La Piel de Cordero por Pilar Rahola
Nacida en Barcelona, España es Doctora en Filología Hispánica y Catalana por la Universidad de Barcelona. Ha sido autora, conferencista y periodista de televisión, radioy prensa escrita. Fue ex-diputada en el Parlamento español por la Izquierda Republicana Catalana y ex-vicealcaldesa de la ciudad de Barcelona. En la actualidad, en el terreno periodístico, escribe en tres periódicos españoles, diario Avui (en catalán), El País y El Periódico.
Si algo define la corrección política, especialmente con respecto a los grandes conflictos que existen en el mundo, es la creación de unos iconos de opinión, cuyo discurso suena bien a oídos de la izquierda oficial. Este nacimiento de las deidades del pensamiento correcto, es muy notorio cuando tratamos el tema de Medio Oriente, cuestión espinosa que se va simplificando hasta la nada, cuanto más oficialmente de izquierdas es quien lo analiza. Estos iconos, y este pensamiento, tienen unos trazos tan característicos, que vale la pena analizarlos. Previamente, nobleza obliga, pondremos nombres a estas deidades que los periodistas progres sacan a pasear cada vez que tienen ocasión. Hablo, entre otros muchos, de Maruja Torres y de Gema Martín Muñoz, ésta última considerada auténtica "experta" en mundo islámico. Sobre la primera, poco que decir. Vio la luz cuando se fue al Líbano y se quedó colgada en él, y ahora nos deleita con algunas de las crónicas más judeofobas y antioccidentales que podemos encontrar en la actualidad. Personalmente nunca he sido fan de Tomás Alcoverro -otro icono-, porqué, a pesar de ser una gran persona y un buen periodista, ha ejercido la mirada oblicua durante años, pero, comparado con Maruja Torres, Tomás es un ejercicio de neutralidad. Sin embargo, creo que el sectarismo de Maruja es tan notable que resulta, incluso, decorativo en un panorama que, al fin y al cabo, hace mucho que no practica el pensamiento crítico. Una nota de color. El caso de Gema Martín Muñoz me parece mucho más relevante y, desde mi perspectiva, mucho más preocupante, ya que se trata de la "experta oficial" para hablar de la cuestión. Para muestra, los tres cuartos de hora que Monica Terribas le dedicó, el otro día, en la televisión pública de Cataluña, o las decenas de veces que la llaman de la SER para "analizar" la cuestión de Irán y etcétera, convertida en el máximo icono de estos temas. La cuestión resulta especialmente chocante cuando recordamos que esta mujer preside la Casa Árabe, que tiene, en sus órganos de dirección, a todos los embajadores del mundo árabe, lo cual no le debe permitir gozar, precisamente, de una mirada objetiva. De hecho, ni tan solo de una mirada libre....
Sin embargo, a diferencia de cualquiera de los que no participamos del pensamiento único progresista -que estamos bajo sospecha permanente de parcialidad, y tenemos que dar decenas de explicaciones para justificar nuestra disidencia-, personas como Gema Martín pasan por ser prestigiosas, neutrales y, ¡oh dios!, críticas. ¿Cómo se crea un icono como este, a pesar de la evidencia de su militancia ideológica? ¿Cómo es posible que, para analizar periodísticamente el conflicto nuclear con Irán, se considere interlocutora imparcial a quien preside un organismo árabe? Es posible porqué, en tiempos de inexistencia de debate intelectual, sustituidas las ideas por las consignas, el prestigio progre se gana aplicando, con inequívoca fidelidad, los cinco principios del catecismo laico: Estados Unidos es el mal del mundo; el segundo -o primero, va por barrios- mal es Israel; el mundo islámico es inocente y víctima; el terrorismo islamista es culpa de Occidente, y las dictaduras fascistas islámicas no son el problema.
Desde esta perspectiva, simplista pero eficaz, todo cuadra en el análisis, y a partir de ahí, la tiranía iraní pasa a ser víctima, y las democracias occidentales más importantes del planeta, pasan a ser las culpables de sus maldades, ataques terroristas incluidos. Ayer, que la sentí en el programa de Francino comentando una encuesta del Times sobre el odio que el mundo musulmán tiene hacia Occidente, y perpetrando su previsible discurso anti-Bush, obviaba cosas tan básicas como que la fatua de Bin Laden contra los "cruzados" es de la época Clinton, que todo el cuerpo ideológico yihadista es de los años treinta -cuando aún no existía ni Israel-, que la inmensa riqueza árabe no ha servido para construir ni una sola democracia, y que son líderes árabes los que educan a su sociedad en el fanatismo totalitario. Es decir, lo obviaba todo, reducida la cuestión a la conocida maldad yankee. De hecho, es el mismo discurso estalinista de décadas, pasado por el tamiz de la multiculturalidad. Lobos con piel de cordero, alumnos aventajados del inefable Tariq Ramadan, que camufla su voz de terciopelo con la dureza del puño integrista. Al final, lo que queda es la nula capacidad para generar un discurso crítico serio, más allá de la rutilancia bienpensante de la propaganda de izquierdas. Un desastre para el pensamiento. Y un éxito para las dictaduras islámicas, que ven, en estos progres de manual, a sus aliados más eficaces.
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