Vamos a desnudar la verdad de este Primero de Mayo
- Jorge Luis León
Veamos. Hace años que la tiranía castrista no se atrevía a realizar un desfile en la Plaza de la Revolución. La crisis estructural, profunda y prolongada, lo impedía. ¿Acaso algo ha mejorado? No. Nada ha mejorado. Entonces, ¿cómo explicar este acto?
Un símil puede ayudarnos a comprenderlo: en una pelea de boxeo, un golpe brutal deja prácticamente noqueado a un luchador. Aturdido, se levanta tambaleante, sin saber si está en el suelo o de pie, y le hace señas al árbitro de que está “bien”, cuando todos saben que no lo está. Diez segundos después, al reanudarse el combate, cae definitivamente.
Eso mismo ha ocurrido. El Estado cubano —quebrado, inútil, moral y materialmente derrotado— ha hecho un esfuerzo descomunal para montar una escenografía de poder que ya no posee. Ha convocado a cientos de invitados, movilizado a miles con presiones, amenazas y chantajes, y maquillado la miseria con banderas, tambores y gritos vacíos, para dar la imagen de una fuerza que no tiene.
Porque vamos a ver… ¿qué se festeja este Primero de Mayo?
¿La falta de leche para los niños?
¿La desaparición del pan de la libreta?
¿La escasez de azúcar en el país que un día fue su mayor productor?
¿El colapso del transporte público?
¿Los apagones interminables que sumen barrios enteros en tinieblas por más de 14 horas diarias?
¿La falta de gas y la cocina con leña en pleno siglo XXI?
¿La ruina de hospitales sin medicinas ni higiene?
¿Las escuelas sin maestros, sin luz, sin esperanza?
¿La estampida de jóvenes que huyen por selvas, mares y fronteras desesperadas?
¿El abandono del campo, la tierra seca, la cosecha perdida?
¿La desnutrición silenciosa?
¿La desesperanza en el rostro de millones?
¿El suicidio, la depresión, el cinismo?
¡Nada! Nada hay que celebrar. Solo hay un espectáculo montado para sostener la mentira, una liturgia sin fe, una marcha de zombis políticos. Un desfile sin alegría ni espíritu. Un acto hueco como el discurso oficial.
Y sí, hay gente miserable, muchos. Gente que ha perdido la vergüenza, que ha entregado su dignidad a cambio de una bolsa de comida. Gente que vive de los dólares que les mandan sus familiares desde el exilio —ese mismo exilio que el régimen denigra pero del que depende para subsistir—. Gente que, como canallas, se escuda detrás de la pared del miedo, la simulación y la complicidad.
El castrismo ha creado dos Cubas: la de la miseria silenciada y la de la propaganda obscena. Una Cuba real, dolorosa, que sangra en cada esquina. Y otra ficticia, tramposa, que solo existe en la televisión estatal y los discursos de los jerarcas.
Este Primero de Mayo no es una fiesta de los trabajadores. Es un funeral encubierto.
Es el desfile de un régimen moribundo que aún no acepta su derrota.
Es la última mueca de una dictadura que ya no tiene discurso ni futuro.
Es la confirmación de que el socialismo cubano es incapaz de alimentar, sanar, educar o dar luz.
Nos toca a nosotros, ciudadanos conscientes, historiadores honestos, hombres y mujeres de valor, desnudar la verdad.
Decirla sin miedo.
Mostrar el cadáver político que pasean como si estuviera vivo.
Porque lo que está en juego ya no es una ideología:
Es la verdad.
Es la dignidad humana.
Es la vida misma.