Revirtiendo el comunismo chino

Revirtiendo el comunismo chino

Revirtiendo el comunismo chino. ¿Cómo fue que China comunista se potenció?, ¿Qué es el “modelo chino”?, ¿Qué ha hecho China con su crecimiento económico?, ¿Cómo ha realizado China su guerra asimétrica?. Hacia un paradigma nuevo con China.

Muchos en los medios de comunicación y los círculos académicos y empresariales han descrito la situación existente entre la República Popular China (China comunista) y los EE UU como la de una “guerra comercial”. Esa lectura de los eventos está errada y ve sólo periféricamente la cuestión. Tal vez lo único cierto de esa interpretación yace en la noción de “guerra”. Un examen más profundo nos revela que el problema es complejo y uno que comenzó hace setenta años con el establecimiento de la dictadura comunista en el país más poblado del mundo y se agravió a partir de la reformulación de su estrategia hegemónica en la década de los 1970’s.

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La administración de Donald J. Trump ha decretado, entre otras medidas seminales, la colocación de aranceles sobre productos chinos que alcanzarán una totalidad de $520 mil millones una vez que estén implementadas todas sus facetas. Esto representaría un impuesto a 97% de todos los productos chinos que pudieran entrar a los EE UU. Adicionalmente, el presidente estadounidense ha puesto en aviso a las empresas norteamericanas operando en la nación comunista, que deberían de empezar a elaborar estrategias de salida. A simple vista esto parecería tener que ver con factores relegados exclusivamente al entorno económico. El hecho es que no es así. La economía es sólo una parte de la ecuación. Lo que se está formulando es un cambio de paradigma relacional entre los EE UU y el régimen dictatorial chino.

Ronald Reagan, posiblemente el jefe ejecutivo norteamericano de mayor relevancia en el siglo XX, rompió con la política de Estado de su país establecida por la Doctrina Truman (nombrada por el presidente Harry Truman) de contener los propósitos subversivos de la URSS, en el intento de alcanzar la dominación global del socialismo, tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial. La Doctrina Reagan alteró el enfoque de la política de los EE UU dramáticamente, reemplazando el principio de contención, una norma defensiva, por el de la reversión que claramente es una estrategia de carácter ofensiva diseñada para retar contundentemente al imperio del mal y desde frentes diversos. La idea inequívoca era, nada menos que derribar el comunismo soviético. Se logró.  

Trump está envuelto, como estuvo Reagan, en el desmantelamiento de una política de Estado que no ha rendido los dividendos que sus promotores nos prometieron y en la formulación integral de una nueva. En este caso se trata de China comunista y la tesis de la distensión (“Detente”) iniciada por la administración de Richard Nixon en 1971, profundizada por casi todos los gobiernos estadounidenses sucesivos y en pie hasta enero de 2018. A cambio de un reconocimiento diplomático celoso que relegaría a la República de China (China nacionalista o mejor conocida hoy como Taiwán), un aliado histórico y confiable, al ostracismo y el entendimiento de que la premisa de la coexistencia sería consolidada con un ejército de inversores estadounidenses y europeos venideros, se selló el pacto.

La racionalización estadista kissingeriana (nombrada por Henry Kissinger) concluía que China se contagiaría con la inoculación de miles y miles de millones de dólares en inversión extranjera, el acceso a mercados, el traspaso masivo de tecnología y que, con la modernización alcanzada debido a este formulario, el “gigante dormido” llegaría a la democracia o al menos a un autoritarismo benigno que podría coexistir armónicamente con el mundo libre. Más de cuatro décadas después, la evidencia empírica nos demuestra que este ejercicio político puesto en marcha por los EE UU ha sido un fracaso rotundo, si juzgamos el resultado por su propósito expreso e implícito. Resultaron ser los chinos comunistas los que contagiaron a los capitalistas y a la clase política democrática del mundo con el virus de la complicidad y sus sociedades quedaron despojadas de una brújula moral capaz de apreciar a quién estaban fortaleciendo con sus compras y proximidad.

¿Cómo fue que China comunista se potenció?

A raíz de la política de acercamiento con los EE UU iniciada en los 1970’s y secundada subsecuentemente por los países europeos democráticos, se puso en marcha la apertura hacia un acceso bastante abierto a sus mercados, industrias, tecnología, universidades, riqueza y, sobre todo, su soberanía y seguridad nacional. Todo esto se profundizó cuando el mundo libre le dio la entrada a China a la Organización Mundial de Comercio en 2001. Lo que hemos visto ha sido la materialización de un literal “Plan Marshall” al régimen marxista chino a las expensas del orbe libre.

Entre1979 y 2015, las propias cifras de la dictadura china nos revelan, que los más de 838,000 proyectos extranjeros realizados a través de ese tiempo, han trasladado a China comunista la suma exorbitante de alrededor de $1.5 trillones en inversión directa. Gran parte de estas inversiones se hicieron a cambio de un proceso de desindustrialización de los países democráticos. Muchas de estas industrias producían artículos o piezas esenciales para sectores vitales de la seguridad nacional, particularmente, en el caso de los EE UU. La práctica de desmontar industrias y entornos enteros de la economía ha tenido un impacto abismal para la clase media, específicamente, esos sin título universitario. El trastorno social ha sido dramático. El mercado laboral en el mundo libre se transformó y, consecuentemente, los mecanismos de distribución remunerativos de los empleos también. Puestos laborales antiguamente disponibles en los sectores industriales para personas sin formación universitaria, se convirtieron en esos del sector de servicios que pagan mucho menos.

La programación política del mundo libre después de la Segunda Guerra Mundial facilitó ese curso, sin duda, con el fin de ayudar a formar y consolidar regímenes democráticos. Esta política se sustentó en la teoría de la modernización, una postulación avanzada por el sociólogo estadounidense, Seymour Martin Lipset, que plantea que una vez que un país se moderniza o desarrolla, llega eventualmente a la democracia por la presión que llega a imponer la clase empresarial pujante sobre la clase política. Japón, Italia, Alemania, Corea del Sur y Taiwán son ejemplos del éxito de esa estrategia.

Hay que destacar que todos estos países, menos dos de ellos, ya constituían modelos democráticos. Corea del Sur y Taiwán formaban regímenes no-democráticos de corte autoritarios. Modelos autoritarios responden con receptividad a la premisa de la modernización por factores estructurales de éstos que siempre se mantuvieron en pie, a pesar de la presencia del despotismo en el entorno político. Al nunca dejar de existir la sociedad civil en Corea del Sur y Taiwán, la teoría aplicada de entrelazar comercialmente a países, potenciarlos tecnológicamente y así disparar el desarrollo, funcionó y viabilizó una transición del autoritarismo a la democracia. Por eso en cuanto a modelos no-democráticos de corte autoritarios, valga la redundancia, la teoría de la modernización es factible. Eso no es el caso, sin embargo, con regímenes totalitarios, ya que al no contar éstos con una sociedad civil, quedan descalificados de toda posibilidad de democratizarse a consecuencia de mejoramientos económicos y el desarrollo. Por eso una política de acercamiento y su acompañante entrelazamiento comercial promovido por la tesis política de la modernización, jamás podría haber producido una democracia del totalitarismo chino.

¿Qué es el “modelo chino”?

A raíz de la oportunidad que la coexistencia con los EE UU le extendió, el comunismo chino confeccionó un esquema que ellos llaman, socialismo con características chinas. Esto es, en efecto, un Estado leninista con plena subscripción informal, pero con fidelidad, a los preceptos del marxismo como es el materialismo histórico, contiene ajustes al entendimiento de la alienación, conlleva una reconsideración del papel de la propiedad no-estatal y las relaciones de producción (todos conceptos seminales del marxismo) y concretaron una economía mercantilista dirigida por el Partido Comunista Chino (PCCh) que abraza esos preceptos del marxismo reformulados (las “características chinas” de su socialismo). Adicionalmente, éste utiliza mecanismos del mercado, se adhiere a los cánones prácticos del globalismo, a la división de labor internacional y corteja la inversión extranjera, potencia a empresas de propiedad estatal que buscan el lucro (diferente a empresas públicas sin fines de lucro) e invierte de forma predatoria en el tablero mundial. Toda esta ordenación económica opera en acorde a una planificación acaudillada por el PPCh.

Algunos se refieren a esta composición como el “modelo chino”. Esta variación de una economía socialista, aunque emplea dispositivos del mercado, está lejos de ser un modelo capitalista (o sistema libre de mercado), ya que carece totalmente de los ingredientes fundamentales del capitalismo como son el poseer un Estado de derecho y respetar los derechos de propiedad. Podríamos decir que las empresas de propiedad estatal chinas (“state-owned enterprises”) operan dentro de un marco que se puede categorizar su actividad como la ejercitación de un capitalismo de Estado. Ese ejercicio, sin embargo, viola factores básicos del capitalismo y es una desnaturalización del concepto genuino del sistema libre de mercado. Estas distinciones sistémicas es algo que el mundo libre ha omitido de hacer y recién ahora es que estamos en presencia de una concienciación al respecto. Los chinos comunistas, con el apoyo tácito y amoral de un buen número de empresarios de las democracias del globo, han aportado a esa distorsión y campaña insidiosa de desinformar y ocultar su naturaleza.

¿Qué ha hecho China con su crecimiento económico?      

Con una economía de $14 trillones (est. 2019) medido por su Producto Interno Bruto nominal (PIB), China comunista es hoy la segunda potencia económica del mundo. La lectura cambia cuando se le rinde peso al PIB del comunismo chino medido en base al número de habitantes, o sea, per cápita. Este es un modo más apropiado para intentar entender dónde realmente radica un país en esa escala mundial e incorpora factores de consideración cualitativos y de equidad. Al colocarla bajo la lupa del PIB per cápita, China comunista queda relegada al lugar número 67 del mundo (est. 2019). Ya cambia el panorama. ¿Cómo se explica esto? Simplemente concluir que es porque hay muchos chinos no encaja.

Es innegable que las alteraciones económicas profundas puesto en pie desde 1978 aliviaron la problemática de las hambrunas colosales que ha caracterizado al comunismo chino. Durante el periodo conocido como el Gran Salto Adelante (1958-1962), una campaña forzosa de colectivización e industrialización delirante, se estima que entre 30 a 65 millones de personas murieron de hambre. Es cierto también que China ocupa el segundo lugar del mundo en cuanto al número de millonarios y billonarios (3,480,000 y 285 respectivamente en 2018 y muy detrás de los EE UU), todos por supuesto conectados al PCCh (nunca van a conocer a un comunista que llegó al poder y es pobre). Ciudades costeras chinas revelan una opulencia y avances que apreciamos en muchas del occidente. Sin embargo, la realidad de China no se despliega sólo en 5 o 6 ciudades. El interior del este país diverso, incluyendo al Tíbet ocupado, presenta un gran contraste. El estándar de vida material de la gran mayoría de los chinos continentales es sumamente inferior comparados, no sólo con la de los occidentales, sino también con esa de los propios chinos que viven en Taiwán, Hong Kong y el resto de la diáspora china.    

El comunismo, medularmente, es globalista en el sentido ideológico y en relación con su cosmovisión. En el ámbito de la praxis, la dirección del movimiento comunista en su afán de la expansión, lo lleva a ser imperialista. Ese fue el caso de la Unión Soviética con el Comintern y sus equivalentes. Ese es el papel de Cuba comunista y su relación con las dictaduras y movimientos socialistas del hemisferio occidental que adquirió del Foro de Sao Paulo. China comunista, desde su fundación en 1949, también visualizó y puso en ejercicio una programación de expansión práctica que competía con la alternativa de la URSS. En otras palabras, el maoísmo le ofreció a los comunistas del mundo otra opción de entender el materialismo dialéctico y ejercitar la acción subversiva. La economía china y las penurias que producía, fueron siempre los frenos a un mayor activismo en el globo por su parte. La distensión con los EE UU, las modificaciones económicas de Deng Xiaoping y las concesiones comerciales del occidente, cambió todo. El abultamiento de las arcas de PCCh galvanizó su guerra maoísta-comunista contra el mundo libre. Esta guerra a partir de la transformación de su maquinaria económica, sin embargo, sería llevada a cabo de una manera diferente a la que realizaron los soviéticos. Incluso, sería diferente a la que ellos mismos habían desempeñado.

¿Cómo ha realizado China su guerra asimétrica?

Los chinos comunistas, desde que llegaron al poder en 1949, abrazaron el papel otorgado por el entendimiento marxista de asistir a las leyes de historia en la lucha de clases internacionales. Un año después en 1950, el dictador Mao Tse-tung, confirmó su compromiso con el intento d globalizar el marxismo-leninismo y envió tropas invadiendo la península coreana que entraron en contacto bélico directo con las fuerzas armadas de los EE UU. Los estadounidenses perdieron más de 36,000 hombres en la Guerra de Corea. Los soviéticos nunca alcanzaron niveles de combate directos, de esta proporción, con los norteamericanos. La guerra del comunismo chino contra el mundo libre, en otras palabas, no es un fenómeno nuevo y ha sido un constante en su política. La miseria material exhaustiva los llevó a la reconsideración, no sólo de su modelo económico, sino de su modo de ejecutar su guerra.

La fundamentación cultural china, a través de su historia milenaria, ha apuntado al apego por la racionalización de una metodología no-convencional para conllevar una guerra. Los líderes comunistas, desde Mao hasta el actual dictador Xi Jinping, no inventaron la idea de una guerra asimétrica o sea, una guerra no-convencional. Sun Tzu, general y estratega militar de la antigua China, en su obra connotada El arte de la guerra, nos relató el gran beneficio de conllevar una guerra por vía de la decepción. Clave a desarrollar esta estrategia es guerrear sin que tu enemigo se dé cuenta que estás en guerra contra él. Podemos decir que la política de distensión del occidente y las concesiones comerciales y el entrelazamiento subsiguiente, han servido como un escudo para disfrazar los propósitos subversivos de China roja y engañar a las democracias. Dos coroneles del titulado Ejército Popular de Liberación (FF AA de China comunista), Qiao Liang y Wang Xiangsui, plasmaron en un libro, La guerra irrestricta (1999), esa conceptualización conspirativa dentro de un marco moderno. La guerra asimétrica la han realizado desde cinco frentes diferentes: económico, cultural, inversor, diplomático y político/militar.

La ofensiva económica contra el occidente, que incluye el factor tecnológico e investigativo, representa uno de los frentes más exitosos de los comunistas chinos. Algunos de los terrenos más visibles incluyen el ciber espionaje realizado por Pekín a instituciones públicas y privadas. La Oficina del Director de la Inteligencia Nacional de los EE UU reporta que el 90% de los ataques cibernéticos en la nación norteamericana, son cometidos por China comunista. El saqueo de la propiedad intelectual es una industria galopante de los marxistas chinos y una que alimenta la generación de su riqueza.

El costo estimado del latrocinio organizado de la propiedad intelectual llevada a cabo por los comunistas chinos contra los EE UU es de, entre $250 a $600 mil millones al año. ¡Esto es espeluznante! Para una economía que depende tanto de la innovación, como es el caso norteamericano, este robo en masa representa un derrame colosal de su riqueza potencial. Otro método para hurtar secretos industriales y de innovación está latente en las reglas prácticas para poder hacer negocio en China continental. Nos referimos a la exigencia que se les hace a los empresarios extranjeros para que entreguen sus planos y diseños industriales a los anfitriones oficialistas con los que están en una relación de empresa mixta o de conjunto (“joint venture”). El entrar en estos acuerdos de “socio” con el régimen totalitario chino, es obligatorio para acceder a su mercado en ciertos sectores económicos. Lo que termine pasando es que esa información privilegiada obtenido es transferida a empresas de propiedad estatal chinas que copian y reproducen la innovación y terminan en competencia directa con el originario foráneo, que luego queda asfixiado, predeciblemente, del mercado e incapaz de seguir compitiendo.

El aceptar la colocación de oficiales del PCCh dentro de las juntas directivas de las empresas extranjeras que operan en China, es otro requerimiento para poder hacer negocios en el país y otro método de saquear al occidente. Como no debe ser sorpresa para nadie, típicamente los que van a formar parte del cuerpo gerencial de estas empresas en capacitación de “observadores”, son personas de los cuerpos de inteligencia. Esta práctica no es un invento chino. Desde la Nueva Política Económica de Vladimir Lenin, espías comunistas han operado imitando a gerentes asociados dentro de empresas foráneas. Detrás de esto no está sólo el intento de obtener secretos industriales y tecnológicos que, en muchos casos, tomaron años en desarrollar, sino de adueñarse de información privada de inversores y personas de influencia que pudieran utilizar.   

Un mecanismo siniestro del frente económico de la guerra simétrica china es la manipulación del yuan (la unidad básica de la moneda china, el renminbi) y el papel que esta práctica juega en la campaña para desindustrializar el mundo libre. Aquí queda expuesta una tarea tramposa que rinde impotente a ciertos pilares de una economía libre de mercado al distorsionar la capacitación de fijar precios y determinar los costos reales de producción. Con esta tarea calculada de contaminar procedimientos naturales del mercado, Pekín ha logrado destruir sectores económicos estadounidenses enteros, particularmente en el área industrial, el de la producción de hardware de sistemas electrónicos/tecnológicos y el de los componentes para el desarrollo de la inteligencia artificial. No preocupados con absorber pérdidas a corto plazo, China comunista fija artificialmente el yuan para darles a sus productos una aventaja muy disparatada sobre los occidentales. Esto ha inducido a empresarios del mundo libre a abandonar determinadas fases de la producción a los chinos, estableciendo una relación de dependencia casi total de la maquinaria china. En efecto, lo que el comunismo chino ha logrado es establecer lo dominancia sobre sectores económicos, en algunos casos, hasta constituir su monopolización. Esto deja al occidente expuesto peligrosamente.    

Huawei es un ejemplo de esto. Esta megaempresa es un brazo comercial del PCCh. Es la única empresa en el planeta capaz de producir, propiamente, todos los componentes necesarios para la tecnología 5G. Esta hazaña se ha logrado por la metodología planificada de ir despedazando la capacidad industrial de los EE UU, quebrando industria por industria, sector por sector, al ofrecerles a empresarios estadounidenses alternativas más baratas de producción. Es importante notar que la tecnología 5G, no es un salto simple del 4G. El 5G es un sistema mucho más complejo con usos multifacéticos. Ningún batallón de MIG’s soviéticos logró tanto daño a la capacitación industrial estadounidense.

China no sólo se ha concentrado en dominar la fabricación de mecanismos relacionado con lo electrónico. El mercado de la producción internacional de fentanilo, un narcótico sintético considerado 50 veces más potente que la heroína, también cuenta con el comunismo chino como su mayor fabricante. Considerando que en 2017 más estadounidenses murieron de una sobredosis de opioides, que todos los que fallecieron durante la Guerra de Vietnám y que la mayor parte de esa droga producida en China termina en los EE UU, queda poco espacio para la neutralidad.

En el ámbito estratégico cultural, la guerra asimétrica china ha contado con una inversión cuantiosa de sus recursos en un intento de fabricar una imagen benigna y de blanquear crímenes de lesa humanidad y genocidio que cometen. El Instituto de la Política de Migración (“Migration Policy Institute”) reporta que estudiantes chinos en los EE UU constituyen la tercera parte del total de estudiantes extranjeros. Como pagan matrículas completas, sin subsidios del gobierno estadounidense (federal o estatal), éstos aportan al sistema universitario norteamericano, según la Asociación de Educadores Internacional (NAFSA), un monto calculado en $13 mil millones anuales, sin tomar en cuenta todos los otros gastos asociados con una educación de nivel universitario. Adicionalmente, el régimen marxista chino dona contribuciones generosas a universidades estadounidenses, particularmente, esas de más alto prestigio. En 2014, la Universidad de Harvard recibió una donación por $350 millones, la cantidad más elevada hasta ese momento en su historia de más de 378 años, de una familia china. Esto es sólo un caso entre otros similares que abundan. China comunista, por el peso de su inversión estratégica en el sector universitario estadounidense, ha logrado que instituciones de formación académicas en los EE UU, sirvan los propósitos penosos de censurar campañas críticas hacia Pekín.

En su afán de promover la contracultura y distorsionar lo que el occidente percibe, China comunista opera en el extranjero por una combinación de mecanismos que incluyen el uso de voceros extraoficiales compuestos por empresarios y políticos autóctonos ligados por intereses comerciales y exigidos por el régimen chino de dar testimonio a su favor como condición para seguir operando en China. Otro método es la gama amplia de organizaciones de pantalla que operan en el mundo libre e intentan fabricar y fomentar un entendimiento apócrifo de lo que es el comunismo chino, lo que ocurre en China y las intenciones de su régimen. Algunas de estas incluyen la Asociación de Estudiantes y Académicos Chinos. El Departamento de Trabajo del Frente Unido (DTFU), establecida durante la Guerra Civil China en 1942, es una rama directa del Comité Central del PPCh que se encarga de una parte extensa de esta red. Deng reestructuró el DTFU en 1979 para su aplicabilidad al formato metodológico nuevo.

El Instituto Confucio, es una de las organizaciones de pantalla más conocidas. En este caso, este organismo psuedo-cultural, tiene una presencia en seis continentes con un estimado de 500 centros y la proyección de alcanzar 1,000 para 2020, según fuentes dictatoriales. Bajo el auspicio falso de enseñar y promover el idioma y la cultura, este organismo específico, está bajo la dirección del Ministerio de Educación, sirva de base de reclutamiento y espionaje y está manejado por operativos de la inteligencia comunista china. En adición al cuerpo de cabilderos que sirven los intereses del Estado chino y las organizaciones de pantalla, existe una extensión impresionante de los medios de comunicación oficialistas en el occidente, como son Radio Internacional China y Televisión Central China, que brinda plataformas importantes para la diseminación de la propaganda.

China comunista ejerce un rol importante en el mundo como inversor con fines predatorio y propósitos de tener una predominancia global sobre las rutas del intercambio comercial. Por medio de una programación de infraestructura y desarrollo ambiciosa conocida como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), China está extendida en 152 países sobre cinco continentes. La IFR tiene la meta de cumplir su cometido para 2049, en celebración de los 100 años del arribo del comunismo al poder. Posibilitando este intento de abarcar el control de las vías de comercio por el mar y la tierra de una parte extendida del mundo, está un esquema de financiación engorroso que privilegia al comunismo chino y que algunos lo han identificado como una forma predatoria de neocolonialismo. Pekín resiste divulgar la cantidad precisa de su inversión proyectada y la gastada. Estimados populares sobre el costo final del IFR, una vez completada, oscilan entre $1 a $8 trillones. El Banco Mundial señala la dificultad de apreciar el costo verdadero del proyecto, tomando en cuenta el secretismo de China, la incertidumbre de sus socios internacionales y la suposición incierta de que el comunismo chino siga teniendo los niveles de crecimiento que ha experimentado, fenómeno que podría disiparse con la nueva política estadounidense. El American Enterprise Institute calcula que hasta 2018, el dinero gastado en la IFR había llegado a $800 mil millones.  

En su frente diplomático, el comunismo chino ha demostrado que su aplicación de la monopolización del concepto de nación como mecanismo para aislar e intentar de quebrar a su rival, China nacionalista (Taiwán), ocupa un lugar prioritario. La política de “una” China, la condición de que se reconozca diplomáticamente sólo a China continental, es la exigencia para intercambiar y acceder a su inversión extranjera, a sus créditos bancarios y a participar en la programación del IFR. La ocupación del Tíbet y la insistencia de los comunistas chinos en que este país es su “provincia”, es la argumentación usada para la postura histérica de confrontar la acción de cualquier jefe de Estado que se quisiera reunir con el Dalai Lama, el líder espiritual de los tibetanos. Esto resulta, no sólo en una injerencia obscena, sino también busca desviar la atención de los crímenes crasos de genocidio que cometen en el Tíbet.

El ámbito político/militar es otro de las materializaciones de la guerra asimétrica china. Este frente se ha hecho mucho más visible en los tiempos recientes, por el éxito de la inteligencia del occidente, particularmente de los EE UU en penetrar redes y células de espionaje chino. Lamentablemente, desde la década de los 1990’s hasta 2010, el espionaje y contraespionaje de China comunista pasó casi desapercibido debido a la campaña exitosa de la desinformación y la proyección errada de los norteamericanos acerca del comunismo chino. Como resultado, Pekín logró infligir golpes serios a la capacitación de inteligencia estadounidense. En 2010 se inició un curso de recuperación, por una serie de descubrimientos por parte de los EE UU. Uno de los frutos para el despotismo chino de estas cuatro décadas de política de acercamiento y entrelazamiento comercial entre China-EEUU, ha sido el abultamiento del cuerpo de cabildeo en Washington, por parte de los marxistas chinos. Esto le ha dado un acceso embebedor al modelo democrático estadounidense.        

El espionaje contra los EE UU ha tenido una capacitación multidimensional. En adición al saqueo de la propiedad intelectual, los formularios industriales, los patentes, los pormenores de armamentos sofisticados y los resultados de investigaciones científicas y tecnológicas, figuras de la élite política y empresarial norteamericana también han sido blancos. Tomando en cuenta que China es el hacker más grande contra los EE UU (90% de los ataques cibernéticos), es lógico suponer que semejante actividad colosal de piratería informática, le fuera a producir dividendos jugosos al comunismo chino. La información obtenida le proporciona datos claves sobre personas de alta relevancia, de estadísticas privadas y otros datos sobre campañas políticas, sus estrategias, puntos débiles y otros mecanismos utilizables y necesarios para interferir e intentar de influenciar el proceso electoral estadounidense.

La interferencia en procedimientos democráticos requiere la obtención de información acertada para entonces lanzar campañas de desinformación con más efectividad. La desinformación siempre ha sido un dispositivo seminal en la lucha del comunismo internacional por hegemonizar el mundo, irrelevante de su corriente, i. e., maoísta, trotskista, castrista, soviética, etc. Un caso reciente y en marcha de la injerencia china en la democracia estadounidense fueron las elecciones para el congreso de 2018 y la presidencial de 2020. Pekín, a la hora de aplicar sus aranceles contra los productores norteamericanos en 2018, seleccionó estratégicamente zonas geográficas que beneficiaron al presidente Trump. El 80% de los condados impactados por estos impuestos a la exportación por el régimen chino, fueron en esas demarcaciones administrativas políticas (condados) donde ganó el mandatario norteamericano en las elecciones de 2016. En otras palabras, los aranceles chinos tuvieron la intención clara de impactar las elecciones del congreso en 2018 y tienen el propósito obvió de tratar de alterar el resultado en las presidenciales de 2020.

Las acciones rusas para interferir en las elecciones estadounidenses de 2016, algo reprochable e injerencista que merecería medidas más contundentes contra el régimen de Putin, palidece comparados a las operaciones chinas a través de los años. Tanto en los medios de prensa como los sociales, el régimen chino ha sido un protagonista activo enfrascado en procedimientos extensos y encubiertos para influir sobre la opinión pública en los EE UU. Un ejemplo reciente ha sido el hallazgo y cierre de 936 cuentas falsas y la suspensión de otras 200,000 por Twitter, al concluir que éstas eran operativos del Estado chino. Esto es sólo, como dice el refrán, la punta del iceberg.

El avance militar chino está a simple vista y no es un secreto. El presupuesto militar reconocido de China comunista es más alto que la suma total de la de todos los países asiáticos combinados. Sus bases, sobre todo las de espionaje satelitales, abundan en el mundo. Algunas operan a la luz del día. El mar de la China Meridional ha sido militarizado por los marxistas chinos, a pesar de repetidas promesas que esto no ocurriría.  En América Latina, las bases de espionaje satelital y de comunicaciones con esos propósitos claros y de mayor relevancia están en Cuba (varias bases), Neuquén, Argentina (la más grande en el hemisferio occidental) y tienen proyectos en Panamá, Venezuela y El Salvador.

La inversión extraordinaria de los comunistas chinos en los sectores estratégicas, indica que tienen un gran apetito por los materiales ligados al uso bélico. Las “tierras raras”, los 17 elementos químicos necesarios para la maquinación electrónica, están hoy monopolizados básicamente por Pekín, quien controla el 90% de la producción mundial. En el campo de la computación cuántica, ese modelo complejo de computación que emplea bits cuánticos y se desarrollaría hacia algoritmos nuevos partiendo de circuitos diferentes, China está en una competencia feroz con los EE UU. Tomando en cuenta su éxito en la piratería de Estado, el mundo libre estaría actuando con una sensatez máxima si implementaran cursos para revertir los avances que el comunismo chino ha hecho.

Los beneficios que China ha sacado con el acercamiento y el entrelazamiento comercial con el mundo libre, particularmente con los EE UU, ha sido beneficioso para ellos. Si el precio socioeconómico que ha pagado la nación estadounidense hubiera producido un aliado democrático, aunque fuera un competidor económico, se podría argumentar que tal vez valió la pena. Después de todo, Japón, Corea del Sur y Taiwán, son muestras de políticas donde el comercio, la inversión y el desarrollo subsiguiente han rendido frutos meritorios. China comunista, como hemos argumentado, ha producido un monstruo. Como la figura principal de la novela de Mary Shelly, Frankenstein (1818), este experimento se ha salido del molde de su conceptualización original hace 40 años y la hora ha llegado (y de sobra) para una reversión y un modelo nuevo. Esto es exactamente lo que busca hacer el gobierno de Trump.

Hacia un paradigma nuevo con China

El 2 de diciembre de 2016 murió en praxis la política doctrinal de “una China”, esa norma oficial practicada desde 1979 que selló el acercamiento entre Washington y Pekín. En ese día Tsai Ing-wen, presidente de la República de China (Taiwán) conversó telefónicamente por más de diez minutos con el presidente electo Donald J. Trump. Ambos tenían razón para celebrar, ya que cada uno había ganado los escaños de la presidencia en 2016. Se felicitaron y se abrió la puerta para tener comunicaciones directas. El que sería el cuadragésimo quinto presidente estadounidense mes y medio después, rompió el patrón impuesto por el régimen marxista asiático e hizo algo más. No guardó discreción. Se lo dejó saber al mundo, publicando la noticia por vía de su cuenta de Twitter. El muro de prohibición que representaba el paradigma que definió las relaciones entre los EE UU y China comunista, sufrió ese día la primera rajadura en lo que apunta ser su aniquilación total. Al menos la destrucción de la relación, tal y como ha existido hasta reciente. Se ha dado comienzo a una política nueva e integradora que contiene un enfoque ideológico diferente y refleja un entendimiento sobre China comunista más radiográfico y preciso en cuanto a su naturaleza.     

Donald J. Trump, desde hace algunas décadas, ha venido criticando la relación comercial entre las dos naciones. Uno de los temas más resonantes de su campaña presidencial de 2016, fue el de elevar los agravios sufrido por la sociedad norteamericana a raíz de su relación con China. La idea de remediar el déficit comercial y ajusticiar las trampas ejercidas por Pekín que dieron lugar al desmantelamiento de una parte importante de la base industrial norteamericana, sin duda, tuvo una gran receptividad en la clase media y obrera estadounidense, sobre todo esa, como hemos mencionado, sin formación universitaria. Sin embargo, la colocación del comunismo chino como la mayor amenaza a la seguridad nacional de los EE UU, por parte de este gobierno, va universos más lejos que la esfera de la economía netamente.

La guerra de Reagan para derrocar a la URSS, tuvo un componente económico importante. De eso no hay duda. Regímenes dictatoriales, particularmente esos de corte comunista, urgen de grandes cuantías de capital para preservar el control social y político. El limitar su entrada de divisas, es una táctica ganadora. En ese sentido, los aranceles estadounidenses apuntados contra productos chinos, están golpeando y golpearán más aún con el pasar del tiempo. El Departamento del Tesoro acaba de emitir la noticia de que, hasta la fecha en agosto, los aranceles le han rendido a los EE UU la renta de $25 mil millones. Otro beneficio colateral extraordinario es que la línea de producción internacional se irá diversificando cada vez. Estamos en el inicio de la desmonopolización global de ser China la factoría del mundo. Sin embargo, las intenciones de la administración Trump va a mayor distancia que la de una mera cuestión sobre economía. El Acuerdo EE UU, México, Canadá, el pacto renegociado que reemplazará el antiguo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) una vez que las legislaturas de los respectivos países lo ratifiquen, es un caso en punto.

El acuerdo nuevo de libre comercio (firmado, pero aún no ratificado) entre los tres países más grandes de América del Norte, contiene una cláusula que buscar extirpar a China comunista de las transacciones comerciales entre las tres naciones al condicionar que un alto por ciento de todas las piezas contenidas en los productos fabricados en EE UU, México y Canadá, sean manufacturados mayoritariamente dentro del territorio de los tres firmantes y no importados de China. Este defecto inherente del defenestrado TLCAN, resultó ser una bonanza para el comunismo chino, quién se benefició de dicho tratado sin ser un firmante. Acuerdos similares que los EE UU pudiera firmar con la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y otros socios económicos potentes, si fuese a contener cláusulas similares, lograría aislar a China. Trump y su círculo íntimo de asesores con adhesión al principio del nacionalismo económico, desde hace tiempo se dieron cuenta que China se aprovechó de la globalización para convertirse en uno de los mayores beneficiados del globalismo y su esquema internacionalista.

Tomado del manual de la Doctrina Reagan, Trump entiende la importancia de fortalecer las fuerzas armadas. Primero para tener un cuerpo bélico que proteja al país, segundo a ninguno. Otro beneficio colateral de expandir el arsenal militar estadounidense, es que obliga al enemigo gastar recursos esenciales en tratar de minimizar la brecha que se va estableciendo. El comunismo siempre avanzó más en tiempos de “paz” y coexistencia con el mundo libre. Reagan incrementó el gasto público para abultar el cuerpo militar norteamericano, incluyendo el desarrollo de la Iniciativa de la Defensa Estratégica, ese escudo de misiles defensivo espacial. No es casualidad que Trump ha elevado el presupuesto de las FF AA de los EE UU a niveles no visto desde la era de Reagan. Tampoco es casualidad que la nación estadounidense acaba de añadir una nueva rama al cuerpo de las FF AA, la Fuerza Espacial de los EE UU. Trump, como Reagan, cree, no en la casualidad, sino en la causalidad.

La campaña para reindustrializar los EE UU, particularmente en sectores estratégicos y relevantes para la seguridad de la nación, se ha estado llevando a cabo desde el estreno del gobierno de Trump. Usando numerosas herramientas ejecutivas a su disposición como la desregulación, los aranceles, el tratamiento preferencial de impuestos de ingresos y ganancias, el abandono de acuerdos climáticos cuestionables y de acuerdos de control y producción de armamentos inútiles y la salida de organismos internacionales que son utilizados por el despotismo como foros de propaganda, Trump ha rediseñado la política exterior de los EE UU ajustándola a las realidades que ponen en peligro la libertad y el sistema democrático en el mundo. Crítico de un internacionalismo que ha servido los intereses de los enemigos de sociedades libres, este presidente poco convencional, ha buscado impactar y frustrar los avances del comunismo chino en cada una de sus posturas. La intimidad y el alineamiento que une a China con Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y Rusia es razón suficiente para apoyar el esfuerzo de los EE UU contra esta alianza maleante.        

La etiqueta “Made in China” ha funcionado como un opio tóxico que ha facilitado la adicción a un consumismo irracional y la fomentación de una amoralidad generalizada en sociedades occidentales. Frente a la realidad que representa China comunista, con el cometimiento continuo de crímenes de genocidio y de lesa humanidad y su conducta subversiva en el exterior, la democracia como sistema político de libertad y auto gobierno se expone a la extinción, si sus sociedades no rompen con la percepción falsa que promueve el intercambio comercial con enemigos peligrosos. Sociedades virtuosas, un ingrediente insustituible para tener una democracia sostenible y exitosa, no puede caer en la banalización del mal.

Adam Smith, uno de los gurús del sistema libre de mercado (capitalismo), en su obra maestra, La riqueza de las naciones (1776), dejó claro su posición al hacer una defensa imperiosa de los aranceles en el caso de salvaguardar la seguridad nacional. El economista y filósofo escocés jamás pretendió que la “mano invisible” sirviera para asistir al suicidio de una democracia. Trump, un capitalista por excelencia mucho antes de ser un político, parece compartir la inquietud de Smith. Por el bien del mundo, quiera Dios que logre fundamentar este paradigma de reversión o, mejor dicho, de liberación, si es llevado a su máxima expresión.       

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