Patria de Martí Artículos y Ensayos
¿Qué república queremos los cubanos que amamos la democracia?
- Roberto de Jesús Quiñones Haces
El próximo 20 de mayo se cumplirán 123 años de la proclamación de la República de Cuba.
En ese decurso histórico los cubanos no hemos podido darle visos de realidad al anhelo martiano de tener una república “con todos y para el bien de todos”.
Siguiendo las ideas que Martí escribió en su ensayo “Nuestra América”, la causa de tal inviabilidad ha sido una que se reitera a lo largo y ancha de toda la geografía latinoamericana: empoderar hombres, ideologías o partidos en vez de crear sólidas bases legales que fortalezcan la democracia.
Gracias a ese reiterado culto al caudillismo, casi siempre unido a la complicidad internacional, el bestiario dictatorial americano es muy abundante.
Gerardo Machado, Fulgencio Batista y los hermanos Castro militan en la misma horda a la que pertenecieron Trujillo, los Duvalier, Somoza y Pinochet y a la que hoy pertenecen Díaz Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
Todas sus dictaduras han surgido y se han mantenido ante las narices de la OEA, una organización que tenía y aún tiene los mecanismos para impedir que se impusieran en el continente sistemas de opresión muy ajenos a su carta fundacional.
En lo que respecta a Cuba, después de la sucesión dictatorial ocurrida en 1959, la permisividad de esa organización y la incapacidad de sucesivas administraciones estadounidenses para comprender el alcance y la magnitud de los siniestros planes de Fidel Castro, favorecieron la difusión y el fortalecimiento de un cáncer político que, a estas alturas, al menos en el caso cubano, parece no tener otra solución que no sea aquella que surja por causas implosivas.
La desintegración de la URSS en 1991 provocó el inicio de una profunda crisis económica, política y social en Cuba. Fidel Castro trató de enmascararla con el engañoso nombre de “período especial”. Pero su única especialidad no ha sido otra que la de prolongarse y aumentar cuantitativamente por más de 34 años hasta llegar a este momento donde la realidad parece fruto de la más descabellada ficción.
En medio del compás de espera que provoca esa crisis interminable, muchos en el exilio se proyectan hacia la Cuba que irremisiblemente vendrá. Pero en esas proyecciones no advierto ideas centradas en algo que el compatriota Dagoberto Valdés ha mencionado mucho: el daño antropológico.
Tenemos una promesa incumplida como nación y esa es honrar a José Martí. Pero, ¿podremos construir una nueva república reproduciendo los códigos violentos y las acciones de la dictadura comunista? ¿Podemos cambiar a nuestro país sin proponernos antes cambiarnos a nosotros mismos? ¿Podremos lograr esa república eludiendo la dignidad y la decencia como principios?
En septiembre de 2019, durante mi segunda cárcel, conocí al Pastor evangélico Ramón Rigal, sancionado a dos años de privación de libertad por tratar de educar a sus hijos en su casa, fuera del adoctrinamiento ideológico de las escuelas cubanas. Protestante él, católico yo, nunca pensé que pudiéramos lograr una buena relación, pero me equivoqué. Conversábamos mucho sobre asuntos de nuestras Iglesias relacionados con la interpretación de la Biblia. Obviamente salieron a relucir nuestras diferencias, pero las analizábamos con respeto y siempre terminábamos haciendo juntos una oración a Jesucristo.
Menciono esto porque a pesar de ser mucho más joven que yo, Ramón me enseñó algo que jamás he olvidado y es que la lucha que se realiza en Cuba no es entre los comunistas que subyugan y reprimen y quienes se les oponen, sino que es una lucha entre el bien y el mal.
Es evidente que cierta oposición política a la dictadura comunista también ha sido perjudicada por ese daño antropológico y el más reciente ejemplo de ello ha sido lo ocurrido en España, en la protesta por la visita a ese país de Gabriela Fernández, reconocida vocera de la dictadura cubana. Ya había escuchado la palabrota que muchos le dirigen a Díaz Canel y hasta vi el escupitajo que alguien lanzó a Israel Rojas cuando estuvo de visita en ese país hace algún tiempo, pero las frases que le lanzaron a Gabriela recientemente son tan ofensivas, tan vulgares e impropias de alguien que se considere decente, que no creo que le hayan agenciado un referente valioso a quienes se oponen a la dictadura cubana en ese país europeo.
Ciertos “líderes” de la actual oposición cubana en Europa, quienes no le tiraron ni un hollejo de naranja a un mural de un CDR cuando estuvieron en Cuba y ahora quieren mostrarse como el non plus ultra del patriotismo, olvidan que no se es patriota si, ante todo, no se asume una posición digna. Es la dignidad, no la bajeza, la que sostiene y define al patriotismo.
Quienes dirigieron esos insultos a Gabriela Fernández, copiados miméticamente de otros que la dictadura ha lanzado por décadas a los opositores pacíficos dentro y fuera de Cuba, le han hecho un muy flaco favor a la oposición situada en España. Me atrevo a afirmar que esos “patriotas” han sido la bandeja de plata que necesita la dictadura para sus manidos argumentos. Quienes tratan de manchar la imagen de otro utilizando el vituperio soez acaban-o mejor dicho-empiezan manchándose. En el ejercicio de nuestro repudio a quienes manchan a nuestra patria tiene que haber límites, si los perdemos acabamos perdiéndonos nosotros mismos porque nos colocamos en el nivel de violencia física y verbal entronizado por los comunistas y, lo que es peor, ofrecemos una visión muy distorsionada de quienes son los opositores cubanos.
Esta es-y vuelvo a recordar al fraterno Rigal-una lucha entre el bien y el mal. En ella debemos estar lo más cerca posible de la luz y soslayar las sombras salvajes. Si hay que luchar que sea de cara al sol, como lo hizo Martí, buenos hasta el fin.
Afirmo sin rodeos que si queremos una nueva república debemos volver nuestros ojos a Dios. Sólo así podremos repensar correctamente nuestro ansiado sueño y alcanzar esa república “con todos y para el bien de todos”.