Venezuela ante la posibilidad de una intervención militar. No se trata de una invasión al pueblo, sino de una intervención necesaria para liquidar al dictador que mantiene el poder usurpado, amén de extirpar radicalmente cualquier foco chavista que pudiera quedar como remanente una vez restablecido el orden democrático constitucional., amén de extirpar radicalmente cualquier foco chavista que pudiera quedar como remanente una vez restablecido el orden democrático constitucional.
“La guerra no ha de ser para el exterminio de los hombres buenos, sino para el triunfo necesario de los que se oponen a su dicha”. José Martí.
Santa Cruz de Tenerife. España.- Un joven de solo 35 años, ingeniero y con vínculos en la vida política venezolana desde sus tiempos de estudiante universitario, ha logrado lo que jamás nadie había conseguido en casi dos décadas de chavismo. Juan Guaidó, el actual presidente de Venezuela, toda vez que desde hace un mes se considera ilegítima la presencia del dictador Nicolás Maduro, cuenta con el reconocimiento oficial de un considerable número de países de América y Europa, y actualmente ocupa el centro de la atención de la comunidad internacional dada su posición de firmeza para mantenerse en defensa de los venezolanos que han determinado poner fin al régimen chavista.
La respuesta de casi sesenta países como demostración de apoyo a su gesto de asunción a la presidencia del país – algo que hizo según lo establecido por las leyes constitucionales venezolanas, y por lo tanto, no estamos en presencia de un acto de autoproclamación como se dice en algunos medios–, la inmediatez de su aceptación por parte del pueblo venezolano, amén de su poder de convocatoria demostrada nuevamente ante la reacción internacional a su pedido de ayuda humanitaria para el pueblo venezolano, son, entre otras cosas, algunos de los aspectos que demuestran que el joven presidente va por muy buen camino.
Pero no es precisamente de las virtudes de Juan Guaidó de lo que trataré en este nuevo escrito dedicado a la causa de nuestros hermanos venezolanos; aunque su figura, de una u otra manera, guarda relación con el asunto en cuestión. Trataré de centrar mi atención, y por tanto la de los lectores, en el polémico y sensible tema de la intervención militar en Venezuela, algo que el nuevo presidente apoya, según ha declarado en los últimos días a diversos medios de prensa.
En primer lugar, la idea de una intervención militar en dicho país no es nada nuevo, aunque ha logrado adquirir en los últimos días dimensiones inusitadas ante lo inminente de esta posibilidad. Recuerdo con seguridad que defendí la idea de una intervención hace más de un año, justo cuando Venezuela vivía uno de los peores momentos de su triste historia por motivo de la represión marcada de la dictadura de Maduro ante el reclamo popular, algo que consideré como una necesidad toda vez que la eliminación de Nicolás Maduro y cualquier foco chavista pondría fin al régimen. Insisto en que me referí a una intervención y no a una invasión, categorías que suelen asociarse, y hacerse idénticas cuando en realidad tienen fines y propósitos diferentes.
Ahora están dadas todas las condiciones para que pueda concretarse como acto una intervención militar, aunque de manera general la comunidad internacional se ha proyectado negativamente respecto a esta posibilidad, incluyendo el Grupo de Lima, cuyo protagonismo en la lucha por la emancipación venezolana ha sido, y es, decisiva en el actual contexto de este país, y de manera general en la región.
Varias personalidades políticas del momento a pesar de estar en contradicción total con el régimen chavista también han mostrado su escepticismo en relación con esta opción y han declarado su inconformidad al respecto, destacándose en este sentido Iván Duque y Jair Bolsonaro, figuras que siempre consideré claves en acciones de este tipo, ya sea de manera individual o en conjunto con el gobierno estadounidense.
No obstante, el presidente actual de Venezuela y la Asamblea Nacional, AN, tienen otra visión en relación con la posibilidad de una intervención. El Parlamento de Venezuela aprobó por primera vez este 6 de febrero el estatuto que rige la transición hacia la democracia, lo que marca el camino para lograr el gobierno interino y la caída de Nicolás Maduro. El documento, aprobado en sesión plenaria, cuenta con más de 40 artículos y establece la ruta para nombrar funcionarios que ocuparán instituciones del Estado venezolano dentro y fuera del país.
Entre los puntos más importantes de dicho documento está el referido a que el gobierno provisional podrá solicitar la ayuda de la comunidad internacional a los fines de restablecer la soberanía estatal en el territorio de la República de Venezuela, previa autorización de la AN, lo que constituye el punto crucial que permitirá la posibilidad de una intervención extranjera que permita lograr la democracia del país. El documento faculta al Parlamento competencias para dictar leyes que permitan atender la emergencia humanitaria y que además promuevan el rescate de la economía del país.
Juan Guaidó se pronunció recientemente a favor de la posible intervención militar en su patria. Según sus declaraciones a AFP, publicadas en el prestigioso diario ecuatoriano El Universo, la participación de una fuerza militar externa que contribuya al proceso de democratización gradual de la nación y a la salida definitiva de Nicolás Maduro del poder no está descartada: “Nosotros haremos todo lo posible. Esto es un tema obviamente muy polémico, pero haciendo uso de nuestra soberanía, el ejercicio de nuestras competencias, haremos lo necesario" (refiriéndose a su rol como presidente interino y su cargo al frente de la Asamblea Nacional).
Su actitud no debe ser motivo de rechazo ante la malinterpretación de su postura en defensa de la soberanía venezolana. Nada más lejos de la idea de que el nuevo presidente quiera una invasión que ponga en peligro la vida de miles de venezolanos. No se trata de una invasión al pueblo, sino de una intervención necesaria para liquidar al dictador que mantiene el poder usurpado, amén de extirpar radicalmente cualquier foco chavista que pudiera quedar como remanente una vez restablecido el orden democrático constitucional.
En declaraciones directas al diario uruguayo El País dijo: “Nosotros rechazamos absolutamente que se solucione este conflicto de manera violenta, pero como dijo Nelson Mandela, “el terreno de la lucha no lo decide el oprimido, sino el opresor”. En este caso, si fuera requerida una fuerza internacional para restituir el orden constitucional, y proteger la vida de nuestros ciudadanos, existe la atribución legislativa taxativa de aprobar una acción así por parte de la Asamblea Nacional (Artículo 187 de la Constitución de la República de Venezuela).
De igual forma el actual presidente se mostró muy preciso cuando insistió en la idea de que en Venezuela la intervención militar ya está presente desde hace mucho tiempo, toda vez que, según sus declaraciones: “en Venezuela ya existe una intervención extranjera con presencia de cientos de efectivos de nacionalidad cubana en las Fuerzas Armadas. También hay presencia del ELN y de las FARC de Colombia. El núcleo del conflicto político es que ha ocurrido un golpe de Estado, liderado y ejecutado por Nicolás Maduro, quien detenta de facto la investidura de “Presidente”.
Lo que constituye una realidad en la que muy pocos se han detenido a analizar. Téngase en cuenta que desde los años iniciales del chavismo con el fracasado proyecto del Socialismo del siglo XXI estuvo la presencia del poderío militar cubano, algo que actualmente se mantiene una vez que se consolidara durante los primeros años y etapa intermedia del chavismo.
El expansionismo castrista posibilitó la presencia de cientos de militares, algunos encubiertos y otros abiertamente, en tierras venezolanas para adoctrinar, manipular y controlar todo el acontecer del proceso de la llamada revolución bolivariana, hecho que sería la garantía de la subsistencia económica de la isla caribeña que se había quedado sola en el mundo luego de la derrota definitiva del comunismo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, y en Europa Oriental.
No obstante, se comenta acerca del interés de Estados Unidos por el petróleo venezolano, que cual enfermiza idea delirante presentan los pocos defensores del chavismo, y se deja a un lado los intereses particulares del régimen cubano desde los tiempos de Fidel Castro con sus magalomaníacos y utópicos proyectos (actualmente todos fracasados) en combinación con el excéntrico mandatario venezolano Hugo Chávez. De ahí que los verdaderos interesados en las riquezas de Venezuela, amén de sus ambiciones expansionistas en la región (obsesión presente desde los ya lejanos tiempos del terrorista Che Guevara con sus andanzas guerrilleras latinoamericanas), sean los comunistas cubanos y no los representantes del gobierno estadounidense.
Todas las operaciones militares del país, así como la vigilancia absoluta y el control radical hacia la ciudadanía civil es llevada a cabo, o supervisada y dirigida por agentes infiltrados del régimen comunista de Cuba, lo que es de conocimiento público actualmente, aunque se mantuvo de manera solapada antes del auge de las redes sociales y del periodismo independiente. Sin embargo, muy pocos se refieren a la intervención militar del régimen comunista y expansionista de Cuba, el responsable máximo del desastre venezolano y de la desestabilización política y social de la región, devenida en verdadera crisis humanitaria.
Y así las cosas, mientras que Juan Guaidó asegura que sería legal una intervención militar extranjera para asegurar la entrega de ayuda humanitaria, pero de cualquier modo, según su criterio es legal la intervención militar, el dictador Nicolás Maduro, en medio de un caos total y tan enajenado como sus asesores de la isla comunista caribeña, acaba de dar inicio a unos ridículos ejercicios militares para la preparación defensiva de la posible intervención. Con gritos de “que no nos amenace Donald Trump, fuera Donald Trump de Venezuela, fuera sus amenazas”, pronunciados al inicio de su simulacro guerrero, el hazmerreír del momento sigue ganando tiempo.
Tal vez su torpeza mental, su ineptitud como jefe de estado y su inexperiencia en cuestiones de estrategias militares defensivas le impidan percibir la vulnerabilidad extrema de Venezuela en el momento actual. Su delirio – que es el mismo de todos los líderes de la izquierda continental– solo le permite ver a un enemigo imperial que, hasta el momento, ha permanecido como espectador a pesar de que se le ataca continuamente de ser el desencadenante de los actuales sucesos de la patria de Bolívar. La absurda idea de la hipótesis del interés petrolero por parte del gobierno estadounidense sigue siendo el escudo defensivo de los anquilosados simpatizantes del madurismo.
Desde La Habana, el epicentro del comunismo regional, se ofrecen las “orientaciones” al acorralado mandatario que al parecer no es consciente del fin de su existencia. Con intervención militar o sin ella, con rebelión de su propio ejército – ya comienzan a desertar militares de alto rango– o no, su salida del poder es ya una realidad que no deberá dilatarse por más tiempo. Se corre el riesgo de un enfriamiento del ardor popular ante la extrema lentitud de un proceso que merece terminar con la desaparición total del chavismo y el exterminio de sus principales líderes.