El fantasma del “imperio” y el neoliberalismo en el XXIV Foro de Sao Paulo

El fantasma del imperio Foro de Sao Paulo 

Santa Cruz de Tenerife. España.- Un encuentro de carácter regional en el que solo participaron alrededor de 500 invitados – menos de los que se reúnen en Cuba en congresos y eventos científicos de carácter nacional –  y en el que solo hicieron acto de presencia cuatro mandatarios de América Latina*, incluido el actual presidente de Cuba, país donde tuvo lugar el evento, debe ser motivo de preocupación para aquellos que aún se empeñan en defender la idea socialista en el contexto de esa enorme extensión que el Apóstol de Cuba y de América llamó nuestra América. 

Me refiero a la XXIV tenida del Foro de Sao Paulo que acaba de concluir en La Habana este 17 de julio luego de tres días de encuentros en los que participaron representantes de partidos y movimientos izquierdistas de Latinoamérica en su afán de mantener vivo lo que al parecer ha llegado al fin de su existencia.

Dejando a un lado los antecedentes históricos del Foro detengámonos en ciertos puntos tratados en este último encuentro por dos de los presidentes participantes, no sin antes recordar al menos dos aspectos que considero oportunos para la comprensión de la razón de ser de este organismo o instancia. Primero, el Foro se debe a la autoría del desaparecido dictador cubano Fidel Casto y Luis Ignacio Da Silva, actualmente prisionero por varios cargos, entre los que sobresale sus vínculos con escándalos de corrupción en Brasil, esto per se nos da la medida de la imagen y reputación de dicho Foro ante el mundo. Segundo, fue constituido para reunir esfuerzos de los partidos y movimientos de izquierda, para debatir sobre el escenario internacional después de la caída del Muro de Berlín y las consecuencias del neoliberalismo en los países de la América Latina, esto es, para que sirviera como estandarte ante la grave amenaza de extinción definitiva del socialismo luego de su derrota definitiva en los países de Europa del este y la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

El encuentro que acaba de concluir se realizó en un contexto muy diferente a varias de las reuniones precedentes en las que la llama socialista pretendía imponerse – y se llegó a concretar como acto, aunque en algunos países muy a su manera y un tanto apartados de los cánones de Marx– en naciones como Chile, Argentina, Uruguay, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, y como es lógico en Cuba y Brasil, naciones presididas por sus promotores y fundadores.

Ahora en medio de un aislamiento total y ante el descrédito y el rechazo generalizado de la comunidad internacional, y con solo los vestigios remanentes de una Venezuela que se desmorona en pedazos día a día, de una Nicaragua que atraviesa por la peor crisis política de su existencia, de una Bolivia que jamás ha contado para nada, y por supuesto, de Cuba, el epicentro de la maldad continental y de la exportación de los gérmenes comunistas para el mundo, se realiza un encuentro que no tiene razón de ser toda vez que ya el socialismo del siglo XXI en la región ha colapsado definitivamente siguiendo los pasos del paradigma europeo del pasado siglo XX.

Así las cosas, entre ataques al “imperialismo”, pronunciamientos “contra el neoliberalismo” y un marcado empeño en resaltar la inexistente vigencia de la izquierda regional – según algunos de los participantes más viva que nunca, con lo que dan muestras de un delirio sin igual que demuestra el grado de enajenación al que han llegado por los nocivos efectos del comunismo, el verdadero opio de los pueblos–, transcurrió un encuentro que en breves horas pasará al olvido como el fracasado XV Consejo Político de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América y Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), celebrado también en La Habana en abril de 2017 y que a los pocos días ya nadie lo recordaba.

Los mayores disparates fueron pronunciados por dos de los mandatarios más ignorantes de la región. Me refiero a Evo Morales, el anquilosado y dogmático presidente boliviano, y como es de suponer al hazmerreír venezolano Nicolás Maduro. Ambos líderes socialistas arremetieron contra un imperio a quien acusan siempre de sus males – siguiendo las pautas del delirante tirano cubano Fidel Castro, por suerte ya no presente en el mundo de los vivos–, algo que ya resulta demasiado reiterativo y carente de sentido en el actual contexto regional, el cual se caracteriza por grandes transformaciones que han conducido a las naciones que algunas vez profesaron el socialismo a experimentar un viraje radical que les permita la recuperación de sus democracias mediante regímenes de derecha o de centro-derecha.

El sanguinario presidente venezolano fue capaz de llamar gobiernos progresistas a los regímenes autoritarios y totalitarios de izquierda que aún persisten en la región, los cuales, según él, son amenazados ante las intrigas y conspiraciones del gobierno de Estados Unidos. Pero el peor error del iletrado mandatario estuvo en su valoración respecto a lo que él cree sea una decadencia del imperialismo: “Mientras haya imperialismo habrá lucha. Mientras haya imperialismo en Estados Unidos, aunque esté en decadencia, habrá conspiración, habrá intriga contra los Gobiernos progresistas”.

Su incapacidad para el análisis y la reflexión lo conducen a captaciones erróneas de la realidad. ¿Quién está realmente en decadencia, el llamado imperialismo o la izquierda latinoamericana que ha desaparecido prácticamente del continente? Maduro se dispersa entre alabanzas a Castro y Chávez, saludos innecesarios a participantes, interrogantes desde el púlpito a Evo Morales y elogios a los corruptos líderes de Latinoamérica,  y asume el tradicional recurso populista de convertir los fracasos y reveses en victorias.

En este sentido expresó que “hoy estamos en mejores condiciones que nunca antes para avanzar en la liberación, en la unión y en la independencia de este continente, sin lugar a dudas, ahora que tenemos una fuerza imperial allí, ni que el imperialismo hubiera desaparecido, un poco la tesis de los años noventa; no, no hay imperialismo ya en el mundo, los Estados Unidos es el gran padre protector de todos”.

Hacia la parte semifinal de su extenso discurso – cuyo texto por su estilo y redacción no le corresponde como autor– hizo referencia a conceptos marxistas al expresar: “Aunque en política no hay verdades irrefutables o eternas, ni puede haber dos más, porque como buenos marxistas que somos, creemos en la dialéctica del pensamiento y de la realidad, y en los cambios permanentes”.

¿Acaso tiene idea de lo que leyó en su extensa intervención cuando se ha referido a cambios permanentes, a verdades eternas, y a dialéctica del pensamiento? Estemos o no de acuerdo con las concepciones marxistas, el basamento teórico de sus doctrinas está basado en argumentos de la filosofía y de la antropología social, y dudo que un ser que ha trascendido por sus cientos de errores al expresarse en público y sus limitaciones para la palabra tenga ideas claras de las enseñanzas de los fundadores del marxismo.

Por su parte el presidente boliviano, cual clonación a la justa medida socialista latinoamericana, basó su intervención en obsoletas reafirmaciones carentes de sentido, así como una continua evocación hasta el cansancio hacia Fidel Castro. Con su acostumbrada sencillez, a modo de catequesis comunista, además de criticar al presidente de Estados Unidos – una de sus obsesiones actuales, además del tema del mar para Bolivia– insistió en la unidad de los pueblos de América Latina como “el mejor homenaje a Fidel”, rematando su discurso con las estereotipadas frases de: “nunca claudicar, ni dudar de nuestros principios revolucionarios”.

En fin, las mismas ideas de hace veinte años atrás, un discurso – ahora refiriéndome al conjunto de las intervenciones por su estilo, lo que para Martí era esencia, y por su limitado contenido– anticuado que arremete contra imperios y tendencias neoliberales sin reconocer jamás las verdaderas causas de los males de la región, las gastadas convocatorias hacia una unidad carente de sentido en el actual momento, denuncias de nuevas formas de injerencia y desestabilización que algunos desconociendo los conceptos de Gene Sharp han visto como golpes blandos, la desmedida defensa a personajes corruptos como Dilma Rousseff, Cristina Fernández, Lula Da Silva y Rafael Correa – todos acusados por corrupción, unos destituidos, otros pendientes de juicio, uno en prisión y otro en la espera–, y en primer lugar, un gasto injustificado de recursos por parte de la nación anfitriona para algo que ya está pasando a los archivos permanentes de los anales de la izquierda sin soluciones concretas para el desastre de sus gobiernos y las penurias de sus naciones.   

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*Además de los citados presidentes de Venezuela y Bolivia, participaron Miguel Díaz-Canel, actual presidente de Cuba, a cuya intervención haré mención en otro escrito, así como Salvador Sánchez Cerén, presidente de El Salvador.

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