Cuba y el cuento chino
En momentos en que el cuerpo de Fidel Castro puede estar inerte en un depósito fúnebre, vegetativamente plegado a sostenedores artificiales o batallando la calamidad que sería su inmortalidad, lo cierto es que, independientemente a la incertidumbre de este caso, el castrocomunismo, tal como lo conocemos, está expirando. En el alba de este sismo paradigmático, yace un sin números de posibilidades que puede tomar curso. Uno de ellos es seguir el modelo chino. Esto sería nefasto.
Dentro de la actual estructura castrista, apostar por el esquema híbrido de marxismo-leninismo-nacionalismo-mercantilismo (la variante china), es la predecible preferencia. Una selectiva apertura económica con la retención del poderío político, permitiría la conservación de las dádivas que la dictadura socialista les ha proporcionado. Adicionalmente, quedaría enraizada la hegemonía del unipartidismo comunista sobre la sociedad cubana. Algunas voces, partiendo de las filas prodemocráticas, han compartido el optimismo con el experimento chino. Esta premisa reposa en la teoría de que con el desarrollo económico viene la democratización. Los hechos, con casos como China, Vietnam, etc., contradicen esa aseveración.
El capitalismo concesionario practicado en China desde 1978, ha sido instrumento para el fortalecimiento del despotismo. El Partido Comunista Chino, más fuerte que nunca, mantiene las exclusivas clavijas para el avance social. Sumisión absoluta es la condición. Este fenómeno es un temeroso agente de coaptación popular que ha servido a los intereses del oficialismo dictatorial y que mantiene la diatriba de "lucha de clases", haciendo creer a muchos en el mundo no-totalitario, que eso es cosa del antaño (leer las sesiones del PCCh).
Las similitudes contextuales entre China y Cuba son espeluznantemente demasiadas. Un régimen de corte personalista-fundamentalista, al desaparecer el caudillo, busca en una institución (el Partido) el reemplazo "natural" para perpetuar la "rutinización" del poder. Mejoramientos materiales sirven para, no solamente costear el galopante aparato represivo, sino también para apaciguar reclamaciones legítimas de libertades individuales y coartar movimientos reformistas dentro del poder.
Empresas extranjeras, portando el triste uniforme de la complicidad, son los primeros en defender el status quo. La influencia que ejercen sobre sus gobiernos democráticos, da licencia a una vergonzosa coexistencia que tolera los crímenes más atroces. ¿Cómo no van a estar complacidos los comunistas chinos?
Si para Cuba ya es hora, el modelo chino no es el paradigma a seguir. Las modificaciones económicas en la China de Mao, sólo han perpetuado la dictadura comunista. La Cuba de Castro debe de morir con él. Que la democracia podría entrar por esa puerta, es un cuento. Un cuento chino en el que no se debe creer.
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