Los hombres de empresa de la Cuba de ayer

juansuarezyblancargarcia sLos hombres de empresa de la Cuba de ayer por Juan Suárez y Blanca R. García

Juan Suárez es natural de Camajuaní, y su esposa, Blanca R. García nació en Perico, también en Cuba. El Sr. Suárez es escritor, poeta, empresario y director de la casa editorial Ediciones Suagar. La Dra. García es, también, escritora, articulista y editora de Ediciones Suagar. Profesora Eméritus de Wagner Collage (Staten Island, Nueva York, EE.UU.)

A Cuba le ha sido dado vivir como pueblo una de esas horas amargas, que a veces Dios le regala a un grupo grande, para templarlo como el acero. Pocas veces en la historia de la humanidad, a la locura le es permitido dirigir los destinos de un pueblo. A nosotros por un raro sino, nos ha tocado vivirlo en carne propia.

Cuba ha sido sacrificada en el altar de la enajenación por su gran sacerdote –el anticristo– que bajó de la Sierra Maestra con un rosario al cuello. De todos los desafueros que ha cometido este enajenado, en todos estos años que le ha tomado convertir a Cuba en un montón de escombros, el que más me duele por el daño irreparable que le hizo a la nación, es cómo destruyó a los hombres de empresa de la Cuba de ayer.

Estos empresarios, crearon la industria azucarera moderna. El desarrollo de la ganadería nacional que estaba a la altura de la de Rancho King en Texas, EE.UU. Esto lo podíamos ver en la Isla de Turiguanó, provincia de Camagüey y en los centros ganaderos de las provincias orientales. Las fincas arroceras con sus regadíos y molinos, con una producción anual de cuatro millones de sacos de cien libras. Las siembras de cítricos y frutos menores. La industria pesquera, abastecedores del consumo nacional y exportadores ¿Quién no recuerda la textilera Ariguanabo?, imperio textil a la altura de los grandes telares norteamericanos. La industria licorera y cervecera liderada por la firma Bacardí, única en el mundo.

La legendaria historia del tabaco con sus famosos Habanos, que jamás han vuelto a ser iguales. La industria impresora y papelera. Los fabricantes y distribuidores de medicina. Los centros de salud –el sistema mutualista– creado por las asociaciones culturales y recreativas de los españoles, marcando un éxito sin precedentes en América.

Los grandes tostaderos y distribuidores de café. Las fábricas de dulces enlatados. La industria de galletas, panaderías, empacadoras de helados. La red de bodegueros cubriendo la isla en la distribución de víveres. Los ferrocarriles, el sistema de transporte por carretera. La aviación nacional. La marina mercante, dando servicio a los puertos importantes de la isla y al mercado exterior. El confiable y eficaz sistema bancario, supervisado por el Banco Nacional.

La prensa escrita y radial. La televisión a colores y las agencias de publicidad. Los famosos compositores. Las renombradas orquestas y conjuntos musicales. La farándula y los centros nocturnos reconocidos mundialmente, entre ellos, el más célebre de todos, el Cabaret Tropicana. Este portentoso esfuerzo creador, fue el producto de los hombres de empresa de la Cuba de ayer, que fueron capaces de forjar el milagro cubano en un lapso de tiempo muy corto, –56 años– convirtiéndola en la admiración de América, y a la ciudad de La Habana, en el París del Caribe.

Los hombres de empresa de la Cuba de ayer, son un fenómeno que tiene sus orígenes en la cantera de inmigrantes jóvenes –más de un millón– que arribaron a Cuba al comienzo de la República, en los primeros años del siglo XX, en su mayoría españoles, siendo muchos de ellos de las Islas Canarias. Se casaron con nuestras mujeres, fomentando sus hogares en la base moral y espiritual que habían heredado de sus antepasados.

Provenían de una raza brava. Tenían que sudar su destino sin ayuda de nadie. Todos llevaban dentro un sueño. Su razón de vivir fue tratar de convertir ese sueño en realidad. A este grupo de inmigrantes españoles, hay que agregar a los norteamericanos, hebreos, asiáticos, turcos, libaneses y muchos otros que como ellos, lucharon a la par con los mismos objetivos e ideales, y por supuesto, a la juventud cubana.

Al comienzo del periodo republicano –año 1902– la extensión territorial de Cuba, en su gran mayoría era un inmenso bosque de madera virgen. Para crear la industria azucarera moderna que comienza a mediados de la primera década del siglo veinte, fue necesario desmontar cientos de miles de caballerías. Esto fue posible debido a las cuadrillas de estos inmigrantes que utilizando solamente hachas, trabajaban a destajo o por contrata. La madera desmontada era enviada al mercado europeo. Una buena parte de ella, para Alemania, donde se valoraba la calidad de este producto. Con este negocio de madera, se abre uno de los primeros caminos que permite el enriquecimiento de este grupo. Esta avalancha de hombres vigorosos y resueltos, fomentaron la infraestructura comercial.

Desarrollaron verdaderos centros de distribución y venta en toda la isla. En el ramo de víveres con su famosa Lonja del Comercio, que regulaba las normas de negocio y el cumplimiento de los tratos. El giro de tejidos, pieles y quincallería, se desarrolló de tal forma, que las calles Muralla, Teniente Rey y Bernaza, en la Habana Vieja, se llenaron de grandes almacenes con su red nacional de vendedores.

Este auge de la economía cubana que culmina con el período tan conocido y efímero como Las vacas gordas, producto del precio que alcanzara el azúcar cubano en el mercado mundial de 22½ centavos la libra, en el año 1920, termina poco después, con la quiebra de la banca nacional.

Agudizándose aún más, con la gran crisis de la economía americana del año 29, hasta convertirse en un verdadero caos, en el segundo período del Presidente General Gerardo Machado y Morales, del 29 al 33. Este andar a gatas de la economía dura hasta el año 36, que lentamente comienza a dar señales de vida.

La entrada de los EE.UU. y Cuba en la Segunda Guerra Mundial, en diciembre de 1941, marca el verdadero renacer que ha de llevar a los hombres de empresa a conseguir logros impresionantes. Al terminar la Segunda Guerra Mundial –agosto de 1945– da comienzo el gran salto industrial y comercial de nuestra isla, convirtiendo a finales de la década del 50, a cientos y cientos de miles de jóvenes cubanos, hijos y nietos de aquellos pioneros de comienzos del siglo, en los hombres de empresa de la Cuba de ayer –el milagro económico cubano–. Hoy, permanecen en nuestra memoria como una leyenda, y será uno de los grandes orgullos de los que han de llegar en el futuro.

Si tomamos en cuenta el monto del valor en el mercado libre, antes de la llegada de la revolución, en los siguientes renglones: La banca, la industria azucarera y la privada en general, los inventarios del comercio, las tierras, la propiedad inmueble. Los valores bursátiles, las colecciones millonarias en el campo de la filatelia, numismática, porcelanas, cristalería fina y obras de arte en manos de sus dueños, todo esto, agregando la plusvalía que es la cuantía adicional que acumula una empresa en sus años de éxito y de permanencia, sobrepasó –en aquellos tiempos– la cifra de cien billones de dólares.

Este milagro cubano fue único en la América hispana, es el ejemplo creador de cientos y cientos de miles de jóvenes unidos en un solo ideal, llevar a Cuba al pináculo de su grandeza. Cuando el genio, la inteligencia y el tesón van unidos, el éxito se produce por generación espontánea.

¡Dios mío!, cuán doloroso resultó tener que vivir en carne propia, como fue destruida esta obra gigantesca. ¡Cómo nos duele recordarlo! Y pensar que un bastardo con una extraña infancia y pubertad, una primera juventud de gángster en la universidad de La Habana. Inadaptado, sin identidad, que nunca trabajó, intoxicado con las teorías socialistas. Es el autor de este inmenso crimen.

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