Las pasiones intoxican el análisis de la realidad y dificultan el ejercicio de la política. La llegada al poder de la actual administración y las decisiones que comienza a tomar se han convertido en el nuevo campo de batalla del activismo cubano en las redes. Para algunos, Trump es una suerte de mesías planetario que nos librará de las dictaduras de izquierda por arte de magia; para otros, es un personaje abusivo y grotesco que pretende destruir la democracia y convertirse en un dictador de facto. Ambos extremos reducen la realidad a la caricatura, el exabrupto y la manipulación. Sin embargo, ni Trump ni su gobierno son una cosa ni la otra.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que Estados Unidos, al igual que cualquier nación medianamente normal, vela por sus propios intereses. Los políticos cubanoamericanos, ya sean demócratas o republicanos, defenderán los intereses de los cubanos solo en la medida en que estos coincidan con los de Estados Unidos. Pensar lo contrario sería de una ingenuidad pasmosa.
La dura realidad es que Cuba es una nación secuestrada por comunistas y gánsteres —valga la redundancia— y no cuenta con un gobierno que defienda los intereses de su pueblo. La oposición, tanto dentro de la isla como en el exilio, no pasa de ser un pequeño entramado de grupos testimoniales más inclinados a la denuncia y al diagnóstico que a la acción política. No lo digo como un reproche: la isla es una gran cárcel y el exilio, una muerte civil. Para decirlo más claro: no tenemos poder alguno.
Lo peor de nuestra situación no es solo lo mal que estamos como nación, sino nuestra incapacidad para entender la realidad y actuar en consecuencia. Ese es nuestro mayor déficit y, a partir de él, hemos sido incapaces de construir un movimiento con la fuerza suficiente para, al menos, visibilizar correctamente nuestra aspiración de libertad.
Tal vez sea momento de aceptar que Estados Unidos ha sido, es y seguirá siendo un factor decisivo en el destino de Cuba. Los próximos cuatro años estarán marcados por una administración que, en cumplimiento del mandato popular, ha decidido cambiar las reglas del juego y provocar un reajuste significativo de muchos poderes establecidos.
Dicho esto, nunca es tarde si la dicha es buena. Es posible que, a pesar de nuestra torpeza, los comunistas cubanos hayan encontrado en la actual administración la horma de su zapato. Aún es pronto para saberlo, pero sería triste que la libertad de Cuba estuviera al alcance de la mano y nos sorprendiera sin una oposición articulada, con el peso y la consistencia necesarios para defender nuestros intereses.
No perdamos el tiempo en batallas inútiles. Tal vez haya suerte y, con la ayuda de Dios, salgamos adelante.
Autor: Eduardo Mesa, escritor y presidende del Observatorio de Derechos Humanos de Cuba (OCDH). Sigue a Eduardo en @eduardomesaval