Petroleo y Pobreza

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Petroleo y Pobreza por Carlos Sabino

Sociólogo y economista argentino. Ha sido investigador académico, autor y articulista. Recibió un Doctorado en ciencias sociales de la Universidad Central de Venezuela. Ejerce como profesor en la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala).

Venezuela es uno de los pocos países del mundo que tiene el triste record de haber retrocedido económicamente durante el último medio siglo. Su ingreso por habitante, que una vez fue el más alto de América Latina, ha venido desplomándose de modo sistemático. Por ejemplo, en 1960, el trabajador venezolano ganaba, en promedio, un 83% de lo que obtenía un obrero norteamericano; hoy, en cambio, y según cómo se realice el cálculo, su ingreso es entre 10% y 20% del ingreso del trabajador en Estados Unidos.

La Venezuela de los años cincuenta atrajo aproximadamente a un millón de inmigrantes europeos, quienes encontraron en el país mejores condiciones de vida que en sus tierras natales. Hoy, en contraste, los venezolanos salen al exterior –enfrentando a veces privaciones y dificultades- para tratar de encontrar el futuro que no pueden construir en su país. Hoy los males del desempleo, la inseguridad y la pobreza nos golpean a todos con inclemencia. La mayoría de los jóvenes, ante este desolador panorama, anhelan emigrar para intentar construir su futuro en otros horizontes.

¿Qué ha sucedido para que Venezuela, país rico en ingresos por obra del petróleo, haya retrocedido de este modo, desempeñándose mucho peor que otras naciones menos dotadas de recursos que, sin embargo, han logrado escapar de la pobreza y superar el atraso? La respuesta es compleja, desde luego, y para ser exacta obligaría a repasar toda la historia reciente del país. Pero creo que –en pocas líneas- se puede encontrar una de las claves que permite entender lo ocurrido.

La riqueza venezolana, los ingresos provenientes del petróleo, han ido en definitiva a parar a manos del estado. La opinión pública prevaleciente en el país ha insistido en señalar con insistencia, a lo largo de los años, que la riqueza petrolera era de la nación, que pertenecía a todos. Pero, en la práctica, esta altruista forma de encarar el problema ha terminado dando resultados nefastos: el dinero proveniente del petróleo ha terminado en manos de los gobiernos de turno que lo han gastado del modo más discrecional imaginable. El estado se ha enriquecido, sin duda alguna, pero la población ha ido empobreciéndose en el curso de los años.

Con el dinero del petróleo se ha tratado de hacer de todo: se ha gastado, inicialmente, en crear la infraestructura física que el país necesitaba y en ampliar los servicios de salud y de educación. Luego, cuando los ingresos crecieron, los gobernantes se comprometieron en la creación de gigantescas empresas públicas que resultaron siempre deficitarias y muy poco eficientes, provocando el endeudamiento de la nación. Ahora, bajo el largo gobierno de Hugo Chávez, se gastan miles de millones de dólares en armamentos que sólo sirven para alentar espejismos expansionistas, en comprar empresas privadas que funcionan perfectamente bien o en ayudar a los amigos políticos del presidente venezolano en toda la América Latina.

Venezuela, desde hace muchos años, recorre el camino de un intervencionismo estatal que no ha permitido crecer a la empresa privada y que hoy incluso intenta ahogarla por completo. Ha gastado mal sus ingresos, no ha dejado libertad a los particulares para que ellos inviertan de un modo más razonable y, entretanto, ha creado una inmensa burocracia que vive a costa del estado, cuyos sueldos y prebendas pagamos todos, pero que no cumple función útil alguna.

Sin inversión privada y sin libertad económica el camino del crecimiento queda siempre bloqueado. La experiencia internacional señala claramente que los países más ricos del mundo son los que más libertades económicas poseen y que la pobreza sólo se combate con inversión productiva, no con costosos pero ineficaces programas sociales que son, en realidad, formas de clientelismo político destinadas a controlar voluntades.

Hasta tanto no comprendamos estas simples verdades y mientras sigamos insistiendo en crear un socialismo que ha fracasado en todas partes, seguiremos viviendo en el más trágico atraso, rezagándonos cada vez más en el concierto mundial. Venezuela necesita cambiar, abrir su economía y reducir el opresivo peso del estado porque ese es el único modo en que, por fin, la riqueza del petróleo podrá llegar a los más necesitados.

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