Intervención humanitaria en Cuba. ¿Por qué los exiliados cubanos pedimos una intervención humanitaria –aunque implique el uso de la fuerza militar– en Cuba?
La primera razón, y la más importante, es porque sabemos que la crisis que está viviendo el pueblo cubano, en estos momentos, fue creada a propósito para chantajear a los exiliados cubanos con el dolor de sus familiares en Cuba.
Más del 70% de la maltrecha economía cubana está en manos de una élite militar que tiene todas las características de una banda de gánsteres aferrados, como buitres, a ese extraordinario poder que confiere tener once millones de rehenes.
Las medidas de la administración Trump, encaminadas a impedir que esos gánsteres pudieran echarle manos a todas las remesas que envían los exiliados, desataron la ira del régimen de la familia Castro y se convirtieron, como cabría esperar, en la causa del sacrificio de rehenes que se inició a partir de ese momento.
Para llevar a cabo ese genocidio en cámara lenta, el régimen de la familia Castro inició una serie de acciones que solo pueden ser explicadas bajo la lógica de una venganza contra una población indefensa.
Para empezar, crearon un desabastecimiento artificial de alimentos y de productos de primera necesidad. Algo que solo puede ser ex profeso si recordamos que el tan cacareado embargo no incluye medicinas ni alimentos y que el régimen –gracias al monopolio que ejerce sobre la distribución– siempre ha podido vender esos productos a precios que casi siempre son diez veces más altos que los que el régimen paga en el mercado mayorista de los Estados Unidos.
En realidad, esas medicinas y esos alimentos, vendidos a precios exorbitantes en Cuba, no eran más que una maquinita para imprimir dólares americanos. A pesar de eso, y de las enormes ganancias que ese esquema de robo reportaba, los castristas decidieron fingir que ni robar sabían, para así ensañarse con la población.
No contento con eso, y para evitar que los cubanos del exilio pudieran enviarles esos productos de primera necesidad a sus familiares en Cuba, el régimen impuso barreras aduanales excesivas e impidió, en un alarde de cinismo y crueldad, que los contenedores de ayuda humanitaria, que los exiliados colectaron y enviaron hacia Cuba, pasaran la aduana y pudieran llegar a sus tan necesitados destinatarios.
A todo esto debemos sumarle la negativa del régimen a liberalizar el mercado campesino en Cuba. A pesar de todos los reclamos de los cubanos, la familia Castro se negó a hacerlo y obligó a los campesinos a venderle solo al estado, al precio que decida el estado, y en el momento que mejor le parezca al estado. El resultado de eso fue un verdadero estado de descomposición de la producción agrícola, y un desabastecimiento de productos del agro que en nada, absolutamente nada, tienen que ver con el tan cacareado embargo.
Poco a poco la desesperación de los cubanos dentro de la isla empezó a subir y poco a poco empezaron a morir muchos más de los que normalmente mueren. Empezaron a subir los suicidios, los accidentes de todo tipo, los actos de violencia, así como la brutalidad y la corrupción policial. En algún momento los exiliados cubanos empezamos a decir, sin que nadie escuchara, que Cuba se estaba muriendo.
Entonces llegó la epidemia del virus del Partido Comunista Chino y, lejos de actuar con un mínimo de humanidad para con sus súbditos, el régimen de la familia Castro decidió priorizar su tan necesario turismo, y no cerró las fronteras internacionales del país.
Para ensañarse aún más, el régimen decidió mantener el desabastecimiento artificial que había creado, y de esa forma condenó al pueblo cubano a largas colas y aglomeraciones para poder obtener los escasos productos de primera necesidad que estaban disponibles en los mercados.
El resultado de eso, combinado con la afluencia no detenida de los turistas, fue una verdadera explosión epidemiológica que el régimen escondió con cifras que todos los cubanos sabían que eran mentiras descaradas.
En ese momento tocaba, por simple respeto a la vida de los cubanos, devolver hacia a Cuba a todos los médicos que régimen tenía trabajando como esclavos en otros países. No solo no lo hicieron, sino que aprovecharon la oportunidad para ofrecer más médicos-esclavos listos para luchar contra el Virus-CCP… en otros países.
Además, y con la supuesta idea de detener la propagación de la epidemia en Cuba, el régimen de la familia Castro decidió recurrir a medidas draconianas, como el confinamiento obligatorio, en centros de aislamiento de personas positivas al virus y de personas a la esperar de los resultados de laboratorios.
Es bien sabido que esos centros de aislamientos son verdaderos reactores de recombinación genética porque facilitan que, un espacio reducido, coexistan distintas variantes, y en ocasiones cepas, del mismo virus. Eso hace que esos virus se encuentren y creen, por recombinación genética, nuevas variantes y nuevas cepas.
Para seguir sumando barbaridades y de paso para crear una campaña de propaganda sobre la medicina cubana, el régimen decidió administrarles a muchos pacientes el tristemente célebre Heberferón. O sea, decidieron tratar con citoquinas (Heberferón) una enfermedad (el CCP-Virus) que se caracteriza, precisamente, por una mortal tormenta de citoquinas.
No es casual, entonces, que el número de casos y de fallecidos siguiera aumentando en flecha, que los hospitales empezaran a colapsar, y que muchas personas empezaran a denunciar lo que ya era una acuciante situación humanitaria.
Los exiliados solicitamos que relajaran las barreras aduanales, para poder enviarles medicinas a nuestros familiares, y no lo hicieron. Los exiliados pedimos que dejaran entrar los contenedores de ayuda humanitaria, y no lo permitieron. Los exiliados solicitamos la creación de un corredor humanitario, y nadie escuchó. Los muertos siguieron aumentando y desesperación creció.
En medio de esa hecatombe humanitaria, y para sumar odio al dolor, el régimen decidió prohibir la circulación del dólar americano y les dio unas cuantas horas a los cubanos para cambiar sus dólares en Euros, la moneda que ellos habían decidido, sin que mediara racionalidad económica alguna, que a partir de ese momento sería la moneda dura oficial.
Eso trajo como consecuencia un caos en el mercado informal de los cubanos, que es el mercado que casi todos usan para resolver sus necesidades más perentorias. Los precios se dispararon hasta el ridículo de que diez pastillas de Tylenol llegaron a costar más de mil pesos cubanos.
Mientras los fallecidos por el virus chino seguían aumentando, el régimen decidió abrir al turismo internacional, fundamentalmente ruso, los polos turísticos de Varadero y Cayo Coco. Como resultado de esa inhumana medida, las ciudades más cercanas a esos polos (Varadero y Ciego de Ávila) se convirtieron en epicentros de una epidemia que llevó al colapso de sus hospitales y a una enorme cantidad de fallecidos que el régimen, claro está, niega descaradamente.
En ese momento los cubanos se dieron cuenta de que las sentencias de muerte que pesaban sobres sus cabezas no eran consecuencia de un virus, o del tan cacareado embargo.
En ese momento los cubanos ya no pudieron seguir ignorando que estaban siendo víctimas de un genocidio en cámara lenta diseñado para doblegar a sus familiares en el exilio.
En ese momento los cubanos decidieron salir a las calles bajo el grito de libertad, pero también bajo la idea de que “si me vas a matar poco a poco, y de lejos, prefiero que me mates de una vez y mirándome a la cara”.
Salieron a protestar sin cubrirse sus rostros.
Es por eso, y por mucho más, que enseguida que empezaron las protestas los exiliados cubanos empezamos a pedir una intervención humanitaria en nuestro país. Una solicitud que los aliados del régimen en el exterior, y dentro de Cuba, han querido presentar como una afrenta a una soberanía inexistente, y como un llamado a la muerte de una población civil que ellos, no sé por qué, consideran que morirá en grandes números.
Esa no es, para nada, la intención de los exiliados cubanos. Nuestra intención es un llamado de alerta a la comunidad internacional, y al gobierno de los Estados Unidos, para que no cometan los errores que cometieron, por solo mencionar dos casos, cuando ocurrieron los conflictos en Rwanda o en la antigua Yugoslavia. Nuestra intención es que la comunidad internacional esté vigilante y lista a intervenir antes de que los muertos se acumulen.
¿Quiénes son esos que ahora se rasgan las ropas y adoptan posiciones de superioridad moral para oponerse a una intervención humanitaria en Cuba?
Bueno, son personas que, en medio de la miseria que el régimen de la familia Castro les ha impuesto a los cubanos, todavía conservan un estatus menos miserable. Son esos músicos, artistas, profesionales y amanuenses que todavía cuentan con algunos Euros y creen que con eso les bastará para sobrevivir. Son, por decirlo de alguna forma, la clase media de la miseria castrista.
Viven convencidos de que su estatus nunca cambiará, y de que podrán mantenerlo siempre y cuando se presten para pasar los mensajitos que de vez en cuando tienen que pasar a favor de sus dueños y capataces.
Muchos de esos miserables de clase media viven además convencidos de que una intervención humanitaria sería un desastre porque imaginan, después de décadas de propaganda castrista, que esos delincuentes uniformados se batirán hasta la última bala y que, en el fragor de ese combate, que ellos imaginan apocalíptico, morirán muchos más civiles cubanos que todos los que el castrismo ha matado, está matando y matará.
Si quieren verlos en una sola imagen: son esos cubanos que en 1983 estaban convencidos, hasta la médula de sus huesos, de que Tortoló moriría heroicamente en Granada, y que a su lado caerían unos seguidores que se negarían a perecer escondidos bajo mesas, butacas y escaleras. Todos sabemos que eso no fue así.
Desconocen esos paladines de la medianía financiera, o insisten en ignorar, que un régimen que mata civiles indefensos, que abusa de las mujeres y masacra adolescentes está formado, tiene que estar formado, por una banda de cobardes incapaces de presentar pelea a alguien medianamente viril.
Desconocen esos aferrados al Euro que la sola presencia de un portaviones frente a las costas de La Habana bastaría para desatarles una disentería incontrolable, y mortal, a esos que ellos imaginan tan heroicos como un Che Guevara entregándose vivo allá en Bolivia.
Si una razón existe para una intervención humanitaria y militar en Cuba es, precisamente, la cobardía congénita de los castristas de hoy.