En olor de lluvia: Fantasmagórica, onírica y mística.
Casi todas las novelas de José Antonio Albertini (Santa Clara, Cuba, 1944), desde El entierro del enterrador (Ediciones Universal, 2002), hasta Siempre en el entonces (Alexandria Library, 2017), han sido escritas siguiendo unas líneas argumentales que, aunque realistas, se sustentan en elementos fantasmagóricos y oníricos.
La mayoría de ellas han tenido como escenario a Cuba, y como tema recurrente, su tragedia nacional. Algunas han sido un reiterado recordatorio de los dolorosos eventos provocados por el castrismo a lo largo de más de seis décadas. Otras, una especie de revisión histórica de sus orígenes. Todas, un testimonio de sus secuelas: odio, cárcel y muerte.
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Su entrega más reciente, En olor a lluvia (Ediciones El Ateje, 2022), retoma el mismo escenario, y con algunas variantes (un gran amor incluido), el mismo tema. Y está escrita, también, con ese personalísimo estilo suyo en el que no hay fronteras entre realidad y fantasía. Solo que en esta ocasión lo hace a partir de un hecho poco conocido: la misteriosa desaparición en 1963 de la imagen de la Inmaculada Concepción, una estatua en mármol de la Virgen María que se levantaba a la entrada de la ciudad de Santa Clara, así como su no menos misteriosa reaparición -veinte años más tarde- en una zanja cercana al río Cubanicay.
Utilizando tres planos de tiempo y espacio diferentes, Albertini comienza la narración en pasado no solo con la introducción de un escenario que por su descripción es, aunque sin mencionarla, la ciudad de Santa Clara (“Cruzaron la Carretera Central y caminaron por las aceras estrechas de la calle Enrique Villuendas, hasta llegar a la iglesia La Divina Pastora”), sino también la de unos personajes (Florencio Flores, Rosalía Rosado, Romerico Romero y Candelario Candela) alrededor de los cuales se desarrolla la novela: “Había llovido toda la tarde. Al anochecer la lluvia cesó y la anciana catequista Piedad Piedra recorrió el vecindario para reunir al grupo de niños, seis hembras y seis varones, que instruía con miras a que recibieran la primera comunión”.
Este recurso técnico, a pesar de su complejidad, encaja con naturalidad en un relato en el que la realidad se confunde con la magia. De alguna manera, las fantasmales visiones de Romerico Romero, así como la voz del sereno del pueblo -muerto muchos años atrás- cantando las horas en la madrugada y la inexplicable preñez prolongada de las catequistas de la iglesia, se insertan cómodamente en su estructura y el lector termina aceptándolo todo.
Y es que En olor de lluvia es una novela concebida con una desbordada imaginación que le permite al autor apoderarse de la memoria colectiva de un pueblo para desdibujar las fronteras entre realidad y fantasía. Así, la trama avanza; pero no de una manera lineal, sino en un tiempo tridimensional. De esta amalgama de espacios, emerge una historia de gran complejidad: la idea de que retomando el camino al pasado se podría encontrar la fórmula de la vida eterna y la resurrección de los muertos.
Es la voz de un narrador omnisciente -que oscila entre pasado, presente y futuro- la que nos permite penetrar en el imaginario mundo creado por Albertini para ir descubriendo, detrás de las terribles existencias de sus personajes, un trasfondo de contenida humanidad. Sobre todo, la que se esconde detrás del amor que se profesaron Florencio y Rosalía quienes, al fin, se reencuentran después de la muerte.
En olor de lluvia es una novela escrita con mucho detalle. Hay vocablos que, por su frescura parecen recién inventados; otros, rescatados del habla popular, se insertan con legitimidad en los ágiles diálogos. Es evidente el esfuerzo del autor por conseguir perfección hasta en los párrafos de enlace. El resultado: una estupenda novela.
NOTA: Reseña literaria publicada en el periódico EL NUEVO HERALD, el domingo 19 de junio de 2022.
Autor: Manuel C. Díaz. Escritor y periodista cubano radicado en Miami. Sus trabajos han aparecido en diferentes revistas literarias. Es miembro fundador del PEN CLUB de Miami. Desde hace veinte años escribe reseñas literarias y crónicas de viaje para El Nuevo Herald.