De Cuba a Venezuela: ¿Repetirá Estados Unidos el pacto que consolidó una tiranía?

De cuba a venezuela repetira eeuu el pacto que consolido una tiraniaDe Cuba a Venezuela: ¿Repetirá Estados Unidos el pacto que consolidó una tiranía?

En la historia de las relaciones internacionales hay decisiones que marcan a generaciones enteras. Una de ellas, poco discutida fuera de los círculos especializados, ocurrió en octubre de 1962. Aquella fue la llamada Crisis de los Misiles: trece días que pusieron al mundo al borde de la guerra nuclear. El desenlace es conocido: la Unión Soviética retiró sus misiles de Cuba y Estados Unidos se comprometió a no invadir la isla. Lo que rara vez se subraya es que este compromiso no fue un gesto aislado, sino una pieza central de un pacto que cambiaría para siempre el destino de Cuba y, con él, el de toda América Latina.

Cuba, 1962: El precio del acuerdo

Cuando John F. Kennedy y Nikita Jrushchov sellaron aquel entendimiento, Cuba estaba lejos de ser un asunto cerrado. Existían focos de resistencia armada en el Escambray y otras regiones, guerrillas formadas y abastecidas en parte gracias a redes organizadas por la CIA. También había un movimiento cívico en el exilio con recursos, hombres y voluntad para luchar contra el régimen de Fidel Castro.

El acuerdo de 1962 no solo implicó que Estados Unidos se abstendría de invadir la isla. En la práctica, significó el abandono total de la insurgencia interna y del proyecto de derrocamiento del castrismo. Washington no solo dejó de apoyar a las guerrillas: llegó a vigilar y frenar intentos de ataques desde territorio estadounidense para “proteger” el pacto con Moscú.

Las consecuencias fueron devastadoras y duraderas: 66 años de tiranía, represión sistemática, éxodo masivo, exportación de la subversión comunista a la región y la apertura de América Latina a la influencia soviética primero, y china y rusa después.

Y la expansión no se limitó al continente: el castrismo llevó su ideología y su guerrilla a África y Asia, participando activamente en conflictos desde Angola hasta Etiopía y Yemen del Sur. Si hubiera contado con la tecnología actual, quizá hasta lo habría intentado en Marte.

A esto se suma otro hecho incómodo: antes de Maduro, Fidel Castro fue el mayor promotor e iniciador del narcotráfico como política de Estado, utilizándolo para financiar su aparato y corroer las estructuras sociales y políticas de sus adversarios. Éste nuca fue acusado de narcotráfico.

Venezuela, 2025: Ecos inquietantes

Hoy, más de seis décadas después, los paralelos con Venezuela son difíciles de ignorar. Durante meses, Estados Unidos ha elevado la presión contra Nicolás Maduro, y hace solo dos semanas anunció una recompensa de 50 millones de dólares por su captura, realiza maniobras navales cerca de las costas venezolanas y endurece su discurso contra el régimen, al que acusa de narcotráfico y terrorismo.

Sin embargo, en paralelo, el presidente Donald Trump se sienta en Anchorage, Alaska, con Vladimir Putin, buscando un acuerdo de paz que ponga fin a la guerra en Ucrania. Putin no es un observador neutral: es uno de los principales aliados y sostenes del régimen de Maduro, al que provee apoyo político, militar y económico.

La coincidencia no puede pasarse por alto: mientras Washington aparenta preparar un pulso con Caracas, también negocia con su protector más poderoso.

El riesgo del “pacto tácito”

La historia enseña que no siempre se necesita un documento firmado para sellar un compromiso decisivo. Aunque en la Cuba de 1962, se firmó un documento poniendo fin a todo intento de derrocamiento del régimen de Fidel Castro y se garantizó que Cuba quedara fuera del alcance militar estadounidense.

En el escenario actual, nada impediría que, como parte de un entendimiento mayor sobre Ucrania, Estados Unidos ofreciera —de manera tácita— reducir o eliminar la amenaza militar directa sobre Venezuela. Putin obtendría así la garantía de mantener un bastión geopolítico en el continente americano, a cambio de concesiones en el frente europeo. Esto le daría una salida victoriosa ante la mirada del pueblo ruso.

Para Venezuela, esto sería el equivalente de un “blindaje” para Maduro: sin presión militar creíble, y con un electorado interno debilitado, el régimen podría prolongarse indefinidamente, respaldado por el mismo eje Caracas–Moscú–Pekín–Teherán que ya opera con eficacia en la región.

El costo de repetir la historia

Un pacto así tendría consecuencias inmediatas y de largo plazo:

  • Prolongación de la crisis humanitaria venezolana, con millones de personas forzadas al exilio.
  • Mayor inestabilidad regional, al reforzarse la influencia de potencias extrahemisféricas.
  • Debilitamiento irreversible de la oposición democrática, tanto interna como en el exilio.
  • Pérdida de credibilidad de Estados Unidos como socio confiable, especialmente entre comunidades exiliadas que han confiado en su respaldo.
  • Costo político interno: para la administración Trump, significaría un golpe directo en estados clave como Florida, donde el electorado cubano y venezolano ha sido uno de sus pilares más firmes. Blindar a Maduro, aunque sea de forma tácita, podría interpretarse como una traición política y moral de alto impacto electoral.

Memoria histórica y responsabilidad presente

Los errores estratégicos se repiten cuando la memoria histórica se ignora. El pacto de 1962 no solo salvó la paz momentánea entre superpotencias; selló el destino de una nación y alteró el equilibrio de todo un continente. Esas lluvias podrían traer nuevas tempestades —diría mi abuela.

Hoy, cuando se discute la paz en Ucrania en una mesa que reúne a un presidente estadounidense y a un presidente ruso -las mismas naciones, una misma mesa-, Venezuela no puede quedar fuera de la ecuación democrática del hemisferio. Un silencio hoy podría equivaler a décadas más de tiranía mañana.

La pregunta es simple y urgente: ¿Permitiremos que se firme otro pacto que garantice, bajo otra bandera, la perpetuidad de un régimen opresor en nuestra región?

Armando D FanaAutor: Armando Manuel D’Fana, poeta y ensayista cubano, fue expulsado de la escuela de medicina en 1980 y se exilió en 1982. Vive en EE. UU. y ha escrito varios libros, incluyendo Poemas del confinamiento y Cien Días de Poder. Es miembro del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio.

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