1892 - Nuestras ideas

Comentario por Julio M. Shiling

Este excelente artículo del Maestro, parte de la primera edición del periódico Patria, refleja la explicativa del por qué es necesario y justo lanzar la guerra redentora. Es un proclamo lleno de amor y sensatez.

 

 “Nuestras ideas” (1892)

Nace este periódico, por la voluntad y con los recursos de los cubanos y puertorriqueños independientes de New York, para contribuir, sin premura y sin descanso, a la organización de los hombres libres de Cuba y Puerto Rico, en acuerdo con las condiciones y necesidades actuales de las Islas, y su constitución republicana venidera; para mantener la amistad entrañable que une, y debe unir, a las agrupaciones independientes entre sí, y a los hombres buenos y útiles de todas las procedencias, que persistan en el sacrificio de la emancipación, o se inicien sinceramente en él; para explicar y fijar las fuerzas vivas y reales del país, y sus gérmenes de composición y descomposición, a fin de que el conocimiento de nuestras deficiencias y errores, y de nuestros peligros, asegure la obra a que no bastaría la fe romántica y desordenada de nuestro patriotismo; y para fomentar y proclamar la virtud donde quiera que se la encuentre. Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico. Deja a la puerta- porque afean el propósito más puro- la preocupación personal por donde el juicio oscurecido rebaja al deseo propio, las cosas santas de la humanidad y la justicia, y el fanatismo que aconseja a los hombres un sacrificio cuya utilidad y posibilidad no demuestra la razón.

Es criminal quien promueve en un país la guerra que se le puede evitar; y quien deja de promover la guerra inevitable. Es criminal quien ve ir al país a un conflicto que la provocación fomenta y la desesperación favorece, y no prepara, o ayuda a preparar, el país para el conflicto. Y el crimen es mayor cuando se conoce, por la experiencia previa, que el desorden de la preparación puede acarrear la derrota del patriotismo más glorioso, o poner en la patria triunfante los gérmenes de su disolución definitiva. El que no ayuda hoy a preparar la guerra, ayuda ya a disolver el país. La simple creencia en la probabilidad de la guerra es ya una obligación, en quien se tenga por honrado y juicioso, de coadyuvar a que se purifique, o impedir que se malee, la guerra probable. Los fuertes, prevén; los hombres de segunda mano esperan la tormenta con los brazos en cruz.

La guerra, en un país que se mantuvo diez años en ella, y ve vivos y fieles a sus héroes, es la consecuencia inevitable de la negación continua, disimulada o descarada, de las condiciones necesarias para la felicidad a un pueblo que se resiste a corromperse y desordenarse en la miseria. Y no es del caso preguntarse si la guerra es apetecible o no, puesto que ninguna alma piadosa la puede apetecer, sino ordenarla de modo que con ella venga la paz republicana, y después de ella no sean justificables ni necesarios los trastornos a que han tenido que acudir, para adelantar, los pueblos de América que vinieron al mundo en años en que no estaban en manos de todos, como hoy están, la pericia política y el empleo de la fuerza nacional en el trabajo. Ni la guerra asusta sino a las almas mediocres, incapaces de preferir la dignidad peligrosa a la vida inútil.

En lo presente y relativo es la guerra desdicha espantosa, en cuyos dolores no se ha de detener un estadista previsor; como es el oro preciado metal, y no se lamenta la moneda de oro si se la da en cambio de lo que vale más que ella. Cuando los componentes de un país viven en un estado de batalla sorda, que amarga las relaciones más naturales, y perturba y tiene como sin raíces la existencia, la precipitación de ese estado de guerra indeciso en la guerra decisiva es un ahorro recomendable de la fuerza pública. Cuando las dos entidades hostiles de un país viven en él con la aspiración, confesa o callada, al predominio, la convivencia de las dos sólo puede resultar en el abatimiento irremediable de una. Cuando un pueblo compuesto por la mano infausta de sus propietarios con elementos de odio y disociación, salió de la primer prueba de la guerra, por sobre las dimensiones que la acabaron, más unido que cuando entró en ella, la guerra vendría a ser, en vez de un retardo de su civilización, un período nuevo de amalgama indispensable para juntar sus factores diversos en una república segura y útil. Cuando la guerra no se ha de haber, en un país de españoles y criollos, contra los españoles que viven en el país, sino contra la dependencia de una nación incapaz de gobernar un pueblo que sólo puede ser feliz sin ella, la guerra tiene de aliados naturales a todos los españoles que quieran ser felices.

La guerra es un procedimiento político, y este procedimiento de la guerra es conveniente en Cuba, porque con ella se resolverá definitivamente una situación que mantiene y continuará manteniendo perturbada el temor de ella; porque por la guerra, en el conflicto de los propietarios del país, amigos naturales de la libertad, triunfará la libertad indispensable al logro y disfrute del bienestar legítimo; porque la guerra rematará la amistad y fusión de las comarcas y entidades sociales sin cuyo trato cercano y cordial hubiera sido la misma independencia un semillero de grandes discordias; porque la guerra dará ocasión a los españoles laboriosos de hacer olvidar, con su neutralidad o con su ayuda, la crueldad y ceguera con que en la lucha pasada sofocaron la virtud de sus hijos; porque por la guerra se obtendrá un estado de felicidad superior a los esfuerzos que se han de hacer por ella.

La guerra es, allá en el fondo de los corazones, allá en las horas en que la vida pesa menos que la ignominia en que se arrastra, la forma más bella y respetable del sacrificio humano. Unos hombres piensan en sí más que en sus semejantes, y aborrecen los procedimientos de justicia de que les puedan venir incomodidades o riesgos. Otros hombres aman a sus semejantes más que a sí propios, a sus hijos más que la vida misma, al bien seguro de la libertad más que al bien siempre dudoso de una tiranía incorregible, y se exponen a la muerte por dar la vida a la patria. Así, cuando los elementos contendientes de la Islas demuestran la imposibilidad de avenirse en la injusticia y el honor, y el avenimiento siempre parcial que pudiesen pretender no sería sancionado por la nación de que ambos dependen, ni sería más que una loable e insuficiente moratoria,- proclaman la guerra los que son capaces del sacrificio, y sólo la rehuyen los que son incapaces de él.

Por si la guerra hubiese de ser el principio de una era de revueltas y de celos, que después de una victoria inmerecida e improbable, convirtiese al país, sazonado con nuestra sangre pura, en arena de disputas locales o escenario de ambiciosas correrías; si la guerra hubiese de ser el consorcio apresurado y desleal de los hombres cultos de más necesidades que empuje, y la autoridad impaciente y desdeñosa que por causas naturales, y en parte nobles, suele crear la milicia, si hubiese la guerra de ser el predominio de una entidad cualquiera de nuestra población, con merma y desasosiego de las demás, y no el modo de ajustar en el respeto común las preocupaciones de la susceptibilidad y las de la arrogancia, -como parricidas se habría de acusar a los que fomentan y aconsejan la guerra. Y en la lucha misma que no viniera por aconsejada sino por inevitable, el honor sólo sería para los que hubiesen extirpado, o procurado extirpar, sus gérmenes temibles; y el oprobio sería de cuantos, por la intriga o el miedo, hubiesen contribuido a impedir que las fuerzas todas de la lucha se combinasen, sin exclusiones injustas e imprudentes, en tal relación que desde los arranques pusiera a la gloria fuera del peligro del deslumbramiento, y a la libertad donde no la pudiera alcanzar la tiranía. Pero este periódico viene a mantener la guerra que anhelan juntos los héroes de mañana, que aconsejan del juicio su fervor, y los héroes de ayer, que sacaron ilesa de la lección de los diez años su fe en el triunfo; la guerra única que el cubano, libre y reflexivo por naturaleza, pide y apoya, y es la que, en acuerdo con la voluntad y necesidades del país, y con las enseñanzas de los esfuerzos anteriores, junte en sí, en la proporción natural, los factores todos, deseables o irremediables, de la lucha inminente; y los conduzca, con esfuerzo grandioso y ordenado, a una victoria que no hayan de deslucir un día después los conatos del vencedor o la aspiración de las parcialidades descontentas, ni estorbe con la política verbosa y femenil el empleo de la fuerza nacional en las labores urgentes del trabajo. Ama y admira el cubano sensato, que conoce las causas y excusas de los yerros, a aquellos hombres valerosos que rindieron las armas a la ocasión funesta, no al enemigo; y brilla en ellos aún el alma desinteresada que los héroes nuevos, en la impaciencia de la juventud, les envidian con celos filiales. Crían las guerras, por el exceso de las mismas condiciones que dan para ellas especial capacidad, o por el poder legítimo que conserva sobre el corazón el que estuvo cerca de él a la hora de morir, hábitos de autoridad y de compañerismo cuyos errores graves a veces, no han de entibiar, en los que distinguen en ellos lo esencial de la virtud, el agradecimiento de hijo. Pero la pureza patriótica de aquellos hombres que salieron del lujo a la pelea, el roce continuo de caracteres y méritos a que la guerra dilatada dio ocasión, y el decoro natural de quien lleva en el pecho un corazón probado en lo sublime, dio a Cuba una milicia que no pone, como otras, la gloria militar por encima de la patria. Arando en los campos, contando en los bancos, enseñando en los colegios, comerciando en las tiendas, trabajando con sus manos de héroe en los talleres, están hoy los que ayer, ebrios de gloria, peleaban por la independencia del país. Y aguardan impacientes a la generación que ha de emularlos.

Late apresurado el corazón al saludar, desde el seguro extranjero, a los que bajo el poder de un dueño implacable se disponen en silencio a sacudirlo. Ha de saberse, allá donde no queremos nutrir con las artes inútiles de la conspiración el cadalso amenazante, que los cubanos que sólo quieren de la libertad ajena el modo de asegurar la propia, aman a su tierra demasiado para trastornarla sin su consentimiento; y antes perecerían en el destierro ansiosos, que fomentar una guerra en que cubano alguno, o habitante neutral de Cuba tuviera que padecer como vencido. La lucha que se empeña para acabar una disensión, no ha de levantar otra. Por las puertas que abramos los desterrados, por más libres mucho menos meritorios, entrarán con el alma radical de la patria nueva los cubanos que con la prolongada servidumbre sentirán más vivamente la necesidad de sustituir a un gobierno de preocupación y seflorio, otro por donde corran, francas y generosas, todas las fuerzas del país. El cambio de mera forma no merecería el sacrificio a que nos aprestamos; ni bastaría una sola guerra para completar una revolución cuyo primer triunfo sólo diese por resultado la mudanza de sitio de una autoridad injusta. Se habrá de defender, en la patria redimida, la política popular en que se acomoden por el mutuo reconocimiento, las entidades que el puntillo o el interés pudiera traer a choque; y ha de levantarse, en la tierra revuelta que nos lega un gobierno incapaz, un pueblo real y de métodos nuevos, donde la vida emancipada, sin amenazar derecho alguno, goce en paz de todos. Habrá de defenderse con prudencia y amor esta novedad victoriosa de los que en la revolución no vieran más que el poder de continuar rigiendo el país con el ánimo que censuraban en sus enemigos. Pero esta misma tendencia excesiva hacia lo pasado, tiene en las repúblicas igual derecho al respeto y a la representación que la tendencia excesiva al porvenir. Y la determinación de mantener la patria libre en condiciones en que el hombre pueda aspirar por su pleno ejercicio a la ventura, jamás se convertirá, mientras no nazcan cubanos hasta hoy desconocidos, o no ande la idea de guerra en manos diversas, en pelea de exclusión y desdén de aquellos con quienes en lo íntimo del alma tenemos ajustada, sin palabras, una gloriosa cita. La guerra se dispone fuera de Cuba, de manera que, por la misma amplitud que pudiera alarmar a los asustadizos, asegure la paz que les trastornaría una guerra incompleta. La guerra se prepara en el extranjero para la redención y beneficio de todos los cubanos. Crece la yerba espesa en los campos inútiles: cunden las ideas postizas entre los industriales impacientes; entra el pánico de la necesidad en los oficios desiertos del entendimiento, puesto hasta hoy principalmente en el estudio literario e improductivo de las civilizaciones extranjeras, y en la disputa de derechos casi siempre inmorales. La revolución cortará la yerba; reducirá a lo natural las ideas industriales postizas; abrirá a los entendimientos pordioseros empleos reales que aseguren, por la independencia de los hombres, la independencia de la patria. Revienta allí ya la gloria madura, y es la hora de dar la cuchillada.

Para todos será el beneficio de la revolución a que hayan contribuido todos, y por una ley que no está en mano de hombre evitar, los que se excluyan de la revolución, por arrogancia de señorío o por reparos sociales, serán, en lo que no choque con el derecho humano, excluidos del honor e influjo de ella. El honor veda al hombre pedir su parte en el triunfo a que se niega a contribuir; y pervierte ya mucho noble corazón la creencia, justa a cierta luz, en la inutilidad del patriotismo. El patriotismo es censurable cuando se le invoca para impedir la amistad entre todos los hombres de buena fe del universo, que ven crecer el mal innecesario, y le procuran honradamente alivio. El patriotismo es un deber santo, cuando se lucha por poner la patria en condición de que vivan en ella más felices los hombres. Apena ver insistir en sus propios derechos a quien se niega a luchar por el derecho ajeno. Apena ver a hermanos de nuestro corazón negándose, por defender aspiraciones pecuniarias, a defender la aspiración primera de la dignidad. Apena ver a los hombres reducirse, por el mote exclusivo de obreros, a una estrechez más dañosa que benigna; porque este aislamiento de los hombres de una ocupación, o de determinado circulo social, fuera de los acuerdos propios y juiciosos entre personas del mismo interés, provocan la agrupación y resistencia de los hombres de otras ocupaciones y otros círculos; y los turnos violentos en el mando, y la inquietud continua que en la misma república vendría de estas parcialidades, serían menos beneficiosos a sus hijos que un estado de pleno decoro en que, una vez guardados los útiles de la labor de cada día de otro por el calor del corazón o por el fuego de la frente.

Para todos los cubanos, bien procedan del continente donde se calcina la piel, bien vengan de pueblos de una luz más mansa, será igualmente justa la revolución en que han caído, sin mirarse los colores, todos los cubanos. Si por igualdad social hubiera de entenderse, en el sistema democrático de igualdades, la desigualdad, injusta a todas luces, de forzar a una parte de la población, por ser de un color diferente de la otra, a prescindir en el trato de la población de otro color de los derechos de simpatía y conveniencia que ella misma ejercita, con aspereza a veces, entre Sus propios miembros, la "igualdad social" sería injusta para quien la hubiese de sufrir, e indecorosa para los que quisiesen imponerla. Y mal conoce el alma fuerte del cubano de color, quien crea que un hombre culto y bueno, por ser negro, ha de entrome sólo se distinguiera un hombre terse en la amistad de quienes, por negársela, demostrarían serle inferiores. Pero si igualdad social quiere decir el trato respetuoso y equitativo, sin limitaciones de limitación no justificada por limitaciones correspondientes de capacidad o de virtud, de los hombres, de un color o de otro, que pueden honrar y honran el linaje humano, la igualdad social no es más que el reconocimiento de la equidad visible de la naturaleza.

Y como es ley que los hijos perdonen los errores de los padres, y que los amigos de la libertad abran su casa a cuantos la amen y respeten, no sólo a los cubanos será beneficiosa la revolución en Cuba, y a los puertorriqueños la de Puerto Rico, sino a cuantos acaten sus designios y ahorren su sangre. No es el nacimiento en la tierra de España lo que abomina en el español el antillano oprimido; sino la ocupación agresiva e insolente del país donde amarga y atrofia la vida de sus propios hijos. Contra el mal padre es la guerra, no contra el buen padre; contra el esposo aventurero, no contra el esposo leal; contra el transeúnte arrogante e ingrato, no contra el trabajador liberal y agradecido. La guerra no es contra el español sino contra la codicia e incapacidad de España. El hijo ha recibido en Cuba de su padre español el primer consejo de altivez independencia: el padre se ha despojado de las insignias de su empleo en las armas para que sus hijos no se tuviesen que ver un día frente a él: un español ilustre murió por Cuba en el patíbulo: los españoles han muerto en la guerra al lado de los cubanos. Los españoles que aborrecen el país de sus hijos, serán extirpados por la guerra que han hecho necesaria. Los españoles que aman a sus hijos, y prefieren las víctimas de la libertad a sus verdugos, vivirán seguros en la república que ayuden a fundar. La guerra no ha de ser para el exterminio de os hombres buenos sino para el triunfo necesario sobre los que se oponen a su dicha. Es el hijo de las Antillas, por favor patente de su naturaleza, hombre en quien la moderación del juicio iguala a la pasión por la libertad; y hoy que sale el país, con el mismo desorden con que salió hace veinticuatro años, de una política de paz inútil que sólo ha sido popular cuando se ha acercado a la guerra, y no ha llevado la unión de los elementos innegables más lejos al menos de donde estuvieron hace veinticuatro años, álzanse a la vez a remediar el desorden, con prudencia de estadistas y fuego apostólico, los hijos vigilantes que han empleado la tregua en desentrañar y remediar las causas accidentales de la tristísima derrota, y en juntar a sus elementos aún útiles las buenas nacientes, a fin de que no caiga la mano enemiga, perita en la persecución, sobre los que sin esta levadura de realidad pudieran volver al desconcierto e inexperiencia por donde vino a desangrarse y morir la robusta gloria de la guerra pasada. Se encienden los fuegos, y vuelve a cundir la voz; en el mismo hogar tímido, cansado de la miseria, restalla la amenaza; va en silencio la juventud a venerar la sepultura de los héroes: y el clarín resuena a la vez en las asambleas de los emigrados y en las de los colonos nace este periódico, a la hora del peligro, para velar por la libertad, para contribuir a que sus fuerzas sean invencibles por la unión, y para evitar que el enemigo nos vuelva a vencer por nuestro desorden.

Martí, José. “Nuestras ideas”. Patria. Nueva York: 14 marzo 1892. José Martí y la República. 20 octubre 2012. Web. 19 abril 2013.

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