Otro ejemplo de la brillante postura de Padre Varela como diputado en las Cortes españolas. En esta ocasión, vemos una esta sólida argumentación a favor de la independencia de las “provincias disidentes de América”. Impedido de pronunciar el discurso ante el pleno por el tiempo parlamentario, fue publicado en la prensa., “Aunque la verdad no agrade a muchos”, concluye diciendo Varela, “tendré el consuelo de haberla dicho”.
“Discurso de Félix Varela que no llegó a pronunciar sobre la independencia de Las Américas” (1823).
Varela, Félix. “Discurso de Félix Varela que no llegó a pronunciar sobre la independencia de Las Américas” (1823). Félix Varela y Morales Obras. Volumen II. La Habana: Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, pp. 108-112. George A. Smathers Libraries. University of Florida Digital Collections. Accesible Marzo 27, 2013 en https://ufdc.ufl.edu/AA00008690/00002
Clásico y seminal es el análisis político que hace el genial presbítero cubano en esta disertación. El entendimiento de Varela de las vicisitudes y los peligros a la libertad, un Estado de derecho y una democracia funcional, queda articulado en este magnífico trabajo.
“Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española” (1821)
Varela, Félix. “Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española” (1821).
Félix Varela y Morales Obras. Volumen II. La Habana: Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, pp. 7-69. George A. Smathers Libraries. University of Florida Digital Collections. Accesible Marzo 21, 2013 en https://ufdc.ufl.edu/AA00008690/00002
En este discurso el Padre Varela demuestra su apego a los principios liberales civiles, sociales y políticos. Entiende el ilustre presbítero del beneplácito de “la división y el equilibrio de los poderes” y hace referencia a la gama de preceptos que sostienen un Estado de derecho.
1820 "Discurso pronunciado por el Presbítero Don Félix Varela, en la apertura de la clase de constitución, de que es catedrático".
Si al empezar mis lecciones en esta nueva cátedra de Constitución
pretendiera manifestar la dignidad del objeto, exigiendo vuestros esfuerzos y
empeños en su estudio, haría sin duda un agravio a las luces, y una injuria al
patriotismo; pues, hablando a españoles en el siglo XIX, debe suponerse
que no sólo aman su patria, su libertad y sus derechos, sino que por un
instinto, fruto de los tiempos, saben distinguir estos bienes, y que un código
político que los representa con tanta armonía y fijeza merecerá siempre su
consideración y aprecio.
Fácil me sería prodigar justos elogios a este nuevo establecimiento
debido al patriotismo de una corporación ilustrada, y al celo de un Prelado, a
quien distinguen más que los honores, las virtudes: y yo llamaría a esta
cátedra, la cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de las garantías
nacionales, de la regeneración de la ilustre España, la fuente de las
virtudes cívicas, la base del gran edificio de nuestra felicidad, la que por
primera vez ha conciliado entre nosotros las leyes con la Filosofía, que es
decir, las ha hecho leyes; la que contiene al fanático y déspota, estableciendo
y conservando la Religión Santa y el sabio Gobierno; la que se opone a
los atentados de las naciones extranjeras, presentando al pueblo español no
como una tribu de salvajes con visos de civilización, sino como es en sí,
generoso, magnánimo, justo e ilustrado.
Mas éstos y otros muchos elogios me alejarían demasiado de mi objeto
que es dar una corta idea del plan que me propongo seguir en la explicación
de nuestras leyes fundamentales, para manifestar el armonioso sistema
político que contiene una constitución, que, para valerme de las
expresiones del heroico y sensato Agar, si no es la obra más perfecta del
entendimiento humano, al menos es la mejor que conocemos en su clase, y
el fruto más sazonado que podía prometerse la España, en las angustiadas
DISCURSO PRONUNCIADO
POR EL PRESBÍTERO DON FÉLIX
VARELA, EN LA APERTURA
DE LA CLASE DE CONSTITUCIÓN,
DE QUE ES CATEDRÁTICO (1820)
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circunstancias del año de 1812. El mundo entero vió con asombro salir casi
de entre las filas un código en que se proclamaba y establecía casi de un
modo permanente la libertad del más noble pero más desgraciado de los
pueblos. Sus opresores temblaron ante este nuevo esfuerzo de la antigua
madre de los héroes. Viéronla, viéronla, sí, conmoverse a la tremenda voz
de libertad lanzada por el patriotismo, y temieron pisar su suelo que de cada
punto brotaba miles de Alfonsos y Pelayos, que la hacían no menos insigne
y admirable en la política, que gloriosa y formidable en las batallas. El teatro
de la guerra fué el centro de las luces; y la virtud pensó tranquila, discurrió
sensata, mientras la perfidia cometía turbada, proyectaba vacilante. La patria
dictaba leyes justas, mientras el déspota maquinaba inicuas opresiones.
La patria hacía felices, mientras el tirano inmolaba víctimas.
Los inmortales de nuestra sabia Constitución clasificaron con tanto
acierto las materias, que ahorran todo trabajo en su enseñanza; y
juiciosamente se ha establecido en el Reglamento de esta Cátedra que se
expliquen los artículos por su orden, pues ellos mismos van conduciendo
por pasos analíticos exactísimos al conocimiento de todo el sistema político
que forma la base de toda la monarquía española, sistema que consiste en
un conjunto de normas sencillas, bien enlazadas, y deducidas, no de vanas
teorías y delirios políticos, sino de la experiencia y observación exacta sobre
la naturaleza y relaciones de España, sobre sus leyes, religión y costumbres,
sobre el estado actual de las potencias de Europa, y últimamente sobre
el progreso de los conocimientos humanos y el distinto aspecto que el
tiempo ha dado a la política como a todas las cosas.
Sin embargo, un código jamás puede ser una obra elemental, pues los
legisladores establecen reglas sin exponer razones y sin explicar las doctrinas
en que estriba, y que deben ser como los preliminares el estudio de las
mismas leyes. Para explicar, pues, con alguna propiedad la constitución
política de la monarquía española, creo que debo empezar fijando algunas
ideas, y el sentido de algunos términos, que suelen tener diversa acepción
aun entre los sabios, y de otros que vulgarmente se confunden, produciendo
el mayor trastorno en el plan de los conocimientos.
Expondremos con exactitud lo que se entiende por Constitución política,
y su diferencia del Código civil y de la Política general, sus fundamentos,
lo que propiamente le pertenece, y lo que es extraño a su naturaleza, el
origen y constitutivo de la soberanía, sus diversas formas en el pacto social,
la división y el equilibrio de los poderes, la naturaleza del gobierno representativo,
y los diversos sistemas de elecciones, la iniciativa y sanción de las
leyes, la diferencia entre el veto absoluto y temporal, y los efectos de ambos,
la verdadera naturaleza de la libertad nacional e individual, y cuales son
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los límites de cada una de ellas, la distinción entre derechos y garantías, así
como entre derechos políticos y civiles, la armonía entre la fuerza física
protectora de la ley, y la fuerza moral.
Con estos preliminares, fácilmente se podrán entender y aplicar los
artículos de nuestra Constitución política, que no son más que un extracto
de las mejores ideas adquiridas sobre dichas materias, que expondré verbalmente,
según lo exijan los artículos que deben explicarse, y dentro de poco
tiempo espero presentar a Uds. una obra pequeña en que procuraré tratarlas
con toda la brevedad y claridad que me sea posible. Respondo de mis esfuerzos,
no de mi acierto. Pero sea cual fuere el resultado, yo tendré una
gran complacencia en dar un ligero testimonio de mi deseo de contribuir a
facilitar el estudio de las leyes fundamentales de la nación española a una
juventud que acaso un día será su más firme apoyo. Anticipo una promesa
que parecerá intempestiva, y que algunos graduarán de imprudente; mas la
práctica en la enseñanza me ha hecho conocer lo que desalienta, a todo el
que empieza, la carencia de algún texto para dirigirse en el estudio privado,
y verse en la necesidad de conservar en la memoria lo que se explica en las
lecciones públicas, mayormente cuando éstas no son diarias. He querido,
pues, ocurrir a un inconveniente que haría vano todo mi empeño, manifestando
que en lo sucesivo no será la memoria, que es la más débil de las
operaciones del alma, sino los sentidos con repetidas impresiones, el órgano
de nuestra inteligencia.
He manifestado mi método que espero produzca los mejores efectos,
pues tiene por base la razón, y por auxilio el entusiasmo patriótico de una
juventud cuyas luces me son tan conocidas. La clase se compone de 193
individuos, y de ellos sólo 41 han sido mis discípulos en Filosofía.
Concluyo, pues, esta lección preliminar, congratulándome con las lisonjeras
esperanzas de los abundantes frutos que conseguirá la nación del establecimiento
de esta nueva cátedra, que será la gloria de la sabia e ilustrada
Sociedad Patriótica que la ha dotado, el elogio de su digno fundador, el Excmo.
e Illmo. Obispo diocesano Don Juan José Díaz de Espada y Landa, no menos
conocido por su acendrado patriotismo, ilustración y virtudes, que por su alta
dignidad, y el ornamento del Seminario de San Carlos de la Habana.
[“Discurso pronunciado por el Presbítero Don Félix Varela, en la apertura
de la clase de Constitución, de que era catedrático”. El Observador
Habanero, No. 11, Tomo I, pp. 1-6]
Varela, Félix. “Discurso pronunciado por el Presbítero Don Félix Varela, en la apertura de la clase de constitución, de que es catedrático”. Félix Varela y Morales Obras. Volumen II. La Habana: Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, pp. 4-6. George A. Smathers Libraries. University of Florida Digital Collections. Accesible Noviembre 26, 2012 en https://ufdc.ufl.edu/AA00008690/00002
El inigualable Padre Félix Varela pronunció en este escrito que el patriotismo es una “virtud cívica”. Siempre claro, el formidable intelectual y soldado de Dios a la vez atacó a los “indecentes traficantes de patriotismo”. Una joya cubana es esta pieza.
Patriotismo
Al amor que tiene todo hombre al país en que ha nacido, y el interés que toma en su prosperidad, le llamamos patriotismo. La consideración del lugar en que por primera vez aparecimos en el gran cuadro de los seres, donde recibimos las más gratas impresiones, que son las de la infancia, por la novedad que tienen para nosotros todos los objetos, y por la serenidad con que los contemplamos cuando ningún pesar funesto agita nuestro espíritu; impresiones cuya memoria siempre nos recrea, la multitud de los objetos a que estamos unidos por vínculos sagrados de naturaleza, de gratitud y de amistad; todo esto nos inspira una irresistible inclinación y un amor indeleble hacia nuestra patria. En cierto modo nos identificamos con ella, considerándola como nuestra madre, y nos resentimos de todo lo que pueda perjudicarla. Como el hombre no se desprecia a sí mismo, tampoco desprecia, ni sufre que se desprecie a su patria, que reputa, si puedo valerme de esta expresión, como parte suya. De aquí procede el empeño en defender todo lo que la pertenece, ponderar sus perfecciones y disminuir sus defectos.
Aunque establecidas las grandes sociedades, la voz patria no significa un pueblo, una ciudad, ni una provincia, sin embargo, los hombres dan siempre una preferencia a los objetos más cercanos, o por mejor decir más ligados con sus intereses individuales, y son muy pocos los que perciben las relaciones generales de la sociedad, y muchos menos los que por ellas sacrifican las utilidades inmediatas o que le son más privativas. De aquí procede lo que suele llamarse provincialismo, esto es, el afecto hacia la provincia en que cada uno nace, llevado a un término contrario a la razón y la justicia. Sólo en este sentido podré admitir que el provincialismo sea reprensible, pues a la verdad nunca será excusable un amor patrio que conduzca a la injusticia; más cuando se ha pretendido que el hombre porque pertenece a una nación toma igual interés por todos los puntos de ella y no prefiere el suelo en que ha nacido o al que tiene ligados sus intereses individuales, no se ha consultado el corazón del hombre, y se habla por meras teorías que no serían capaces de observar los mismos que las establecen. Para mí el provincialismo racional que no infringe los derechos de ningún país, ni los generales de la nación, es la principal de las virtudes cívicas. Su contraria, esto es, la pretendida indiferencia civil o política, es un crimen de ingratitud, que no se comete sino por intereses rastreros por ser personalísimos, o por un estoicismo político, el más ridículo y despreciable.
El hombre todo lo refiere a sí mismo, y lo aprecia según las utilidades que le produce. Después que está ligado a un pueblo teniendo en él todos sus intereses; ama a los otros por el bien que pueden producir al suyo, y los tendría por enemigos si se opusiesen a la felicidad de éste donde él tiene todos sus goces. Pensar de otra suerte es quererse engañar voluntariamente.
Suele, sin embargo, el desarreglo de este amor tan justo conducir a gravísimos males en la sociedad, aun respecto de aquel mismo pueblo que se pretende favorecer. Hay un fanatismo político, que no es menos funesto que el religioso, y los hombres, muchas veces, con miras al parecer las más patrióticas, destruyen su patria, encendiendo en ella la discordia civil por aspirar a injustas prerrogativas. En nada debe emplear más el filósofo todo el tino que sugiere la recta ideología, que en examinar las verdaderas relaciones de estos objetos, considerar los resultados de las operaciones, y refrenar los impulsos de una pasión que a veces conduce a un término diametralmente contrario al que apetecemos.
Muchos hacen del patriotismo un mero título de especulación, quiero decir, un instrumento aparente para obtener empleos y otras ventajas de la sociedad. Patriotas hay (de nombre) que no cesan de pedir la paga de su patriotismo, que le vociferan por todas partes, y dejan de ser patriotas cuando dejan de ser pagados. ¡Ojalá no hubiera tenido yo tantas ocasiones de observar a estos indecentes traficantes de patriotismo! ¡Cuánto cuidado debe oponerse para no confundirlos con los verdaderos patriotas! El patriotismo es una virtud cívica, que a semejanza de las morales, suele no tenerla el que dice que la tiene, y hay una hipocresía política mucho más baja que la religiosa. Nadie opera sin interés; todo patriota quiere merecer de su patria; pero cuando el interés se contrae a la persona, en términos que ésta no le encuentre en el bien general de su patria, se convierte en depravación e infamia. Patriotas hay que venderían su patria si les dieran más de lo que reciben de ella. La juventud es muy fácil de alucinarse con estos cambia-colores, y de ser conducida a muchos desaciertos.
No es patriota el que no sabe hacer sacrificios en favor de su patria, o el que pide por éstos una paga que acaso cuesta mayor sacrificio que el que se ha hecho para obtenerla, cuando no son para merecerla. El deseo de conseguir el aura popular es el móvil de muchos que se tienen por patriotas, y efectivamente no hay placer para un verdadero hijo de la patria como el de hacerse acreedor a la consideración de sus conciudadanos por sus servicios a la sociedad; mas cuando el bien de ésta exige la pérdida de esa aura popular, he aquí el sacrificio más noble y más digno de un hombre de bien, y he aquí el que desgraciadamente es muy raro. ¡Pocos hay que sufran perder el nombre de patriotas en obsequio de la patria, y a veces una chusma indecente logra con sus ridículos aplausos convertir en asesi282 nos de la patria a los que podrían ser sus más fuertes apoyos! ¡Honor eterno a las almas grandes que saben hacerse superiores al vano temor y a la ridícula alabanza!
El extremo opuesto no es menos perjudicial, quiero decir, el empeño temerario de muchas personas en contrariar siempre la opinión de la multitud. El pueblo tiene cierto tacto que muy pocas veces se equivoca, y conviene empezar siempre por creer, o a lo menos por sospechar, que tiene razón.
¡Cuántas opiniones han sido contrariadas por hombres de bastante mérito, pero sumamente preocupados en esta materia, sólo por ser, como suelen decir, las de la plebe! Entra después el orgullo a sostener lo que hizo la imprudencia, y la patria entretanto recibe ataques los más sensibles por provenir de muchos de sus más distinguidos hijos.
Otro de los obstáculos que presenta al bien público el falso patriotismo consiste en que muchas personas las más ineptas y a veces las más inmorales se escudan con él, disimulando el espíritu de especulación, y el vano deseo de figurar. No puede haber un mal más grave en el cuerpo político, y en nada debe ponerse mayor empeño que en conocer y despreciar a estos especuladores. Los verdaderos patriotas desean contribuir con sus luces y todos sus recursos al bien de la patria, pero siendo éste su verdadero objeto, no tienen la ridícula pretensión de ocupar puestos que no pueden desempeñar. Con todo, aun los mejores patriotas suelen incurrir en un defecto que causa muchos males, y es figurarse que nada está bien dirigido cuando no está conforme a su opinión. Este sentimiento es casi natural al hombre, pero debe corregirse no perdiendo de vista que el juicio en estas materias depende de una multitud de datos que no siempre tenemos; y la opinión general, cuando no es abiertamente absurda, produce siempre mejor efecto que la particular, aunque ésta sea más fundada. El deseo de encontrar lo mejor nos hace a veces perder todo lo bueno.
Suelen también equivocarse aun los hombres de más juicio en graduar por opinión general lo que sólo es del círculo de personas que los rodean, y procediendo con esta equivocación dan pábulo a un patriotismo imprudente que los conduce a los mayores desaciertos. Se finge a veces lo que piensa el pueblo arreglándolo a lo que debe pensar por lo menos según las ideas de los que gradúan esta opinión; y así suele verse con frecuencia un triste desengaño, cuando se ponen en práctica opiniones que se creían generalizadas. Es un mal funesto la preocupación de los hombres, pero aún es mayor mal su cura imprudente. La juventud suele entrar en esta descabellada empresa, y yo no podré menos que transcribir las palabras del juicioso Watts, tratando esta materia.
“Si sólo tuviéramos” -dice- “que lidiar con la razón de los hombres, y ésta no estuviera corrompida, no sería materia que exigiese gran talento ni trabajo convencerlos de sus errores comunes, o persuadirles a que asintiesen a las verdades claras y comprobadas. Pero ¡ah! el género humano está envuelto en errores y ligado por sus preocupaciones; cada uno sostiene su dictamen por algo más que por la razón. Un joven de ingenio brillante que se ha provisto de variedad de conocimientos y argumentos fuertes, pero que aún no está familiarizado con el mundo, sale de las escuelas como un caballero andante que presume denodadamente vencer las locuras de los hombres y esparcir la luz de la verdad. Mas él encuentra enormes gigantes y castillos encantados; esto es, las fuertes preocupaciones, los hábitos, las costumbres, la educación, la autoridad, el interés, que reuniéndose todo a las varias pasiones de los hombres, los arma y obstina en defender sus opiniones; y con sorpresa se encuentra equivocado en sus generosas tentativas. Experimenta que no debe fiar sólo en el buen filo de su acero y la fuerza de su trazo sino que debe manejar las armas de su razón, con mucha destreza y artificio, con cuidado y maestría, y de lo contrario nunca será capaz de destruir los errores y convencer a los hombres”.[1]
[1]Varela, Félix. “Patriotismo”, Lecciones de Filosofía. (1818) en Félix Varela Obras. Volumen I. La Habana: Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, pp. 280-283. George A. Smathers Libraries. University of Florida Digital Collections. Accesible Noviembre 20, 2012 en https://ufdc.ufl.edu/AA00008690/00001
Este ensayo fue ampliado en 1819 dentro de Miscelánea Filosófica. Aquí está el enlace:
Varela, Félix. “Patriotismo”, Miscelánea Filosófica. (1819) en Félix Varela Obras. Volumen I. La Habana: Ediciones Imagen Contemporánea, 2001, pp. 434-440. George A. Smathers Libraries. University of Florida Digital Collections. Accesible Noviembre 20, 2012 en https://ufdc.ufl.edu/AA00008690/00001