Martí y el deber por Julio M. Shiling
"¡Triste el que muera sin haber hecho obra!", nos relató el Apóstol. Más de 49 años de despotismo marxista han dado amplia ocasión para que hijos ennoblecidos consagran el altar patrio con dádivas fruto del deber. Cementerios en tierra y mar abarrotados de mujeres y hombres por miles y a través de las décadas, las pesadas y giratorias puertas de las cárceles castristas; generaciones nacidas en la diáspora, impregnadas de una indomable cubanía e, intramuros, la inexistencia del "hombre nuevo", dan constancia sustanciosa a eso. Sin duda, el cubano ha tenido un paradigmático ejemplo en el Maestro. El 19 de mayo, día de partida de Martí y víspera de la independencia cubana, obliga a la reflexión del concepto del deber.
Con su talento excepcional y diversificado, Martí le hubiera hecho honor al más exigente y remunerador de los deseos de cualquier vida privada. Familia, sueño, fortuna material, todas importante y todas palpables posibilidades, las donó como un generoso filántropo. El deber sería el principal recipiente de su fortuna. El poeta político nacido en la Calle Paula, tenía claro para lo que vino al mundo. Y con la luz de su frente navegó para asegurar, en su caso, que "La muerte de un justo es una fiesta en que la tierra se sienta a ver cómo se abre el cielo".
Martí vivió preparando el día de su partida y de esa "fiesta" concebida. No en los detalles de como iba a morir, sino con la altura que tenía que vivir para enfrentar los compromisos adquiridos con un camino, incluso antes de nacer. Sacrificios, pero dulces y obligados si se pretendía no vivir muriendo. Las frías calles de un Nueva York despalmado sintieron más sus pasos que ningún otro lugar, un precio necesario para así poder vivir en libertad y organizar la benéfica gesta emancipadora para su tierra natal. Sin embargo, un continente completo fue su maestral escenario, que por medio del fascinante arte de su prosa, marcó un hito inigualable hasta nuestros días. Pero fue, sin embargo, en la sensatez de sus ideas donde su genialidad manifestó más bríos.
Mientras muchos de sus contemporáneos de calibre intelectual se emborrachaban con enfermizas teorías socio-políticas, Martí se mantuvo sobrio. Las tóxicas proposiciones de lucha de clases, agitaciones anarco-sindicalistas, inventos comunales utópicos y la colectivización de la propiedad (en su amplia definición) fueron consideradas ridículas y peligrosas por el Maestro. El falso nombre de una tergiversada "libertad" que proponían estos absurdas esquemas, nunca engatusaron a Martí. Siempre comprendió que la libertad es la ausencia de coerción. Todo el resto es licencia para el despotismo. Su capacidad de mantener pulcra la gama de su vasto arsenal intelectual, evidencia la superioridad de su esencia. El regalo que llevaba Martí era transcendental.
Su condición de místico le facilitó, sin duda, no sólo la claridad de su pensar, sino la determinación para cumplirlo. "Cada cual al morir enseña al cielo su obra acabada, su libro escrito, su arado luciente...". Este convencimiento llevó a Martí a abrazar entrañablemente el deber. "¡Se sale de la tierra cuando se ha hecho una obra grande!". Martí salió con creces. Ahora espera y lucha para las grandes obras en construcción que, con su inspiración, se están preparando. Ya lo veremos.