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Patria de Martí Artículos y Ensayos

La Sinfonía del Hemisferio

Armando M D'Fana
Publicado: 04 Diciembre 2025

La Sinfonía del Hemisferio

Movimientos de poder en el Caribe y el despertar estratégico de Estados Unidos

Pensamiento

Los instrumentos de esta sinfonía no son violines ni trombones,

sino flotas, ejércitos, rutas clandestinas y sistemas de inteligencia que chocan bajo la mesa del hemisferio.

Cada movimiento tiene su propio ritmo, sus silencios y sus explosiones.

La pregunta que queda suspendida al final es simple y brutal:

¿Será esta sinfonía un cierre de paz?

OBERTURA

¿Por qué Estados Unidos es una potencia mundial?

Es algo que todos deberíamos preguntarnos. Ese es el tipo de pregunta que me hice cuando mi padre me dijo, al verme llorar porque había sido golpeado en una pelea callejera:

“Regresa a la calle, y hasta que no le hagas llorar al que te dio, no regreses a la casa”.

A partir de ese instante supe qué significaba ser un varón.

Hay países que ascienden por ambición, otros por conquista, otros por necesidad.

Y Estados Unidos no nació para dominar, sino para durar.

Esa diferencia, que parece una sutileza, explica por qué, dos siglos después de su fundación, el país sigue siendo —con defectos, crisis y contradicciones— la columna vertebral del orden internacional.

No es una potencia por su tamaño, por su riqueza, ni siquiera por su ejército, aunque sin duda es formidable.

EE. UU. es una potencia porque fue diseñado, desde su origen, para resistir el tiempo y para expandir sus capacidades sin desbordarse.

Un país nacido de una idea, la misma que mi padre me enseñó cuando me vio llorar.

EE. UU. es un varón.

En 1776, cuando las colonias rompen con la Corona británica, no se declaran nación por haber ganado una guerra; se declaran nación por compartir un principio:

que el poder debía tener límites y que la libertad debía tener raíces.

Esa decisión —escrita antes de la victoria— es lo que diferencia a Estados Unidos de los imperios clásicos.

No nació de un linaje, ni de un rey, ni de un ejército, sino de un acuerdo moral:

el ciudadano es anterior al Estado.

De ahí surge una Constitución capaz de absorber contradicciones, crisis, migraciones, expansiones territoriales y guerras internas sin perder cohesión. Todo lo contrario: el tiempo la hacía más fuerte.

A esa arquitectura política se unió un regalo de la naturaleza: posee Estados Unidos la geografía más favorable del planeta: un territorio imposible de invadir, rodeado por dos océanos, cosido por ríos navegables, bendecido con tierras fértiles,

y conectado internamente por una inmensa red natural de transportes.

Mientras Europa estaba obligada a vigilar fronteras y China a contener imperios vecinos, Estados Unidos podía dedicar su energía a crecer hacia dentro, mientras aseguraba su perímetro desde posiciones de ventaja.

Es la única superpotencia que no necesita conquistar para existir.

En el siglo XIX y principios del XX, millones de inmigrantes llegaron a sus puertos sin pedir permiso para soñar.

Trajeron idiomas, oficios, heridas y ambiciones. Y en un proceso caótico, a veces injusto, pero siempre expansivo, los Estados Unidos lograron convertir esa diversidad en energía económica, cultural y demográfica.

No fue una integración perfecta —ninguna lo es—, pero fue suficiente para transformar a un país joven en un motor industrial y tecnológico sin precedentes.

Y mientras esto sucedía, Europa, en el mismo siglo, se destruye a sí misma en dos guerras mundiales, y Estados Unidos quedó intacto y responsable. No buscó imperios: asumió la tarea de sostener un mundo que no tenía quién lo sostuviera.

Nacen entonces: las instituciones financieras globales, las rutas marítimas seguras, el sistema de alianzas occidentales, la arquitectura del comercio internacional y la noción moderna de estabilidad.

Ese orden —que muchos critican, pero todos usan— es una creación norteamericana.

Por ello, el convertirse en potencia no fue un proyecto; fue una consecuencia, y toda consecuencia trae consigo un costo.

Desde 1945 hasta hoy, Estados Unidos ha debido hacer lo que a ningún país le gusta hacer: mirar más allá de sus fronteras, vigilar mares lejanos, sostener alianzas que otros abandonan, responder a amenazas que no eligió y cargar con la responsabilidad de impedir que el caos avance.

Ese precio, que parece abstracto, es el que explica por qué hoy Estados Unidos no debe, ni puede, ignorar lo que ocurre en el Caribe.

Una potencia por función, no por capricho.

El mundo moderno funciona porque: hay rutas marítimas abiertas, hay monedas estables, hay alianzas que impiden que el mundo caiga en manos peligrosas, hay una fuerza naval que evita guerras mayores, y hay un país que, mal que bien, asume el papel de vigía.

Y ese país es Estados Unidos de Norteamérica. No porque lo haya pedido, no porque lo haya impuesto, sino porque —usted puede amar u odiar esa realidad— alguien tenía que hacerlo, y nadie más podía.

Y es ahí donde el punto de vista de la historia baja del cielo a la tierra.

Porque entender esto no es un ejercicio de elogio, sino de claridad.

Si se quiere comprender lo que está ocurriendo hoy en Venezuela, lo que se mueve en Cuba, lo que se teje en el Caribe, y por qué Estados Unidos despliega fuerzas en su perímetro marítimo, hay que comenzar aquí: con la historia de una nación que se convirtió en potencia casi por obligación.

Porque lo que viene a continuación —en esta sinfonía geopolítica— no puede entenderse sin precisar el marco completo.

Este no es un conflicto entre dos países ni un episodio aislado en el Caribe.

Es el resultado de siete fuerzas convergentes: el origen cubano, el molde soviético, la caída de la URSS, la llegada de Chávez, la obediencia de Maduro, la expansión china y rusa, y el Caribe como llave estratégica del hemisferio.

Trump no está marcando territorio en una isla; está delimitando un continente.

Sus mensajeros —Rubio, Hegseth y Vance— ya anunciaron el mapa, y la flota solo confirma que este juego no se libra en damas, sino en ajedrez.

Estados Unidos no enfrenta a un gobierno, sino a un sistema.

Y en este conflicto no interviene para expandirse, sino para impedir que el orden que sostiene se desmorone.

Y hoy, ese orden está amenazado en su propio hemisferio.

PRIMER MOVIMIENTO

Cuba: el laboratorio donde nació el poder clandestino

Cuando se habla de Cuba, todavía hay quien piensa en ideologías, consignas o en la nostalgia gastada de una revolución romántica. Pero lo más triste es que tanto los que la defienden como los que la combaten usan el mismo vocabulario:
hablan de “la revolución”, de “la traición”, de “el ideal perdido”.

Esa es la prueba de la mayor victoria de Castro: logró que todos —amigos y enemigos— discutieran dentro del tablero mental que él diseñó. Un mastermind moviendo piezas consigo mismo, en una partida donde siempre gana.

Pero la verdadera historia es menos lírica y más fría: Cuba fue el primer laboratorio de poder clandestino del hemisferio occidental. No por su tamaño, ni por su economía, ni por su capacidad militar, sino porque descubrió cómo mantener un régimen de control absoluto sin depender de prosperidad, democracia ni consenso.

Nunca un pueblo ha sido tan apabullado como el nuestro.

Ese modelo no nació de la política; nació del miedo y de la inteligencia militar. El único modelo capaz de hacer sobrevivir a un gobierno tiránico. Y esa combinación, con los años, se volvió exportable.

I. El nacimiento de un aparato distinto

Tras 1959, el nuevo régimen cubano se enfrentó a un problema que no podía resolver con discursos:  cómo sostenerse sin apoyo popular y sin recursos económicos.

La respuesta fue construir un aparato que ningún país latinoamericano tenía:

  • un sistema de vigilancia total,
  • un servicio de inteligencia absorbente,
  • un ejército politizado,
  • una red de informantes civiles,
  • una diplomacia al servicio del espionaje,
  • y un Estado diseñado para sobrevivir, no para servir.

Mientras otros países todavía debatían constituciones, Cuba ya estaba creando una máquina que mezclaba:

  • psicología social,
  • control territorial,
  • propaganda permanente,
  • y represión calibrada.

Era una química nueva. Era ingeniería del poder, nunca antes vista.

El fuego que templó el aparato

A esa ingeniería del poder se sumaron tres acontecimientos que marcaron para siempre la lógica del régimen.

Primero, la invasión de Bahía de Cochinos en 1961: una operación fallida, por la traicio4n de un presidente demócrata, que reforzó en Castro la idea de que el enemigo no estaba en la frontera, sino dentro del pueblo mismo. Desde ese día, la vigilancia dejó de ser un mecanismo y se convirtió en doctrina.

Después vino la declaración del “carácter socialista” del Estado, que no fue un acto ideológico, sino un cierre psicológico: una muralla hacia dentro. El régimen entendió que ya no tenía margen para retroceder y que solo podía sostenerse blindando la información, la economía y la vida civil. Entregando su servicio a una potencia extranjera, la Unión Soviética.

Finalmente, la Crisis de los Misiles de 1962, cuando Cuba descubrió que podía ser destruida en 24 horas por decisiones tomadas lejos de su territorio. Aquello grabó en el ADN del régimen una lección brutal: sobrevive quien controla el secreto, no quien controla la plaza.

Esos tres acontecimientos forjaron un Estado que aprendió a gobernar no con recursos, sino con temor, sigilo y disciplina clandestina.

 II. El G2: el corazón oscuro del sistema

Todo régimen tiene policía. Cuba creó algo distinto: un aparato de inteligencia como columna vertebral del Estado.

El G2 no nació para defender al pueblo: nació para defender al régimen del pueblo.

Sus funciones eran claras:

  • identificar opositores antes de que actuaran,
  • infiltrar grupos sociales,
  • controlar comunicaciones,
  • manipular información,
  • neutralizar amenazas reales o imaginarias,
  • y convertir a cada ciudadano en un potencial vigilante.

En Cuba no había “política interna”; había seguridad interna. La diferencia es profunda: la política busca acuerdos; la seguridad busca obediencia.

 III. La economía clandestina: la otra cara del embargo

Mientras la isla se hundía en déficit, el régimen construyó un sistema paralelo para sostenerse:

  • contrabando,
  • triangulaciones,
  • uso de embajadas para operaciones invisibles,
  • tráfico de información,
  • redes de financiamiento opaco,
  • y empresas que existían solo en papel, pero movían dinero real.

No lo hacían por ideología. Lo hacían por supervivencia.

Ahí nace algo que después será clave para Venezuela: la capacidad de operar fuera de la economía oficial con la precisión que solo da la experiencia en la sombra.

IV. La exportación del modelo

A finales de los años 70, Cuba ya no era solo una dictadura: era una fábrica de métodos.

Exportó:

  • guerrillas,
  • asesores militares,
  • instructores de inteligencia,
  • entrenadores de propaganda,
  • operadores clandestinos,
  • y manuales políticos diseñados para desestabilizar países sin que Cuba

apareciera como responsable.

Angola, Etiopía, Granada, Nicaragua…El mapa de la intervención cubana parecía ideológico, pero era técnico.

Cada país fue un experimento. Cada fracaso, una lección. Cada éxito, un prototipo.

Para cuando terminó la Guerra Fría, Cuba tenía algo que ningún otro país latinoamericano poseía: expertos en captura del Estado.

No bastaba con tumbar gobiernos: había que aprender a reemplazarlos desde adentro.

Y ese conocimiento —no el azúcar, no el tabaco, no el ron, no los discursos—fue su exportación más valiosa.

V. El caso Ochoa: el punto de no retorno

Cuando el general Arnaldo Ochoa fue fusilado en 1989, el mundo creyó que se trataba de una purga necesaria para proteger el sistema.

Ochoa sabía demasiado: rutas, contactos, triangulaciones, acuerdos silenciosos con actores extranjeros.

Su juicio no fue un castigo; fue una advertencia interna:

“El sistema no se toca.”

Y él —y el grupo que cayó con él— lo sabía: fue un sacrificio obligado para garantizar la seguridad de sus familias.

A partir de ese momento, Cuba comprendió una verdad peligrosa y poderosa:

  • la economía clandestina era demasiado útil para perderla,
  • había que perfeccionarla,
  • y había que moverla fuera de la isla antes de que su propia existencia los pusiera en peligro.

Necesitaban un país más grande, más caótico, más rico, más manejable.

Ese país aparecería una década después. Se llamaba Venezuela.

VI. Fin del primer movimiento

Cuba no es un país pobre gobernado por un régimen ideológico. Cuba es un laboratorio de control y clandestinidad que perfeccionó un método para capturar Estados y eternizarse en el poder.

Ese método, afinado durante treinta años, estaba listo para exportarse cuando surgiera la oportunidad adecuada.

Esa oportunidad llegó con Hugo Chávez.

SEGUNDO MOVIMIENTO

 Venezuela: el cuerpo que recibió el injerto

Si Cuba fue el laboratorio, Venezuela fue el cuerpo anatómico, listo para ser diseccionado.

Un cuerpo grande, con recursos, con instituciones débiles y con una fractura histórica que hacía posible lo impensable: que una de las democracias más antiguas de la región terminara convertida en plataforma de operaciones clandestinas.

Y ese proceso no fue instantáneo. Fue llevado a cabo al estilo de Da Vinci, disecado para lograr la excelencia: un tratado digno de estudiarse en cátedras universitarias.

Venezuela no cayó por el socialismo, ni por la pobreza, ni por Chávez. Cayó porque alguien ya sabía exactamente qué debía hacerse para capturar un Estado desde adentro, y porque ese alguien encontró, en Caracas, un terreno fértil y una puerta abierta.

Esa puerta se llamaba Hugo Chávez, y su abridor, Fidel Castro

I. Chávez: el catalizador perfecto

Chávez no tenía un proyecto económico ni ideológico coherente. Tenía algo más peligroso: resentimiento, ambición y vacío doctrinal. Ese vacío fue el espacio donde Cuba entró sin resistencia.

Chávez admiraba a Fidel no por marxista, sino por su capacidad de mantenerse en el poder sin elecciones reales, sin economía funcional y sin oposición interna organizada. ¿A qué más podía aspirar un pichón de dictador? Eso —no la ideología— fue lo que quiso importar.

Desde el primer día entendió que su alianza con Cuba era simbiótica: él ponía el petróleo; Cuba ponía el método. Así fue de simple.

La élite venezolana creyó que se trataba de romanticismo revolucionario. Los militares creyeron que era un intercambio ideológico. Los partidos pensaron que era teatro. Y todos bebieron el mismo vino amargo creyéndolo azucarado.

Nadie entendió que Cuba no venía a influir: venía a instalarse.

 II. El desembarco silencioso del G2

Los primeros en llegar no fueron médicos ni maestros: fueron la crema y nata de la inteligencia cubana, comandos, asesores de seguridad, especialistas en control social y editores de discursos.

En menos de cinco años, el aparato de seguridad venezolano fue reestructurado siguiendo patrones cubanos:

  • se crearon servicios paralelos de inteligencia,
  • se duplicaron mandos militares para aislar a oficiales díscolos,
  • se construyeron redes de informantes civiles,
  • se infiltraron universidades, sindicatos y organizaciones barriales,
  • y se reformó la doctrina militar para convertir la lealtad política prioridad operativa.

Aquello no era cooperación: era ocupación administrativa.

Los cubanos no tomaron el poder venezolano desde arriba; lo hicieron desde muy dentro, desde los nervios: inteligencia, seguridad, propaganda y control territorial. Da Vinci no lo hubiese hecho mejor.

Lo mismo que en los sesenta, pero ahora con un país diez veces más grande y con petróleo para financiarlo.

III. La mutación del Estado venezolano

El Estado venezolano no colapsó: mutó.

Pasó de ser una democracia imperfecta a un sistema híbrido, y luego a una estructura de poder diseñada para operar como sucursal del método cubano.

Las instituciones se vaciaron, pero no se destruyeron: se mantuvieron como cascarones útiles para dar apariencia legal a un sistema ilegal.

El parlamento se convirtió en decoración, el Tribunal Supremo en maquinaria de obediencia,
los ministerios en plataformas políticas, y PDVSA en caja chica, moneda de cambio y fuente de financiamiento clandestino.

La economía formal dejó de ser relevante. La economía paralela —controlada por militares y operadores cubanos— se convirtió en el verdadero motor del Estado.

Venezuela ya no era un país: era un dispositivo.

IV. La entrada de Maduro: del operador al títere

Con Chávez aún vivo, Maduro ya era un puente natural hacia La Habana.
No por talento ni preparación, sino por obediencia.

Para Cuba, Maduro era la garantía de que el sistema no se desviaría: un hombre sin poder real, pero útil. Un cuadro moldeable.

Cuando muere Chávez, no asciende Maduro: asciende Cuba a través de él.

El país quedó en manos de alguien sin liderazgo, sin autoridad moral y sin proyecto. Pero eso era exactamente lo que se necesitaba: un presidente incapaz de gobernar, pero perfectamente capaz de obedecer.

Por eso hoy Maduro no es un jefe de Estado: es un gerente de operaciones. Y como todo gerente, ejecuta órdenes de arriba.

V. El narco-Estado: la mutación final

Aquí está el punto que el análisis internacional sigue sin entender: el narco-Estado venezolano no lo dirige Maduro.  No tiene la inteligencia, la estructura ni el control para hacerlo. Maduro es un peón con uniforme, con muchas limitaciones mentales y de movimiento.

La verdadera arquitectura del narcotráfico —rutas, triangulaciones, acuerdos, lavado, logística— no fue heredada ni cedida: permanece en manos de la inteligencia cubana, operada desde La Habana, ejecutada por cuadros leales y utilizada como red financiera estratégica. Los militares venezolanos corruptos participan, sí, pero como auxiliares, no como arquitectos. Los Castro jamás entregarían la caja fuerte que sostiene su supervivencia.

El caso Ochoa no fue una anécdota del pasado: fue la advertencia definitiva de que ningún cubano —mucho menos un venezolano— puede tocar las cajas negras del dinero clandestino sin pagar el precio. A esa amenaza, posiblemente Maduro le tema más que a la propia flota de Estados Unidos desplegada en el Caribe.

Cuba aprendió que: • el dinero clandestino es más seguro que el dinero oficial, • un país grande ofrece más espacio para esconder operaciones.

Venezuela se convirtió en ese espacio.

Por eso Maduro no manda. Maduro administra. Los que mandan no aparecen en televisión y operan desde un paraíso tropical: Cuba.

VI. Fin del Segundo Movimiento

Venezuela no es una dictadura tradicional. Es la expansión de un sistema diseñado en Cuba, implantado con precisión quirúrgica y sostenido por redes que superan al propio país.

Cuba es la mente, Venezuela solo el brazo.

Y ese brazo no solo golpea: trafica, financia, infiltra, desestabiliza y protege intereses que no son venezolanos.

El Tercer Movimiento —lo que ocurre hoy en el Caribe y lo que Estados Unidos ha comenzado a hacer— no puede entenderse sin esta verdad incómoda:

Venezuela no cayó por Chávez. Venezuela cayó por Cuba.

TERCER MOVIMIENTO

El Caribe: el cerco y el despertar estratégico de Estados Unidos

Estados Unidos ha sido muchas cosas en su historia:
una república joven, un refugio de inmigrantes, una potencia industrial, un gigante económico y un árbitro global.
Pero nunca ha dejado de ser, ante todo, una nación que vigila sus aguas.

Ese es el corazón de su poder. No su ejército. No su economía.

Su perímetro marítimo.

Quien controla las aguas que rodean a Estados Unidos controla su seguridad, su comercio, su equilibrio interno y su proyección internacional.
Por eso, cada vez que el Caribe ha sido amenazado —por España, Alemania o la URSS— Estados Unidos ha actuado.
A veces tarde, a veces con torpeza, a veces con exceso de fuerza.
Pero siempre ha actuado.

Hoy el Caribe vive algo que no ocurría desde la Guerra Fría:
cuatro amenazas simultáneas, convergiendo en un mismo teatro estratégico.

Las cuatro fuerzas que obligan a Estados Unidos a defender sus aguas

1. Cuba: la mente y el método

Cuba no es la amenaza por su economía ni por su ejército,
sino por su arquitectura clandestina:

  • Control de inteligencia
  • Ingeniería del poder
  • Infiltración histórica
  • Captura del Estado venezolano
  • Exportación de operadores y métodos

Es el organizador interno. La mente caribeña.

2. Irán: la alianza oscura

Nada en la presencia iraní en Venezuela es casual. No existe sin Cuba. No habría prosperado sin Chávez. No existiría hoy sin Maduro.

  • Convenios secretos con PDVSA
  • Ruta aérea Teherán–Caracas (“vuelo fantasma”)
  • Actividades directas de inteligencia
  • Logística facilitada en puertos venezolanos
  • Presencia de Hezbolá en la Tríada Sur: Margarita, Maicao, Cúcuta

Irán no está en el Caribe. Opera en el Caribe porque Cuba le abrió la puerta y Venezuela le entrega el llavero.

3. Rusia: el paraguas militar

Rusia funciona como escudo y distracción:

  • Cooperación técnica y militar
  • Penetración en inteligencia venezolana
  • Ciberinjerencia
  • Apoyo a Nicaragua y Cuba
  • Presencia operativa en Venezuela

Rusia es el protector, la potencia que presta músculo donde Cuba pone el método y Venezuela la infraestructura.

4. China: el dueño de puertos y deudas

China juega a largo plazo:

  • Control de infraestructura portuaria en 8 países del Caribe y Centroamérica
  • Inversiones ligadas al Belt and Road Initiative
  • Préstamos que entregan influencia política
  • Sistemas de vigilancia exportados a gobiernos autoritarios
  • Interés directo en Panamá y el Atlántico sur

China es la presencia estructural, la que amarra territorios enteros mediante dinero, deuda y puertos.

El enemigo ya no es un país visible

Es un ecosistema de poder, una red donde las figuras en televisión (Maduro, Díaz-Canel) son solo voceros del aparato real, y donde las piezas que deciden jamás aparecen.

Para comprender el movimiento militar de Estados Unidos en estas aguas, hay que aceptar lo que por décadas se ignoró:

Estados Unidos no está mirando a Venezuela.
Está mirando a Cuba y a quienes operan detrás de Cuba.

Washington ya no mira la Cuba turística del ron y el tabaco, sino la Cuba que infiltró gobiernos, manipuló ejércitos, montó redes clandestinas
y convirtió a Venezuela en su plataforma logística.

El Caribe dejó de ser una frontera tranquila. Hoy es un corredor oscuro donde convergen intereses cubanos, iraníes, chinos, rusos y criminales.

Por primera vez en décadas, Estados Unidos mira detrás del telón: no qué hace Maduro, sino qué mueve a Maduro.

I. Un hemisferio descuidado

Durante años, Estados Unidos cometió un error estratégico: creyó que América Latina no era prioridad. Demasiado pobre para ser amenaza, demasiado débil para ser relevante.

Ese desprecio abrió un vacío. Y donde hay un vacío, siempre entra otro actor.

Cuba entró primero. China entró después. Rusia nunca se fue. Irán se instaló con precisión quirúrgica. Los carteles ocuparon lo que quedaba.

Washington olvidó una verdad elemental:

La pobreza no neutraliza el peligro. Lo multiplica.

Un continente frágil es penetrable. Un continente penetrable es útil. Y un continente útil se convierte en plataforma.

Eso fue lo que ocurrió con Cuba y Venezuela: dejaron de ser países para transformarse en instrumentos.

Instrumentos para desestabilizar, traficar, infiltrar, financiar y proyectar influencia.

II. El despliegue: lo que está haciendo realmente la flota estadounidense

Los movimientos militares de Estados Unidos nunca son simbólicos. Cuando una flota sale al mar, algo se ha movido en el equilibrio del hemisferio.

El despliegue actual tiene tres objetivos precisos:

1. Estrangular rutas clandestinas

Las operaciones no pasan por grandes puertos. Pasan por islas pequeñas donde La Habana construyó influencia desde los años 70:

  • Dominica
  • San Vicente
  • Granada
  • Antigua
  • Barbados
  • Trinidad

El Caribe es hoy una autopista encubierta.

La flota no vigila costas: cierra corredores.

2. Romper el cuadrilátero estratégico

Estados Unidos ve un sistema:

  • China asegura puertos
  • Rusia ofrece cobertura
  • Irán opera en las sombras
  • Cuba maneja la red desde Venezuela

No es un triángulo: es un cuadrilátero perfecto, y cada vértice sostiene al otro.

El despliegue busca romper la geometría completa.

3. Preparar el terreno para operaciones invisibles

Un despliegue es la antesala de lo no anunciado:

  • interdicciones,
  • cortes financieros,
  • seguimientos a operadores,
  • captura de rutas,
  • aislamiento de nodos logísticos.

Primero se cercan mares. Luego se mueve la pieza.

III. El objetivo real: no es Maduro

Por décadas, Estados Unidos creyó que Venezuela era el problema. Hoy entiende algo distinto:

Venezuela es la sucursal. La matriz está en La Habana.

Maduro no manda. Maduro ejecuta.

El aparato real —logístico, financiero, operativo, clandestino— no responde al Palacio de Miraflores, sino al G2 cubano y a sus alianzas externas.

El despliegue naval no busca presionar a Maduro: busca aislar el sistema.

Aquí conviene precisar un punto esencial:

Estados Unidos no prepara una invasión a Venezuela.

Ese no es el propósito del despliegue militar actual, ni la lógica estratégica que lo sostiene.

Las guerras serias no se ganan volteando el tablero, sino moviendo las piezas con precisión.

Lo que hace Estados Unidos en el Caribe no es preparar un desembarco, sino cerrar un sistema.

En esta partida, solo hay que ir eliminando algunas piezas… hasta que el rey, por sí solo, se rinda.

Se cercan mares para:

  • dejar sin oxígeno redes clandestinas,
  • separar a Cuba de sus tentáculos,
  • cortar rutas,
  • y colocar al régimen cubano en su posición más vulnerable en 60 años.

El mensaje es claro:

“Sabemos quién construyó este sistema. Y sabemos por dónde cortarlo.”

Fin del Tercer Movimiento

El Caribe ya no es un paisaje. Es un mapa de guerra silenciosa.

Estados Unidos ha comprendido que su frontera marítima más importante no está en el Pacífico ni en el Atlántico Norte, sino en las aguas calientes donde Cuba extendió su sombra y Venezuela la convirtió en brazo operativo.

CUARTO MOVIMIENTO

El desenlace: el punto de fractura y la hora de las decisiones

Toda arquitectura de poder —visible o clandestina— llega un día a su límite. No porque cambie el mundo, sino porque cambia la geometría que la sostenía.

El sistema cubano, que sobrevivió sesenta años moviéndose entre sombras, enfrenta por primera vez un escenario desconocido:
cercado, sin recursos, sin aliados firmes, sin petróleo infinito, y observado por una potencia que finalmente entiende el mapa completo.

No se puede jugar a las damas cuando las fichas son piezas de ajedrez.

No es casual que el cerco marítimo llegue ahora, ni que la presión internacional ya no gire en torno a elecciones venezolanas, ni que el discurso en Washington haya cambiado de tono. Cuando las fuerzas se mueven en el mar, no es para corregir gobiernos: es para corregir estructuras.

Y la estructura en crisis no es Miraflores. Es La Habana.

I. El agotamiento del método

El sistema cubano se sostiene en tres pilares operativos:

  1. Inteligencia
  2. Economía clandestina
  3. Exportación del método

Los tres están entrando en shock.

1. La inteligencia perdió invisibilidad

Algoritmos, satélites, interdicción marítima y cooperación contra redes ilícitas han expulsado al G2 de su zona de confort. Lo que antes se ocultaba en un cuarto sin ventanas hoy lo revela un dron.

2. La economía clandestina perdió sus pulmones

Venezuela se agotó. El petróleo ya no sostiene la red. Las sanciones encarecieron cada ruta. El Caribe —antes corredor libre— está bajo lupa.

El andamiaje financiero del sistema se estrecha a una línea crítica.

3. La exportación del método dejó de ser rentable

Nicaragua resiste por inercia. El Caribe ya no compra el relato. América Latina mira hacia otros polos. Y las potencias externas usan a Cuba, pero no la rescatan.

La Habana perdió el monopolio de sus propios trucos.

II. El espejo que Estados Unidos no quería mirar

Durante décadas, Washington habló de democracia, elecciones, sanciones, diálogos, transiciones.
Herramientas de la política clásica.

Pero el enemigo no era clásico. Era un sistema de infiltración diseñado por un país pobre, disciplinado, silencioso y obsesionado con su supervivencia.

Hoy Estados Unidos se mira en un espejo incómodo:

  • un régimen pequeño,
  • sin recursos,
  • sin economía,
  • sin alianzas formales,
  • sin legitimidad interna,
  • pero con un método preciso para sobrevivir conmiedo, sigilo y operaciones clandestinas.

Ese método, por primera vez, muestra vulnerabilidades visibles.

III. La oportunidad estratégica

Hay momentos en la historia en que los países no actúan por voluntad, sino por necesidad.

Cuando un sistema clandestino depende de rutas que ya no existen, financiamiento que ya no fluye, aliados que ya no están y tecnología que quedó vieja, entra en lo que los estrategas llaman:

zona de fractura.

Cuba está allí.

No porque el pueblo se rebele —aunque podría— sino porque el andamiaje clandestino que la sostuvo está perdiendo equilibrio.

Menos petróleo. Menos mar abierto. Menos rutas. Menos diplomacia útil.
Menos crédito político. Menos paciencia internacional.

El cerco estadounidense es la señal más clara de que el reloj está corriendo.

IV. Lo que Estados Unidos busca realmente

Estados Unidos no quiere una guerra.
No la necesita.
Y Cuba no puede enfrentarla.

Pero sí quiere tres objetivos estratégicos:

  1. Cortar las redes clandestinas que unen a Cuba, Venezuela, China, Rusia e Irán.
  2. Aislar a La Habana de su brazo venezolano.
  3. Forzar una transición interna —no necesariamente democrática—perosí menos peligrosa para el hemisferio.

La palabra clave no es “libertad”, ni “elecciones”, ni “cambio de régimen”. La palabra clave es:

contención.

El método cubano ya no puede expandirse. Ha llegado a su límite histórico. Estados Unidos quiere que ese límite se convierta en frontera final.

V. El rol de América Latina: la región ignorada

Durante décadas, América Latina fue el patio trasero, la nota al pie, el territorio pobre que nadie consideraba amenaza.

Ese error se paga. Y caro.

Porque ese desdén permitió que:

  • Cuba se instalara en Venezuela,
  • China comprara puertos,
  • Rusia negociara acuerdos militares,
  • y los carteles ocuparan vacíos estatales.

Estados Unidos entiende —tarde, pero entiende— que:

Un continente abandonado se convierte en el arma de quien lo ocupe.

Y esa factura está llegando al buzón.

VI. Coda: el cierre inevitable

Toda sinfonía termina donde comenzó.

La nuestra abrió con una pregunta:

¿Por qué Estados Unidos es una potencia?

La respuesta vuelve como un eco:

Porque cuando el mundo se desordena, alguien tiene que ordenar.

No por ambición. No por conquista. Sino porque —como se dijo en la Obertura—fue diseñado para durar.

El sistema cubano, en cambio, fue diseñado para esconderse. Uno nació para la permanencia. El otro para la supervivencia.

Cuando esas dos fuerzas chocan, el resultado es inevitable.

No sabemos si la caída será abrupta o lenta. No sabemos si el final será político, económico o social.

Pero sí sabemos esto:

Cuba ya no controla el tablero.
Y Estados Unidos ya no juega a las damas.
Ha vuelto al ajedrez.

Autor: Armando Manuel D’Fana, poeta y ensayista cubano, fue expulsado de la escuela de medicina en 1980 y se exilió en 1982. Vive en EE. UU. y ha escrito varios libros, incluyendo Poemas del confinamiento y Cien Días de Poder. Es miembro del PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio.

 

 

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