Santa Cruz de Tenerife. España.- Este 26 de julio, la fecha escogida e impuesta por el dictador Fidel Castro como el día de la Rebeldía Nacional, será la primera vez que no se celebre bajo la presidencia absoluta de los hermanos Castro. En esta ocasión, independientemente de la presencia o al menos de la supervisión de Raúl Castro y su séquito de líderes históricos y desatinados fidelistas, Miguel Díaz-Canel, el actual presidente del país, deberá protagonizar el evento principal que en torno a la efeméride se celebrará en Cuba.
Pero esto es algo insignificante toda vez que da igual quien presida el acto o quien pronuncie las palabras de este día. Ya todos saben que el nuevo presidente fue formado y entrenado – y también saben lo que significa la formación y el entrenamiento de este tipo en Cuba, y lo que puede costarle a un alto mandatario apartarse de los cánones establecidos según las normativas del Partido Comunista– para que funcione acorde a los parámetros establecidos por la directriz del partido único, algo que hasta el presente ha asumido y demostrado con creces.
Así las cosas, los cubanos tendrán su 26 de julio con las acostumbradas entregas de obras sociales que a solo unos meses dejan de funcionar, sus fiestas bailables con su acostumbrada dosis de violencia, las tradicionales ferias para que las multitudes sumidas en la pobreza extrema puedan evadirse unas horas, y como es de suponer un discurso estéril pronunciado por el propio presidente o por algún octogenario de los sobrevivientes fundadores de la llamada revolución, intervención en la que se resaltarán los supuestos logros del país, los sobrecumplimientos de planes productivos, amén de descargar su veneno sobre el “imperialismo” culpable de todos los males, y de invocar una y otra vez hasta el cansancio la imagen del viejo presidente vitalicio que ya dejó de pertenecer al reino de los vivos.
De ahí que sobre el asunto tengamos muy poco que decir, como tampoco hay mucho que decir de una fracasada acción de carácter terrorista que su promotor se las agenció para convertirla en una victoria, a tal punto que actualmente los cubanos – aunque a una parte considerable de la población apenas le interese la historia de su patria y le hagan un rechazo desmedido a todo lo que tenga que ver con la política de la nación– repiten la idea del día de la rebeldía nacional sin saber que dicha acción fue un fracaso total como para que sirva de paradigma de rebeldía y de toma de conciencia política.
No obstante, vale la pena detenernos en analizar tres aspectos que considero demasiado contradictorios y que merecen una revisión precisa para cuando podamos describir la realidad de la historia de Cuba que hasta el presente, y desde 1959, se han encargado de tergiversar aquellos que a los que se les permite de manera oficial escribir, publicar, enseñar y predicar en Cuba.
Aspectos demasiado controversiales en torno al 26 de julio como para que sea asumida dicha fecha como día de la Rebeldía Nacional.
1.1 La conversión de una total derrota en una idílica victoria. Esto es algo que tiene su origen a partir de la propia personalidad de Fidel Castro, quien solo tenía 26 años cuando los hechos del Moncada, pero el prepotente joven que con marcado histrionismo era capaz de envolver a multitudes y escandalizar los recintos universitarios no permitió jamás una crítica o un señalamiento. Esto lo fue condicionando para alcanzar una manera cuasi enfermiza de asumir todo lo que se proponía y no se permitió jamás estar en una colectividad sin ocupar su anhelado protagonismo, algo que se fue sobredimensionado en la medida en que se afianzaban ciertos rasgos enfermizos de una personalidad que con frecuencia pasaba de la obsesión dudosa al delirio patológico.
De modo que un ser excéntrico, egocéntrico y delirante no podía permitirse una derrota de carácter militar en el inicio mismo de su carrera política, y esto fue determinante para que la desacertada acción del 26 de julio fuera convertida en una victoria – victoria de las ideas como solía decir hacia el final de su existencia terrenal cada vez que tenía un revés–. Según expresó el propio tirano al pronunciar su kilométrico discurso en el acto por el vigésimo aniversario de la acción: “El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias. No fue la única amarga prueba de la adversidad, pero ya nada pudo contener la lucha victoriosa de nuestro pueblo.”
- 2. Con la imposición del 26 de julio como día de la Rebeldía Nacional se cambió el curso de la verdadera historia de Cuba. ¿Cómo una acción que fracasó pudo convertirse en el día de la Rebeldía Nacional, fecha a la que se le da una connotación mayor que al 1 de enero, el llamado día del triunfo de la revolución cubana? Tengamos presente que a los festejos conmemorativos del 26 de julio se le dedican tres días en los que cesan la mayoría de las actividades en todo el país; pero no solo esto, sino que en muchas de las provincias se realizan los tradicionales carnavales por esta fecha, algo que antes no era así, sino en otras etapas del año.
A esto debe añadirse la realización de las sendas galas artísticas, independientemente del acto conmemorativo, que se realizaban durante las décadas del setenta y del ochenta en la provincia seleccionada, espectáculos que durante varios años contaron con la participación de importantes cantantes de música popular de los llamados países socialistas, fundamentalmente de la Europa Oriental y la URSS, sin que olvidemos la entrega de diversas obras sociales según el slogan “en saludo al 26 de julio”.
De esta forma se le ofrece una mayor connotación al día del fracaso táctico de Castro que al propio 1 de enero, día del llamado triunfo de la revolución cubana, como para que no quepa la menor duda de la importancia del día en el que “triunfaron” las ideas, siguiendo la absurda retórica fidelista, siempre convirtiendo los reveses en victorias.
El egocentrismo y las ansias de sentirse idolatrado de Fidel Castro alcanzaron dimensiones inusitadas a tal punto de desplazar fechas tan significativas como el 10 de octubre, en última instancia el verdadero día de la rebeldía dado su especial significado, y considerando el arraigo que tuvo durante la primera mitad del siglo veinte, antes de la llegada al poder del maníaco mandatario. Los sendos discursos de José Martí dedicados a evocar el 10 de octubre y el respeto que antes se le tenía a Carlos Manuel de Céspedes durante la primera mitad del pasado siglo XX demuestran la grandeza de una fecha que jamás debió haber quedado en el olvido.
Así fue capaz de cambiar cualquier imagen que pudiera existir en torno a un juicio crítico en relación con el fracaso de las acciones terroristas de la fecha devenida en símbolo de los rebeldes.
- 3. Utilizar la sagrada imagen del Apóstol de Cuba y de América para legitimar y ofrecerle cierta connotación, esto es, hacer creíble para las multitudes ignorantes la concepción de la transmutación de un verdadero revés en una aparente victoria. Si bien las anteriores incongruencias castristas constituyen ejemplos de lo que un ser es capaz de hacer para cambiar el curso de la historia de una nación, esta idea de la utilización de la bendita y colosal imagen martiana como un escudo que, a modo de talismán lo pudiera proteger en el arte de engañar, es un verdadero sacrilegio.
Como todos conocen, por cuanto desde edades muy tempranas de la vida se obliga a los niños a repetir de manera mecánica que “Martí es el autor intelectual del Moncada”, algo que se va consolidando en la medida en que avanzan en sus estudios ulteriores hasta que queda finalmente bien afianzado como lo que se pretendía, es decir, como una verdad irrefutable de la que cuesta mucho poder desprenderse cuando más tarde comienzan a pensar – al menos los que no perdieron esa capacidad del intelecto inherente a la condición humana– de un modo diferente y despiertan del largo letargo en el que fueron seducidos como parte de un forzado adoctrinamiento político.
El disparate castrista resulta inconcebible toda vez que existe una diferencia temporal abismal entre los días de José Martí (1853-1895) y la fecha de las acciones del 26 de julio de 1953, justo a cien años del natalicio del sagrado héroe y a cincuenta y ocho años de su muerte. No obstante, la idea del centenario martiano ha sido explotada al máximo como si de manera simbólica, coincidiendo justamente con la conmemoración de los 100 años del onomástico, se asumiera una actitud heroica que con ímpetu guerrero forjaría el inicio de cierta toma de conciencia en torno a las luchas insurreccionales de esta etapa. Recuérdese la llamada generación del centenario y su relación directa con las acciones del 26 de julio. Fidel Castro tuvo la osadía de invocar al Apóstol cubano cuando su autodefensa por sus fechorías cuando expresó: "Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, era tanta la afrenta...”
Veinte años después de los asaltos a los cuarteles del oriente de Cuba, durante su discurso en el acto del 26 de julio de 1973, el dictador Fidel Castro dijo: “Martí nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, la dignidad y el decoro del hombre, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el pueblo. En su prédica revolucionaria estaba el fundamento moral y la legitimidad histórica de nuestra acción armada. Por eso dijimos que él fue el autor intelectual del 26 de Julio”.
Lo que considero sea el elemento clave para la comprensión del por qué asumió la idea – devenida en delirio obsesivo dada su reiteración extrema y su injustificada recurrencia durante el resto de su vida– de un Martí autor intelectual de algo cuya responsabilidad le pertenece por completo a otro. La concepción de aquella necesaria legitimidad histórica que sirva de justificación a su fracaso militar tenía que estar fundamentada en algo verdaderamente trascendente, y en este sentido nada mejor que la figura del considerado Apóstol de la independencia de Cuba para engrandecer una acción que en realidad fue un fracaso.
Tal vez si no se hubiera asociado al más genuino y universal de los cubanos de todos los tiempos al acontecimiento de 1953 el hecho hubiera quedado en el olvido y se le recordaría como lo que en realidad fue, esto es, como una derrota que cual misterioso preludio anunciaba la serie secuencial de errores y reveses de la llamada revolución cubana.
Pero el vil tirano retomó su absurda hipótesis que cual delirante idea estuvo en su pensamiento desde su defensa cuando el juicio del Moncada, y durante el proceso previo a su sentencia, para hacerla algo inherente a la historia de la nación cubana. Desde entonces José Martí fue el autor intelectual del asalto al Moncada, y como él lo consideró así, todos tuvieron que aceptarlo como sagrada ley, al extremo que ahora lo repiten sin saber lo que en sí están diciendo. El adoctrinamiento comunista los llevó al mecanicismo, a la inercia y al estatismo.
A modo de resumen debe quedar bien precisado:
Primero. Resulta inadmisible que se esté tergiversando el curso de la historia de una nación que alguna vez tuvo su sentido de identidad y de nacionalismo bien perfilado, y que lamentablemente con la llegada del castrocomunismo se perdieron ante el forzado empeño de borrar un pasado que podía empequeñecer lo poco que hicieron los barbudos revoltosos dirigidos por un ser capaz de todo, incluido el poder cambiar el curso de la historia patria.
Segundo. No puede permitirse que se continúe predicando la idea de que existe una continuidad histórica desde los lejanos tiempos de Céspedes, Loynaz, Agramonte, Gómez, Martí y Maceo hasta nuestros días. Esa tradición patria que inculcaba el respeto a las venerables figuras de las gestas independentistas del siglo XIX murió con la toma del poder de Fidel Castro en 1959 y con la declaración del carácter socialista de la revolución cubana en 1961. Esto es solo un recurso utilizado de manera premeditada y con alevosía con el pretexto de “vender ese intento de legitimación política como un hecho histórico, atreviéndose a enseñarlo hasta en las universidades de la isla”, según la autorizada opinión de un joven historiador cubano.
Tercero. Es necesario retomar el legado martiano en su verdadero sentido, esto es, apartado de la maléfica influencia del comunismo y del marxismo cubano impuesto desde los tiempos iniciales de la revolución cubana. José Martí es el símbolo de la nación cubana y cualquier asociación con los sucesos que precedieron o han tenido lugar durante las casi seis décadas del socialismo en Cuba constituye un agravio al más colosal de los cubanos. Deberá borrarse para siempre esa asociación que el dictador Fidel Castro impuso entre el aglutinador de los luchadores cubanos del fin del siglo XIX y cualquier suceso en relación con los hechos sucedidos a partir de 1959, o que de manera previa, como es el caso de los asaltos a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en 1953, estuvieran en relación con la revolución castrista. Los asaltos a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes fueron acciones de carácter terrorista y constituyeron un fracaso militar. El pensamiento humanista, la infinita bondad y el sentido de la justicia de José Martí están bien distantes de cualquier fechoría de un narcisista y megalomaníaco ser que destruyó completamente a la nación cubana, cuyo desempeño estuvo caracterizado por una serie secuencial de errores, reveses y derrotas entre los que sobresale de manera particular el asalto al Moncada.