Hace 129 años durante la celebración de la Segunda Internacional, en París, Francia, se acordó celebrar el Día de los Trabajadores el primero de mayo. El congreso fundacional de la II Internacional decidió que el primero de mayo de 1890 se convocara a los trabajadores para reivindicar la jornada laboral de ocho horas. Esta fecha se convirtió desde entonces en una muestra de la fuerza y la hermandad internacional de los obreros, y su celebración se ha convertido en un símbolo adoptado en casi todos los países.
El motivo de la selección de dicho día es ya bien conocido por todos, pero de cualquier modo, y en honor a aquellos que protagonizaron las valerosas acciones de Chicago, y de manera especial a sus principales líderes que fueron sentenciados a muerte, unos, y a cadena perpetua, otros, no hemos de olvidarlos como sucede en algunos países, cuya celebración se convierte en un verdadero espectáculo sin que figure en su guión establecido ninguna mención a los llamados obreros de Haymarket.
Me refiero específicamente a Cuba, país pionero en el mundo en participar en los actos de este día desde 1890, aunque a partir de 1959 sus líderes sindicales guiados por el Partido Comunista están demasiado inmersos en sus consignas comunistas y sus acciones de reafirmación revolucionaria como para evocar los sucesos que dieron lugar a la declaración del primero de mayo como Día Internacional de los Trabajadores.
De manera anticipada los principales líderes del régimen cubano afirmaron que “el próximo Primero de Mayo (el que están celebrando hoy) se convertirá en una contundente demostración de la unidad indestructible del pueblo junto a su Partido y su Revolución”; además de haberse referido a las siempre socorridas frases acerca de enérgicas acciones de rechazo al imperialismo.
Ulises Guilarte De Nacimiento, Secretario General de la Central de Trabajadores de Cuba, CTC, en entrevista a medios oficialistas en los días previos a la efeméride se refirió a una supuesta “arremetida imperialista contra la clase obrera”, a una política neoliberal, así como al impacto que ambos aspectos tienen “en la precarización del empleo y los salarios”, con lo que se reafirma ese discurso obsoleto y carente de sentido en el contexto de estos nuevos tiempos a los están ajenos los legendarios partidistas de Cuba.
A diferencia del resto del mundo, donde los trabajadores de manera espontánea, aunque como es lógico, organizados y dirigidos por asociaciones sindicales y partidistas, reclaman sus derechos en relación con lo que José Martí llamó “el mundo del trabajo”, en Cuba, donde los trabajadores reciben los salarios más bajos y trabajan en las condiciones más precarias del mundo, al parecer no tienen nada que reclamar toda vez que en lugar de las reformas salariales, la igualdad de género, la equidad de condiciones, o todo aquello que tenga que ver con lo que en Cuba se le denomina “atención al hombre”, se limitan a ensalzar esos “logros” de su revolución y a reiterar sus decadentes consignas relacionadas con las figuras de Fidel y Raúl Castro.
Para la representación teatral de este año ya estaba “organizado” de manera preconcebida respaldar “la actualización del modelo económico y social cubano y la implementación de los lineamientos aprobados en el VI y VII congreso del Partido, porque son los obreros la fuerza motriz para llevar a cabo esa implementación”, según declaró a medios oficialistas cubanos Ulises Guilarte De Nacimiento, Secretario General de la CTC. Como se dice en cubano “bohemia vieja”, por cuanto los lineamientos y la conceptualización de un “nuevo” modelo económico ya pasaron de moda; aunque la nueva presidencia bajo la estricta supervisión de su sombra partidista los tenga que retomar bajo un nuevo ropaje que lo conducirá inevitablemente a otro fracaso.
¿Qué hemos tenido este primero de mayo en la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores en Cuba?
Pues lo mismo con lo mismo – como también se suele decir en la isla–. Un titular del diario El País dice: “Masivo apoyo a Díaz-Canel en el Día del Trabajo en Cuba”, algo que ya sabíamos de antemano. Igualmente el pueblo cubano hubiera apoyado a cualquier otro elegido para la presidencia del país. Los trabajadores de la mayor de Las Antillas no tienen opción, o apoyan, o apoyan; los términos intermedios, la apatía y la rebeldía son fuertemente condenados en la isla de la represión.
También se informa de la participación de cientos de miles de personas en una jornada en la que “las reivindicaciones laborales estuvieron ausentes y todo el protagonismo lo cobró el mensaje de respaldo al nuevo presidente, Miguel Díaz-Canel, y a la vigencia del legado revolucionario”, lo que también ya todos sabíamos, por cuanto desde hace casi seis décadas esas reivindicaciones laborales no están permitidas y en su lugar se gritan – que es la manera que ahora tienen los hombres-nuevos clonados especialmente para estos menesteres– sus tradicionales consignas que van desde la vulgaridad hasta el absurdo.
Pero lo peor de todo esto es que de tanto que se lo han repetido muchos han llegado a creerlo. Recordemos que a través del devenir humano se le ha atribuido a la palabra un efecto potente, ya sea para el bien o para el mal. Por eso todas las religiones del mundo emplean oraciones de manera repetitiva para lograr efectos benéficos en los feligreses que participan de las ceremonias tradicionales, y de manera especial en la antigua India se entonaban los mantras (en sánscrito mantram) por su efecto mágico capaz de ejercer su acción. De ahí que los sumisos trabajadores de la isla sigan luchando por su próspero y sostenible socialismo, y crean ser la mismísima encarnación de Fidel Castro – por lo del lema “Yo soy Fidel”, tan de moda en los últimos meses–. La palabra tiene su efecto.
Sabíamos también que Miguel Díaz-Canel jamás estaría solo, al menos en estos meses iniciales de su gobierno. El general sin batallas lo observa desde su maléfico silencio y espera “orientarle” ante cualquier “error” que pueda cometer el elegido – aunque no por el pueblo, sino por el Partido Comunista de Cuba bajo el disfraz de la Asamblea–, que cual avatar del nuevo hombre cubano, se mantendrá con una actitud muy conservadora aplicando solo pequeñas medidas de carácter paliativo para prolongar por breve tiempo el agónico estado de la decadente nación, que a modo de símbolo le acaban de entregar.
Así las cosas, este primero de mayo, con Raúl Castro o con Miguel Díaz-Canel – a estas alturas del desastre da igual–, como en otros años fue una gran representación teatral, o como bien definió hace poco un cronista que conozco – aunque él se refirió a un desfile del dos de enero, pero da igual, se sabe que todos son similares– "una coreografía subdesarrollada y bananera, (así le habríamos llamado en tiempos de menos corrección política). Los discursos vacíos se sucedían mientras la gente se tomaba selfies y trataba de sacudirse el calor. Quince minutos después de comenzar la marcha, la multitud se disolvía en estampida. La gente solo asiste para que los jefes les vean”.