¿Un Armand Hammer cubano?

¿Un Armand Hammer cubano?¿Un Armand Hammer cubano?

Sería impreciso considerar, en este momento, a Alfonso Fanjul una versión cubana de Armand Hammer. De su potencialidad de poder serlo, sin embargo, no sería una consideración descabellada. El “millonario rojo”, como se le apodó a este estadounidense hijo de inmigrantes ucranianos-rusos, si no salvó a la dictadura bolchevique de la extinción, no se estaría exagerando al concluir que fue un factor seminal en su supervivencia. Hammer fue un joven médico de veintitrés años, recién graduado, cuando conoció a Lenin en 1921. Su carta de presentación se la extendió su padre, Julius Hammer. Este, médico también, fue un comunista medular y conspirador que conoció al arquitecto del comunismo ruso en la Conferencia Socialista Internacional de 1907 en Stuttgart, Alemania (la séptima conferencia de la Segunda Internacional). De ahí Julius ayudó a fundar el Partido Socialista Laborista de Norteamérica (precursor del Partido Comunista de los EE UU) y la empresa de cadenas farmacéuticas Allied Drug and Chemical. Antes de caer en desgracia con la ley estadounidense por ejecutar un aborto que dejó muerto al paciente, Julius le relegó a su hijo la tarea de continuar el “negocio” y ayudar quebrar el aislamiento, o el “bloqueo” como lo llamó Armand, a la recién establecida dictadura comunista. 

 

     Lenin y los bolcheviques tenían problemas grandes. La hambruna, producto de la política nefasta de socializar a la economía y parte de una estrategia para domesticar a la población que resistía la embestida roja, pesaba sobre Rusia socialista. Una guerra civil, el descontento popular con la dictadura proletaria y un mundo libre reacio de aceptar como igual al bolchevismo, estaban complicando la imposición comunista. Lenin se vio forzado, en la primavera de 1921, a revertir tácticamente la colectivización radical de la economía e introduce la Nueva Política Económica. Esta modificación selecta del entorno económico (el precursor del “modelo chino”) estaba diseñada para atraer la inversión extranjera emitiendo concesiones a empresas foráneas. Hammer (Armand el hijo) ofreció sus servicios con la empresa de su padre para amenguar la situación, llegando en el momento oportuno para él y para el comunismo.

     Allied Drug, bajo la directriz de Hammer (el padre) antes de este ir preso, le lavaba el dinero a los bolcheviques. Lenin, sin embargo, vio en el Hammer más joven un instrumento con más proyección. La propuesta del joven médico estadounidense de continuar facilitando el movimiento furtivo de moneda dura y mercancía robada entre Rusia comunista y el orbe libre, por medio de Allied Drug, se quedó corto a los diseños de Lenin. Comunicaciones entre este con Ludwig Martens, el embajador de facto de Rusia comunista en los EE UU, con Josef Stalin y la primera autobiografía de Hammer, nos ofrecen algunos detalles sobre la magnanimidad del papel servicial de Hammer hacia el comunismo.

     Hammer obtuvo la primera concesión bolchevique concedida a una empresa norteamericana. En La búsqueda por el tesoro de los Romanoff (1932), su mencionada primera autobiografía, este nos relata cómo Lenin le dijo, “Alguien tiene que ser el que rompe el hielo. ¿Por qué no aceptas tú una concesión de asbestos?”. El mejor discípulo práctico que tuvo el marxismo, tenía un claro entendimiento de la urgencia y lo que hacía falta para evitar el colapso. Lenin le exclamó a Hammer que necesitaban de los EE UU tres cosas: (1) capital, (2) tecnología y (3) reconocimiento diplomático. Para lograr eso, la imagen habría que limpiarla e intentar enaltecerla. Lo que empezó para Hammer con una concesión lucrativa de asbestos en los Urales, llegaría incluir un monopolio en la fabricación de lápices, el acceso a traficar en el lujoso arte zarista y otros contratos y privilegios fructuosos. Una comunicación de Lenin a Stalin de 1922 (24 mayo) precisó que el negocio con el “millonario rojo” sería “el sendero al empresariado estadounidense”. El hecho de que antes de concluir los 1920´s, treinta y siete empresas norteamericanas estaban operando en la URSS, incluyendo una fábrica de Henry Ford, da peso al argumento. Lenin le insistió a Martens (representante de Rusia soviética en los EE UU) 1921 (19 octubre) que las concesiones a empresas norteamericanas y la conexión con Hammer “es importante políticamente”. Los alemanes y los británicos imitaron a los estadounidenses y entraron en negocios con el mercantilismo socialista que la URSS estaba tolerando.

     Dicha política de permitir la inversión extranjera concesionada por Rusia soviética, rindió los frutos económicos para evitar el colapso del primer Estado comunista en el siglo XX, en su fase incipiente. La “legitimización” de la dictadura bolchevique comunista en el mundo entró por la puerta de la comercialización. Pero la realidad es que hizo mucho más. Permitió, por medio de las transferencias comerciales entre las empresas privadas con base en países capitalistas y la dictadura comunista rusa, la introducción de enormes cuantías de capital usado para financiar operaciones subversivas del Comintern (la Tercera Internacional Comunista). Edward Jay Epstein, un biógrafo de Hammer, expuso en Dossier: La historia secreta de Armand Hammer (1996) los testimonios de J. Edgar Hoover, el emblemático dirigente de FBI y de James J. Angleton, jefe de la contrainteligencia de la CIA. Ambos coinciden, de acuerdo a la investigación de Epstein, en la apreciación de que Hammer no sólo se involucró económicamente con el comunismo soviético. El lazo sentimental lo llevó a la acumulación de sendos expedientes donde su servicio de espionaje era notorio.

     El castrocomunismo requiere para su supervivencia, el establecimiento y la normalización de las relaciones con los EE UU. No hay otra. Empresarios, preferiblemente criollos, dispuestos a servir de socios en el experimento de un mercantilismo socialista en Cuba, es lo que busca la dictadura cubana. Sin los fondos de la nación extraterritorial cubana, esa “transición” sería un espejismo. La carnada desde hace tiempo la están tirando. China y Vietnam encontraron en muchos de sus transnacionales la disponibilidad de servir de cómplices de una tiranía ante la espuria promesa de una eventual “democratización”. Miserable excusa para enriquecerse. Al sufrido pueblo chino y al tibetano le dijeron ese cuento en 1978. Todavía no ha llegado la democracia, menos aún la libertad. Es cierto que hay más pan, pero la dictadura también está más sólida que nunca hoy en China, Vietnam y el Tíbet ocupado. Libertad plena e igualitaria para toda la sociedad cubana, tiene que ser la condición a priori antes de que cualquier empresario considere invertir en Cuba. Hammer no logró la democracia en Rusia. Nunca fue lo que estaba buscando. Salvar el comunismo, eso sí fue su propósito.   

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🖋️Autor Julio M. Shiling

J M Shiling autor circle white🖋️Autor Julio M. Shiling 
Julio M. Shiling es politólogo, escritor, conferenciante, comentarista y director de los foros políticos y las publicaciones digitales, Patria de Martí y The CubanAmerican Voice y columnista. Tiene una Maestría en Ciencias Políticas de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) de Miami, Florida. Es miembro de The American Political Science Association (“La Asociación Estadounidense de Ciencias Políticas”), el PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio y la Academia de Historia de Cuba en el ExilioSigue a Julio en:

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