Una política de eunucos no tumba tiranías: Es hora de que EEUU y el resto de las democracias americanas se vistan para la ocasión y dejen de hacer papelazos penosos.
Las democracias del continente americano han perdido una oportunidad dorada de desahuciar al régimen castrochavista de Caracas. Los pasos dados por EEUU, secundado por numerosos gobiernos del mundo, reconociendo a Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela, anunciaban una era nueva de moralidad comprometida con la libertad. Sin embargo, todo parece indicar que el momento excelso para la liberación de Venezuela, último reducto del neocomunismo en las Américas, ya se esfumó.
¿Qué pasó? Bueno, mejor sería referirse a qué no pasó. El viejo y sabio refrán de que “guerra anunciada no mata soldados” quedó no sólo violentado sino burlado al implementarse un curso de despliegue de batallones verbales cargados de municiones imaginarias que la historia ha demostrado nutre la voluntad de déspotas para ser estos más audaces. Lo cierto es que, comparado con las campañas de liberación exitosas del pasado, el plan que reflejaba el pizarrón de las democracias continentales para sacar al dictador Maduro estaba lleno de incongruencias.
La idea de enfocar a la crisis venezolana como un asunto humanitario y no como una cuestión política fue el primer error. Antepusieron el efecto en vez de la causa. La noción de un acto de entretenimiento, un concierto de buena música, pero de muy mal gusto, sobre todo cuando se toma en cuenta la sangre que se ha estado derramando en Venezuela. Peor aún si añadimos que el organizador del evento ha demostrado ser un admirador y amigo de la familia de Castro. Priorizar lo humanitario sobre lo criminal, el narcoterrorismo y la desintegración de los estándares elementales de la decencia cívica fue una maniobra miope.
La toxicidad de los líderes demócratas latinoamericanos con la noción de la “no violencia” como método para liberar a países de dictaduras bajo la órbita de un régimen de dominación total, parece, más que una estupidez, síntoma de complicidad. Otro disparate que ha caracterizado esta corriente derrotista y apaciguadora del liderazgo político democrático continental es la postura de que esto se debe y puede resolver estrictamente entre venezolanos.
La “Declaración sobre Venezuela” emitida recientemente por el Grupo de Lima ha sido manejar los dos criterios, ambos desatinados: el rechazo al uso de la fuerza y una solución obtenida exclusivamente por los venezolanos. Parecería, en el caso de Venezuela, que éstos creen que los castristas cubanos, los iraníes, los rusos, los chinos, los norcoreanos, los colombianos de las FARC, el ELN y los mexicanos de los carteles de la droga son una especie particular de “venezolanos”. ¿No se acordarán éstos del contenido de los libros de la historia y cómo sus países se independizaron o cómo se liberaron de dictaduras? ¿Qué les hace pensar que el humano ha mejorado tanto que puede prescindir del uso de la violencia mientras el liberticida que se mantiene en el poder, precisamente, lo hace por el uso monopolístico de la violencia? ¿No se acuerden de cómo gracias a Napoleón Bonaparte y una potencia extranjera, medio continente se independizó de España? ¿Sabrán que la ayuda de los franceses fue crucial para la obtención de la libertad de los estadounidenses de los británicos? ¡Qué decir de la Segunda Guerra Mundial! Etcétera.
Es hora de que los EEUU y el resto de las democracias americanas se vistan para la ocasión y dejen de hacer papelazos que solo sirven para elevar falsamente las expectativas de tanta gente. Los venezolanos parecen haberse sumado a la lista que incluye a los chinos, los vietnamitas, los kurdos, los sirios y los cubanos (entre otros), que contaron con propuestas de apoyo bélico y luego, el embarque. Quiera Dios que llegue el momento en que la solidaridad continental democrática sea algo más que recitaciones de documentos, acuerdos, pactos y cartas que en, en la práctica, son mera letra muerta.