Tamargo y su Pan y Vino

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Mi padre le decía cariñosamente, “El Ronco". Su notoria voz se trasladó al Paraíso. Rodeado de nuestros próceres y otros ilustres antiguos desterrados, actualmente también transbordados a la Vida Eterna, harán fuerza por la Cuba que se acerca. Incuestionablemente, el contenido especial de la personalidad dinámica de Agustín Tamargo se va a extrañar. Cumplió cabalmente aquí. Los frutos de las profusas semillas que plantó, asegurarán que su recuerdo será fácil de inspirar.

Tamargo era un ser de contrastes. Espontáneo y consistente a la vez. Eterno bohemio que desafiaba el calendario con su perenne juventud, llevando siempre un poema en su pensar, sin desterrar la hermosa terquedad que posee un hombre de principios completo. Y sencillo. Como los versos del Apóstol, contenía en su mondo y lirondo expresión, la vastedad erudita.

Nació ya con una formación académica. La universidad, que Dios le regaló, la llevó siempre dentro. Periodista seminal, 67 de sus 82 años. Esposo, 65 de ellos. Cubano siempre. La mayor parte de ellos, como tantos otros, exiliado. Obedeciendo a su espíritu aventurero, emigró primero para conocer el mundo. Qué mejor ciudad para eso que Nueva York. Luego, la salida fue recetada por su alergia a los regímenes no-democráticos y en 1958 salió para la tierra de Alberdi.

Engañado, como casi todo un pueblo, apostó por la revolución barbuda en Cuba. Su hipersensibilidad a dictaduras (aún en gestación), lo llevó a olfatear precozmente el comunismo y rechazando las tentadoras ofertas "revolucionarias", se exiló en la ciudad donde más años vivió Martí. Más nunca pisaría (en forma humana) suelo cubano.

Fiel a su universalidad, recorrió el continente formando parte de Cuba en la diáspora. Buenos Aires, Caracas, Nueva York y Miami hospedaron al insigne periodista. Pero siempre estaba en Cuba. Y Cuba en él. Tal vez eso explica cómo, tanto en su mortal estado como al partir, reunió aprecios al unísono de la compleja amalgama de facciones  democráticas cubanas. Este cubanazo, paradigmático por su cubanía y sus contrastes, captó el corazón de sus conciudadanos por eso. Porque llevaba a Cuba dentro. De ese "pan" y "vino", puede ingerir toda una nación. Así nos dijo Agustín.

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