Crisis financiera 2008: ¡No culpen al mercado!

Crisis financieraCrisis financiera 2008: ¡No culpen al mercado!

Los fundamentalistas de la lucha de clases están estáticos. Así como los aduladores del Estado predatorio. Igual lo están los insalvables aborrecedores del capitalismo. Pero detengan la insensatez y la desinformación antes de que se intoxiquen del opio delirante que cosechó el gurú del colectivismo, avecinando el cumplimiento de los pronósticos del terco comunista. La actual situación financiera de los Estados Unidos se está reportando, apoyado más en las emociones ideológicas que en el examen objetivo y erudito.

La crisis tentativa es verdadera. Las amargas pero necesarias recetas recuperadoras han sido planteadas por la actual administración estadounidense. Están en debate sobre la mesa legislativa y, si no son desvirtuadas por proyectos irrelevantes en la solución del problema, serán convertidas en ley por el Presidente Bush. Simultáneamente, la gran prensa, las élites culturales y los políticos están pintando un cuadro descriptivo erróneo del asunto. El análisis que presentan es más misionero que empírico. La premisa que más circula está sustentada por una hipótesis maliciosamente defectuosa que omite convenientemente, variables fundamentales. El elenco que están directamente culpando es el sector privado financiero, sus ejecutivos, la desregulación y el ocupante de la Casa Blanca. Pero el blanco primordial de esta cruzada estatista es el capitalismo, sus mercados y las prácticas económicas libres. Y la corriente anti-gubernamental prevaleciente en el Primer Mundo desde los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

Desglosaremos la temática primero en general y luego con más especificidad. Punto aclaratorio inicial: los asuntos económicos son de carácter dinámico y no escapan a la ley de causa y efecto. El agente tangible de la crisis financiera norteamericana se resume en una palabra: liquidez. Demasiado de ella primero y, después, muy poco. O sea, la capacidad de convertir activos (propiedades, acciones, instrumentos de capital, etc.) en dinero efectivo, fácil y sin perder valor estuvo en bonanza y, posteriormente, se estancó. El problema primero mostró sus efectos en el sector inmobiliario, se regó hacia el crediticio y hoy abarca el sector financiero completo.

Para más detalles, los hechos. Hubo una expansión de crédito abrumadora desde el 2001. La Reserva Federal (entidad cuasi-gubernamental) en respuesta a los ataques del 11 de septiembre y para estimular la economía, reafirmó una política monetaria de aminorar el costo de prestar dinero. Los intereses llegaron a bajar hasta el 1%. Un medio popular de financiamiento hipotecario fue los préstamos "subprime". Estos vehículos crediticios son de alto riesgo para el prestamista. Sus intereses, aunque más altos pero con tasas artificialmente bajas al inicio, seguían siendo atractivos para personas con mal crédito o insuficientes ingresos. Debido al riesgo elevado de estos préstamos, las leyes bancarias limitan la cantidad que los bancos pueden retener. Como era de suponerse, los bancos transferían estos instrumentos crediticios cuando era necesario, a fin de atenerse a reglas establecidas. El "boom" de crédito repercutió en el sector de bienes raíces.

Los precios de las viviendas subieron desproporcionadamente a su valor real. El dinero fácil y barato que la combinación de intereses bajos y préstamos "innovadores" proporcionaron, disparó el costo de las propiedades. Los especuladores añadieron elementos al alza desmedida financiando inversiones que retenían poco tiempo. La práctica de apalancamiento financiero no fue limitada a los inversionistas. Los "subprime" permitieron que cualquiera pudiera comprar y revender instantáneamente. Percibiendo presiones inflacionarias incipientes en una economía fuerte, la Reserva Federal decidió alzar los intereses. Del 2004 al 2006 subieron del 1% al 5.25%. Esto inició el declive del sector crediticio. 

El alza en los intereses significaba pagos más altos para los dueños de hipotecas variables y las "subprime". Las ejecuciones en masa empezaron simultáneamente. Los inversionistas percibiendo los problemas venideros y contrajeron los créditos. Las propiedades en venta saturaron el mercado con precios cada vez más baratos. Los bancos tenían inversiones que no valen lo que ellos financiaron. La contracción del crédito se agudizó. De ahí a Wall Street.

La bolsa empezó a ver una alta volatilidad. Esta agitada actividad bursátil produjo, entre accionistas y corredores, una gran desconfianza seguida por el pánico. La bolsa cayó y corrió mayores riesgos ante la parálisis de la liquidez. Los afectados han transcendido los dueños de casas y los bancos. Estos préstamos de alto riesgo fueron vendidos a través del tiempo y esparcidos por todo el globo. Instituciones de ahorro, fondos mutuos, planes de pensiones, compañías aseguradoras, gobiernos (locales y extranjeros), etc., compraron instrumentos que contenían estas modalidades crediticias. Como un virus, se ha regado por la red financiera mundial. El problema potencial, dado su carácter espiral, afectó a todos. Hasta aquí, con probabilidad, no debe de haber una seria discrepancia. ¿A quién culpar, entonces? Ahí es donde la subjetividad filosófica, fusionada con una agenda política, incapacita una discusión integradora del problema.

Corrientes hostiles a mercados libres, pecando de un simplismo grotesco, insisten en que la ausencia de una mano reguladora fue el fallo. ¡Incierto y todo lo contrario! Legislaciones fallidas (aunque bien intencionada), regulaciones anacrónicas, instituciones híbridas corruptas y una política monetaria muy suelta apuntan con más certeza a los responsables. Leyes federales, como el Acta de Reinversión Comunitaria (1977, enmendada en 1995) "Community Reinvestment Act", es un ejemplo. Esta ley, reforzada por la administración Clinton, obliga a los bancos a incrementar los préstamos hipotecarios a personas de bajo recursos y de etnias múltiples. Cuatro agencias federales reguladoras (como mínimo) fueron designadas para monitorear específicamente su cumplimiento. Aparte de jugosas multas por su infracción, las transacciones comerciales podían ser impedidas y bajada su puntuaciones en un sistema anacrónico de reportaje. Estas "puntuaciones" son vitales para que los bancos puedan conducir sus operaciones. Es predecible concluir que la industria bancaria haría todo lo necesario para acomodar las exigencias estatales y esto ha incluido bajar sus estándares de calificación para préstamos. Las hipotecas "subprime" han sido el vehículo crediticio más empleado.

La ley Sarbanes-Oxley (2002) es otro caso. Reaccionando a los escándalos de Enron, esta Acta "reformó" las reglas de cómo ejercer la contaduría en empresas que se cotizan públicamente en la bolsa. Los nuevos estándares de contabilidad obligan a las empresas a "marcar" sus activos de acuerdo al precio circunstancial del mercado y no a su valor, estimado por el más prudente método de "contaduría de costo histórico" (historical cost accounting). Tanto para inversiones como para préstamos hipotecarios, "marcar al mercado" (mark to market) no es un barómetro adecuado porque distorsiona la realidad financiera de una empresa alterando su balance de factura. Actualmente, la tasa de ejecuciones hipotecarias es de 6.4%. Comparándola con el 40%, durante la Depresión de los 1930's, es una minucia. Sin embargo, en el papel, estas instituciones financieras obligadas a reflejar como pasivos los préstamos cuya propiedad colateral está tasada por menos del dinero dado, están en "pérdida", aunque la pérdida no se ha realizado. Compañías solventes pueden parecer que no lo están. Y los inversionistas y otros prestamistas, consecuentemente empiezan la estampida.

Fannie Mae (Asociación Hipotecaria Nacional Federal) y Freddie Mac (Corporación Hipotecaria de Préstamos de Casa Federal) son instituciones híbridas que eran (hasta no hace mucho) corporaciones privadas pero constituidas por el gobierno. Hoy están bajo tutela estatal. Técnicamente se les considera "Empresas con Patrocinio Gubernamental" (Government Sponsered Enterprises). Esa relación con el Estado, liosa y extraña, ha agravado el problema. Su mecanismo operativo ha sido el de comprar hipotecas de instituciones y re-venderlas al mercado hipotecario secundario como instrumentos financieros respaldado por hipotecas, con la garantía de que la deuda principal y el interés serán pagados, y es irrelevante si lo hace a quien le hicieron el préstamo. Aunque Fannie Mae y Freddie Mac explícitamente no conllevaban garantía federal, su vínculo especial con el gobierno, implícitamente, sí da esa pecepción. De ahí la tranquilidad con que instituciones de inversión compraban esos préstamos. Su condición paraestatal implicaba la protección del gobierno. Con cerca del 50% del mercado hipotecario norteamericano respaldado por estos organismos híbridos, la ubicua presencia estatal sobre el sector inmobiliario ha sido y es extensiva. Los políticos han aprovechado esa situación.

El clientelismo y l corrupción, garrafalmente, han proliferado con el crecimiento de Fannie Mae y Freddie Mac. La estrecha relaciones entre ejecutivos de estas instituciones y
políticos, es notable. La actual líder de la Cámara, Nancy Pelosi, así como influyentes miembros de relevante comités con jurisdicción sobre la banca, como Barney Frank, Christopher Dodd, Maxine Waters y el actual candidato demócrata, Barack Obama, son sólo algunos de los involucrados en cuestionables enlaces con estos organismos hipotecarios paraestatales, donde ha existido un conflicto de interés serio, en adición de ser recipientes de abultadas donaciones políticas. La legislación, desde mediado de los años 2000, ha intentando establecer una reestructuración del mecanismo regulador de Fannie y Freddie, pero ha sido impedido por los mencionados legisladores del Partido Demócrata. No toda la corrupción ha escapado. Agencias supervisoras de instrumentos bursátiles (SEC) las multaron por $400 millones por preparativos de contabilidad fraudulentos, que facilitó a oficiales de Fannie y Freddie, como Franklin Raines y Jamie Gorelick, almacenar fortunas millonarias en remuneración.

Finalmente, la política monetaria seguida por la Reserva Federal abarató demasiado y por mucho tiempo, el costo de usar capital ajeno. Si bien fue una sabia acción para estimular la economía reaccionando a los ataques a Nueva York por el islamismo radical, no se tomó en cuenta lo suficiente, ya que considerando el bajo nivel de inflación (no-energética/comestible), el interés real era, a veces, cero. Si el costo de prestar dinero no se siente, el precio del artículo (por la demanda incrementada) tiene que subir. Esto contribuyó al alza descomunal de los precios inmobiliarios. Luego, la misma Reserva Federal que estaba responsabilizada con validar la salud de los bancos y establecer reservas relativas a depósitos y pasivos al contemplar facturas de balance "desfavorable", incrementaba las exigencias de las tasas de reservas. Eso, junto a las nefastas repercusiones que le trajeron al mundo financiero, fue cortesía del Acto Sarbanes-Oxley.

La libertad de pensamiento y una democracia funcional abren las puertas a la diversidad de ideas y de paradigmas socio-políticos consecuentes con las mismas. Eso es válido. Es inadmisible, sin embargo, cuando la tergiversación, la descontextualización y la deliberada omisión de relevante factores, son excluidas de argumentaciones públicas. Más aún con estas acciones contienen un proyecto político no identificado claramente.

Recapitulemos en síntesis todo esto. Primero, las leyes obligan a los bancos ha hacer préstamos a solicitantes de alto riesgo. Después, otras leyes cambian las reglas de contaduría, debilitando la liquidez de los bancos y su condición financiera en la factura de balance y ahuyentando a inversionistas e induciendo desconfianza. Luego, las instituciones para-estatales riegan estos préstamos tóxicos indiscriminadamente por todo el mercado financiero con el sello de "respaldo" del gobierno y resisten una re-configuración reguladora para despolitizar su existencia, con la complicidad de políticos estatistas. ¿Y tienen la desfachatez de culpar al mercado?

Sabemos que no son pocos los que ven en esta crisis la oportunidad de reimplantar teorías anticuadas y fracasadas del Estado súper-interventor. Pero, lamentablemente para ellos, podrán culpar a los "mercados" todo lo que quieran (si es que saben lo que es). Los hechos los continuarán contradiciendo. Desde una premisa moral sería más honesto que defendieran la intromisión estatal que contribuyó a esta situación. Pero no. Prefieren falsificar, para así engatusar. Los momentos de frustración social siempre han sido un terreno fértil para que los demagogos impulsen el embrutecimiento. Estamos viendo eso ahora. Debería de darles vergüenza.

 

 

 

 

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