CLAUSURA DE ACTO DE INVESTIDURA DE LA AHCE
Museo Americano de la Diáspora Cubana
Miami, 27 de septiembre de 2024
Comienzo diciendo algo que no me canso de repetir una y otra vez: que un hecho histórico, por muy importante que sea, si no queda registrado, corre el riesgo de diluirse entre las brumas del tiempo y desaparecer o, en el mejor de los casos, terminar convertido en leyenda. Si no hubiera sido por la famosa obra Cyropoedia de Xenophon, posiblemente Ciro el Grande estaría en la misma categoría que King Arthur; es decir, una fábula. Del hecho parte el registro, que lo autentifica y precisa en el tiempo, convirtiéndolo en Historia.
El registro histórico ha tenido un desarrollo que comienza con el hombre de las cavernas en lo que hoy llamamos petroglifos y siguiera con las pinturas rupestres, donde el bisonte perseguido por el cazador hace miles de años continúan su carrera detenida en el tiempo, el bisonte todavía vivo; el cazador, incansable en su persecución.
Sn embargo, no hay duda alguna que el registro histórico no alcanzó su mayoría de edad hasta el advenimiento de la escritura. Aunque al inicio tuvo sus tropiezos. Las pirámides y otros monumentos del Antiguo Egipto no fueron más que montículos mortuorios saqueados llenos de bellas pinturas y jeroglíficos indescifrables hasta el descubrimiento de la llamada Rosetta Stone, en la cual se había publicado el decreto que honraba al faraón Ptolomeo V en tres idiomas, entre ellos el griego y el desaparecido egipcio en sus jeroglíficos. Con la traducción de los jeroglíficos, los monumentos egipcios cobraron, de pronto, vida. La civilización en la que nacieron hacía siglos había desaparecido; pero perduró su historia.
Viejos pergaminos, incunables, periódicos, revistas, fotos y filmaciones en celuloide se encargarían, con el tiempo, de continuar el registro histórico iniciado en las cavernas. Más recientemente, grafitis de ocasión sobre muros ansiosos de historia y los teléfonos celulares, con su acceso a las redes sociales, completan ese desarrollo hasta nuestros días.
No obstante, no todo han sido ganancias. El registro histórico puede ser manipulado. Quienes van a Toledo se quedan maravillados con la gran obra del Greco “El entierro del Conde de Orgaz” con su cadáver rodeado de rostros tristes. Pero todo es falso, los dolientes que aparecen eran toledanos pudientes de egos notables que pagaron al pintor para que los incluyera en el cuadro, pues ninguno de ellos había nacido en tiempos del occiso. Hasta la mirada que describe lo visto es falsa, pues el Greco tampoco existía. Hay otros muchos ejemplos: la presencia de la madre de Napoleón en la auto-coronación de su hijo como Emperador, el escamoteo de las figuras de Carlos Franqui y Huber Matos en fotos icónicas de Fidel Castro en la Sierra Maestra y a su llegada a La Habana, respectivamente, y un largo etcétera.
Sin embargo, la manipulación y su extremo en falsificación del registro histórico se tornan más peligrosas aún en la palabra escrita. La historiografía castrista es un ejemplo perfecto. De ahí que uno de los objetivos básicos de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio sea el conjurar académicamente, más allá del debate ideológico, las falsedades de los que ya Martí había calificado como “bribones inteligentes”. Una de las víctimas más destacada del castrismo ha sido, precisamente, el ideario martiano. En el Exilio, tan temprano como en 1973, Carlos Márquez Sterling acuñó el término “falsificar”, que luego desarrollaría profunda y ampliamente Carlos Ripoll, el más importante martianista del Exilio hasta el momento. Ahora Julio M. Shiling toma la antorcha, que no solamente mantiene viva, sino que le da más luz aún, llevando la denuncia a este siglo como historiador y, como ya se dijo en la su presentación por Luis Leonel León, en su fundación y conducción de Patria de Martí, la única entidad del Exilio, de la cual tengo noticia, dedicada en especial a la “desfalsificación” de Martí por parte de la historiografía castrista. Muy justo el merecido honor de haber sido admitido en la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.
Otro de los objetivos básicos de nuestra institución es registrar los hechos históricos, tanto de Cuba como de sus exilios, para que no sean víctimas de las brumas del tiempo a las que me refería al principio. Uno de esos hitos históricos que comienza en nuestra Patria y se extiende hasta el Exilio es la llamada Operación Pedro Pan (1960-1962) –la única acción encubierta importante contra el castro-comunismo que resultara exitosa–en la cual los padres y madres en la Isla se desgajaron el corazón para que sus hijos cultivaran un futuro digno en la cercana/lejana tierra de libertad. Francisco Rodríguez e Yvonne Conde dieron una notable descripción de esa epopeya en Pancho Montana (1996) y Operación Pedro Pan: la historia inédita de 14,048 niños cubanos (2001), respectivamente. La hazaña también se extendió a la ficción en obras tales como la galardonada narración Kike (1984) de Hilda Perera y Operación Pedro Pan: el Éxodo de los Niños Cubanos, una novela histórica (1994) de Josefina Leyva.
Ahora Francisco Rodríguez vuelve a tocar el tema pero desde una óptima más personal aún mediante el resumen de una visión del todo privada, testimonial, pues él fue uno de esos miles de niños que pudieron salvarse de la mutilación de futuro que de seguro habrían sufrido de haber permanecido en la Cuba del Totalitarismo. Se trata de un registro histórico desde dentro, en que desgarro y esperanza se combinan, en que la heroicidad es compartida por adultos e infantes a la par. Frank (como le llaman sus amigos) es uno y muchos a la vez, persona y personaje de manera simultánea; hecho y registro en sí mismo; historiador que es parte de la historia que registra. En su caso, es igualmente muy justo el merecido honor de haber sido admitido en la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.
En ambos se destaca, también, el hecho de que dan a conocer sus trabajos tanto en español como en inglés, ampliando el alcance de sus trabajos al público anglosajón en general y, en particular, a las nuevas generaciones de cubanos nacidos fuera de nuestra Patria, pero contentivos de una cubanía que trasciende tiempos y geografías, y les llega por genética histórica a través de una especie de herencia almática.
Por todo lo anterior, es para mí un honor, a nombre de la Junta Directiva de nuestra institución, pasar de inmediato a entregar a Julio M. Shiling y a Francisco Rodríguez los correspondientes diplomas que los acreditan, para honra bidireccional, como Miembros Numerarios de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp.
Autor: Dr. Eduardo Lolo, autor de una decena de libros de historia y crítica literaria, Miembro Numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio. Comendador Gran Placa de la Imperial Orden Hispánica de Carlos V de la Sociedad Heráldica Española. (https://eduardololo.com/).