Pedro Luís Boitel por Iliana Curra
Escritora, articulista y ex prisionera política cubana. Reside en los EE. UU.
El mes de mayo fue significativo para un hombre que pasó a la historia por su valor y su firmeza. Nació un día 13 de ese mes en el año 1931. Nació para ser líder. Nació para ser un mártir, y su nombre jamás podrá ser olvidado. Como tampoco el de otros tantos hombres y mujeres que han quedado en este largo camino que ha sido la lucha por la libertad de una pequeña isla llamada Cuba, pero grande para todos los que la quieren, y la quieren libre, por sobre todas las cosas.
Pedro Luís Boitel, el joven humilde y estudioso, talentoso y dedicado. Tenaz y rebelde hasta las últimas consecuencias. Quien no pensaba en sí mismo, sino en Cuba. En la patria que lo vio nacer...y morir.
El Boitel que luchó contra el gobierno de Batista, pero que al mismo comienzo de la llamada revolución supo darse cuenta de que era traicionado. No solo él, la traición era para todos. Incluso, para los que habían dado su vida. Quien, a pesar de los ofrecimientos y las amenazas, decidió ir a elecciones universitarias sin miedo, porque nunca supo lo que era el temor. Al que evitaron el triunfo porque el absolutismo de los hermanos Castro no podían permitirle ganar. Su carisma, su inteligencia y responsabilidad fueron su sentencia. Su perseverancia y su condición de líder, su muerte.
Boitel, quien intentara fugarse de la tristemente célebre cárcel de Isla de Pinos y fuera capturado para soportar torturas, golpizas y vejaciones. El que realizara innumerables huelgas de hambre para protestar por las condiciones infrahumanas a que estaban sometidos los presos políticos. El cabecilla natural que no permitía las injusticias. Que ni los golpes, ni los encierros en celdas tapiadas de castigo lograron doblegarlo. El que nunca renunció a su libertad porque su estirpe de hombre soberano no creía en encierros injustos. Siempre fue libre, a pesar de los barrotes. A pesar del horror y del frío, del dolor y del hambre, de los bayonetazos, las patadas y el rencor con colores verde olivo. A pesar de los años que se acumularon con juicios sumarios e ilegales dentro de la prisión.
Boitel supo luchar donde es casi imposible. Donde la muerte acecha de manera constante. Donde la vida vale menos que nada y el sufrimiento es parte exclusiva del ser humano. Supo batallar hasta el final. Hasta donde pudo su cuerpo -ya golpeado y enfermo- resistir. Hasta donde sus fuerzas dijeron ¡basta! Nunca se doblegó. Nunca pidió indulgencia. Fue fiel a sus principios hasta el fin.
"Los hombres no abandonan la lucha cuando la causa es justa". Y cumplió con sus palabras. Cumplió con su propia conciencia. Con su vida joven y llena de amor por los suyos. Sufría por el dolor que provocaba a su madre, quien tratando infructuosamente de protegerlo, dormía en las afueras de la prisión. Acompañándolo en sus huelgas interminables. Amparándolo de la muerte que al final se lo arrebató de sus brazos protectores llenos de ternura que no pudieron abrazarlo en sus peores momentos, porque el odio fue más fuerte. La soberbia de un sistema dominante y enfermizo pudo más esta vez.
"El flaco", como lo llamaban cariñosamente sus amigos y compañeros de cautiverio, demostró una fuerza física asombrosa, pero su última huelga de hambre, que duró 53 días, fue demasiado para su ya gastada salud. Las golpizas y otras tantas huelgas habían deteriorado demasiado su cuerpo. Días tristes, de dolor. Inmersos en la muerte que llega lentamente y prolonga la angustia. Sus compañeros de galera saben que es inminente la pérdida. Lo cuidan, lo atienden de forma constante. Se turnan para vigilar su respiración lenta y agónica. La impotencia predomina en un lugar donde nada se puede hacer. Donde morir es parte de la vida diaria, con el beneplácito de un mundo deshumanizado y preocupado por cosas banales porque dicen que en Cuba todo está bien. Un bochorno perpetuo para la humanidad.
Boitel, no solo batalla contra la muerte, batalla también contra oficiales de la Seguridad del Estado que lo visitan para intentar conversar con él. No hay acuerdos. Nadie cede. Sus exigencias son negadas. Sus derechos humanos siguen violados y se aferra aún más. Se consume lentamente y la agonía crece por minutos, por horas, por días. Soporta el dolor como nadie. Orina sangre, vomita la bilis de un cuerpo que apenas vive de sus propias reservas. Desmayos constantes al menor de los esfuerzos. Energías que se pierden a medida que el tiempo avanza ineludiblemente. Su voz se apaga. La quietud de su cuerpo consumido y maltrecho tiene un inmenso parecido con la muerte. Pero todavía respira.
El sistema que dice respetar los derechos humanos dejará morir a un hombre. No le prestan atención médica. Decididamente la orden es dejarlo que muera. ¡Uno menos! No cuentan con la historia que lo reconocerá como un mártir. "No pretendo la muerte, pero tampoco la rehuyo". Se extingue como el sol al ponerse en una tarde triste. ¡Quieren matarlo! Y lo están logrando. Son órdenes del Ministerio del Interior, del propio gobierno. Tendrán que pagar por todo esto algún día. No es venganza. Es simplemente justicia. A exigencia de sus compañeros de galera se lo llevan ya inconsciente y frío, con la respiración lenta. Esperan le den atención médica para evitar su fallecimiento. Supuestamente lo hospitalizarían.
Según presos que conocieron su final, a Pedro Luis Boitel le negaron el cuidado médico para su vida a un corto paso de la muerte. En esas condiciones espantosas fue golpeado, maltratado por infames canallas que desconocen la compasión por un ser humano. Hay que ser muy cobardes y ruines para abusar de alguien en esas circunstancias. Su vida se apagó como la llama de una luz en las tinieblas, pero solo físicamente. Porque renació con fuerzas en el espíritu de todos los prisioneros políticos que continuaron entrando a las mugrientas cárceles castristas, las que nunca han dejado de estar llenas porque las tiranías solo entienden de represión y de muerte.
Otros presos también murieron de la misma forma. Nunca han dejado de torturar a quienes se rebelan con la dignidad tan alta como el cielo.
Ni el derecho a un entierro como es debido. Ni el derecho a llorar a una madre a quien le informaron fríamente dónde se encontraba su tumba. Atropellos y amenazas fue todo lo que recibió quien lo trajo al mundo, quien hubiera dado su propia vida por evitar su muerte. La madre, que no cesó de escribir al mundo y denunciar lo que estaba pasando con su querido Pedro en una época de florecimiento castrista, cuando casi todos hacían reverencias a Fidel Castro, apoyado por la potencia comunista de la tierra y sus acólitos.
El mes de mayo vuelve a ser significativo para su vida. Esta vez se trata de su muerte. El día 24, luego de casi tres meses sin probar alimentos deja de existir sin haber recibido el mínimo de atención. Lo dejaron morir sin ponerle un suero para revivirlo, para traerlo de ese mundo lejano que todos conoceremos un día, pero que no era preciso ir en ese momento. Tenía mucho por hacer. Tenía 41 años recién cumplidos.
Pero Boitel después de su muerte sigue vivo en las organizaciones opositoras que llevan su nombre, que resisten los embates de una represión que no cesa. Pedro Luis Boitel está en la mente y en la sangre de cada cubano que se opone al sometimiento y lucha a diario para lograr la libertad de Cuba. En cada prisionero político que soporta con decoro y vergüenza en las inmundas cárceles que un día se abrirán para no tener adentro a más presos por ideas, porque las ideas no se encarcelan. Tampoco mueren.
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