Más miedo que hambre: Muchas décadas de represión han anulado el sentimiento de rebeldía del cubano que serpentea entre las exigencias de un simular ser y un miedo feroz que le carcome el espíritu.
I.
Había llegado a Camagüey el 20 de junio para presentar mi último libro. Todo estaba dispuesto gracias a la gestión de varios amigos. El 21 ultimo detalles entre llamadas y coordinaciones. Esa noche llega a la casa un oficial del Ministerio del Interior citándome a la oficina de inmigración de Vista Hermosa a día siguiente a las 9:00 AM. Me pide presentarme con todos los documentos de viaje.
Al pie de la instrucción, el viernes 22, llego a la cita. A penas 3 minutos para las 9:00 AM, se acerca el capitán Parrada, quien se cuadra y saluda a golpe de botas como todo un oficial de la Stasi. Flaco y de uniforme raído, pide seguirlo hasta una oficina en el segundo piso. Me advierte no llevar celular ni ningún aparato de grabación. Una vez dentro, me encierra a doble seguro: regreso enseguida, me dijo.
Solo y paciente espero. Solo y paciente. La oficina oscura y caliente parecía estrecharse. Evité pensar. Al cabo de 20 minutos, escucho de nuevo la estridencia de los cerrojos. Muy marcial y determinados, entran el capitán Parrada, Manuel Ángel, el oficial de seguridad que atiende cultura, y una tal Mónica, secretaria de acta.
Vuelven los cerrojos a chirriar. Manuel Angel ajusta su equipo de grabación detrás de mí (dos veces).
A tres voces, comienza la interrogación. Para ubicarme en sus archivos, preguntan por nombres registrados. Tienen toda la información de mi familia y amigos. La sesión fluye entre advertencias e intimidaciones: si hablas de José Martí mientras estés en Cuba, enfrentarás graves consecuencias para ti y los tuyos. Nada de hablar del Apóstol y tergiversar nuestra Historia: decía Manuel Ángel—: De aquí van allá a pasar cursos de democracia. ¿Quién nos puede enseñar a nosotros de democracia? —enfatizaba. Desordenadamente volvía la vista sobre unas hojas. Parrada y él no se coordinaban. Hablaban y callaban uno por encima del otro. Mónica escribía y nos miraba.
Con la información de mis títulos publicados, Manuel Ángel alza con su mano izquierda mi último libro y pregunta ¿de qué trata esto?
No eran precisamente mis quince minutos de fama, pero emplee mi tiempo en la respuesta. Absorto escuchaban aquellos tres hablar de Martí y de Historia de Cuba.
Presenté entonces Lo de Puerto Príncipe. José Martí entre armas, bandidos y traidores, para un público no invitado y el lugar que no era. Los vocablos armas, bandidos y traidores, llamaban la atención. Repasamos varios acápites del libro. Hablo de las peripecias del protagonista y el alijo de armas. Desenredo intrigas y subrayo traiciones. Contesté preguntas. Parrada insistía en que alguien de adentro me había dado información para escribir el libro. Lo remití a la nota de contracubierta. A Manuel Ángel se le caía el texto de la mano. Volvía sobre sus hojas. Los apuntes se les perdían. Hojeaba el libro buscando algo: ¿Qué es la editorial dos Patrias? —me increpaba.
La Mónica balbuceaba sonidos que nunca llegue a entender.
Después de todo me satisfizo la encerrona: la presentación había sido un éxito y mi viaje, no en vano.
Tras largos y repetitivos periodos sobre transgresiones de las leyes de inmigración, firmé un acta de advertencia. Eran las 12:00 PM cuando salí.
Durante mis horas de encierro, se implementaba un operativo policiaco en el motel Colonial, donde se celebraría la presentación, y en el restaurante Madiva, de Amauris, en la calle República (tercera opción). Nada de sutilezas—: oficiales dentro del local o patrullando la acera: algunos de uniforme, otros de civil. Los invitados, ajenos y temerosos, pronto salen del lugar, tras la advertencia de los agentes. Hasta hoy siguen con miedo: no me escriben, no comentan… no dan señales de humo!
El lunes 25, Manuel Ángel esperó a que me montara en el avión de vuelta a los Estados Unidos. Al despedirme, le regalé 20 CUC. Me dio las gracias lleno de felicidad mientras se llevaba la mano derecha al bolsillo.
II.
La magnitud del miedo en Cuba no encuentra parangón en los anales nuestra Historia. Me atrevería a decir que cualquier caos experimentado —en los últimos decenios—, pudiera parecer mera coprología, comparada con la dinámica del pánico imperante en la isla.
El atropello trasciende el marco de las golpizas y encarcelamientos de quienes se aventuran a investirse de opositor. En su estado más cruel, se llega al punto de detener a personas en sus propias casas o en la vía pública e incluso a familiares de manifestantes o sospechosos de subversión—: ¡Nadie escapa!
Se imagina la gente lo sucedido tras los muros de un recinto de instrucción policial, pero en verdad, lo desconoce. No bastan los testimonios de quienes han sobrevivido a la tortura psicológica, a la furia del perro sin dientes, a la gotica de agua en la cabeza, a la falta de sueño, a los ruidos intensos, a la desorientación en el tiempo, o la celda inmunda llena de hormigas bravas: disposiciones todas dentro de los parámetros operativos. Y digo más, a la modificación de la salud del opositor, revelada no solo por familiares y amigos, sino también por verdugos como José Ramón Ponce Solozábal.1
La lista va desde las torturas a golpes de electroshock en la sala Carbó Serviá, del hospital psiquiátrico de La Habana, o más reciente, hasta la enfermedad fulminante que se llevó a la líder de las Damas de Blanco, Laura Pollan, la muerte de los opositores Luis Orlando Zapata y Wilmar Villar Mendoza, tras prolongadas huelgas de hambre, el asesinato a palos de Juan Wilfredo Soto a manos de la policía durante una manifestación en Santa Clara, entre los muchos desmanes de dictadura.
Los abusos van desde golpizas violentas hasta torturas con descargas eléctricas, asfixia, amenazas contra la familia, deportaciones y otras tácticas hasta convencer de que no hay límites. Entre las más clásica está la fabricación de un accidente vehicular que termina matando al opositor en cuestión: verbigracia: el homicidio de Oswaldo Payá y de Harold Cepero. 2
Silenciar, a vida o muerte, articula un mecanismo que anular todo disenso socio-político e infunde temor. No es paranoia, no: es una práctica. Asistimos a la realización de un poder que sateliza al individuo, anulando cualquier vestigio de democracia y soberanía, tanto social como personal.
Pronto aprendió el opresor que en materia de dictadura no hay dogmas. Sabe que si por una vía no logra el objetivo, se cambia a un nuevo método que funcione o convenza.
De ahí que las muchas décadas de represión hayan anulado el sentimiento de rebeldía del cubano que serpentea entre las exigencias de un simular ser y un miedo feroz que le carcome el espíritu. Ya no le asiste medianamente el deseo de procurar un estado que no suplante al individuo, sino que vele por él, ni mucho menos el ansia de libertad expresada por Céspedes, el 10 de octubre del 68, cuya premisa establecía que «cuando un pueblo llega el extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio». Claro está: eso es historia antigua.
Por instinto de conservación, se opta por desentender la realidad ante el terror de la cárcel o la muerte misma: miedo legítimo y comprensible —diría.3
De igual modo, a nombre del pueblo, sistematizar la fuerza como medio efectivo en la detención arbitraria, la violación de derechos humanos y el allanamiento de hogares, resulta la mejor punta de lanza con que se ha exonerado al tirano ante el mundo.
Y en verdad, el régimen ha sido efectivo en eso; pues a pesar de las imágenes que de continuo y dolorosamente lo confirma, el pueblo de Cuba no ha logrado hasta hoy una sola prueba para conmover y mover a la opinión pública internacional en su favor. Antes bien, los gobiernos minimizan la gravedad de los abusos cuando no lo ignoran.
Pero algo más insólito sucede—: lo que pueda decir al respecto la izquierda en Orsha, Bielorrusia, lo repite un profesor de Harvard o en la Universidad Nacional Autónoma de México o en la ONU, el antro de todos los ismos de izquierda. Cada uno conoce el libreto al dedillo: tienen una respuesta para todo sin importar la pregunta. Así que nada de sanciones o condenas serias contra los crímenes en Cuba,4 sino actitudes complacientes ante la propaganda del temor al invasor norteño, el bloqueo criminal, la mafia de Miami: fundamentos de un mecanismos efectivísimos de agitación y propaganda, de contención y miedo. Se obvia de conjunto el mal efecto que pudieran causar las víctimas de Remolcador 13 de Marzo, los pilotos asesinados de Hermanos al Rescate, los cientos de ahogados en el Estrecho de la Floridas, la violencia contra las Damas de Blanco, los tantos presos y fusilados en décadas, los miles de jóvenes muertos de África so pretexto del Internacionalismo Proletario5 y, especialmente, a un Exilio que sobre pasa ya los tres millones de cubanos por el mundo.
Ante esa barbarie, la dictadura no debe de ser tratada en el ámbito de la política sino en el del crimen.
Punto y aparte merecen los muchos escritores y poetas, e incluso artistas que no asumen compromiso alguno con su tiempo, ni son consecuentes con su obra y status. Sin liderazgo intelectual, callan: una cosa piensan, otra escriben y otra muy distinta hacen. Temen a la exclusión a lo Arena o Cabrea Infante o al anonimato de turno. El miedo es tan feroz que lo rige el egoísmo de viajecitos y contratos en el extranjero, o las prebendas de publicaciones. Se trata de una intelectualidad aristócrata, de un artista mercenario que como presta/ servicio a los señores, duerme en paja/ caliente, y tiene rica y ancha avena.6 Un gremio que sale y entra de la revolución con aparente compromiso político cuando en realidad no cree ni soporta al tirano. Asimismo, obvia con sobrada gravedad que el papel de escritor (o del artista) es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren.7
Claro, acudo a la socorrida frase, salvo excepciones, entre las que cuento al escritor Angel Santiestevan Prats, preso por disentir naturalmente; al recién fallecido Rafael Alcides, considerado a sí mismo como un insillado, entre otros pocos dentro de la isla que sí han estado atento.
De decepciones y traiciones anda lleno el oficio de la verdad y la libertad. Tristemente esa es la expresión máxima de un dictador que llega a arroparse con el sacrificio y pensamiento de los padres fundacionales para establecer que aquellos fueron sus precursores pero que la Historia de la patria, en verdad, comienza con él. Al final del día, presenciamos la psicopatía desmedida de un apandillado que juega a Dios apostando en contra de la democracia y de la persona humana. Y de eso gran parte de la intelectualidad cubana se sacude el polvo, aquí y allá
Nada de beneficio y sí mucho de pánico han aportado las décadas de represión en Cuba. Represión bien sentada en la silla turca de tantos hermanos que, aun viviendo en el extranjero y en libertad, suelen moderar su tono al hablar del tirano—: al referirse al tema, lo hacen en voz baja.
El pánico vive en familiares, lo mismo que en amigos y gente de a pie.
L.Q.Q.D.: delenda est Carthago
José Raúl Vidal y Franco
Notas:
1 José Ramón Ponce Solozábal, instructor y consultor del Ministerio del Interior para torturar y modificar la salud de los opositores políticos en Cuba. Hace años vive in Miami, ha participado en el programa de Oscar Haza y es autor de Al final del arcoiris: Contraespionaje y mecanismo del poder en Cuba.
2 Cfr. Informe Jurídico El Caso Oswaldo Payá, de la Human Rights Foundation, con fecha 22 de julio del 2015, sobre asesinato del líder opositor Oswaldo Payá y de Harold Cepero en accidente automovilístico del 22 de julio del 2012.. https://www.scribd.com/document/272268849/Oswaldo-Paya-report-SPA
3 Vidal Morales y Morales (1901): Iniciadores y Primeros Mártires de la Revolución Cubana. La Habana. Apéndice XII, p. 622.
4 Cfr. Discurso del Che, ante la Asamblea General de la ONU, el 11 de diciembre de 1964, en el que subraya: Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: «fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando».
5 Entrados los años 70 el magnate multi-millonario David Rockefeller llegó a pagar un millón de dólares diarios al dictador Fidel Castro— para que sus tropas cuidaran los Pozos Petroleros de la Standard Oil, en Angola.
6 José Martí (1993). Yugo y estrella. Poesía Completa. Edición Crítica. La Habana, CEM y Editorial de Letra Cubanas, p. 84.
7 Albert Camus: Discurso de Aceptación del Premio Nobel de Literatura. Estocolmo, 10 de diciembre de 1957.