Jesus ¿Socialista?
La más fulgurante de las estrellas marcó, hace más de dos siglos, el camino que los Sabios Místicos del Oriente trazarían en busca del recién nacido Niño Redentor. Hoy, guiados por la obscuridad, personajes con almas opacas buscan también al Señor. Estos no vienen en aras de adorarlo. Sino, como tratando de cumplir las frustradas órdenes de Tiberio, estos sucesores modernos de la tiranía romana y pagana, acentúan una falsa adhesión cristiana y pretenden tender una compatibilidad con el socialismo. Tarea plausible sólo para el ignorante y el malhechor.
Son conocidas las alusiones cuestionables intentando fusionar moralmente, el socialismo con el cristianismo. Que la base filosófica del socialismo sea atea y antirreligiosa, no ha intimidado a sus proponentes. La contradicción metafísica que esto presenta, no se contemplaría, ni por un instante, en un mundo sin prejuicios ideológicos. Se le podría llamar una herejía. Sin embargo, no sólo sectores elitistas han hecho semejante equiparación. La tergiversación casada con la descontextualización y al servicio de agendas políticas, ha trasladado la temática al terreno popular. Nada de esto hubiera sido posible de no ser por tres factores: el reconocimiento por parte de los socialistas de la utilidad de la religión para sus propósitos, la colaboración de un clérigo cómplice y cooptado, y el Concilio Vaticano II.
Jean Jacques Rousseau, el autor intelectual del totalitarismo como modelo operativo y el socialismo como concepto, confeccionó la noción de que el hombre era "perfecto", pero contaminado por el orden existente, i. e., religión, familia, propiedad privada, etc. La tesis rompió con la noción del Pecado Original y su imputación de lo falible del hombre. Ahí empezó el formulario ideológico que dio licencia a la ingeniería social que tantas vidas humanas ha eliminado. La religión, algo que Rousseau detestaba, ocuparía en su planteamiento un útil mecanismo para la propagación de su teoría. Coreografiar un paralelismo entre la agenda socialista y la doctrina cristiana, requeriría la formulación de una "iglesia" manipulable y la complicidad anticristiana de clérigos afines. El papel fructífero que una religión dócil pudiera jugar fue astutamente previsto por los arquitectos del socialismo.
Claude-Henri Saint-Simon y su asistente Auguste Comte, el padre del positivismo, coincidieron en el prisma de que la religión sería un conveniente mecanismo para promover los cambios sociales radicales, que requería la aventura hacia el nirvana colectivista (Comte y su positivismo hasta pregonaron una religión "humanista", simulando integralmente la estructura de la Iglesia católica con "obispos humanistas", etc.). La revolución franco-jacobina, esa monstruosa aventura que eliminó más de medio millón de vidas, instauró una "iglesia nacional" que, mientras la guillotina por un lado descabezaba cuerpos del clérigo creyente, aplaudía bajo la mirada sonriente del socialista Francois-Noel Babeuf (alias Gracchus). Estas pantomimas no tenían nada que ver con Cristo. Tampoco las contemporáneas. Hoy la dictadura comunista en China, pese a su mercantilismo comunista, preserva aún "iglesias oficiales".
El clérigo cooperante, el segundo factor, contiene dos subdivisiones de colaboradores: directo y tácitos. El directo no esfuma su apoyo (pacífico o violento) al proceso. Lo mismo puede pertenecer a la directriz del régimen opresor, como activamente pertenecer a movimientos subversivos. El tácito mantiene furtiva la motivación de su sumisión. Estos parecen haber olvidado la intolerancia de Jesús frente al mal y su personificación.
Desde la ensangrentada Cuba castrista, Monseñor de Céspedes vincula a Jesús vergonzosamente, a la "ética" y la "sensibilidad social" de un asesino en masa como Fidel Castro. El Cardenal Ortega, el Reverendo Ebanks y la Pastora Rhode González, condenablemente, le piden a Dios por la recuperación del malévolo torturador y, hasta en ciertos casos, ofrecen repugnante loas al sátrapa moribundo. Esta obscena cobardía traiciona los principios que Jesús practicó. Enfrentado a la maquinaria dictatorial de los romanos y sus cómplices no-romanos, el Hijo de Dios no quebró la dignidad que Su papel requería. Vasta diferencia con estos que por una migaja que el opresor les da, se convierten en secuaces silentes del régimen.
La aprobación del Concilio Vaticano II (tercer factor) allanó el camino para que, dentro de las filas eclesiásticas, ciertos elementos sediciosos mal interpretaran y aplicaran fatalmente, la palabra de Dios. Rompiendo con la distinguida tradición de condenar la secta socialista más radical, el comunismo, que seis papas (León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío III, y Juna XXIII) impartieron por medio de encíclicas, el Concilio Vaticano II galvanizó a una minoría facciosa que resultó ser más devoto de dogmas políticos que de Cristo. La desmesurada Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín oficializó la fratricida "Teología de Liberación" y "teologías tercermundistas". Esta malévola corriente pseudo-religiosa promovió el terror por todo un continente. El fundamentalismo igualitario que ostentaban y la sangre que reclamaban, obedecían a premisas socialistas, no a doctrina religiosa.
Karl Marx, el gurú más influyente del socialismo, ingenió "científicamente" la fórmula que seguir. El comunismo, la secta más radical del socialismo, sería el final de la "historia". El arribó a la era del "nuevo hombre". "Construirlo" (o intentar hacerlo) ha costado más de 100 millones de víctimas y, según los aficionados del marxismo, todavía está por lograrse. Curiosamente, este sistema netamente ateo, edificó una pseudo-religión donde Marx ha sido su "dios", el Partido la "iglesia" y Lenin, Mao y Castro sus "profetas". Sí ha estado en congruencia con Rousseau, Saint-Simon, Gracchus, Fourier, Blanqui, Sant Just y la comparsa socialista. Pero no con Cristo ni con el cristianismo.
El "comunitarismo" no es sinónimo de comunismo, ni socialismo. La vida en comunidad no va acompañada por la necesidad de implantar una contracultura para "fabricar" un "nuevo hombre". Ese atributo le corresponde a Dios. El acto voluntario de compartir es muy diferente al forzoso saqueó de lo personal. La supresión del individuo va contra todo lo que Jesús vino a hacer. Y va más allá. Viola intrínsecamente los objetivos de nuestra estadía humana. Despedaza el concepto de la primacía y los propósitos del orden sobrenatural, e incrusta en la Tierra, preponderantemente, lo del César.
Con la espada de la descontextualización, temas como la "pobreza" han sido demagógicamente explotados. La peor pobreza, nos comunicó Jesús, es la espiritual. Lo material y la obsesión que engendra entre los socialistas, los ciega a entender la primacía que el Padre le dio a la libertad. En ningún lugar Jesús pregonó apoderarse de los medios productivos, ni siquiera para alimentar a un hambriento. Si bien la ofuscación puede perturbar el camino a la vida eterna, lo es, no por una calidad negativa, sino por la tentación de desatender lo transcendental. Una "lucha de clases" jamás apareció en el vocablo de Cristo. La lucha y la diferenciación la hizo el Padre entre el bien y el mal. Esa desavenencia no se modula con la división entre clases sociales.
Por mucho que el proyecto socialista quiera adueñarse de Dios, su dramática transgresión en el entorno de la libertad y el sagrado propósito divino, se lo impiden. El Maestro nos enseñó que todo acto virtuoso, para ser meritorio, requiere del ejercicio del libre albedrío. Algo que los ingenieros sociales utópicos del socialismo no pueden resistirse en obstruir. Jesús, sin embargo, aún siendo quien es, supo respetarlo. El inquebrantable historial ateísta que el socialismo posee en su bagaje, obstaculiza racionalmente su yihad semántico. El inevitable veredicto de su incompatibilidad con Cristo o la religión que se fundó en Su nombre, quedó cementada cuando, sustituyendo lo sobrenatural por un naturalismo materialista y antirreligioso, ha cometido los crímenes más atroces. Abanderados falsos de un igualitarismo hipócrita que han ofrecido los cadáveres de millones, ante su "altar" pagano.
Si los socialistas pensaran que sólo los pobres irían al Cielo (y si eso fuera cierto), pudieran argumentar que hacen una obra evangelizadora. Sin embargo, ni la intención del socialismo ha sido la de salvar almas, ni la vida eterna es propiedad exclusiva de los proletarios. Pese a la maniobra concientizada de manipular la religión, de un clérigo sumiso y colaborador y de un equivocado Concilio Vaticano II, convencernos de que una teoría socio-política, atea y simplista que lo explica todo con un raciocinio económico, pueda ser concomitante con Jesús, es no conocer las enseñanzas de Cristo, no entender el socialismo, o ser un descarado olímpico.