Aunque tal vez no sería tan devastador como la pérdida de la ayuda soviética, un corte drástico de la ayuda venezolana podría tensar los límites de la paciencia y la tolerancia del pueblo cubano, lo que en agosto de 1994 resultó en la mayor protesta popular de la historia del castrismo.
Se cumplen este 5 de agosto 23 años del Maleconazo, la mayor protesta popular espontánea del pueblo cubano contra el régimen de los hermanos Castro, cuando cientos de habaneros desahogaron en la famosa avenida costera y las calles aledañas las frustraciones acumuladas por una grave crisis, gritando “¡Libertad!” y “’¡Abajo Fidel!” y apedreando vidrieras.
La revuelta se desató en el momento en que tocaba fondo la crisis económica y social resultante de la pérdida de la manutención de Cuba por la Unión Soviética y el bloque comunista. El Producto Interno Bruto cubano se contrajo más de 35%; los suministros de petróleo cesaron; los ingresos en moneda convertible, las importaciones de bienes de consumo, materias primas, alimentos y piezas de repuesto y maquinaria cayeron abruptamente.
Los efectos en la población de la isla habían sido devastadores y traumáticos: larguísimos y cotidianos apagones, transporte público casi inexistente; estantes vacíos en bodegas y mercados que llevaron a la población a engañar el estómago con inventos culinarios de fuera de este mundo, y resultaron en enfermedades por carencias nutricionales. Los valores se degradaron en medio de la crisis, y la prostitución, supuestamente desterrada por la revolución, se hizo lugar común.
Una parte de la población se dedicó al trueque y a actividades en el mercado negro para sobrevivir, pero otra intentó buscar solución a sus problemas abandonando el país. Entre el 28 de mayo y el 4 de agosto de 1994 grupos de cubanos irrumpieron en las embajadas de Bélgica y Alemania, o secuestraron embarcaciones como el Remolcador 13 de marzo (hundido por el régimen con más de 60 personas a bordo), el carguero La Coubre y la lanchita que cruza el puerto hasta Regla (dos veces).
El 4 y 5 de agosto cientos de cubanos se congregaron en el Malecón habanero, cerca de La Punta, el castillo que complementaba a El Morro en la defensa del puerto cuando Cuba era colonia española. Habían escuchado que varias lanchas grandes llegarían desde Estados Unidos para recoger a quienes quisieran irse. No era un rumor del todo infundado, había sucedido en 1980 con el puente marítimo del Mariel.
Hay diferentes versiones sobre qué precipitó el estallido, pero la mayoría atribuye a agentes del gobierno y del contingente represivo Blas Roca, armados con palos y cabillas, las provocaciones que agotaron la paciencia de los que solo querían largarse del país.
De pronto la gente empezó a gritar, incluyendo gritos de “Abajo Fidel”, y a lanzar piedras. Sonaron algunos disparos. La protesta se propagó rápidamente hacia el oeste por el Malecón y la paralela calle San Lázaro, hasta por lo menos el Parque Maceo, y subió por arterias comerciales como Galiano donde los amotinados, eufóricos, apedrearon las vidrieras vacías. Los policías, tonfa en mano, apresaban a los manifestantes, casi todos jóvenes y negros, y los del Blas Roca los golpeaban.
Fidel Castro llegó más tarde con sus escoltas a la esquina de Galiano y San Lázaro, en Centro Habana.

"Salida nocturna" - foto del historiador de arte y curador Willy Castellanos.
La protesta resultó en otro Mariel, más criminal: buscando bajar la presión interna Castro autorizó la salida por mar de los cubanos, pero esta vez no se irían en los yates de sus parientes de Miami, sino en embarcaciones rústicas hechas a la carrera en las que debían recorrer 20 kilómetros hasta el límite territorial, donde Estados Unidos situó a sus guardacostas y decenas de embarcaciones más. Cerca de 34.000 fueron rescatados, pero otros muchos no llegaron.
El Maleconazo estremeció la seguridad en sí mismo del régimen y su arrogante desprecio por la capacidad de tolerancia de los cubanos.
Desde entonces el gobierno de la isla se ha cuidado que no se repitan las condiciones que le dieron origen. Quizás por eso ha mostrado estar dispuesto a jugárselo todo por no perder la corriente de petróleo y divisas que le llega de Venezuela. Nunca se las vio más negras que cuando perdió en los años 90 la de Moscú y sus satélites.
Rolando Cartaya / Martí noticias
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