La extinción de nuestro Estado de derecho fue la razón vital de nuestra oposición a la tiranía castrista. El mutis indolente, aparente o conveniente, nos hacía cómplices de las constantes violaciones perpetradas en 1959 a La Constitución de 1940. Cómplices también de la inexistente convocatoria a elecciones libres y de las falsas promesas de paz nacional que garantizaban que no habría vencedor ni vencido. Estos compromisos sintetizaban el espíritu y la razón de ser de “la Revolución”.
Desde 1959, simpatizantes y miembros del depuesto gobierno, naufragaron en ese pantano de injusticias: desde juicios sumarios injustificados hasta la estigmatización social. Finalmente naufragó la Nación.
La historia se encargó de demostrar que el presidente revolucionario, el Consejo de Ministros, los jefes y muchos oficiales de las fuerzas armadas, así como muchos revolucionarios, sí estaban comprometidos con los valores democráticos que decían defender. Lo demuestra plenamente el libro Confrontación (historia de los años 1959-60) del prestigioso escritor y columnista del Nuevo Herald, Pedro Corzo, libro que será presentado el 3 de mayo en 4000 West Flagler Street.
El régimen castrista impidió a los ciudadanos cubanos decidir su futuro. Los opositores democráticos “contrarrevolucionarios” exigimos la prometida convocatoria a elecciones libres, nos opusimos a la erradicación de los partidos políticos, al cierre y confiscación de la prensa independiente y a todas las violaciones de las libertades civiles. Nuestro clamor fue apagado con sangre y fuego y respondimos a la violación de todos nuestros derechos con sangre y fuego.
Casi sin apoyos morales ni físicos, abandonados y traicionados, solos con nosotros mismos, perdimos esa larga y heroica guerra. Los sobrevivientes cumplimos largas y terribles condenas. Algunos, antes de disfrutar del primer día en libertad, comenzamos a construir, físicamente, en la calle, nuevos escenarios de confrontación bélica. Décadas de sacrificios y peligros bipolares dentro y fuera del país. Fracasamos.
La confrontación social no violenta heredaba nuestro ideal del Estado de derecho. Surgieron nuevas estrategias en una nueva guerra sin pólvora. En Cuba, Ricardo Bofill, explotó la bomba madre de Los derechos humanos; en EE UU, Jorge Mas Canosa, estalló el polvorín universal de la conquista diplomática. La oposición heroica de intramuros impuso su arriesgada lucha de Trincheras de Pavimento; continúan demostrándolo las Damas de Blanco, la Unpacu, la Fantu, etc. El Plebiscito no limita estas estrategias sino que las funde en una confrontación integral.
Si unimos los tres ingredientes de nuestra actual ofensiva: los derechos humanos, la batalla diplomática y la lucha ciudadana, podemos identificarlos con la palabra Plebiscito. Pero también el Plebiscito nos recuerda y nos inserta en nuestra razón de ser desde 1959: presionar al gobierno para que realice elecciones libres, justas y plurales que implican libertad política, social, de expresión, de prensa y muchos etcéteras. De realizarse este sueño posible pero improbable ¿Quiénes ganarían y quiénes perderían? ¿Estaríamos los opositores peor o mejor de como estamos?
Una lluvia de preguntas, dudas y justas discrepancias se derivan automáticamente de esta propuesta. La mayoría, basadas en la mirada puesta a través del prisma de la indiscutible participación del régimen totalitario, del cual nada positivo puede esperarse. Vistas desde el prisma aislado de la participación ciudadana, nadie con sentido común democrático puede oponerse a darle voz al pueblo; piedra angular de una rebelión popular. Pero la vida es un ineludible berenjenal socio-político-económico. La solución inmaculada y mágica es una maravillosa fantasía talámica que anhelamos vehementemente. Fantasía.
La esperada negatividad castrista al Plebiscito ya le está pasando la cuenta diplomática en América Latina: el Senado Chileno, el Congreso Paraguayo, la OEA… y la bola sigue y seguirá tumbando bolos en Centroamérica y Europa; por lo menos y por ahora. La respuesta castrista de cero Plebiscito, no es cero, es algo, algo muy negativo que no mata, pero hiere y desangra. Algo es más que nada. El Plebiscito gana ganando y gana perdiendo.
Si ellos accedieran al plebiscito vinculante, que significa que el resultado de la consulta es obligatorio y de inmediato cumplimiento, existen condiciones que tienen que cumplirse “a priori” del evento. Tendría que haber una supervisión por parte de la ONU, la OEA, la Unión Europea, la prensa internacional, la oposición, la sociedad civil, Cuba Decide, los observadores internacionales, etc. Ellos no sólo velarían por evitar el seguro intento de fraude, sino por el cumplimiento de las libertades individuales, sociales y políticas inherentes al proceso eleccionario.
Nuestra causa ganaría mucho aunque el Plebiscito perdiera, porque el comunismo no resiste un minuto de fría comparación, ni sus inevitables y fatales consecuencias. Inmersos en este escenario potencial, el Plebiscito sería un detonante o el puñal de un harakiri gubernamental.
Ramiro Gómez Barrueco
Ex preso político, escritor y empresario.