- Alberto Roteta Dorado
El dictador Raúl Castro acaba de ratificar durante una breve intervención, con la que cerró la sesión extraordinaria del Parlamento cubano, la continuidad del socialismo impuesto por su predecesor, Fidel Castro, en 1961, al declarar el carácter socialista de la naciente revolución.
Durante la tenida el Parlamento aprobó por unanimidad los documentos económicos que reconocen la existencia de pequeñas empresas privadas en la nación, algo que ha tenido lugar durante su mandato. En este sentido el mandatario expresó: “Estos fundamentos (…) reafirman el carácter socialista de la Revolución cubana y el papel del Partido Comunista como fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”.
Los medios de prensa han hecho referencia, ya sea como simple noticia, o mediante algún que otro comentario en este sentido, pero siempre desde la perspectiva de esta estrafalaria afirmación del también general de ejército, afirmación que merece más que un comentario un análisis.
Los estados intermedios resultan inadmisibles, al menos en el terreno de la política, o se está con la derecha – incluidas sus variantes de centro-derecha y de extrema derecha, o sencillamente se es un comunista de visión izquierdista, aun así la definición de hombres progresistas y pronunciados en pos de las democracias resulta vaga e imprecisa.
Y es justo esto, el desarrollo de un estado indeterminado, lo que ha estado ocurriendo en Cuba en los últimos años, y que hace solo unos días el ya muy anciano presidente y sucesor de la dinastía de los Castro, ha querido reafirmar; aunque sin sentido, algo de lo que tengo la convicción de que es consciente, aunque como es de esperar se lo reservará y se llevará hacia otras dimensiones, en solo unos pocos años, cuando ya no esté entre los vivos.
Las concepciones como: con cierta tendencia a, socialismo modificado, socialismo de nuevo tipo, o como se está manejando de un breve tiempo al presente en Cuba, esto es, la “conceptualización del nuevo modelo económico socialista cubano”, o bajo el disfraz de cualquier otro término rimbombante y estéril, no dan la medida real de un estado transicional, lo que a mediano o largo plazo conducirá el restablecimiento de formas capitalistas como modelo económico y político.
Hacia el final del siglo XIX el alemán Carlos Marx teorizó sobremanera y desarrolló su hipótesis acerca de que la propiedad y la administración de los medios de producción debía ser por parte de las clases trabajadoras, algo de lo que se apropiaron los rusos y llevaron al extremo con el establecimiento de la llamada dictadura del proletariado tan defendida por Lenin, y que años más tarde el dictador Fidel Castro aplicara a partir de 1961, cuando sin contar con nadie declaró el carácter socialista de la revolución cubana, lo que presuponía la desaparición de la propiedad privada, algo que el maléfico comandante lograría con la aplicación de una nacionalización radical.
Pero este estricto control de los medios de producción por parte del poder estatal tuvo que modificarse ante la grave crisis económica que ha estado azotando a la isla en las últimas décadas, por lo que su sucesor, Raúl Castro, recién asumido el mando de la nación fue cediendo un tanto a la garrafal idea de su hermano; aunque siempre desde la sutileza y con el temor de no parecer un Gorbachov cubano del siglo XXI.
De esta forma tenía lugar el restablecimiento de la propiedad privada; aunque a pequeña escala y con un estricto control gubernamental, tanto que llega a ser asfixiante para el ya amplio sector de los trabajadores particulares.
El reconocimiento de pequeñas empresas privadas incluye pues la inversión del capital extranjero, algo que en otros tiempos hubiera sido una verdadera herejía. No obstante, Marino Murillo, quien dirige la comisión permanente para la implementación y desarrollo de la política económica, ha afirmado que “no se permitirá la concentración de la propiedad y la riqueza (…) aun cuando se promueva la existencia de formas privadas de gestión”, con lo que deja bien sentadas las bases prohibitivas acerca de una prosperidad económica, la que según las altas esferas del régimen conduciría a la riqueza.
También Marx, el alemán de mano férrea, aunque de alma sedosa, especuló acerca de la finalidad de lograr una organización de la sociedad en la cual existiera una igualdad política, social y económica de todos, lo que en el caso particular de la isla, cuyo régimen la proclamó socialista, jamás se ha cumplido; pero en el contexto actual se hace cada vez más patente con la existencia de una casta privilegiada formada por los más altos mandatarios asalariados del régimen, la cúpula militar – en la que existen miles ocupando puestos de dirección, retirados por sus años dedicados a la causa con elevados sueldos en comparación con el promedio de los cubanos- y todo un enorme séquito de las llamadas nuevas generaciones, los que según ellos serían la cantera inagotable que garantizaría la continuidad política de la isla.
A este primer sector se agrega una clase relativamente nueva que se ha venido diferenciando del promedio de los cubanos de la isla a partir de la obtención de ciertas ganancias logradas mediante sus inversiones en el sector privado. Estos son aquellos que “a determinada escala”, (…) “tendrán determinado nivel de ingreso”, según ha afirmado el también vicepresidente cubano Marino Murillo. Es justamente a estos a los que “no se les permitirá enriquecerse”.
Le siguen los que han podido salir adelante con su esfuerzo - aun cuando son conscientes de la explotación a que son sometidos por parte del sistema- a través de salidas hacia determinados países como colaboradores, y quienes sin llegar al status de la anterior clase se diferencian de lo que ahora se le denomina “cubanos de a pie”.
Al final, y en un estado deplorable se encuentran los millones que no cumplen con ninguna de estas condiciones y sobreviven con lo que consiguen, con los salarios mínimos, las simbólicas “ayudas” del llamado Bienestar Social, y de lo que queda de la canasta básica a precios módicos, y no gratis, como se cree fuera de Cuba.
En fin, una verdadera división clasista como la que ha existido siempre en todas las sociedades del pasado y del presente, y que contradice absolutamente los preceptos de Marx acerca de una igualdad política, social y económica de todos, así como su concepto de la desaparición de clases sociales, de ahí que ese carácter marxista de la revolución cubana que aun se empeñan en sostener carece de sentido al apartarse definitivamente de lo que teóricamente el pensador del mundo del trabajo estableciera, a lo que se une el restablecimiento de la propiedad privada y de la inversión de empresas extranjeras, con lo que ya solo van quedando vestigios de lo que otrora creyeron fuera un sistema socialista.
No se trata de modificar términos, ni de retomar lo que en realidad nunca existió bajo una perspectiva aparentemente diferente. La idea de una “conceptualización” de un “nuevo modelo socialista” es absurda, como es absurdo también cualquier intento de prolongación de un sistema que sabe de su agonía y se aferra a continuar existiendo. No hay nuevos modelos, no hay un socialismo del siglo XXI, no es admitida la presencia de estados indeterminados, o se es definitivamente socialista – lo que ya se ensayó y se ha comprobado que resulta ineficaz-, o se admite el capitalismo como nuevo orden político y económico para una nación necesitada de cambios verdaderos y no de simples enmiendas.