- Christopher Walker, Marc F. Plattner y Larry Diamond
Los Estados no democráticos están ganando batallas ideológicas armados con Internet, los medios de comunicación y nuevos foros internacionales
El mundo ha entrado en un nuevo e inquietante periodo en la lucha mundial por la democracia. Desde la caída del comunismo, se ha observado una secuencia de tres tendencias distintas en esta batalla. La primera, desde 1990 hasta 2005, se caracterizó por una oleada democratizadora (una continuación, e incluso una aceleración, de un proceso que había comenzado a mediados de los años setenta). Aunque el impulso de la democracia se frenó a mediados de la década de 2000, la pauta de progreso general durante este periodo era evidente.
El número de países clasificados por Freedom House como “democracias electorales” aumentó de 76 en 1990 a 119 en 2005, y los que se consideraban “libres” pasaron de 65 a 89, lo que indicaba un drástico incremento del número de países que respetaban los derechos políticos y las libertades civiles de sus ciudadanos.
Sin embargo, a mediados de la década de 2000 surgió una nueva tendencia. Algunos gobiernos recuperaron su posición y reaccionaron frente a las fuerzas que exigían sistemas más democráticos, especialmente tras las revoluciones de los colores en Georgia y en Ucrania. La consecuencia fue lo que llegó a conocerse como las reacciones violentas contra la democracia, cuando los regímenes represivos empezaron a aplicar dentro de sus fronteras medidas que limitaban progresivamente el espacio de los partidos de la oposición, las organizaciones no gubernamentales independientes y los medios de comunicación libres. Durante estos años, los regímenes autoritarios se centraron principalmente en sus asuntos internos. Algunos países, como Egipto, Rusia, Venezuela y Zimbabue, impusieron una serie de nuevas leyes y normativas que restringían la labor de las organizaciones prodemocráticas.
Más recientemente, hemos empezado a apreciar una tercera tendencia. La reacción violenta y defensiva contra la democracia ha evolucionado hasta convertirse en una oleada autoritaria mucho más expansiva y potente, que está amenazando los mismísimos cimientos del orden internacional liberal. Hoy día, el autoritarismo se ha vuelto global. Aunque muchos observadores han señalado la nueva firmeza de los regímenes autoritarios en el ámbito geopolítico, no se ha prestado suficiente atención a lo que están haciendo en otras áreas.
Actualmente, los dictadores cooperan entre ellos, aprenden los unos de los otros y comparten conocimientos y tecnología a través de las fronteras. Esto se puede apreciar, por ejemplo, en las estrategias que Rusia y China han adoptado para acallar las voces independientes en Internet. Con solo unos meses de intervalo, las autoridades de ambos países promulgaron normativas parecidas contra algunas voces de la Red que contaban con un número considerable de seguidores, con la finalidad de silenciar a los analistas más influyentes en las redes sociales.
Los principales regímenes autoritarios no solo reprimen las voces reformistas en sus países, sino que también tratan de modificar los valores y las normas internacionales para limitar la propagación de la democracia por el mundo. Una característica fundamental de la oleada autoritaria es el aumento de iniciativas de medios de comunicación internacionales con una generosa financiación, como la china CCTV, la rusa RT y la iraní Press TV. Cada una de ellas tiene alcance mundial, en varios idiomas, y lanza mensajes para tratar de minar el prestigio de la democracia y de las ideas en las que esta se basa.
Aunque los Gobiernos de estos países restringen la información dentro de sus fronteras, sus medios de comunicación internacionales se aprovechan de la apertura de las democracias. Muchos observadores habían dado por sentado que la era de la globalización daría una ventaja a las democracias en los asuntos mundiales, pero, irónicamente, son los Estados no democráticos los que han sido más hábiles a la hora de ejercer su influencia en el ámbito del poder blando. En esta nueva competición mundial, China y Rusia prestan una especial atención a las regiones y a los países en los que las normas y los valores democráticos son cuestionados de forma activa. Rusia multiplica rápidamente sus esfuerzos para ejercer su influencia en los frágiles Estados del centro de Europa y de los Balcanes que se han incorporado a la Unión Europea.
Rusia también tiene en su punto de mira a Latinoamérica. Las relaciones de Argentina con Moscú se estrecharon durante el mandato de Cristina Fernández de Kirchner. En 2014 se iniciaron en Argentina las emisiones de RT en español, que ya se emiten en Venezuela y Colombia y pueden verse en las cadenas de televisión por cable en muchos otros países de la zona.
Por otra parte, China ha incrementado su influencia en Latinoamérica y en África, combinando sus importantes inversiones económicas en esas regiones con iniciativas de amplio alcance en los medios de comunicación, la cultura y la educación. En un número cada vez mayor de países africanos, los populares periódicos en inglés utilizan el contenido que les ofrece Xinhua, la agencia de noticias estatal china, de forma gratuita o a precios de ganga. Los espectadores de la televisión pueden recibir noticias internacionales a través de CCTV, la cadena estatal china. Los medios financiados por el Estado difunden el discurso oficial chino por la región en un momento en que los canales de noticias internacionales occidentales han reducido drásticamente su presencia en África. China también ha multiplicado sus actividades en Latinoamérica, donde Xinhua tenía 18 oficinas y CCTV tenía 5 en 2013. La presencia china también está aumentando en las esferas culturales y académicas de Latinoamérica, donde existen 42 Institutos o Aulas Confucio.
La nueva amenaza para la democracia también se puede ver en los esfuerzos de los regímenes autoritarios por debilitar la democracia y los mecanismos de los derechos humanos de instituciones clave basadas en normas, como la Organización de Estados Americanos, el Consejo de Europa y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. Y tienen en su punto de mira a los organismos encargados de la regulación de Internet.
Los autócratas también están creando nuevas instituciones internacionales que pretenden impulsar las normas autoritarias más allá de sus fronteras, e intentan usar sus propios clubes, como la Organización de Shanghái para la Cooperación, el Consejo de Cooperación del Golfo y la Unión Económica Euroasiática, para institucionalizar normas de soberanía ilimitada y de no injerencia. Estos organismos refuerzan la represión interna ayudando a los autócratas a compartir técnicas de control político, a intercambiar listas de vigilancia de disidentes y a fomentar acuerdos para el rechazo forzoso de exiliados y refugiados que son calificados de terroristas.
Debemos enfrentarnos al hecho de que los regímenes antidemocráticos son más influyentes y ya no se limitan a frenar el avance de la democracia, sino que han puesto en marcha un plan para hacerla retroceder. Hace tan solo una década, pocos observadores políticos podían imaginarse algo así.
Este aumento de la influencia de los regímenes autoritarios se produce en el mismo momento en que EE UU y la UE están moderando sus ambiciones en lo que respecta al apoyo a la democracia y a los valores en los que esta se basa. Ahora, cuando han transcurrido solo dos décadas y media desde la caída del muro de Berlín, los principales regímenes autoritarios muestran una mayor solidaridad y coordinación entre ellos, al menos en lo que se refiere a contener la expansión de la democracia.
Quizás no debería resultar sorprendente que la actual oleada autoritaria esté cobrando fuerza en una época en la que el malestar parece estar apoderándose de las principales democracias del mundo. Sin duda, algunos de sus puntos débiles frente a la creciente amenaza autoritaria son consecuencia de la crisis económica mundial y de la persistente pérdida de confianza que se ha engendrado en Occidente.
En términos más generales, las democracias consolidadas se han distraído con sus propios debates políticos y problemas internos. Aunque es verdad que los autócratas tienen puntos débiles políticos y económicos intrínsecos, como la corrupción masiva desenfrenada, sería un disparate subestimar la amenaza que suponen los regímenes autoritarios.
Para que los avances democráticos de las últimas décadas perduren, las democracias del mundo deben responder al desafío del resurgimiento del autoritarismo. Para empezar, deben recuperar la confianza en sus propios valores y mejorar el funcionamiento de sus instituciones deficientes. En segundo lugar, tienen que tomar medidas para impedir que los regímenes autoritarios conviertan en irrelevantes a los principales organismos regionales y mundiales basados en normas. Y en tercer lugar, las democracias deben mostrarse mucho más decididas en sus esfuerzos por competir en el mercado de las ideas. Los renacidos autócratas se toman muy en serio la influencia sobre la opinión pública y sobre lo que se piensa en otros países; y también deben hacerlo los demócratas.
Esto exige dar un nuevo impulso a los medios de radiodifusión internacionales y a la diplomacia pública, haciendo un uso intensivo e innovador de las redes sociales. También debería conllevar iniciativas muchísimo más amplias para traducir a otros idiomas y difundir los conocimientos y las ideas democráticas.
Por último, las democracias consolidadas deben mostrar una mayor solidaridad con los nuevos países democráticos, como Túnez y Ucrania, que tratan de apuntalar contra viento y marea unas instituciones representativas. Dado que las ambiciones de los regímenes autoritarios son cada vez mayores, lo que se juegan las democracias es demasiado importante como para no participar en esta competición.
Christopher Walker es vicepresidente de estudios y análisis de National Endowment for Democracy.Marc F. Plattner y Larry Diamond son copresidentes del Research Council of the International Forum for Democratic Studies. Los tres han coeditado el libro Authoritarianism Goes Global: The Challenge to Democracy.