su administración, ni ningún grupo o movimiento, incluidos los etiquetados como de “extrema derecha”. La teoría de que existía un complot para interferir en los asuntos del Congreso o entrar ilegalmente en el Capitolio fue falseada por el FBI.
No se encontraron armas en ninguno de los supuestos asaltantes del Capitolio que fueron detenidos el 6 de enero. De las cinco personas que murieron, sólo una era un agente de la Policía del Capitolio.
La Casa Blanca de Trump aconsejó a la alcaldesa de DC, Muriel Bowser, que reforzara la seguridad días antes del 6 de enero. La dirigente de extrema izquierda de DC se negó. Bowser afirmó que no quería militarizar Washington.
También cabe señalar que el Departamento de Justicia está reteniendo más de 14,000 horas de vídeo del Capitolio para que no sean vistas por el público. Dada la naturaleza politizada del Congreso, toda la verdad parece un fenómeno lejano.
¿Por qué la izquierda insiste en clasificar el 6 de enero como una “insurrección”? La conformidad ideológica y la planificación estratégica lo exigen. La toma de poder en la que está inmerso el Partido Demócrata de Obama está moralmente apuntalada por la Teoría Crítica de la Raza marxista. El camino identitario hacia el socialismo necesita víctimas. En consecuencia, debe haber victimarios. Ahí es donde entran en juego el racismo sistémico y las teorías conspirativas de la izquierda sobre la “supremacía/nacionalismo blanco”.
El discurso divisivo, odioso y agresivo del presidente Joe Biden en el primer aniversario de la fecha no se debió sólo a que pudiera ser potencialmente un anciano enfadado. La calculada retórica de su desvarío del 6 de enero rebosaba de desinformación y falsedades.
Los autores del texto son plenamente conscientes de que, para criminalizar con éxito a la oposición conservadora, deben establecer que existe una amenaza existencial para nuestra “democracia”, aunque realmente no la haya. No es por casualidad que la vicepresidenta Kamala Harris, en un discurso que precedió al de Biden, equiparó el ataque japonés a Pearl Harbor, un acto literal de guerra, y la masacre del 11 de septiembre, con los disturbios en el Capitolio el 6 de enero. ¡Esto es una aberración moral, un asalto a la verdad y merece ser repudiado por el país entero! La izquierda corre por diferentes frentes hacia el autoritarismo en Estados Unidos. La fraudulenta “insurrección” es uno de ellos.
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